A propósito de un reciente trabajo de Lisandro Silva Mariños.
8 Hipótesis sobre la Nueva Izquierda post-2001, de Lisandro Silva Mariños, es un libro de acceso gratutito, publicado recientemente por Jacobin Latinoamérica.
La expresión “Nueva Izquierda” tiene una historia bastante cargada, a la que no vamos a dedicarnos en detalle en estas líneas. El autor se refiere a los agrupamientos militantes surgidos con posterioridad al 2001, ligados al movimiento piquetero y al movimiento estudiantil y que buscaban diferenciarse de la izquierda partidaria, a la que denomina como Izquierda Tradicional.
Ya desde la introducción, el autor informa que no es su intención presentar un balance definitivo sino más bien una serie de “hipótesis” para contribuir a la discusión. Tiene el mérito de sintetizar en pocas páginas un conjunto de debates de todo un espectro de organizaciones que han sido en algunos casos muy intensos y que están relacionados con problemas más generales sobre la estrategia de la izquierda (tema esbozado pero no abordado más allá de algunas cuestiones de tipo introductorio, pero con suficiente claridad como para conocer la posición del autor).
El texto está organizado en 8 capítulos, presentados como hipótesis: 1) Orígenes y acervo de una nueva izquierda. 2) La forma y el contenido en el plano organizativo. 3) Izquierda tradicional y nueva izquierda. 4) De la táctica electoral a la tensión estratégica. 5) Coordinaciones, alianzas y rupturas en la nueva izquierda. 6) Los gobiernos kirchneristas y la lucha política. 7) Entre la integración, la implosión y el aislamiento. 8) ¿Un impasse necesario o el fin de una experiencia?
En el desarrollo del tratamiento de los diversos temas también surge una cierta periodización, que podría pensarse dividida en un período fundacional que parte del 2001 como acontecimiento central pero que en términos de organización de un espacio de Nueva Izquierda (NI), diferenciada de la izquierda trotskista, maoísta o estalinista, se ubica en 2003 y que se caracteriza por una actividad de tipo reivindicativa que se va perfilando cada vez más hacia algún tipo de coordinación y creación de espacios multisectoriales, que a su vez se superpone con un momento de redefinición de posiciones ante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), desde cuyo último año se van desarrollando los intentos de ir desde la “multisectorialidad” al desarrollo de espacios políticos (2006-2013), un momento de fragmentación (2013-2015), entre los cuales se da todo el debate iniciado en 2011 sobre la necesidad de intervención electoral y el crecimiento de un sector orientado hacia el kirchnerismo, el aislamiento y fragmentación posteriores al balotaje Scioli-Macri y la situación actual, que el autor señala como un posible impasse contra la idea de dar por concluida la experiencia de la NI.
Del “poder popular” a la intervención electoral
Surgida al calor del 2001 y las experiencias de los movimientos piqueteros, el autor caracteriza la Nueva Izquierda o Nueva Izquierda independiente en los siguientes términos:
Los vectores que ordenaron las principales definiciones -que avanzan un paso más que aquellas netamente por la oposición, es decir anticapitalista o antiimperialista- son variados, pero resaltaron principalmente nociones como poder popular, acción directa, antiburocrátismo, autonomía, y otras no adoptadas -al menos desde el inicio- por el conjunto de agrupamientos como nueva cultura militante, clasismo y antipatriarcado. [1]
Silva Mariños señala la importancia de la noción de “poder popular” en los años fundacionales de la llamada Nueva Izquierda y plantea que esa temática permitió durante un tiempo sobrellevar cierto déficit en el tratamiento de las cuestiones estratégicas. Con todo, la cuestión del “poder popular” no significaba exactamente lo mismo para todos los grupos:
A nuestro parecer, existieron a grandes rasgos tres tendencias que desde diferentes ángulos dotaron de sentido a dicha consigna, dando cuenta que la categoría de Poder Popular resalta por su carácter polisémico, es decir, muchos sujetos/ colectivos/organizaciones la evocan desde tradiciones políticas e ideológicas diferentes. En criollo, hablan entre sí, pero no dicen lo mismo. Volviendo, dichas tendencias hacen hincapié en aspectos distintos, a saber, (i) en el carácter autónomo/ autogestivo; (ii) en la praxis política prefigurativa; (iii) en la confrontación con el poder Estatal. Vale aclarar que no consideramos posible encasillar a cada una de las variadas organizaciones que conformaron el espacio de la nueva izquierda en una determinada tendencia, pues se compartieron ciertas premisas de las tres perspectivas apuntadas- al tiempo que algunos agrupamientos mutaron sustancialmente durante los años- pero sí consideramos que existieron formas singulares de comprender la idea de poder popular. [2]
La heterogeneidad, que aparecía asociada a la riqueza de múltiples experiencias, comenzó -en la perspectiva del autor- a mostrarse como producto de la falta de coordenadas estratégicas comunes, cuando se fortalecieron las tendencias a la recomposición de la autoridad estatal primero y a la polarización entre el kirchnerismo y la oposición ubicada a su derecha después.
Respecto de la cuestión organizativa, el autor plantea en el segundo capítulo que en la mayoría de los agrupamientos el común denominador era el rechazo a la forma del partido de vanguardia leninista (entendido como una organización verticalista y auto-referencial), primando la opción por formas más movimientistas. Aquí, para el autor, el caso del FPDS aparece como el ejemplo principal de una organización caracterizada por la dinámica de movimiento, opuesta a la de partido.
Pero los procesos de profundización de instancias de articulación política mostraron importantes limitaciones, oscilando entre la unificación de tipo multisectorial y el “corporativismo”. En este sentido, el autor hace un balance crítico:
En conclusión, y modo de segunda hipótesis, consideramos que gran parte de las organizaciones de la nueva izquierda o izquierda independiente, construyeron sus organizaciones rehuyendo de “los peligros del bolchevismo”, teorizando sobre cómo “superar” las posibles desviaciones del leninismo, pero elaborando muy poco sobre cómo enfrentar al poder de la clase dominante y a la tendencia desorganizadora del sistema. El prisma movimientista anidó las principales características del corporativismo, las cuales permanecieron en las organizaciones por más que apostaran a la construcción de herramientas multisectoriales, al tiempo que significaron una gran limitación para asumir los desafíos políticos surgidos a partir del 2008. [3]
En el tercer capítulo, se aborda la cuestión de la llamada Izquierda Tradicional (IT), frente a la Nueva Izquierda. Si bien el autor comparte realizar esa distinción, señala que hubo dos métodos para relacionarse desde la Nueva Izquierda: el de reacción y el de diferenciación/complementariedad. En la misma tónica de sus críticas a las limitaciones del antipartidismo, señala que había un importante problema en quienes pensaban la cuestión en términos de una Izquierda Tradicional que debía desaparecer, ya que no comprendían las razones de la persistencia en nuestro país de ciertas tradiciones, particularmente la del trotskismo. Aquí el autor dialoga con reflexiones de Ezequiel Adamovsky y Omar Acha.
Desde la perspectiva de Silva Mariños, ambos métodos se demostraron insuficientes para sus propios objetivos. No se logró construir una Nueva Izquierda que definitivamente superase a la Izquierda Tradicional, ni tampoco el método de la complementación diferenciada logró mayores resultados que algunas confluencias limitadas. Volveremos sobre esto en las conclusiones.
En 2011 se da un punto de inflexión, a partir de la discusión sobre la participación electoral y la política de alianzas, momento en que surge un sector que abiertamente busca orientarse hacia el apoyo explícito al kirchnerismo y otro más volcado a algún tipo de variante de centroizquierda no identificada directamente con el gobierno, de lo que serán expresión un conjunto de intervenciones electorales entre 2013 y 2015, de variado carácter e intensidad, en lugares como Ciudad de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Jujuy.
La cuestión del kirchnerismo
Los debates sobre la posición respecto del kirchnerismo actuaron como un elemento de delimitación estratégica entre diversos sectores del campo de la Nueva Izquierda y al mismo tiempo incidieron directamente en su crisis. Señala Silva Mariños que el kirchnerismo es un hijo externo del 2001, en el sentido de que no es expresión directa del proceso, sino que jugó un rol normalizador y restaurador, dialogando con algunas de sus demandas y dejando de lado otras. Dicho sea de paso, el autor plantea una mirada caricatural de la izquierda trotskista cuando dice que nos esforzamos “por dejar en claro y develar el carácter capitalista del gobierno”, lo cual era evidente, pero “imposibilita analizar las singularidades del proyecto kirchnerista, las cuales se pasaron por alto bajo el término bonapartismo” [4]. Sugiero que revise el blog El Violento Oficio de la Crítica de Fernando Rosso, las viejas revistas Lucha de clases o los libros La izquierda frente a la Argentina kirchnerista de Christian Castillo y La economía argentina en su laberinto de Esteban Mercatante sobre la economía en los años kirchneristas.
Silva Mariños caracteriza como independiente la posición de la Nueva Izquierda frente al kirchnerismo, aunque marca un momento de posicionamiento en el mismo campo con el gobierno cuando se dio el conflicto con las patronales agrarias por la resolución 125. El espacio Otro camino para superar la crisis buscaba plantear medidas que iban más allá del programa limitado del gobierno, pero partiendo de ubicarse en el mismo campo contra las patronales agrarias, a diferencia de la izquierda trotskista que hizo del slogan “Ni K, ni campo” su bandera. Este posicionamiento de la NI iría evolucionando hacia una lógica de apoyar las medidas “progresistas” y criticar las regresivas, que tendría como consecuencia posterior la integración de un sector en el kirchnerismo. Pero para el autor la crisis más importante surgió ante el escenario del balotaje Scioli-Macri, en el que se terminó de dinamitar una buena parte de los posicionamientos que buscaban mantener alguna distancia respecto del kirchnerismo, pasando luego el peronismo a ocupar el centro de la oposición a Macri. Luego de las grandes jornadas de lucha de diciembre de 2017, el peronismo impuso su política de “Hay 2019”, con la que llegamos -pandemia mediante- hasta la situación actual. Silva Mariños señala que en este contexto, las tendencias de la NI que se integraron al FDT juegan el rol de contribuir a que la situación se haga más conservadora, sobre la base de la orientación del actual gobierno hacia el pago al FMI y la política de ajuste.
Legados e impostaciones
El autor afirma que el legado de la NI, es el de haber ampliado los márgenes de la lucha anticapitalista, con temáticas como el ambientalismo, el feminismo y la economía popular. Si bien reconoce que esos temas y movimientos existían antes que la NI, señala que esta habría puesto mayor énfasis en ellos que la IT, más atada al movimiento obrero tradicional. Casualmente, la posición de la IT es presentada apresuradamente, parafraseando expresiones como que estos temas serían parte de “una discusión alejada de las preocupaciones de la clase” [5] pero no se sabe quién ni cuándo lo dijo. El intento de crear una mística para tener un espacio propio adquiere cierta pérdida de las proporciones. Primero porque como él mismo reconoce la NI no puede adjudicarse el desarrollo de movimientos que la anteceden y exceden largamente y segundo porque la IT tiene presencia en ellos de manera más o menos correlativa e incluso en algunos casos anterior a la NI. Pensemos en la alianza entre la gestión obrera de Zanon y el pueblo-nación mapuche (que incluye la defensa del territorio y el medio ambiente como cuestión central), la fundación de la Agrupación de Mujeres Pan y Rosas en 2003 y las reflexiones volcadas en el libro que lleva por título también Pan y Rosas de Andrea D’Atri, publicado por primera vez en 2004. A estas intervenciones habría que sumar también la militancia en el movimiento de DDHH.
¿Muerte o resurrección? Variantes estratégicas
El autor señala la posibilidad de que resurja una Nueva Izquierda pero plantea ciertas condiciones. Una es la formación de una nueva generación militante y la otra es la profundización de la reflexión estratégica de los problemas del socialismo en el siglo XXI.
Silva Mariños caracteriza en este marco tres posiciones principales sobre la cuestión estratégica en las organizaciones de la izquierda independiente: 1) La de un “gobierno popular” independiente de la irrupción de masas. 2) La de un “gobierno popular” anclado en la irrupción de masas (siguiendo los modelos de Evo y Chávez, aunque sin un balance de la evolución de esas experiencias), por la que se inclina el autor y 3) la “anacrónica” idea del “empalme revolucionario” producto del crecimiento de la lucha de clases, que sería la defendida por diversos grupos de características más propagandísticas [6]. Tomando en cuenta que en sus conclusiones plantea que una experiencia de este tipo (la 2) no podría llevarse adelante sin un sector del peronismo [7], la discusión termina en el lugar donde surgió la crisis de la NI: la estrategia de frente antineoliberal.
Algunas conclusiones
Este libro dialoga en varios aspectos (no explícitamente, sino de hecho) con Desde abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y militancias populares (Cuarenta Ríos, 2019) de Mariano Pacheco, más allá de las distintas posturas políticas de los autores. Sin dejar de darle centralidad al 2001, Pacheco le da más importancia a los elementos de continuidad entre las experiencias de los `90, con fuerte protagonismo de los levantamientos del interior y especialmente de trabajadores desocupados y la posterior organización de movimientos que defendían la acción directa y la autogestión democrática de los subsidios. Marcando ahí una limitación en términos estratégicos, señala que esta fue central ante la llegada del kirchnerismo al poder, frente al cual los movimientos se quedaron con pocas alternativas.
Por su parte, Silva Mariños destaca la importancia de dos vertientes movimientistas en la conformación de la izquierda independiente: el movimiento estudiantil combativo y los movimientos de desocupados, pero no aborda los efectos de la institucionalización por el Estado de esos movimientos, centrándose más que nada en los posiciones político-electorales en relación con el kirchnerismo. De ahí que su hipótesis de resurgimiento de la nueva izquierda no aborde tampoco este problema.
El problema de la hipótesis política de un frente antineoliberal basado en la movilización y en el caso particular de Argentina con componentes peronistas es que pretende instalarse -en términos teóricos- entre una posición de conciliación de clases o de alianza policlasista y otra de independencia de clase. En términos políticos, se ha mostrado como una posición muy difícil de sostener, porque tiene poco espacio propio, en tanto los temas del frente antineoliberal (con una gran baja de expectativas) han sido asumidos por el kirchnerismo y no hay actores políticos realmente existentes que expresen una suerte de “frente antineoliberal auténtico”, diferenciado de aquel. Es un tema que no podríamos abordar en profundidad en estas líneas pero está ligado a una serie de cuestiones históricas y políticas: los cambios en la economía argentina y su estructura de clases, los cambios en el peronismo y su relación con el imperialismo por un lado y con las clases populares por el otro. Pero para decirlo resumidamente, el frente antineoliberal realmente existente ya tiene cada vez menos de antineoliberal y el frente antineoliberal imaginario no tiene sujetos que lo encarnen en los términos pensados por Silva Mariños. De ahí que la posición de independencia de clase del FIT-U, con un programa que defiende el gobierno de la clase trabajadora y el pueblo en ruptura con el capitalismo, aparezca con más fuerza que las variantes que, parafraseando al autor, se diferencian del gobierno pero practican una delimitación sectaria con todo lo que sea trotskismo.
En este contexto, el Frente de Izquierda aparece en el relato del autor como un interlocutor, pero más como una suerte de interferencia. Aquí resulta llamativo el modo en que sintetiza las que considera como limitaciones del FIT-U:
A una década de creación del FIT poco se ha avanzado en la construcción unitaria, en una sólida inserción de masas, se continua en una delimitación sectaria de toda expresión que exceda al trotskismo, y si bien se obtuvo representación legislativa no se ha evidenciado un salto cuantitativo/cualitativo en el caudal electoral reunido. [8]
En esta frase, “construcción unitaria”, “delimitación sectaria” y “salto cuantitativo/cualitativo” aparecen como expresiones vacías. Se ha avanzado en construcciones todo lo unitarias que las diferencias de estrategia y práctica lo permiten. No quedan claros cuáles serían los parámetros para definir un “salto cuantitativo/cualitativo” en el caudal de votos, desconociendo -como hace el autor- la posición del FIT-U como tercera fuerza política en el plano nacional. Por último, la delimitación del FIT-U es respecto de con cualquier “expresión” que no defienda la independencia frente al Estado, el gobierno y el peronismo, no por razones “identitarias”. Silva Mariños hace suya la idea de una Izquierda Tradicional que debiera ser superada, en lugar de pensar en qué medida una experiencia como la del FIT-U podría ser un punto de apoyo para el desarrollo de una política de movilización social y lucha de clases.
En este sentido, a diferencia del autor, consideramos que los acercamientos de diversos sectores de la NI con el FIT-U resultan auspiciosos, como parte de un posible proceso de discusión política más profundo. La movilización del pasado 11 de diciembre, organizada de manera unitaria contra la política del gobierno de acordar con el FMI ha sido un paso importante en el camino de la acción común y está planteado profundizar el debate respecto de los problemas estratégicos que se abren en la situación política y plantean desafíos para la intervención de la izquierda.
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