Ministros de Justicia que no respetan las leyes. Ultraliberales reaccionarios y neoliberales progresistas que defienden valores conservadores. ¿Qué tiene que ver la motosierra con la sagrada familia? La culpa, como siempre, la tenemos las feministas.
"Boludo, esto está textual del discurso de Milei", le dijo el ministro de Justicia a un asistente, sin calcular que su micrófono seguía abierto. Quedó claro que, en la comisión parlamentaria, Mariano Cúneo Libarona estaba leyendo un texto que no era propio o, mejor dicho, que intentaba hacer propio después de haber expresado una postura diferente pocos meses antes. El ministro al que le daba odio la desigualdad de género, ahora sostenía sin ningún fundamento que “se acabó el género." En sus exabruptos incluso rechazó "la diversidad de identidades sexuales que no se alineen con la biología", a las que calificó de “inventos subjetivos”. No advirtió que robarle palabras textuales a Milei lo hacía quedar mal y tampoco, algo peor: que siendo el ministro de Justicia no debería desconocer ni mucho menos incumplir la ley nacional Nº 26.743, de identidad de género.
Este gobierno de la ultraderecha neoliberal tiene posiciones que parecen improvisadas y contradictorias respecto de los derechos sexuales y reproductivos y las libertades civiles en lo que atañe a los géneros. "¿Por qué no puedo decidir sobre mi cuerpo? ¿Cuál es el problema?", decía Javier Milei en campaña electoral para justificar su extravagante postura sobre la venta de órganos, al tiempo que rechazaba la legalización del aborto conseguida por la intensa movilización del movimiento de mujeres y los feminismos durante más de una década. Milei, la canciller Diana Mondino y otros funcionarios apelaron a analogías inauditas para explicar que son muy liberales en su "tolerancia" del matrimonio igualitario. Todos recordamos el ejemplo que el presidente dio al periodista Jaime Bayly. "¿Qué me importa a mí cuál es tu elección sexual? Suponete que vos querés estar con un elefante, si tenés el consentimiento del elefante problema tuyo y del elefante", espetó Milei, sin advertir (¿o sí?) que estaba asimilando un derecho democrático consignado en las leyes argentinas para personas con capacidad de consentir, a lo que, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V, es una parafilia. Hace pocos días, en una entrevista donde mostró un indisimulable apoyo al gobierno de Milei, el histórico frontman de Los Ratones Paranoicos, ofendió a las personas transexuales con un ejemplo igualmente falaz. "Si vos decís, ‘ay, me percibo cacerola’, no sos una cacerola". El ejército de trolls a sueldo de Santiago Caputo hace eso a diario en redes sociales: no solo son ofensas sino actos de discriminación. En una entrevista, el influencer mileísta Danann -expareja de la actual diputada Lilia Lemoine- condenado por discriminación, decía: "A mí no me molesta que Juan Carlos se autoperciba Diana (...), a mí lo que me molesta es que tengamos leyes que me obliguen a someter mi percepción a la percepción que tiene otra persona". Otra vez un argumento falaz que confunde, porque la ley establece el derecho de las personas transexuales a consignar su identidad de género y su nombre en la documentación y a ser tratadas conforme a ello. No obliga (ni podría hacerlo) a someter la percepción de nadie a nada, sino a respetar la identidad de les otres, sea cual fuere la propia percepción, opinión y valoración al respecto. [1].
Pero ahora, ahí teníamos al ministro Cúneo Libarona oponiendo el derecho a la identidad de género, al matrimonio igualitario y los derechos de las víctimas de violencia de género, con otros "valores", explicando que este gobierno "va por la familia. La familia es el centro de la sociedad y la educación. Los valores familiares tradicionales son el amor, la unión, el trabajo, el estudio, la igualdad ante la ley". Si estas declaraciones no las hubiera hecho en una sala de audiencias de la cámara de Diputados, bien podrían haber sido confundidas con un sketch por todos los que conocemos su pasado noventista o la más reciente intervención de su estudio jurídico en la defensa del exgobernador peronista José Alperovich, condenado a 16 años de prisión por abuso sexual contra su sobrina. [2]
Ensalada de palabras, disparadas como verdades incontrastables aunque resulten contradicciones flagrantes, que alimentan odios bien tangibles. Resentimientos fogoneados contra los más vulnerables, que se confunden y entremezclan con motosierras, licuadoras y brutales represiones. Shock económico, batalla cultural, posverdad y trolls explotando la animadversión en las redes sociales. Bullshit.
Al patriarcado lo defienden sus amigos: la reacción laica y clerical
En el principio, fue el Vaticano. Ya en los ‘90 arremetió contra la teoría de los géneros del feminismo, que cuestionaba la perspectiva biologicista de la identidad. Para la Iglesia esto significaba un atentado contra las leyes de la naturaleza, porque si dios nos hizo machos y hembras fue para garantizar la reproducción mediante la familia heteronormativa, célula básica de la sociedad. La contraofensiva neoliberal acompañaba sus políticas de flexibilización y precarización del trabajo, privatizaciones y ajuste fiscal, con una fuerte reacción clerical. En aquellos años, la Organización de Naciones Unidas propiciaba las conferencias internacionales sobre Población y Mujer, incorporando los derechos sexuales y reproductivos en el discurso público de los Derechos Humanos y avanzando, por esa vía, en la institucionalización de los movimientos sociales que habían emergido en décadas anteriores. Esto intensificó la actividad militante de la Iglesia en su defensa del "orden moral reproductivista y matrimonial". [3] En Argentina, la reacción eclesiástica es fácilmente identificada por cualquiera que haya asistido, en aquellos años, a los anuales Encuentros Nacionales de Mujeres. Para 1997, en la capital de San Juan, la Iglesia montó un evento paralelo cuyo objetivo fue el hostigamiento permanente a las mujeres que participaban del Encuentro, incluyendo pintadas amenazantes y artefactos explosivos en los micros de algunas delegaciones. La lucha por la legalización del aborto y la teoría de género eran el blanco de los ataques. Esta actitud se repitió e incluso, escaló, en los años siguientes. [4] Los soldados de Cristo tenían claro que el enemigo a combatir era esa convicción, que empezaba a popularizarse aun cuando el movimiento feminista todavía no fuera masivo en estas tierras, sobre la deuda de derechos democráticos y libertades civiles para las mujeres.
Contra un movimiento feminista que especialmente en Argentina, pero también a nivel internacional, vuelve a tomar las calles contra la violencia sexista y por el derecho a decidir, de manera masiva en los años recientes, resurge la reacción. Pero el ataque conservador que antes abrevaba en textos medievales y fundamentos teológicos, se laicizó adoptando un formato de rebeldía frente a la supuesta "dictadura de lo políticamente correcto", con fake news, "hechos alternativos" y otras triquiñuelas discursivas de la era de la posverdad. "La incorrección se trata cada vez menos de un recurso que consiste en transgredir alguna regla establecida, en hacer algo inesperado en el lugar prohibido o en cuestionar lo que nadie se anima a cuestionar. Y se trata cada vez más de un dispositivo que esconde lealtad a los códigos y los valores de siempre, que permite desplazar la frontera de lo decible, y devolver al centro de la escena política al fascismo, la xenofobia, la misoginia y el racismo…", dicen en el espacio colectivo de cultura y política Entre, de Uruguay. [5] Y para esta batalla ultraconservadora se apela al negacionismo. Niegan que el otre sea quién dice ser, niegan que haya brechas de género en casi todas las actividades o sectores que pueden comprobarse empíricamente, niegan la existencia de la violencia de género y los discursos y crímenes de odio. Como le dijo Myriam Bregman en el debate de candidatos presidenciales de 2023 a Javier Milei, todo eso "¿lo niega por ignorancia o por machismo?" Sin racionalidad ni evidencias, se impone una reacción que apela más a las pasiones tristes, donde las creencias personales y la opinión se imponen por sobre los conocimientos fundamentados. La reacción es negacionista y, como señala el sociólogo Éric Fassin, también antiintelectual: no se preocupa por demostrar las evidencias de sus afirmaciones porque, en última instancia, los hechos no importan en absoluto. [6] En otras palabras, Judith Butler también refiere a esta (i)lógica con la que se construye el enloquecedor relato de las ultraderechas: "Enseñar sobre el género se considera abuso de menores, defender el derecho al aborto se equipara a defender el asesinato, garantizar el derecho a la reasignación de género es un ataque contra la Iglesia, la nación y la familia: todas estas afirmaciones dependen de una forma histérica de entender el abuso, el ataque y el asesinato, que puede desplazarse y condensarse en figuras, palabras y fantasías cargadas de un poder enorme." [7]
Pero el backlash no es solo liberal-libertario.
El resentimiento nacional y popular
Como advertía Verónica Gago, en un artículo de 2019, hay otras reacciones político-ideológicas contra los feminismos, que atacan desde el flanco ¿izquierdo? "Una de las operaciones relacionadas es asociar la ‘ideología de género’ al colonialismo. Otra consiste en infantilizar el feminismo como política trivial, de clase media, frente a la urgencia popular del hambre." [8]
El cardenal Jorge Bergoglio, que se hizo fama de izquierdista en el mundo desde que fue ungido como Francisco I, es uno de los adalides de este combate contra la "ideología de género" con nuevos argumentos antineoliberales de resonancias antiimperialistas, donde la sola idea de que las mujeres tengan derecho a decidir sobre su propio cuerpo se asocia al individualismo, al egoísmo y el hedonismo propios de la época neoliberal. Ya no se trata solo de castigar el incumplimiento de los principios morales y religiosos, sino de fundamentar la penalización divina en que esos valores cristianos se transgreden sucumbiendo a la política colonialista e inhumana del imperialismo. La Iglesia (y las iglesias) colaboran con el Estado capitalista conteniendo el potencial estallido social por el hambre provocado por las políticas neoliberales, mientras adoctrina en su "familiarismo antiimperialista" y presenta al feminismo como una ideología foránea, colonialista y amoral, además de ajena a los intereses del pueblo pobre. En esa misma lógica se inscribe el predicamento de Juan Grabois, miembro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano y político autóctono del amplio espacio del peronismo. Su firme posición contra la legalización del aborto, como sus circunstanciales exabruptos machistas -además de otras valoraciones políticas conservadoras- se contraponen, generalmente, en 180 grados con las expectativas de un sector progresista que tiene que hacer malabares para justificar las flagrantes contradicciones de su referente.
"Pero hay una torsión más que, por remanida, no es menos importante: podemos argumentar contra la maniobra de sectores supuestamente aliados o progresistas que nos obligan a convertirnos en estrategas de la derrota y a explicar de modo culpabilizador en qué contribuimos, desde las luchas transfeministas, al triunfo de las ultraderechas. (...). Por un lado, se desprecia al movimiento feminista como dinámica estructural de transformación (a fin de cuentas, se afirma aquí y allá, se trata de cuestiones superficiales o de modas), mientras que, por otro, se lo responsabiliza de la ‘derechización’ de la sociedad (¡fuimos demasiado radicales y demasiado rápido!)", cito nuevamente a Verónica Gago que lidera el colectivo NiUnaMenos. [9] No es algo menor: la izquierda política y unas pocas voces apartidarias del movimiento feminista rechazaron esta "torsión" incluso mucho antes de la derrota electoral del peronismo en 2023. Me refiero al momento en que la crisis manifiesta de la administración de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, hacia el medio término del mandato, se quiso resolver con la designación del antiderechos Juan Manzur como jefe de gabinete, para otorgarle "volumen político" al alicaído gobierno. La reacción fue justamente esa que describe Gago: atribuirle a las voces críticas la incapacidad de comprender las urgencias del hambre, por defender políticas triviales que solo pueden importar a las feministas de las clases medias urbanas. Los ásperos debates llegaron incluso a las asambleas feministas, donde por supuesto, la izquierda era desestimada e invitada a "correrse, que estamos gobernando". Todo lo cual se acrecentó y profundizó (¡incluso como arrepentimiento y autocrítica!), cuando la derrota electoral frente a Javier Milei dejó perplejo al peronismo y sumió en una crisis sin precedentes a sus sectores progresistas.
La célula básica de la sociedad… de clases
Como lo señalan distintas autoras, debemos considerar que la descomunal reacción actual de las derechas contra lo que han denominado "ideología de género", no hace más que rendir homenaje -en cierto modo- a una previa acción que intuyeron amenazante del orden heteropatriarcal. La última oleada internacional feminista, que en Argentina tuvo una de sus expresiones más intensas y masivas, puso en discusión -aunque fuera de manera difusa- no solo la autonomía de las mujeres, sino también que el capitalismo, o al menos su fase neoliberal, estaría necesariamente entrelazado con ese orden patriarcal de jerarquización y estabilidad de los géneros, que se estaba cuestionando.
Y esa intuición no está errada. Aunque no se trata de una necesidad solo del neoliberalismo sino de todos los modos de producción clasistas que, desde sus orígenes, consolidaron dinámicas familiares que facilitan la explotación de las clases productoras y, a través de la herencia, la permanencia de la propiedad en las manos privadas de las familias dominantes. En el capitalismo, la familia de los asalariados y asalariadas permite a los capitalistas contar con un mecanismo de reproducción cotidiana y generacional de la fuerza de trabajo a bajo costo, mediante el trabajo gratuito de reproducción social que cargan sobre sus espaldas, mayoritariamente, las mujeres. Y para ello, garantiza la socialización de las nuevas generaciones, bajo la disciplina heteronormativa de la sexualidad y los géneros. Dice la feminista marxista Kathi Weeks que, cuando la jornada de ocho horas se estandarizó internacionalmente como el límite del trabajo a tiempo completo, "se presumía que el trabajador -que típicamente se imaginaba como un hombre- tenía el apoyo de una mujer en el hogar (…). Si en vez de ello el trabajador masculino se hubiese considerado responsable del trabajo doméstico no asalariado, hubiera sido difícil imaginar como viable que trabajara un mínimo de ocho horas al día." [10]
Claro que, en diferentes épocas, la familia adquirió diversas formas y también la ideología sobre ella fue variando. Solo por tomar algunos modelos de los últimos cien años, tenemos que el Estado de Bienestar de "los treinta gloriosos" promovió como norma a la familia nuclear tradicional a través del sistema de salario familiar para los trabajadores varones en relación de dependencia, mediante el cual debían sostener económicamente un hogar en el que la mujer se encargaba exclusivamente de las tareas domésticas no remuneradas. El Estado "presente" o "ampliado" de principios del siglo XXI al que proponen retornar los sectores progresistas del peronismo, apenas estableció un sistema de asistencia social para las familias empobrecidas, atado a contraprestaciones que, en el caso de las mujeres, las perpetúa en los roles tradicionales domésticos y del cuidado familiar. El ajuste fiscal más descarnado que hoy Milei exacerba con su metáfora de la motosierra pretende hallar, en el reforzamiento de los valores de la familia tradicional, una solución privada al desmantelamiento de las políticas públicas. El neoliberalismo progresista o el más brutal ultraliberalismo económico con sus valores conservadores requieren de la hegemonía de la institución familiar tradicional, aún cuando el Estado incorpore variantes de legislación que contemplen matrimonios y mapaternidades disidentes.
Lo notable es que, contrariamente a lo que dicen los ultraliberales reaccionarios y conservadores de todas las épocas de que el marxismo propugna la destrucción de la familia, es el capitalismo el que la promueve como modelo ideal y al mismo tiempo la destruye realmente, socavando las bases materiales para su conformación. Con la crisis capitalista, es aún más evidente: las tradwives [11] pueden presentarse como el modelo aspiracional de algunas jóvenes conservadoras de los países ricos, pero es muy difícil que puedan convertirse en un movimiento masivo cuando la mayoría de los hogares requieren del ingreso monetario de varios de sus miembros y para las mujeres, eso significa precarización, flexibilización laboral, sobrecarga con el trabajo de cuidados extendido a otras mujeres de la familia (abuelas, tías, hijas mayores) o desocupación y dependencia de la asistencia social. Cada vez menos, la familia puede convertirse en ese refugio privado armonioso, contra la competencia, el individualismo y los malestares que se viven en el ámbito público de la producción, como nos la presenta la ideología dominante. Y además del desvelamiento hecho por los feminismos sobre las diversas formas de violencia de género y contra las infancias que ocurren en las familias, en la crisis capitalista también queda más al descubierto que la familia es parte integral de la economía política.
¡Viva la libertad, carajo!
¿Qué clase de libertad defienden, entonces, los ultraliberales reaccionarios, mientras destrozan las regulaciones del mercado laboral para aumentar la explotación hasta niveles de cuasi esclavitud y, también promueven los valores conservadores de la familia heteronormativa, mediante la estigmatización, los agravios y las ofensas que legitiman los discursos y crímenes de odio? Una libertad irrefrenable del capital para satisfacer su sed de ganancias sin límites de ningún tipo: ni legislativos, ni éticos, ni morales. ¿Y cómo vamos a enfrentar semejante brutalismo reaccionario si sembramos la resignación y el desánimo para que las limitadas reformas que prometen los neoliberales malmenoristas sean vistas cómo el único horizonte posible?
Las feministas socialistas creemos que, como decía Karl Marx, "el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad". ¿Por qué con el altísimo nivel de productividad alcanzado por el trabajo, millones de personas son arrojadas al hambre, la miseria y despojados hasta de su humanidad, mientras otros millones de trabajadores son explotados hasta la extenuación para subsistir en condiciones mínimamente dignas? Las feministas socialistas queremos abolir el trabajo asalariado, queremos transformar el trabajo de cuidados que le es concomitante, queremos disolver las jerarquías de los géneros que formatea la familia patriarcal para prestar sus servicios a la explotación de las grandes mayorías. Queremos reducir la jornada laboral hasta la mínima expresión que nos permita el desarrollo de la productividad del trabajo, para que todos trabajemos, pero lo hagamos cada vez menos; para que el tiempo conquistado de libertad no solo esté destinado a los vínculos, sino también a la comunidad, a la política y al placer. Para ser libres de hacer y de ser, "para participar de las existentes posibilidades de sentido y realización y, más tiempo para inventar otras nuevas." [12] Queremos conquistar el tiempo y la vida para ser verdaderamente libres.
Si nos atrevemos a desafiar la jornada laboral que nos imponen los capitalistas, proponemos desafiar también la ideología familiarista que acompaña, de manera velada, esa base material de la regulación de nuestro tiempo y nuestras relaciones que es el trabajo asalariado. Solo seremos verdaderamente libres cuando podamos explorar y expandir nuestra sensibilidad, inteligencia, imaginación y creatividad hoy sometidas y limitadas por la mercantilización y el consumo. Entonces sí, liberar al tiempo de trabajo asalariado de la propiedad privada de los medios de producción y desgenerizar y socializar el trabajo reproductivo son el horizonte futuro de una vida que merece ser vivida y por la que vale la pena luchar y no resignarse ante las oscuras “fuerzas del cielo” que nublan el presente.
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