La última edición de la revista Jacobin impresa retoma el debate alrededor de los gobiernos posneoliberales y su actual “revival”. En el siguiente artículo nos centraremos en algunas de las ideas vertidas en “Dilemas de la traducción estatal” escrita por Martín Cortés y Andres Tzeiman. En ella parten de una historización de estos gobiernos, para definir el Estado y plantear algunos dilemas que nos proponemos poner en cuestión.
Viernes 16 de abril de 2021
Martín Cortés y Andres Tzeiman [1] vuelven una vez más sobre los debates por el carácter de los gobiernos posneoliberales, el rol que puede jugar el Estado y su vinculación con los movimientos sociales. Nos interesa comenzar esta polémica resaltando que los artículos que han salido sobre esta temática tienen como eje común buscar dar una justificación teórica al apoyo brindado a estos gobiernos, más allá de las contradicciones existentes en los mismos, que casualmente no se suelen mencionar ni discutir.
El primer dilema: el problema de la traducción y la contención estatal
Los autores comienzan el artículo planteando que las movilizaciones y la organización de los movimientos sociales que buscó resistir y derribar el embate neoliberal de los ‘90fue lo que abrió la posibilidad del ascenso de los gobiernos pos-neoliberales. Estos movimientos de resistencia mostraron una gran radicalidad y voluntad de lucha, pero fueron débiles estratégicamente para avanzar en recuperar las condiciones de vida anteriores a las que impusieron los gobiernos neoliberales. El contraataque que significó la oleada neoliberal luego de las derrotas de los procesos revolucionarios de los ´70 dificultaron cualitativamente esta tarea, entre otras problemáticas que exceden este artículo.
Cortés y Tzeiman hacen una primera discusión donde buscan responder cómo se vincularon estos movimientos sociales con el Estado para dar lugar a estos gobiernos posneoliberales. Afirman:
“Los gobiernos progresistas constituyeron la traducción en materia estatal de la energía social que se desplegó como resistencia al modelo neoliberal y que lo hizo entrar en crisis. Retengamos el concepto de traducción, que es clave: en ese pasaje, de manera inevitable, algo se pierde y algo se transforma. Pues la expresión de las luchas en el Estado jamás resulta transparente”
En este fragmento los autores discuten contra la idea de contención estatal. Pero lo que no está sobre la mesa es quién gana y quién pierde qué cosa. Si nos centramos desde el punto de vista de los movimientos sociales y los ataques contra los que lucharon, sería erróneo decir que conquistaron sus demandas más sentidas. En su gran mayoría, ya sea por la vía de la derrota o de la cooptación, debieron renunciar abiertamente a los reclamos por los cuales peleaban. Un ejemplo claro es el del movimiento de desocupados, cuya principal bandera durante fines de los ‘90́ y principios de los ‘00 fue el reclamo por trabajo genuino y para todos. Este reclamo si bien hoy persiste en algunos sectores, fue reemplazado por la asistencia estatal a través de planes sociales, sin avanzar en las principales problemáticas que implicó el Neoliberalismo en las condiciones de vida del pueblo trabajador: altos niveles de informalidad y trabajo precario; el 25% de desempleo y 50% de pobreza hacia el 2002 [2] dejaron un piso estructural en las condiciones de vida que no fue revertido. Esto está ligado a que las principales problemáticas estructurales del Neoliberalismo no fueron modificadas: la reprimarización y el aumento de la extranjerización de la economía en Latinoamérica; junto al extractivismo como modelo productivo o la privatización de los servicios públicos.
La traducción estatal, entonces, no se basó en lo más progresivo de los movimientos sociales, sino en sus límites como movimientos de mera resistencia. Esto le permitió a los gobiernos, en muchos casos, limar la radicalización política a cambio de otorgar ciertas concesiones y distribuir los beneficios del rebote posterior a las crisis económicas y de un ciclo expansivo de las commodities dentro de los marcos de la estatalidad, en un contexto que se asentó sobre años de crecimiento económico a tasas chinas. Dichas concesiones estuvieron lejos de revertir la herencia neoliberal. Este intercambio tuvo su traducción de forma diferente en cada país de Latinoamérica, y es necesario remarcarlo. Donde hubo mayor radicalización y organización del pueblo trabajador es donde los gobiernos adquirieron discursos más contestatarios, como en Bolivia o Venezuela. Y sin embargo, la apuesta principal fue por reconstruir la legitimidad estatal cuestionada por los movimientos sociales.
Los autores no discuten con elementos concretos quienes fueron los ganadores y los perdedores, como tampoco qué ocurrió con esos movimientos sociales. Pareciera que en pos de defender estos gobiernos que llaman “progresistas”, es necesario estirar teóricamente los marcos del Estado y otorgarle potencias que incluso con estos gobiernos no existieron:
“Especialmente en las coyunturas signadas por crisis, el escenario de desestructuración abre un espacio privilegiado para la intervención política y las instituciones del Estado pueden resultar un terreno fecundo para operar transformaciones sustantivas en la estructura social y en la configuración del poder.”
¿Qué ocurrió que esas transformaciones no se dieron? Los gobiernos pueden desplegar distintas estrategias de poder, pero las transformaciones dentro del Estado, en el capitalismo, nunca han implicado transformaciones sustantivas de la estructura social en beneficio del pueblo trabajador que además se hayan sostenido en el tiempo. Desde ya, no todo es igualable, no son lo mismo aquellas fuerzas políticas reaccionarias que defienden abiertamente los intereses del gran Capital y buscan desarticular la resistencia obrera, que aquellas que surgieron luego de los gobiernos posneoliberales en diálogo con estas resistencias. Pero precisamente si esas fuerzas reaccionarias siguen teniendo peso en Latinoamérica es porque no se tocaron, en lo esencial, sus intereses y ganancias, lo que les permitió reconstituirse luego de muchos años de gobiernos posneoliberales aún cuando habían quedado muy golpeados luego de la crisis abierta contra el Neoliberalismo. Por eso más allá del ángulo de la refracción, a fin de cuentas, el Estado nunca deja de ser de clase.
Segundo dilema: Sobre el poder del Estado, relación de fuerzas y programa
Los autores remarcan que hay una diferencia entre el poder del Estado y el poder, ya que hay numerosos factores de poder real que están “por fuera” del Estado en el sistema capitalista, como el Imperialismo. El problema es que esta definición no la utilizan para pensar de qué forma esa “energía social” de los movimientos sociales podría cambiar el escenario, sino como una justificación para apoyar a estos gobiernos en relación a un enfrentamiento -predominantemente- con el Neoliberalismo.
“Por eso son gobiernos fundamentalmente frágiles y permanentemente asediados por factores de poder real capaces de limitar sustantivamente sus márgenes de acción. [...] Es en ese sentido que sostenemos que los procesos progresistas no son de ofensiva. Por el contrario, son de resistencia a un neoliberalismo hegemónico”
Efectivamente, son necesarios los momentos defensivos para acumular fuerzas contra el enemigo, y así lo sostienen los autores:
“La acumulación de fuerzas propias, el desgaste de las enemigas, la detección de los puntos neurálgicos donde se dirime el poder y las coyunturas indicadas para producir los quiebres resultan las condiciones decisivas para avanzar en las transformaciones.”
Ahora bien, ¿Cuáles fueron esos momentos donde la acumulación de fuerzas propias podrían haber permitido avanzar en transformaciones? ¿Dónde podemos detectar puntos neurálgicos donde se dirime el poder? ¿Cuáles fueron las coyunturas indicadas para producir los quiebres necesarios para transformar la realidad? O planteado desde otro ángulo, ¿qué estrategia hay que darse para construir esas circunstancias?
Más de una vez estuvo planteada una acumulación de fuerzas necesaria para avanzar en dar vuelta el tablero, con las enormes rebeliones como las de Chile en 2019 contra Piñera y la herencia pinochetista, con una importante huelga general y espacios de coordinación y organización como el comité de Emergencia y Resguardo de Antofagasta; o la resistencia al golpe en Bolivia contra la derecha y la intervención estadounidense que implicó fuertes enfrentamientos con las fuerzas policiales por más de 40 días y que luego se expresó en importantes manifestaciones contra el intento de prorrogar las elecciones por parte de Añez y los sectores golpistas. En 2017 en Argentina, cuando el macrismo intentaba hacer pasar la reforma previsional, el pueblo trabajador se enfrentó a la policía en enormes movilizaciones, pero el kirchnerismo junto con las burocracias sindicales y centros de estudiantes prefirieron no seguir con medidas para plantear que la pelea eran las elecciones del 2019.
Los gobiernos posneoliberales (ya sea en el Estado o en la oposición) prefirieron no pararse sobre estos movimientos y alentar la radicalización del pueblo trabajador para avanzar contra la derecha, sino apaciguar las aguas y negociar (que siempre fue su objetivo). Si en momentos “neurálgicos donde se dirime el poder”, ante los avances de “las derechas” la respuesta es negociar, el resultado es retroceder. Y esto da como resultado, no una inconsecuencia con un proyecto revolucionario, sino de hecho con el programa de reformas que estos mismos gobiernos levantaron en su discurso.
Alrededor de este planteo volvemos sobre el problema que abordamos más arriba, si la relación de fuerzas existió, y las condiciones fértiles se hicieron presentes: ¿cuál fue el límite de los gobiernos posneoliberales y su andamiaje estatal para impulsar verdaderas transformaciones? Nosotros creemos que sencillamente no era lo que buscaban. Su programa político, si bien tomaba reivindicaciones de los movimientos de resistencia surgidos en los 90, no lo hacía desde la perspectiva de llevarlas hasta el final. Su estrategia fue impulsar una política redistributiva limitada, sin modificar la estructura dependiente y atrasada de los países en cuestión, bajo los márgenes del capitalismo en un contexto de un ciclo económico favorable. Una vez agotado, mostró los fuertes límites de esta política. Era necesario desactivar estos movimientos y no impulsarlos hasta el final, algo que volvió a quedar en evidencia en los últimos años con las experiencias de lucha que se dieron a lo largo del territorio latinoamericano.
Tercer dilema: Sobre la estrategia, el rol de los intelectuales y los movimientos sociales
Los autores, al introducir la discusión de “qué hacer”, plantean que el rol de los intelectuales debe ser de crítica política al interior de los gobiernos como perspectiva del rol “disruptivo en el dominio del capital”. El problema es que la política tanto hacia los movimientos sociales mencionados cuando resistían al Neoliberalismo en su auge, como los que empezaron a surgir en el último período, parten desde la defensa. Esto es visto por los autores desde el prisma de su posterior institucionalización y no desde una apuesta a su radicalización para la resolución integral de sus demandas, peleando por la independencia política para desarrollar un enfrentamiento que tarde o temprano debe suceder si se pretende enfrentar a los poderes reales y lograr cambios en la estructura social.
Esto nos parece un aspecto importante a destacar, no solo como discusión alrededor de los movimientos de finales de los 90´, sino porque consideramos que en la próxima etapa, alrededor de la profunda crisis abierta que atraviesa América Latina, muchos de estos movimientos que se mantuvieron de una u otra forma presentes, serán protagonistas.
Alrededor del problema de la defensa absoluta como estrategia, Albamonte y Maiello señalan:
“El objetivo positivo está dado por la acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. Ahora bien, un esquema defensivo limitado a estos elementos, de tipo “gradualista”, “evolutivo”, no se distingue en la práctica de lo que Clausewitz señala como un absurdo desde el punto de vista estratégico: la “defensa pasiva” [3] .
Volviendo al primer dilema planteado, creemos que “eso que se pierde” en una estrategia de este tipo, es la posibilidad misma de la pelea y “eso que se gana” son modificaciones limitadas a los márgenes establecidos por la herencia neoliberal. Si se piensa la estrategia sólo en relación a la omnipotencia del enemigo (en este caso el imperialismo), no se busca la acumulación de fuerzas propias y la detección de los puntos neurálgicos donde se disputa el poder, es imposible llevar hasta el final una transformación decisiva de la sociedad. Para ello es necesario, por ejemplo, romper con el Fondo Monetario Internacional, al que todos los gobiernos posneoliberales de la segunda ola se han subsumido.
Continuando sobre cuál debería ser el rol de los intelectuales, los autores sostienen, en una crítica velada (y no tanto) contra la izquierda:
"construcción dicotómica termina por inscribir a los gobiernos progresistas en una imposible paradoja: pueden ser criticados por su débil insuficiencia (si no directamente por su impostura y/o simulación) y, al mismo tiempo, se les puede exigir, en nombre del todopoderoso Estado que «ocupan», resolver todos los dramas estructurales de las sociedades latinoamericanas”
Quienes nos posicionamos desde la izquierda trotskista no exigimos al Estado cambios estructurales en el vacío, sino centrados en la idea de que existen sectores importantes de las masas que creen que estos cambios son necesarios e impostergables para sus vidas. Acompañando estas expectativas, nuestra confianza está puesta en esos sectores, concretamente en su autoorganización, en su experiencia cotidiana y en sus luchas, que en estos tiempos, cada vez resuenan con más fuerza.
Visto a la luz de los procesos que retomamos más arriba, el proyecto político de los autores no apuesta a construir un poder constituyente, sino a quedarse ante las puertas de la “miseria de lo posible”. El problema radica en que lo posible no está dado per se, sino que es producto de una apuesta y construcción permanente. Desde esta perspectiva, las relaciones de fuerza son algo a construir, producto de la organización de una fuerza política independiente. Sin esto último solo queda ir detrás de la “traducción estatal”, lo cual significa, entre otras cosas, no romper con el Imperialismo ni con ninguno de los poderes reales. Desde nuestro lugar creemos que la apuesta es por desarrollar con todas las energías posibles los movimientos políticos que surgen y apostar a su autoorganización, a la creación de instituciones de coordinación desde las cuales intervenir en la realidad, en perspectiva de lograr una relación de fuerzas que permita, de una vez por todas, llevar hasta el final una ruptura con el Imperialismo y una transformación de raíz de nuestras sociedades.
[2] http://www.laizquierdadiario.com/De-la-larga-crisis-de-la-convertibilidad-al-20-de-diciembre-del-2001
[3] Albamonte Emilio y Maiello Matias, Estrategia socialista y arte militar, p.257
Celeste O’Higgins
Integrante del Comité editorial de Armas de la crítica. Es Socióloga egresada de la Universidad de Buenos Aires y estudia profesorado de Geografía en el Joaquín V. González.