La historia argentina contada por mujeres I y II (Ediciones B, marzo-mayo 2018) forman parte de una trilogía que pretende dar voz a las mujeres como sujetos en la historia nacional, abarcando en sus dos tomos publicados hasta ahora desde 1536 hasta 1861. Su objetivo es restituir a las mujeres su papel protagónico aportando a otro modo de hacer historia.
En realidad, la apuesta por la restitución del lugar histórico de la mujer es de larga data. Se inscribe en la tradición de la historiografía sobre la mujer o de género que tomó relevancia a partir de la década del ‘70 con el auge del feminismo, por un lado, y de la historia social, por otro, donde el ascenso del activismo feminista en los países centrales con la llamada segunda ola motorizó una serie de interrogantes en clave histórica sobre el papel de la mujer. Esas inquietudes hallaron eco en el campo historiográfico con la historia social y el desplazamiento del estudio del espacio público hacia el ámbito de la vida privada y la dimensión socio-cultural. La denominada historia de las mentalidades y la historia desde abajo fueron algunos de los abordajes teóricos en los que se encarnó la visibilización de las mujeres. Fueron precursores en este sentido los aportes de la historiografía francesa, con trabajos como los de Michelle Perrot que abordó el rol de la mujer en la Francia del siglo XIX desde la perspectiva de la historia privada o de la vida cotidiana, o Arlette Farge, que abordó la relación entre poder y lo que llamó cultura femenina en el S. XVIII; y la historiografía anglosajona, con estudios destacados como los de la norteamericana Joan Scott que contribuyó a la formulación del concepto de género como categoría para el análisis histórico, postulando la necesidad de una metodología que permita dar cuenta del proceso de consolidación de la diferenciación genérica en la historia. Bajo la consigna “lo personal es político”, el feminismo de la segunda ola impulsó debates sobre la articulación entre lo privado y lo público y el rol del trabajo doméstico como garante de la reproducción social y la división sexual del trabajo.
A nivel nacional, si desde los ‘50-‘60 penetró en el ámbito académico el influjo del marxismo británico y de la historiografía francesa de la mano de la Escuela de los Anales, con estudios pioneros sobre la participación de la mujer en el mundo del trabajo como Los trabajadores, de José Panettieri, o Las argentinas de ayer y de hoy, de Lilly Sosa de Newton el movimiento renovador de la historiografía se vio interrumpido por la última dictadura militar. Fue después de la recuperación democrática que comenzó a consolidarse una prolífica historiografía sobre las mujeres, despuntando los estudios de Dora Barrancos, con su más reciente Mujeres en la sociedad argentina: una historia de cinco siglos como aporte significativo.
El libro de Margall y Manso aparece en el marco de un renovado interés por el feminismo con la emergencia del movimiento de mujeres y se distingue de la tradicional historiografía de la mujer por su carácter de investigación de divulgación histórica. Pretende hacer llegar el enfoque de la historiografía de la mujer a un público masivo, no familiarizado con las construcciones históricas, categorías ni debates historiográficos. Para esto, utilizan un lenguaje coloquial y parten del enfoque de la microhistoria, abordando problemáticas sociales generales como la primacía de lo masculino en el imaginario social y el lugar de la mujer en la sociedad colonial y post-colonial desde casos particulares que se visibilizan a través de documentos. Cada capítulo del libro se estructura en torno al análisis de un documento (trabajan con fuentes ya publicadas), donde la protagonista es una mujer independientemente de su pertenencia social, cuestión que para el abordaje de las autoras tiene poco peso. Conquistadoras, indígenas, esclavas, amas de casa, de la elite, combatientes en las guerras de independencia, periodistas, costureras, entre otras, que permiten ilustrar desde sus historias aspectos de una trama social más general. El libro no aporta fuentes inéditas sino que trabaja con fuentes ya publicadas, con lo que no amplía el acervo documental existente.
En el primer tomo –que abarca desde 1536, con la llegada de Pedro de Mendoza al Río de La Plata, pasando por la Revolución de Mayo de 1810 y la posterior independencia, hasta 1820 con la disolución del Directorio–, las mujeres aparecen esencialmente a través de archivos judiciales, siendo sujetos de procesos que las tuvieron como acusadas o víctimas. Encontramos, entre otras, denuncias judiciales de mujeres que sufrieron violencia por parte de sus maridos o padres, mostrando que si bien la violencia era un hecho cotidiano y tolerado dentro de los usos y costumbres de la sociedad patriarcal colonial y post-colonial en que la mujer soltera estaba bajo la égida de la autoridad paterna y la casada bajo autoridad del marido, hubo casos de mujeres que se rebelaron y tuvieron acceso a instancias de denuncia formal.
En el segundo tomo, que comienza con las consecuencias de la disolución del poder central en 1820, abarcando las guerras civiles y los años del rosismo para concluir en 1861 con la batalla de Pavón la mujer comienza a aparecer tanto en cartas privadas como, particularmente, a través de la prensa escrita. El lugar de relevancia conquistado por el periodismo como vehículo de la acción política en el contexto de las guerras civiles y las reformas rivadavianas en Buenos Aires, permitió a la mujer acceder a cierto lugar de publicidad de su voz. En función de esto, el segundo tomo está atravesado por la tensión entre lo público y lo privado, visibilizando los modos en los que fue emergiendo dentro de aquella sociedad patriarcal la posibilidad de una vida pública para la mujer.
La politización de la mujer
Dentro de las políticas liberales en Buenos Aires impulsadas por Rivadavia entre 1821 y 1824 bajo la gobernación de Martín Rodríguez estuvo la reforma del clero, que implicó la supresión el fuero eclesiástico, la eliminación de la institución medieval del diezmo, el establecimiento del financiamiento estatal del culto católico (que continúa hasta nuestros días) y la supresión de órdenes del clero regular, cuyas posesiones fueron confiscadas por la provincia.
Esto llevó a que parte de las funciones realizadas por la Iglesia fuesen absorbidas por el Estado provincial. La creación de la Sociedad de Beneficencia en 1823 con el objetivo de fomentar la educación femenina marcó la posibilidad, por primera vez, de ejercicio de la función pública por parte de las mujeres de la alta sociedad.
Margall y Manso destacan que el hecho de que la mujer fuese llamada a ocupar una función pública de esta naturaleza era algo muy inusual para la época no sólo en el Río de La Plata sino en el mundo, aún después de la Revolución Francesa. No es casual, por otra parte, que la función a la que convocó el Estado a las mujeres haya sido una extensión de las propias tareas domésticas que comenzaban a socializarse, marcando una impronta que se extiende hasta nuestros días: la alta feminización de esas labores.
A su vez, con el impulso renovador de las reformas culturales rivadavianas se incrementó la cantidad de publicaciones, entre ellas revistas y periódicos que publicaban cartas de lectores, tanto hombres como mujeres, opinando sobre diversos temas de la realidad social y política. Margall y Manso señalan que esas cartas, aunque firmadas muchas veces con nombre falso, pueden considerarse la primera oportunidad que tuvieron las mujeres de expresarse directamente, sin la mediación masculina. Incluso en 1830 comenzó a publicarse La Aljaba, primera revista para mujeres dirigida por una mujer: Petrona Rosende de Sierra, considerada la primera mujer periodista del Río de la Plata, que abordaba asiduamente, entre otros, temas relativos a la actualidad política. El libro permite ver que la politización de las mujeres fue un fenómeno en ascenso en el contexto de la Revolución de Mayo (donde comenzó a darse una politización del hogar como lugar de reunión y recepción de partidarios políticos), las guerras de independencia y las subsiguientes guerras civiles, surgiendo entre sectores de mujeres no solo voluntad de incidir en los destinos de la política sino incluso cuestionamientos a su falta de derechos políticos. Para las elecciones a la Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires en 1933 se publicó en La Gaceta Mercantil una carta anónima firmada por “las porteñas federales” proponiendo una lista de candidatos, y señalando:
… si vuestra injusticia nos privó del derecho que el pacto social nos concedía de tener voto activo y aun pasivo en la elección de los ciudadanos que deben representarnos, no podrá impedirnos el que manifestemos por medio de la prensa nuestra opinión sobre un asunto que nos interesa tanto como a vosotros.
Las autoras señalan que la carta adquiere ribetes casi feministas:
Felizmente, se aproxima la época en que recobrando el bello sexo sus derechos primitivos, salga de una vez del anonimato en que ha vivido. Nuestros nietos, o quizás nuestros hijos verán una mitad de los asientos de la Sala de la provincia ocupados por mujeres que darán lustre a su patria.
En este camino se inscribe la publicación Álbum de Señoritas, dirigida por Juana Manso en 1854 luego de caído Rosas. Desde esas páginas, se llamaba a la emancipación moral de la mujer, es decir, a su conquista de derechos civiles:
… en cuanto a Europa y Estados Unidos, la emancipación de la mujer es un hecho al que hace bien pocos meses ha puesto el sello la legislación inglesa, premiando abogados que revisasen las antiguas leyes y que presentasen otras, defensoras de la mujer. […] La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí […] ¿Por qué reducir [a la mujer] al estado de la hembra cuya única misión es perpetuar la raza? ¿Por qué cerrarles las veredas de la ciencia, de las artes, de la industria, y hasta del trabajo […]?
El poder sobre el cuerpo femenino
Otro de los aspectos que permite analizar el libro es el tratamiento social del cuerpo femenino, entendido como ámbito misterioso y que debía permanecer oculto. Esta acepción social, sumado a que tanto en la sociedad colonial como en las primeras décadas de la post-colonial no se había impuesto aún en el ámbito médico el higienismo y los hospitales eran focos de infección donde se recurría en casos de extrema necesidad, llevaron a que el parto estuviese recluido al ámbito doméstico. Su realización dependía de las comadronas, mujeres de los sectores populares que poseían saberes prácticos transmitidos por otras mujeres, y eran altos los niveles de mortandad. Con las reformas rivadavianas y el avance de la ciencia médica como saber jerarquizado, se crearon nuevas instituciones sanitarias y el parto fue progresivamente arrancado del secretismo doméstico para ser llevado a la esfera de las discusiones socio-políticas e intelectuales, en el contexto del avance de las corrientes higienistas en medicina. Esto implicó, señalan Margall y Manso, una disputa entre el ámbito público y el saber médico, exclusivamente masculinos, y el ámbito privado y el conocimiento empírico de las comadronas, como ámbito de lo femenino. El resultado fue la transmisión de un conjunto de prejuicios sociales por parte de la institución y el quehacer médico, que incorporaron la realización del parto en los hospitales pero bajo la categoría de enfermedad. El cuerpo de la mujer, aún con el lento avance de concepciones médicas modernas, siguió siendo objeto de estigmatizaciones y tabúes duraderos, como lo demuestra el debate actual sobre el aborto legal que pone en discusión el acceso integral de la mujer a la salud pública y el ejercicio de la soberanía sobre su propio cuerpo que resta conquistar.
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