El presente artículo es un fragmento de un trabajo de mayor extensión titulado: Breve Historia de las Personas con Discapacidad: de la opresión a la lucha por sus derechos, publicado originalmente en 2014. Desde entonces ha sido ampliado y corregido.
Domingo 3 de diciembre de 2017 00:00
Entre 1780 y 1790 se produjo en algunas regiones de Inglaterra –como el caso de Manchester-, un aceleramiento del crecimiento económico. Este proceso que daría en llamarse «la Revolución Industrial» no implicaba solo cambios cuantitativos en torno a la producción sino también cualitativos en el sentido en que se realizaban en el marco de una economía capitalista. Por un lado se “liberaba” a la mano de obra al destruir las formas de autoabastecimiento de la economía campesina, por lo cual los sectores despojados debían emplearse como asalariados a fin de obtener ingresos monetarios que le permitieran adquirir bienes de consumo en el mercado. Por otro lado el mercado interno y las reformas en la agricultura (cercamiento, arrendamientos, producción de materias primas) incentivaron la creación de industrias a lo largo de las islas británicas.
El advenimiento de una economía capitalista basada en la producción industrial llevó a una división técnica del trabajo en la cual los propietarios de los medios de producción –la burguesía- procuraron contratar solo a quienes consideraban capaces de realizar tareas repetitivas durante largas horas de trabajo –jornadas de 14 a 18 horas- en condiciones francamente inhumanas. Esta situación se mantendría a lo largo de todo el siglo XIX en la mayoría de los países industrializados. En Inglaterra, en 1801, una legislación limitó la jornada de trabajo a 12 horas y recién a mediados del siglo se consiguieron las 10 horas. La introducción de maquinaria, lejos de mejorar la situación de la clase obrera, mantuvo y acentuó la jornada laboral extenuante y los salarios miserables (1).
Al respecto cabe citar a Friederick Engels que en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), señalaba que “¡He aquí, pues una buena lista de enfermedades, debidas únicamente a la odiosa codicia de la burguesía!. Mujeres incapacitadas para la procreación, niños lisiados, hombres debilitados, miembros aplastados, generaciones enteras estropeadas; condenadas a la debilidad y la tisis, y todo ello, ¡únicamente para llenar la bolsa de la burguesía!”.
Más adelante cita un reporte de Power: "Puedo realmente afirmar que el sistema manufacturero ha provocado en Bradford una multitud de lisiados... y que los efectos físicos de una labor muy prolongada no se manifiestan solamente bajo el aspecto de deformaciones verdaderas, sino de manera mucho más general, por la paralización del crecimiento, el debilitamiento de los músculos y la endeblez”.
La industria capitalista dejaba un gran número de personas con discapacidad, como se puede apreciar en otro fragmento: “En Manchester, se puede ver, aparte de numerosos lisiados, un gran número de mutilados; uno ha perdido todo el brazo o el antebrazo, otro un pie, aun otro la mitad de la pierna; tal parece que se halla uno en medio de un ejército que regresa de una campaña. Las partes más peligrosas de las instalaciones son las correas que trasmiten la energía del eje a las diferentes máquinas, sobre todo cuando tienen curvas lo cual es, cierto, cada vez más raro; quienquiera que sea atrapado por esas correas es arrastrado por la fuerza motriz con la rapidez del relámpago, su cuerpo es lanzado contra el techo después contra el suelo con una violencia tal que raramente le queda un hueso intacto y la muerte es instantánea” (2).
Fue en este contexto que se empezó a utilizar el concepto de «Discapacidad» entendida como la incapacidad para ser explotado con el objeto de generar ganancia para la clase capitalista. Las personas consideradas «discapacitadas» junto con los pobres en general, comenzaron a ser vistas como un problema social y educativo, y progresivamente segregadas en instituciones de todo tipo, tales como los “hospitales generales” franceses (3), los workhouses (hogares para pobres donde se los obligaba a trabajar), asilos (como el que se creó en Montpellier), colonias, escuelas especiales (en 1881 aparece la primera escuela pública para personas con discapacidad mental en Leipzig, y para 1863 había 22 escuelas para sordos en los Estados Unidos) o la cárcel (a través de la represión utilizando leyes de vagancia y mendicidad).
El desarrollo de estas instituciones, tal como las concibieron Foucault o Althusser, adquirió mayor sentido con el surgimiento del sistema capitalista, combinándose el control físico del cuerpo con el control de las mentalidades. Las instituciones de encierro no tenían como objetivo sacar de circulación a estas personas sino “normalizarlas” para que encajaran en la sociedad. Las cárceles, las escuelas, los talleres y los hospitales cumplían el mismo objetivo disciplinario. Aunque no se recluyó a todas las personas con discapacidad, la existencia de estas instituciones marcó su destino en el imaginario colectivo.
Imagen de una industria textil del siglo XIX, en donde la explotación laboral dejaba a muchos obreros en situación de discapacidad
En El Capital (1859), una de las obras más importantes para entender el surgimiento y desarrollo de la economía capitalista, Karl Marx señala que la burguesía dispone de la creación de una sobrepoblación relativa o «ejército industrial de reserva» que se encuentra “a disposición del capital, que le pertenece a este tan absolutamente como si la hubiera criado a sus expensas. Esta sobrepoblación crea, para las variables necesidades de valorización del capital, el material humano explotable y siempre disponible, independientemente de los límites de aumento real experimentado por la población”. Esta reserva no existe paralela a la producción capitalista, sino que ha sido creada a través de “la condena de una parte de la clase obrera al ocio forzoso mediante el exceso de trabajo impuesto a la otra parte y viceversa, se convierte en un medio de enriquecimiento del capitalista singular” (4). El capitalismo requiere de ella para mantener a la baja los salarios de la población ocupada.
Para Marx tendríamos entonces dos tipos de Ejércitos Industriales: uno Activo y otro de Reserva. Al segundo pertenece en algún momento toda la clase obrera, ya sea cuando se encuentra desocupada o cuando trabaja a tiempo parcial. No obstante hay un sector tan marginado que no puede llegar a formar parte del Ejército Activo en ningún momento. Son las personas con discapacidad, que no solo se ven imposibilitadas de ingresar al sistema de producción, sino que el mismo sistema al generar la separación del hogar y el trabajo, y como consecuencia del debilitamiento de la producción artesanal y el trabajo agrícola (en donde las personas con discapacidad realizaban un aporte a la economía familiar), deja a estas personas sin posibilidad de subsistencia y –en las clases populares – dificulta incluso el ingreso a la vejez.
Por otro lado a lo largo del siglo XIX se dieron algunos avances en la educación de personas con discapacidad. El sistema de lectura y escritura táctil para personas ciegas fue inventado en 1825 por Louis Braile –quién quedó ciego en su niñez debido a un accidente en el taller de su padre- cuando tenía 13 años luego de que el director de la Escuela para Sordos y Ciegos de París le pidió que probara un sistema de lectoescritura inventado por el militar Charles Barbier para transmitir órdenes a puestos de avanzada sin tener necesidad de delatar la posición durante las noches. Braille descubrió al cabo de un tiempo que el sistema era válido y lo reinventó utilizando un sistema de ocho puntos. Al cabo de unos años lo simplificó dejándolo en el sistema universalmente conocido y adoptado de 6 puntos.
Persona en silla de ruedas a finales del siglo XIX
En Argentina se abrió en 1857 la primera escuela para personas sordas e hipoacúsicas, la Sociedad Filantrópica «Regeneración», por iniciativa del músico y maestro alemán Karl Keil (1825-1871). En la década de 1880 se creó el Instituto Nacional de Sordomudos, y en 1887 el pedagogo español Juan Lorenzo y González comenzó a educar a un grupo de niños ciegos del Asilo de Huérfanos.
En el Imperio Alemán el canciller conservador Otto von Bismarck implementó una serie de reformas tendiente a mejorar la situación de la clase obrera para contrarrestar la influencia que tenía en ella la socialdemocracia. En 1883 se aprobó una ley que creaba las Cajas de Seguro de Enfermedad obligatorio. Las cajas se financiaban con aporte de los obreros (entre el 1,5 y el 4% de su salario), la patronal y el Estado, y eran administradas por sus propios beneficiarios. Esto reemplazaba el mutualismo inglés (que era optativo) y la beneficencia (que reproducía prácticas de dominación) por un sistema de seguridad social solidario y obligatorio. En 1884 se aprobó la Ley de Accidentes de Trabajo, que brindaba atención a los obreros que quedaban en situación de discapacidad como consecuencia de su trabajo. En 1889 la Ley de Vejez e Invalidez. Todas estas leyes quedaron plasmadas en el primer Código de Seguridad Social de 1911.
Pero hay que aclarar que si bien se produjeron algunos pequeños avances en la educación y protección social de las personas con discapacidad, por lo general la situación de este sector de la población empeoró con el surgimiento de la economía capitalista al desarticularse los mecanismos de solidaridad de las sociedades campesinas precapitalistas y los modos de producción artesanal que se llevaban a cabo en el hogar. A lo que hay que sumar la multiplicación de casos de obreros que quedaban en situación de discapacidad por la brutal explotación a la que eran sometidos.
Para poner fin a esta situación, las personas con discapacidad comenzaron a constituir a lo largo del siglo XX organizaciones que, en conjunto con otros sectores movilizados de la sociedad, emprendieron una lucha para conquistar los derechos que les fueron negados. En las últimas décadas algunas organizaciones han superado el reclamo «reformista» por el “derecho a ser explotadas” dentro del sistema capitalista, para plantear una postura «revolucionaria» que se propone construir una nueva sociedad basada en la solidaridad e igualdad, en donde no exista ninguna forma de opresión o discriminación.
Referencias:
(1) Godio, Julio; Los orígenes del movimiento obrero, Buenos Aires, CEAL, 1971, p. 10.
(2) Engels, Friedriks; La situación de la clase obrera en Inglaterra, edición original de 1845, en: http://www.marxismoeducar.cl/me-01a.htm, 2001.
(3) A diferencia de lo que podría indicar su nombre, los “Hospitales Generales” no eran instituciones de salud sino estructuras administrativas con estatuto semijurídico que le otorgaba autonomía legal por fuera de los tribunales ordinarios para decidir la detención de personas consideradas antisociales, solo por orden del Director del Hospital o los prefectos de la Policía. El artículo XII establecía que tenían poder de autoridad, detención, administración, policía, jurisdicción, corrección y castigo. A poco de su creación en 1656, el 1% de la población total de Francia había sido encerrada. Galende, Emiliano; “Breve Historia de la Crueldad Disciplinaria”, en: Galende, Emiliano y Kraut, Alfredo; El Sufrimiento Mental, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2008, pp. 31- 32.
(4) Marx, Karl; El Capital: crítica de la economía política, cap. XXIII, en: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/23.htm.