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Las pibas en la encrucijada

Lucía Battista Lo Bianco

mujer
Ilustración: Carolina Daglio

Las pibas en la encrucijada

Lucía Battista Lo Bianco

Ideas de Izquierda

Entre la rebelión y el parlamento, una reseña crítica de La Revolución de las hijas de Luciana Peker.

El libro [1] se propone sintetizar algunas conclusiones del 2018 para preparar el porvenir del movimiento de mujeres que, como se vio el pasado 28 de mayo, está en plena efervescencia. Mal que le pese a muchas y a muchos de los que se preparan para octubre.

En esta reseña queremos centrarnos en un aspecto que hace a la propuesta política: la apuesta a convocar a las pibas (e interpelar también a las coaliciones políticas) a integrar las listas electorales en este 2019.

A la conquista de las listas: las pibas “al poder”

Una de las tesis que la autora defiende, es que el movimiento de mujeres es un movimiento político. Para definir su alcance, plantea algo que expresa una delimitación de ciertas versiones del feminismo liberal y del modo en que las instituciones del Estado capitalista han incorporado “el género” a sus discursos [2]: que las demandas de las mujeres van mucho más allá del mero hecho de imponer una “agenda de género”. ¿Y cómo tiene que hacer el movimiento de mujeres para lograr que sus demandas vayan “más allá”? La respuesta, a tono con el año electoral en que se publica el libro y en diálogo con la relativa crisis de representación de la política tradicional, es la siguiente: que en esta próxima contienda electoral las pibas que estuvieron en la vanguardia del movimiento sean parte de los armados políticos para disputar espacios como “trincheras” del feminismo.

Ante esto, lo primero que habría que preguntarse es: ¿qué listas habría que integrar? ¿Junto a quiénes? Esto es importante porque, como la autora reconoce, el hecho de que haya mujeres en las listas e incluso en los bloques parlamentarios, no es garantía de un avance en materia de derechos. Peker resalta que “la cifra más alta de participación igualitaria es en el Senado, justo en la cámara que frenó el aborto legal, seguro y gratuito” [3]. Si esto es así, y siguiendo la propuesta de Peker de esclarecer –y no de confundir- al enemigo, la discusión sobre qué alianzas políticas son necesarias para conquistar nuestros derechos, resulta un debate estratégico.

¿Furgón de cola?

Peker reconoce que las coaliciones electorales se conforman a partir de “listas sábanas” con las que no hay que evitar “acostarse” [4]. Por eso su planteo se vuelve problemático cuando el programa de los espacios que las pibas están llamadas a integrar, no posee los derechos de las mujeres dentro de sus demandas, empezando por el derecho al aborto legal. Veamos la experiencia del Frente Patria Grande, que integra Ofelia Fernández junto al heraldo papal, Juan Grabois. La incorporación de Ofelia, como referente del feminismo, fue a costa de que la demanda del derecho al aborto no forme parte de la plataforma política de Patria Grande. Si cuando Cristina propuso la convivencia de pañuelos verdes y celestes, muchas compañeras se preguntaron cómo sería posible que convivan mujeres que pelean por el derecho al aborto y antiderechos confesos en la misma alianza política, el Frente Patria Grande ofreció una respuesta: es posible omitiendo del programa esa demanda. Y es probable que esa misma omisión le abra la puerta a Ofelia para competir en el armado peronista del binomio Fernández-Fernández.

Una perspectiva de este tipo (integrar listas a cambio de bajar programa), no pareciera producirle a Peker ninguna contradicción. En los términos de la autora, es parte de lo que habría que hacer aunque sea con el riesgo de… “tragarse sapos, dobles discursos y [buscar] aliados que no lo son” [5]]]. El argumento se sostiene por la definición de que las feministas “no somos coherentes sino contradictorias” [6]. Si bien una puede (y debe) aceptar, caracterizar y problematizar las contradicciones del movimiento feminista (no solo hoy sino en su más de un siglo de historia), lo que no puede (ni debe) hacer es transformar esas contradicciones en una propuesta política que las incluya. ¿Qué está proponiendo Peker? ¿Una “unidad hasta que duela”? ¿Cuál es la diferencia de este planteo con el de Cristina Fernández de Kirchner llamando a la unidad entre pañuelos verdes y celestes? En el caso de Cristina (y de Alberto Fernández) se trata abiertamente de considerar la lucha por el aborto legal como una demanda “secundaria”, motivo por el cual hay que “dejarla para más adelante” [7].

En el caso de Peker, se trata de considerarla como una lucha central (e incluso reivindicarla como una “revolución”), pero esta centralidad se convierte en una reivindicación impotente porque su propuesta política se contrapone con la reivindicación. Por el contrario, Peker termina reconociendo y adoptando el objetivo de Cristina: conducir al movimiento detrás del armado peronista de octubre, plagado de antiderechos. En lugar de llamar a las pibas a dar la lucha política y a exigir que las alianzas electorales (como la de Fernandez-Fernandez) levanten el programa del derecho al aborto, como condición para recibir su apoyo electoral y su fuerza militante, las llama a aceptar como inevitable la conciliación entre quienes queremos decidir y quienes no quieren que decidamos (tanto). De este modo, lo que debería ser un principio de rebeldía, al reconocer que el armado Fernández-Fernández no va a incluir el derecho al aborto en su programa, en Peker se transforma en un principio de resignación. Así propone buscarle la vuelta para votarlos igual. Del “nunca menos” al “siempre menos”.

¿Qué hacemos con el backlash?

Uno de los puntos que resultan interesantes del planteo de Peker es que no es ingenua respecto de la derrota que sufrimos el año pasado en el Senado. Por el contrario, lo lee como backlash (reacción) que implicó la avanzada de los grupos antiderechos de las Iglesias, como contraofensiva a la movilización de las mujeres durante todo el 2018. Este reconocimiento introduce en el libro una nueva contradicción porque esos grupos no avanzan en el vacío, sino que cuentan con políticos oficialistas y de la oposición peronista, que se ocupan de prepararles el terreno, a través de un doble mecanismo. Por un lado, haciéndole concesiones como funcionarios del Estado a militantes de las Iglesias como Vidal (Cambiemos) en la provincia de Buenos Aires o Magario (PJ) en La Matanza; o dándole cobertura a las brutalidades impulsadas por los grupos antiderechos que obligaron a parir a niñas, como el caso de Manzur (PJ) en Tucumán (que irá con el armado Fernández-Fernández) y el radical Morales en Jujuy. Y por el otro, construyendo un relato (sí, otro más) en el que se lee la enorme y multitudinaria lucha de 2018 por la legalización del aborto, como una lucha que fue demasiado radical, según las expresiones de Alberto Fernández que llamó a las mujeres a no ser “tan radicales”, a “esperar para no dividir a los argentinos” o a cambiar legalización por despenalización. Ambos mecanismos, no solo confunden al propio movimiento de mujeres, sino que fortalecen la avanzada de los grupos antiderechos.

Entre el decisionismo y el seguidismo feminista

He aquí la contradicción que recorre todo el libro de Peker. Por un lado, no escatima adjetivos al reconocimiento de la fuerza y la centralidad que tuvo la lucha del 2018 y que permite pensar al movimiento de mujeres como algo mucho más profundo que un mero movimiento “corporativo”. Tampoco esquiva el balance político de esa lucha y, contra las visiones ingenuas (o maliciosas) que sostuvieron que no importaba la ley porque “ya habíamos ganado”, plantea que una derrota implica un retroceso y que eso se paga con vidas. Pero paradójicamente, su propuesta política no se diferencia un ápice de quienes le bajan el precio al movimiento y lo llaman, o bien a moderarse, o bien abiertamente a desmovilizarse. Esa contradicción hace que una no pueda dejar de preguntarse: ¿por qué a un movimiento tan disruptivo, se le propone ir con el arcaico PJ que de disruptivo no tiene ni el recuerdo? Tranquilamente el feminismo podría exigirles a los candidatos (a los que se cansaron de posar con el pañuelo verde) que incorporen en sus programas el derecho al aborto legal. Hasta ahora, solo el Frente de Izquierda lo levanta desde su fundación en 2011. Pero para la autora, esta exigencia de un programa favorable a los derechos de las mujeres no parece ser una alternativa.

La fuerza desplegada en las calles, que le produce emoción a Peker (al igual que a las miles que somos parte), termina encorsetada y regimentada dentro de los estrechos márgenes de los partidos tradicionales, los mismos que hicieron que el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina, sea todavía un derecho por conquistar.

Pero más aún, Peker habla de “revolución” y, sin embargo, termina negando el aspecto más disruptivo que tuvo el movimiento de las pibas: su fuerte cuestionamiento al sector más antidemocrático del régimen político al que, luego de la derrota del Senado, lo apodó “los dinosaurios” (y dinosaurias, digámoslo todo). La conquista de la media sanción en Diputados y la derrota en el Senado, enseñó que no hay que creerle al preámbulo de la Constitución que afirma que ellos son “los representantes del pueblo de la Nación Argentina”. Enseñó que, incluso con un millón de personas en la calle, esos “representantes”, legislaron para los intereses de las Iglesias, de los gobernadores y sus oligarcas burguesías, pero no para nosotras. Demostró que solo la confianza en nuestras propias fuerzas, en la capacidad de organización democrática en asambleas y la movilización independiente, es la forma de luchar por conquistar y defender nuestros derechos. Fueron esas enseñanzas las que hicieron que la marea verde haya parido como insignia el pañuelo naranja simbolizando la “Separación de la Iglesia del Estado”. Porque las pibas sí se enojaron con la Iglesia, contra el pedido de Cristina desde el Senado el mismísimo día de la votación (que fue una anticipación del discurso de CLACSO).

Entonces cabe preguntarnos si para hacer valer los derechos de las mujeres, es una alternativa realista tejer alianzas con aquellos que creen que nuestras vidas pueden esperar. ¿No es en realidad esto, un llamado más a la moderación de las pibas? Desde el punto de vista del feminismo, no hay dos respuestas posibles a la pregunta elemental, de si se puede dejar para más adelante la urgencia de terminar con las muertes por abortos clandestinos. Hay una sola: no. Y se debe actuar en consecuencia. Por eso, la pelea urgente y necesaria del feminismo encabezado por las pibas no debe estar centrada en la disputa por los cargos en sí mismos, sino por la incorporación del derecho al aborto (y todas las demandas del movimiento de mujeres) en los programas políticos. Si esto no sucede, que no cuenten con nosotras.

Un feminismo en tiempos de ajuste

Pero Peker tiene razón cuando dice que la agenda del movimiento de mujeres no puede reducirse a una “agenda de género”. La materialidad de la vida de las mujeres no se reduce a eso, lo asume y le dedica un capítulo a la precarización de las jóvenes. Al movimiento de mujeres no puede serle indiferente qué va a hacer cada coalición política en un país gobernado por el FMI, con el que ninguna de las opciones mayoritarias está dispuesta a romper. Y esto es así porque las principales afectadas por las políticas de ajuste y la precarización del trabajo y de la vida, son las mujeres trabajadoras, las pobres y las jóvenes, esas que, Peker dixit, “paran la olla”. Del macrismo nada podemos esperar. Pero ¿cómo se disputan estos espacios “desde adentro del peronismo” si no solo “hay que dejar para más adelante” el derecho al aborto legal, sino que además hay que reconocer la deuda contraída con el FMI, que solo nos garantiza más mujeres (y hogares) pobres?

Muy al contrario, actualmente el movimiento de mujeres tiene planteada una tarea estratégica que es defender las condiciones de vida del pueblo pobre y trabajador, entre los cuales la inmensa mayoría son mujeres y niñas. Por eso, no alcanza con que el gobierno que venga tenga mujeres en sus bancas y gabinetes, tampoco que tenga feministas que presionen por una “agenda de género”. Se trata de enfrentar con la fuerza de toda la clase trabajadora (que hoy más que nunca tiene rostro de mujer), con las mujeres de los sectores populares, con las pibas de la marea verde, el ajuste neoliberal del FMI. Pero también se trata de potenciar esa alianza para pelear ahora (no más adelante) por los derechos de las mujeres. No son dos agendas paralelas, sino articuladas porque, como ya se sabe: el derecho a abortar es un privilegio de clase. Y las principales muertas por abortos clandestinos son las mujeres trabajadoras, jóvenes y pobres; así como también son las primeras en cargar sobre sus espaldas las consecuencias de la austeridad. Para ellas no hay “contradicción principal” y “secundaria” sino que se trata de una misma lucha en defensa de sus vidas.


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NOTAS AL PIE

[1Peker, Luciana, La revolución de las hijas, Bs. As., Paidós, 2019.

[2Murillo, Celeste, "Feminismo cool, victorias que son de otras", Idz 25, 2016.

[3Peker, Luciana, ob. cit., p. 94.

[4Ibídem, p. 98.

[5[[Ibídem, p. 204.

[6Ibídem, p. 19.

[7Varela, Paula, "La contradicción principal", La Izquierda Diario, 21/11/2018.
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Lucía Battista Lo Bianco

Es Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y actualmente investiga sobre temas de literatura Latinoamericana. Es militante del PTS.