Artículo publicado originalmente en francés en la edición actual de RP Dimanche, semanario político - cultural, parte de la red La Izquierda Diario. En Francia, los jóvenes de varias escuelas y universidades del país siguieron el ejemplo del movimiento estudiantil al otro lado del Atlántico y se movilizaron con determinación contra el genocidio de Gaza y la complicidad del Estado francés en las masacres. En respuesta, la fuerte represión refleja un nerviosismo del gobierno nada desdeñable, ante lo que algunos llaman ya el Vietnam del siglo XXI.
Una movilización estudiantil de vanguardia por Gaza que refleja la radicalización de la juventud contra el régimen
La primavera es sin duda la estación favorita de los jóvenes estudiantes franceses. Desde hace unos diez días, una movilización contra el genocidio en Gaza se ha extendido a la velocidad del rayo a más de una docena de campus universitarios de todo el país, a pesar de los exámenes de fin de curso que suelen canalizar la ira estudiantil.
El campus parisino de la escuela de élite Sciences Po fue el primero en seguir el ejemplo de los jóvenes estadounidenses, instalando una acampada el martes 23 de abril. Inmediatamente desalojados por la policía, los estudiantes volvieron a hacerlo tres días después, hasta obtener la promesa de un levantamiento de las sanciones disciplinarias contra los estudiantes movilizados y de que se lleve a cabo una investigación sobre los convenios entre su escuela y las universidades israelíes. Tras esta victoria inicial, varios campus de Sciences Po –en Menton, Poitiers, Reims, Le Havre y Lyon–, seguidos rápidamente por Sorbonne-Université, Panthéon-Sorbonne, la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), la Escuela Normal Superior (ENS) y, más recientemente, Saint-Denis Université y la Universidad Paris Cité, se unieron al movimiento y lanzaron acampadas o acciones simbólicas.
Aunque es innegable que las fuerzas movilizadas son reducidas –hasta algunos centenares por universidad–, el eco de su cólera es inmenso y polariza desde hace varios días a los medios de comunicación y a la clase política por el espectro que levanta sobre el país: el de la guerra de Vietnam y el de Mayo del 68, como observó un periodista de Suiza.
Las coordenadas internacionales han desempeñado un papel decisivo en este auge de la solidaridad con Palestina, seis meses después del comienzo de las masacres y en un momento en que el movimiento en Francia flaqueaba desde hacía varias semanas. Por un lado, la situación en Gaza, donde la inminente invasión de Rafah –negociada con Joe Biden a cambio de una no escalada de las tensiones con Irán– mientras un millón y medio de palestinos están refugiados allí, contribuye a que la guerra vuelva a estar en primer plano, a pesar de los intentos del ejecutivo francés de normalizar la situación y concentrarse en la remilitarización del país y en las elecciones europeas.
Por otra parte, la impresionante movilización estudiantil en Estados Unidos contribuye a la radicalización de las subjetividades en los campus franceses. En efecto, la conciencia de formar parte de un movimiento juvenil internacional, reforzada por la existencia de Internet y las redes sociales, contribuye a elevar la moral de los estudiantes sobre su capacidad para desempeñar un papel concreto en la relación de fuerzas global. Tras las publicaciones conjuntas en las redes y los intercambios sobre tácticas para hacer frente a la represión, ahora se está debatiendo la posibilidad de una coordinación internacional de los estudiantes por Gaza.
Pero también es la tradición antiimperialista más fuerte de la juventud estadounidense la que está calando en la consciencia de los estudiantes franceses. Así, mientras que hasta ahora la movilización de solidaridad en Francia se había desarrollado en un terreno “humanista” en torno a una estrategia de cuestionamiento de la diplomacia francesa, el enfrentamiento de la juventud estadounidense con “Genocide Joe” inspira la movilización y las reivindicaciones se dirigen más hacia la complicidad de Francia en las masacres, exigiendo el fin de las asociaciones con los grandes grupos armamentísticos franceses y las universidades israelíes.
En este sentido, el papel de Sciences Po no es insignificante. Con sus 480 convenios con universidades de todo el mundo, la escuela cuenta con un 50 % de estudiantes extranjeros, mientras que sus propios alumnos están obligados a estudiar en el extranjero en su tercer año. Esta particular composición social explica en parte que la escuela esté a la vanguardia de un movimiento con tintes antiimperialistas en un momento en que la tradición de las guerras de Argelia y Vietnam estaba desdibujada en las universidades francesas. Las clases dominantes son conscientes de ello y lo expresan a su manera reaccionaria, fustigando el “multiculturalismo” y discutiendo la necesidad de reservar esta escuela de élite a los estudiantes de nacionalidad francesa, como por ejemplo planteó el politólogo Pascal Perrineau.
Pero más allá de eso, el importante papel desempeñado por Sciences Po y universidades prestigiosas como la EHESS y La Sorbona es también sintomático de una profunda ruptura entre el régimen y los estratos de estudiantes destinados a dirigir el país dentro de cinco o diez años. Aunque esto se expresa particularmente en torno al tema Palestina, también es la culminación de un fenómeno más amplio en el que sectores de los jóvenes educados en escuelas de élite están rompiendo con la visión del futuro que se les ofrece, siguiendo el ejemplo de los muchos jóvenes de las escuelas de ingeniería y negocios –apodados les bifurqueurs (“los bifurcadores”) [nota del editor: los que cambian de camino]– que aprovechan las ceremonias de graduación para criticar ante un auditorio de empresarios y periodistas la formación proempresarial y ecocida que han recibido.
Un fenómeno que también se expresa al aire libre, en acciones por Palestina. En la Sorbona, la acampada del lunes 29 de abril había sido meticulosamente organizada por estudiantes del movimiento Youth For Climate, habituados a la desobediencia civil. Junto a ellos había estudiantes de origen inmigrante y residentes en barrios populares, poco acostumbrados a las movilizaciones estudiantiles tradicionales y para quienes Palestina supuso una “conmoción de la conciencia”. En otras palabras, aunque todavía de vanguardia, la movilización contra el genocidio representó un punto de convergencia para jóvenes de diferentes orígenes sociales y políticos.
La criminalización del apoyo a Palestina, caballo de Troya del ejecutivo para reprimir cualquier oposición a sus políticas
Ante este auge de la movilización y el fantasma de un Vietnam 2.0, el nerviosismo del gobierno se expresa en la intensidad de la represión contra los estudiantes movilizados. Criticando lo que llaman “importación de un movimiento estadounidense”, el gobierno se inspira sin embargo en los métodos de represión utilizados al otro lado del Atlántico, empezando por la injerencia del ejecutivo en las universidades. En marzo, el Primer Ministro, Gabriel Attal, acudió en persona a Sciences Po para designar un administrador provisorio y exigir el procesamiento de los estudiantes movilizados. La semana pasada, fue el presidente de France Universités –agrupamiento de los directores ejecutivos de los centros de enseñanza superior– quien fue convocado y criticado por el Senado cuando explicó que toda sanción disciplinaria estaba sujeta a la prueba de la “materialidad de los hechos”, principio elemental del derecho penal. En los últimos días, el Ministro de la Enseñanza Superior apareció en televisión para pedir que se anule el levantamiento de las sanciones administrativas que lograron los estudiantes de Sciences Po de París la semana pasada.
Pero la policía también está tomando medidas enérgicas, con una intervención policial sistemática en los campus apenas unas horas después de que comenzaran las ocupaciones y acampadas. El Primer Ministro advirtió en un comunicado de prensa el jueves que “somos y seguiremos siendo totalmente inflexibles” en respuesta a las críticas por su cuestionamiento a la “franquicia universitaria”, que desde el año 1231 impide a la policía entrar en una universidad sin la petición expresa de la dirección de la institución.
El gobierno justifica todos estos ataques inventando polémicas sobre el antisemitismo de los estudiantes movilizados. En marzo, el gobierno reaccionó ante un rumor –desmentido por el director implicado– de que se habría impedido la entrada a una sala de conferencias de Sciences Po París a un activista de la Unión de Estudiantes Judíos de Francia (UEJF), todo con el objetivo de perseguir penalmente a estudiantes propalestinos. Esta semana, fue el propio acto de pintarse las manos de rojo para criticar la complicidad de los gobiernos occidentales con Israel lo que se asoció absurdamente con un llamamiento a masacrar judíos.
Al gobierno no le importa que esto forme parte del repertorio de acción de los movimientos antibelicistas, o que estudiantes judíos de Sciences Po hayan denunciado enérgicamente la instrumentalización de la lucha contra el antisemitismo con fines de censura política. Lo que está en juego no es solo avanzar en su empeño de equiparar antisionismo con antisemitismo para asegurarse convenios estratégicos con Israel –desde 2018, Macron viene intentando que se adopte la controvertida definición de antisemitismo formulada por la IHRA–, sino también sentar las bases de una censura más amplia contra cualquier crítica al imperialismo francés y a sus políticas en suelo nacional.
En otras palabras, el amordazamiento del movimiento estudiantil desde octubre mediante la prohibición de cualquier reunión, conferencia o postura política en el campus sobre el tema de Palestina es parte de una ofensiva autoritaria más amplia. En 2019, el gobierno del momento marcó un punto de inflexión en materia de libertades democráticas en la universidad con los juicios por “islamo-izquierdismo” y “wokismo”, que pretendían prohibir temas de investigación feminista y anticolonial, así como los agrupamientos no mixtos. En 2020, la criminalización de los bloqueos y ocupaciones universitarias fue incluso aprobada por el Parlamento, antes de ser censurada por el Consejo Constitucional. Esto supuso una bofetada institucional para el ejecutivo, pero no le impidió aprovechar los reflejos heredados de la pandemia para acabar con los bloqueos universitarios inclinándose en forma casi sistemática por los cursos a distancia.
Desde este punto de vista, la criminalización del apoyo al pueblo palestino actúa como un caballo de Troya para acelerar el sometimiento de los jóvenes, en el marco de ataques históricos a las universidades públicas destinados a adaptar la enseñanza universitaria a las necesidades de mano de obra y de temas de investigación que requieren los patrones. Pero más allá de las universidades, el objetivo de Macron es también quebrar la moral y coartar la posibilidad de formarse a la franja de la población más radicalizada contra el régimen.
Frente a la determinación del gobierno, la cuestión vital de la extensión del movimiento
Si bien la brutal represión del movimiento de solidaridad en Francia ha contribuido a desarrollar las protestas de los jóvenes expuestos a la violencia policial durante las marchas por el clima y el movimiento por las pensiones, también ha dificultado la extensión del movimiento al debilitar la capacidad de autoorganización. De hecho, como consecuencia de la presión ejercida contra cualquier derecho de reunión o de manifestación, frente a la vigilancia que ejerce el gobierno sobre las asambleas generales tradicionales, los estudiantes movilizados tienden a eludirla organizando pequeñas reuniones destinadas a garantizar el éxito de las acciones sorpresa.
Si bien en un primer momento esto permitió la puesta en marcha de iniciativas simbólicas, como la acampada del lunes en la Sorbona, ahora el movimiento necesita avanzar y conseguir extender su alcance a la franja más amplia de estudiantes para los que la cuestión palestina es un vector central de politización. De lo contrario, el movimiento se agotará en un momento en el que el gobierno cuenta con los exámenes de fin de curso para dispersar a los jóvenes. Desde este punto de vista, la reactivación de los comités pro-Palestina –creados en octubre por la agrupación Le Poing Levé y otras organizaciones estudiantiles para organizar la solidaridad desde abajo– es un paso importante para permitir que la cólera se estructure localmente en cada campus.
Asimismo, el próximo lunes 6 de mayo por la tarde está prevista una primera Asamblea General de todos los comités pro-palestinos de la región parisina, para empezar a coordinar las iniciativas y hacer el balance de los diez últimos días. Se trata de un desafío importante si queremos consolidar el sentimiento antiimperialista que se está desarrollando bajo la influencia de la movilización en Estados Unidos, y que convendría clarificar en torno a debates en profundidad sobre las reivindicaciones y el papel del movimiento de masas en las potencias imperialistas para poner fin a las masacres.
Este objetivo es tanto más importante en la medida en que es central involucrar al movimiento obrero en la batalla para poner fin a la complicidad de Francia con el Estado colonial de Israel. En noviembre, se celebró una Asamblea General de la juventud pro-Palestina por iniciativa de Le Poing Levé y de la coalición Urgence Palestine, en la que numerosos estudiantes se pronunciaron espontáneamente sobre el papel de los trabajadores en frenar la máquina pro-genocidio, señal de las lecciones asimiladas por una parte del movimiento juvenil sobre la centralidad de la clase obrera a partir del movimiento por las pensiones.
En un momento en que la vanguardia del mundo del trabajo está desmovilizada por la derrota de esta gran huelga y el régimen aprovecha la política de pasividad de las direcciones sindicales para reprimir duramente a representantes gremiales como Jean-Paul Delescaut por su apoyo al pueblo palestino, el movimiento estudiantil podría retomar su rol como “chispa”, que le dio fama en Mayo del 68, y romper el pacto de no agresión que las direcciones sindicales y el gobierno han concluido pocos meses antes de los Juegos Olímpicos.
Porque además de la cuestión central de la autodeterminación del pueblo palestino está la de la necesaria respuesta a un régimen cada vez más autoritario que aboga por la austeridad para financiar su remilitarización. Aunque ha habido algunas iniciativas conjuntas de la izquierda tras la citación judicial a representantes como Anasse Kazib y Rima Hassan por “apología del terrorismo”, la campaña de las elecciones europeas tiende a dispersar las fuerzas. En un momento en que el Estado se apoya en estas denuncias de los sectores proisraelíes para reprimir al movimiento social, ampliar la movilización estudiantil podría ser un verdadero trampolín para iniciar una política unitaria contra la represión y el genocidio. Se trata de una cuestión fundamental en un momento en que cualquier medida del gobierno contra el movimiento de solidaridad sería una señal de un retroceso más general de las libertades democráticas.
Traducción: Guillermo Iturbide
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