1. Efectos profundos de una rebelión contenida en Estados Unidos
La “rebelión en el corazón del imperio” que desató el asesinato de George Floyd, analizada por Claudia Cinatti en la edición pasada, tuvo dos desarrollos posteriores.
En Estados Unidos, continuó el movimiento masivo que se venía extendiendo a centenares de pueblos y ciudades. Llegaron noticias de pequeños pueblos que vivían la primera marcha antirracista de su historia. Todos los estados tuvieron manifestaciones al grito de “Black Lives Matter” y “No Justice, No Peace”, luego de que 200 ciudades declararan el toque de queda y 27 estados más Washington DC reclamaran la presencia de la Guardia Nacional. Las encuestas demostraron un apoyo mayoritario a las movilizaciones antirracistas y antipoliciales, un enorme crecimiento del prestigio del movimiento Black Lives Matter, anteriormente minoritario, y una gran proporción de jóvenes blancos entre los manifestantes (seguramente incluyendo las y los decepcionados por el abandono de Bernie Sanders en las primarias demócratas).
La represión buscó contener los ataques a las sedes policiales y otros símbolos odiados (como la CNN en Atlanta o el local de la burocracia sindical de la AFL-CIO a pocas cuadras de la Casa Blanca), mientras desde el régimen, a partir de la carta de Barack Obama apoyando las manifestaciones pero condenando la violencia, actuaron el Partido Demócrata, sindicatos, iglesias y ONGs, para “pacificar” el país y conducir a un cambio por la vía de las elecciones de noviembre, donde se vota desde el presidente hasta legisladores y autoridades locales, pasando por senadores y representantes (diputados) nacionales. Obama se encargó de resaltar la importancia de las votaciones locales porque allí se define quién conduce la policía y muchos programas de asistencia social.
Sin embargo, el enorme torrente de la rebelión que busca ser canalizado en esta operación de desvío, ha continuado con las movilizaciones de la juventud y un amplio debate nacional de cuestionamiento a la policía y al racismo. Incluso en Seattle (estado de Washington), la ciudad que vio nacer el movimiento “no global” en noviembre de 1999 con una enorme batalla de 3 días que hizo fracasar la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio que se estaba desarrollando en esa ciudad, ahora nació la “Zona Autónoma de Capitol Hill” (nombre del barrio donde se encuentra) motorizada por una juventud y demás sectores movilizados que resistieron una feroz represión y rodearon un edificio del Departamento de Policía ocupando las manzanas aledañas. En esa zona no dejan ingresar a la policía, distribuyen gratuitamente la comida y levantan un pliego de demandas que va desde la disolución de la policía hasta los aumentos de presupuestos para salud y educación, entre otros. Trump los llama “terroristas” y convoca a desalojarlos. En Filadelfia, familias “sin techo” junto a otras organizaciones instalaron un campamento de protesta para exigir viviendas populares y contra la represión policial que sufren. Siguen además las movilizaciones en distintas ciudades y no puede descartarse que se multipliquen o que renazcan manifestaciones más duras ante nuevas provocaciones de la derecha, ya sea represiones policiales o el accionar de bandas o individuos de extrema derecha armados que atacan a las manifestaciones (han ocurrido varios incidentes, por ahora sin pasar a mayores). La muerte a manos de la policía de Rayshard Brooks, un joven negro de 27 años, en Atlanta en la noche del 13/6, puede ser uno de esos hechos.
Lo predominante, a nivel nacional, es un enorme debate sobre qué hacer con la policía. En Minneapolis, ciudad donde asesinaron a Floyd, el concejo municipal declaró que se proponen “disolver” la policía para reorganizarla “desde cero”, aunque, como no está claro qué significa esto, dicen que el proceso tomará un año o más. Se multiplican las propuestas y discusiones de reformas, que van desde los que intentan repetir el proyecto demócrata ya fracasado de “policías comunitarias” hasta los que plantean “desfinanciar a la policía” y hasta “disolverla”. La juventud canta movilizada en Brooklyn: “desfinanciar, desarmar, abolir la policía”. En el movimiento obrero, mientras vemos ejemplos muy auspiciosos de paros parciales en repudio al asesinato de George Floyd, crece el movimiento por expulsar a los (mal llamados) “sindicatos” de policías de las centrales sindicales.
Aunque las movilizaciones no se radicalicen en sus acciones, vemos los indicios de la profundidad del movimiento que está recorriendo el país. Los enormes presupuestos que consume la policía en los distintos estados (U$S 115 mil millones en total) responden al desarrollo de una política de criminalización de la pobreza y de los sectores oprimidos, endurecimiento de penas y represión policial, en particular contra afrodescendientes e hispanos. Este es un proceso histórico, fortalecido desde hace al menos 40 años. Se redobló como parte de la ofensiva neoliberal con la que el gran capital y todo el régimen político norteamericano, tanto republicanos como demócratas, respondieron a la humillación que significó la derrota en la Guerra de Vietnam y la lenta decadencia de la hegemonía norteamericana, al agotamiento del “boom” económico de la posguerra con sus posteriores ciclos de recuperación/crisis, y a las concesiones que tuvieron que hacer al movimiento por los derechos civiles (que terminó legalmente con la segregación racial). Hubo un enorme desarrollo de la población carcelaria, llegando a los 2,3 millones de presos en la actualidad (33 % negros, cuando son un 13,4 % de la población), el país con más presos por habitante del mundo (655 cada 100 mil habitantes). Poner en cuestión a la policía y sus presupuestos nunca es poca cosa, y menos aún en estas circunstancias.
Esto ha obligado a un replanteo de la campaña electoral presidencial: mientras la pandemia muestra signos de renacer en algunos estados, aterrorizando a la Bolsa, y los republicanos festejan una leve baja del altísimo desempleo, la discusión sobre la policía polariza al país. Trump y la cadena Fox agitan el caos que significaría un país sin policías, aunque su discurso es cada vez menos convincente. Biden se separa incluso de las propuestas más moderadas de reducir el presupuesto policial. En la juventud movilizada y en sectores del movimiento obrero maduran las condiciones para que emerja una fuerza que se proponga romper con el régimen bipartidista racista e imperialista del capitalismo norteamericano y profundice su cuestionamiento al capitalismo.
2. El odio al racismo y la policía recorren el mundo
Si en Estados Unidos el movimiento es claramente masivo, en varios países europeos, africanos y en Australia, hubo movilizaciones en homenaje a George Floyd, contra la discriminación racial y la violencia policial, de gran importancia, aunque de impacto más limitado. En Brasil, se combinaron con las movilizaciones “antifascistas” contra el gobierno de Bolsonaro y los militares.
En Francia, una gran movilización el 2 de junio con epicentro en París y replicada luego en varias ciudades, unió el #BlackLivesMatter al repudio al dictamen judicial que exculpó a los policías que asesinaron en 2016, mediante el mismo método de la asfixia, a Adama Traoré, joven negro de 24 años que vivía en los suburbios (banlieue) parisinos. El odio a la policía por la represión en esos barrios “racializados” donde viven los hijos de inmigrantes se venía expresando en revueltas aisladas durante la pandemia. Allí viven también muchos trabajadores de “primera línea”, de la salud, del comercio y de los transportes. Estos últimos habían sido la vanguardia de la enorme lucha contra el ataque a las jubilaciones que sacudió Francia con una huelga histórica que paralizó la región parisina a fines del año pasado. El repudio al racismo tiene importantes consecuencias en un país con una larguísima tradición colonialista e imperialista, con numerosas intervenciones en el África subsahariana, donde Amnesty International acaba de denunciar la responsabilidad de las tropas francesas en 200 ejecuciones extrajudiciales. El sábado 13 de junio, decenas de miles volvieron a marchar contra el racismo de Estado y la violencia policial, encabezados por los familiares de las víctimas.
En Gran Bretaña, un foco de atención fueron las innumerables estatuas que homenajean a los esclavistas y colonialistas de la larga tradición imperial inglesa. Todo el mundo vio caer la estatua del traficante de esclavos Edward Colston, en Bristol. Ahora los británicos aprendieron que llevó 84.000 esclavos a América, de los cuales murieron 19.000 en sus barcos. Fue “escrachada” en Oxford la estatua de Cecil Rhodes, el colonizador y “dueño” de un país que llevaba su nombre (Rodesia, hoy Zambia y Zimbabue), responsable de la esclavización y asesinato de millones de nativos, y fundador de un gran monopolio de diamantes que hoy sigue dominando el mercado mundial. Las autoridades decidieron llevarla a un museo antes que siguiera el destino de Colston. El alcalde de Londres mandó a registrar todas las estatuas para ver cuáles remover, lo que generó un gran debate sobre qué hacer con Winston Churchill, “héroe nacional” que fue indudablemente racista, colonialista e imperialista. Existe un mapa interactivo en internet donde el público “propone” estatuas de racistas para remover, que ya suma 100 candidatos (todos hombres). A su vez, la derecha se organiza para defender sus figuras, rodeando la estatua de Churchill e incluso rescatando la de Colston del fondo del río… para llevarla prudentemente a un museo.
En varias ciudades de Estados Unidos, fueron atacadas (incluso una decapitada) las estatuas de nuestro conocidísimo Cristóbal Colón, que terminó sus “gestiones” en nuestro continente con una feroz tiranía en Santo Domingo (hoy República Dominicana), a tal punto que tuvo que ser sancionado por los propios reyes de España por sus excesos.
En Bruselas, capital de Bélgica, la justicia histórica llevó a un merecido “escrache” a la estatua de Leopoldo II, el rey que conquistó a sangre y fuego la región del Congo entre mediados del siglo XIX y comienzos del siglo XX, utilizando la esclavitud para la explotación del caucho y el marfil, robando niños y masacrando. Se calcula que asesinaron a la mitad de la población de esa región, 10 millones (¡sí, 10 millones!) de personas para alimentar al imperialismo belga. La estatua fue escondida en un museo. Merece mejor destino.
En estos países europeos las sociedades son mucho más multiétnicas y multirraciales, y es una característica común que entre las y los trabajadores de la “primera línea” de lucha contra la pandemia (en hospitales, geriátricos, transportes, comercio) haya mayoría de “no blancos”. Esta es la base social del odio al racismo y la represión policial que catalizó la onda expansiva del Black Lives Matter.
Brasil, el país con mayor población negra fuera de África, fue otro lugar de alto impacto de la ola antirracista, con masivas movilizaciones “antifascistas” que recorrieron varias ciudades el domingo 7, repudiando al gobierno de Bolsonaro y los militares, pese a las crecientes muertes por COVID19. Bolsonaro tiene el antecedente de haber teñido su campaña electoral presidencial con la sangre del Mestre Moa, maestro de capoeira, negro, asesinado por un bolsonarista luego del primer turno de las elecciones de 2018. El asesinato de Marielle Franco, concejala negra del PSOL en Río de Janeiro, ocurrió unos meses antes, vinculado a las milicias parapoliciales que operan en esa ciudad y posteriormente al clan familiar de Bolsonaro. Ya en la presidencia, sus expresiones machistas, antiobreras, racistas y macartistas se combinaron con su desastrosa gestión de la pandemia, que ya suma casi 42.000 muertes y ubica a Brasil como el segundo país con más víctimas del mundo. Como en otros países, las y los negros en Brasil tienen el doble de posibilidad de morir por COVID19 que los blancos. En consecuencia, entre negros y mujeres el repudio a Bolsonaro es más elevado que en la población en general.
Pero la “oposición” dentro de la propia derecha golpista no tiene mejor comportamiento. Joao Pedro fue el niño negro asesinado por la policía de Río de Janeiro, donde gobierna Wilson Witzel, uno de los pilares del “bonapartismo institucional” opositor a Bolsonaro. Y en la “izquierda”, el PT contribuyó desde sus gobiernos, pese a algunas medidas de promoción de las y los negros, a mantener la estructura de opresión. Si hay algo que sufren especialmente las y los trabajadores negros es la tercerización, que se triplicó bajo los gobiernos petistas.
3. Emerge una contratendencia a la xenofobia nacionalista reaccionaria de la extrema derecha
Las estatuas son solo símbolos. Lo interesante es que estas movilizaciones que cuestionan los valores políticos, culturales e ideológicos constitutivos de las potencias imperialistas “democráticas” (la historia de Alemania y el fascismo son otra cosa) son una contratendencia a las corrientes xenófobas de extrema derecha que venían alimentando el odio al inmigrante como parte de la construcción de un nacionalismo reaccionario. Sectores arruinados de la pequeñoburguesía y de la clase obrera se vieron seducidos por estos discursos y corrientes políticas, que se presentan como alternativas a los regímenes políticos “globalistas”, supuestamente “democráticos”, administradores de los planes de ajuste y flexibilización laboral de las últimas décadas, dominados por la derecha tradicional y la centroizquierda socialdemócrata. Estos movimientos fueron alentados por sectores de la gran burguesía, medios de comunicación y alas de las burocracias sindicales. Los partidos que encabezaron el Brexit en Gran Bretaña, el propio Trump en Estados Unidos (que emergió como un “outsider” dentro del Partido Republicano), el Frente Nacional en Francia, Alternativa por Alemania, entre otros, con expresiones muy fuertes en países de Europa del Este, dan cuenta de este fenómeno. Frente a ellos, es muy valioso que sectores de la juventud y los trabajadores repudien el racismo y la tradición imperialista, colonialista, esclavista, de la gran burguesía que defienden no solo la extrema derecha sino también las fuerzas políticas “democráticas” y “globalistas”. Hasta el nuevo líder del Partido Laborista, Keir Starmer, declaró que voltear la estatua de Colston fue algo “totalmente equivocado”.
Como escribió Owen Jones en The Guardian: “A medida que caen más estatuas se recuerda una nueva historia: cada una arroja una nueva luz inquietante sobre el presente. Comprender esto amenaza nuestro statu quo injusto; eso es lo que los detractores realmente temen, no el derrocamiento de los tiranos racistas pasados”.
4. Los rescates y mecanismos de contención social jugando al límite
Joseph Stiglitz y Hamid Rashid señalaron, en una columna reciente, que las respuestas fiscales y monetarias representan, a nivel mundial, un 10% del PBI global; una cifra sideral. Pero también que esa masa de dinero no se dirige al consumo y la inversión sino que está yendo a engrosar el capital líquido acumulado en bancos (“trampa de liquidez”), que a su vez alimenta la burbuja bursátil. Así, desde el pozo en que cayeron las bolsas al comienzo de la pandemia, en los primeros días de marzo, el índice S&P500 creció un asombroso 45 %, recuperando gran parte de la pérdida, mientras la desocupación crecía y los pronósticos económicos eran cada vez más sombríos.
Así, a nadie sorprendió la caída del jueves 12, la mayor desde marzo: un -6 % en el índice Dow Jones. Sin embargo, esta “corrección” es un pequeño desinfle de la enorme burbuja de capital ficticio (correspondiente a títulos, como bonos y acciones, que generan interés sin relación con producción real alguna).
El economista marxista británico Michael Roberts señala: “Entre 1992 y 2007, las inyecciones monetarias del banco central (‘dinero fuerza’) se duplicaron como porcentaje del PIB mundial del 3,7 % de la ‘liquidez’ total (dinero y crédito) al 7,2 % en 2007. Al mismo tiempo, los préstamos bancarios y la deuda casi se triplicaron en relación al PBI. De 2007 a 2019, el ‘dinero fuerza’ se duplicó nuevamente como una parte de la ’pirámide de liquidez’. Los bancos centrales han estado impulsando el auge del mercado de acciones y bonos. Luego llegó el Covid-19 y el cierre global que ha llevado a las economías a un congelamiento profundo. En respuesta, los balances de los bancos centrales del G4 han vuelto a crecer alrededor de 3 billones de dólares (3,5 % del PBI mundial) y es probable que esta tasa de crecimiento persista hasta fin de año a medida que los diversos paquetes de liquidez y préstamos continúan expandiéndose y perdiendo efectividad. Entonces, el ‘dinero fuerza’ se duplicará nuevamente para fines de este año. Eso elevaría el ‘dinero fuerza’ global a $ 19,7 billones, casi una cuarta parte del PBI nominal mundial, y tres veces más como componente de la masa monetaria líquida en comparación con 2007”.
La OCDE pronosticó una caída del -6 % de la economía mundial, y -7,2 % si hubiera un segundo brote pandémico. Recordemos que el FMI había pronosticado hace unas semanas una caída del -3 % en el PBI mundial, que ya en ese momento mostró un duro contraste con la caída del -0,1 % de la economía mundial en 2009, el peor año de la última “gran recesión”. Nadie sabe a ciencia cierta cómo puede producirse una recuperación con la fuerza como para revertir semejante caída, más aún cuando no hay certeza de qué sectores podrán volver a producir a pleno, cómo se comportará el consumo, la inversión o el comercio internacional. Solo un demagogo como Trump puede pensar que una leve baja en el índice de desocupación indica que todo está volviendo “a la normalidad”.
La fabulosa montaña de rescates, dirigidos centralmente a las empresas, bancos y financieras, destinó una parte a la contención social, que consideran esencial para evitar estallidos y revoluciones.
Con muchas desigualdades, en la mayoría de los países están operando fuertes mecanismos de asistencia a las y los trabajadores y a los más pobres, impulsados por los gobiernos, que buscan amortiguar la brutal caída económica que se está produciendo y dilatar o enlentecer el salto en la desocupación y la pobreza. Estos mecanismos están proyectados para finalizar, muchos, en julio o agosto. Veamos.
En EE. UU., 70 millones de personas (que cobraban menos de 75.000 dólares al año) recibieron cheques de 1200 dólares y, según el Departamento de Trabajo, cerca de 21 millones cobraron el seguro de desempleo de 600 dólares por semana desde que comenzó la pandemia (sobre 44 millones de anotados). Muchos atribuyen la caída en la tasa de desempleo entre abril y mayo, en parte, a la reapertura pero también a que recién en mayo mostraron sus efectos los planes de asistencia. Un programa para pequeñas y medianas empresas (PPP, programa de participación de cheques de pago) establece, por ejemplo, que si los patrones mantienen la nómina de trabajadores los préstamos pueden transformarse en subsidios (sin devolución). De todos modos, los números (13,3 o 16 según una corrección realizada por posibles “errores de registro”) son claramente superiores al 10 % de desocupación que fue el pico luego de la última crisis del 2008, y la crisis aún parece lejos de su punto culminante. Todos se preguntan qué pasará cuando se terminen los planes de ayuda. Los republicanos ahora no quieren votar una nueva ronda de asistencia, porque sostienen que se está “reactivando” la economía. Paul Krugman se pregunta, por esto, si la buena noticia (la baja del desempleo) terminará destruyendo empleos si el Congreso resuelve no renovar los subsidios.
En muchos países operan planes que, por un lado, establecen aportes mínimos para los que no tienen nada (“renta universal” le llaman en Brasil, IFE en Argentina, ambos rondan los 100 dólares) y, por otro lado, subsidios para los que están suspendidos en sus tareas. En Francia, además de los 840.000 desocupados ya reconocidos (que significó un aumento del 22 % del desempleo, cuya tasa llegaría al 11,5 % a fin de año), hay 8,6 millones de trabajadores (10 veces más que los desocupados) en “paro parcial”, trabajando menos horas con menos salario, pero recibiendo un subsidio del Estado que cubre la diferencia (similar al Kurzarbeit implementado en Alemania), ahora reducido al 85 % del salario. Esto hizo que el salto en los nuevos desocupados durante la pandemia haya sido fuerte pero menor que en Estados Unidos, donde los regímenes laborales son más flexibles (por ejemplo, no hay indemnización legal por despido). En el Estado Español, un mecanismo similar al francés son los ERTEs (Expediente de Regulación de Empleo Temporal) que llegan a 3,5 millones de trabajadores, que se suman a los 3,85 millones de desocupados (14,4 %). Junto con Grecia, son los países de la UE con mayor tasa de desocupación. Aparte hay más de 2 millones de personas que cobrarían la “renta mínima” que va de 500 a 1200 euros (una familia tipo necesita aproximadamente 3 mil euros). Además, hay ayudas a pequeños comercios, suspensión de desahucios (desalojos) por falta de pago de alquileres, créditos para pagar alquileres y, por supuesto, las ayudas a distintos sectores de la economía (empezando por el sector turismo).
Así, en cada país, los gobiernos vienen implementando enormes planes de rescate que hacen que la deuda de los Estados y los déficits presupuestarios crezcan a cifras récord. Con pronósticos de caídas muy fuertes en el PBI, se abre un gran debate en estos países respecto a cómo sostener los planes de asistencia que contienen a las empresas, bancos, el desempleo y la pobreza. Incluso con los pronósticos “optimistas” de recuperación de la economía en 2021 y 2022 (que igual son todos relativamente malos porque demandaría años volver a la tendencia previa) no hay previsiones de recuperación rápida del empleo, dada la enorme incertidumbre que pesa sobre el comportamiento que pueden llegar a tener las ramas más afectadas (turismo, gastronomía, transportes) y más en general el consumo, la inversión y el comercio. Incluso la propia pandemia deja planteada la necesidad de mayor inversión estatal en salud pública y adecuación de los distintos sectores para una reapertura (como en la infraestructura edilicia educativa) para que no sea criminal.
Por todo esto, los múltiples procesos huelguísticos parciales que vimos durante la pandemia (tanto de los sectores de “primera línea” como contra cierres y despidos), y fenómenos como las manifestaciones contra el racismo y la represión policial que hemos señalado, anticipan fuertes procesos de la lucha de clases a medida que la burguesía pretenda “volver a la normalidad” y volver a ajustar sus presupuestos estatales.
5. Unir la juventud a la clase trabajadora, única perspectiva para vencer
El movimiento que se viene desarrollando en Estados Unidos por la expulsión de las asociaciones de policías (disfrazadas como “sindicatos”) de las federaciones sindicales no es solo una demanda mínima contra instituciones que defienden los “derechos” de sus “asociados” racistas y represores, sino que apunta a la necesidad de una alianza estratégica. Lamentablemente, las corrientes “socialistas” norteamericanas, como el DSA o Socialist Alternative (a la que pertenece Kshama Sawant, la prestigiosa concejala de Seattle), dicen que esta pelea “no es importante” y que lo central es “desfinanciar” a la policía. Las burocracias sindicales también se oponen, porque no quieren perder afiliados que pagan sus cuotas y porque no consideran tan “enemiga” a la policía.
La juventud que se moviliza no tendrá perspectivas de triunfar sin conquistar una alianza con la clase trabajadora. La clase trabajadora norteamericana seguirá presa de sus ilusiones en mantener sus conquistas, que ya han llevado a un retroceso enorme de sus condiciones de trabajo, si no busca renovarse con el espíritu de rebeldía que recorre a la juventud. Para esto, el desafío es transformar a los sindicatos en fuerzas de lucha que se propongan levantar un programa hegemónico en la lucha contra el racismo, la represión policial y toda política imperialista. Por eso debe luchar la izquierda verdaderamente socialista, en EEUU y los demás países, como parte de la lucha por una organización política de la clase trabajadora independiente de todos los partidos del régimen.
A su vez, promover la autoorganización de la juventud y los sectores combativos de la clase trabajadora, con exigencias hacia los sindicatos y federaciones estudiantiles para que den pasos reales de lucha, es clave para evitar que los dirigentes tradicionales desvíen la bronca hacia reformas mínimas que después terminarán permitiendo que todo siga igual.
La realidad política, social y sanitaria permite demostrar la necesidad de un programa que ataque los intereses capitalistas, para que la crisis no la paguen los trabajadores y sectores populares. Con la misma lógica que León Trotsky planteaba en el Programa de Transición respecto a la necesidad de luchar por la expropiación concreta de “ciertos grupos de capitalistas” que conduzca al “programa socialista [...] de la destrucción política de la burguesía y de la liquidación de su dominación económica”, en estos momentos hay un sector clave y muy expuesto que está planteado atacar: los bancos y todo el sistema financiero. El mismo Trotsky señalaba hace más de 80 años algo que no ha hecho más que acentuarse: “El imperialismo significa la dominación del capital financiero. Al lado de los consorcios y de los trusts y frecuentemente arriba de ellos, los bancos concentran en sus manos la dirección de la economía. [...] Organizan milagros de técnica, empresas gigantescas, trusts potentes y organizan también la vida cara, las crisis y la desocupación. Imposible dar ningún paso serio hacia adelante en la lucha contra la arbitrariedad monopolista y la anarquía capitalista si se dejan las palancas de comando de los bancos en manos de los bandidos capitalistas. Para crear un sistema único de inversión y de crédito, según un plan racional que corresponda a los intereses de toda la nación es necesario unificar todos los bancos en una institución nacional única. Solo la expropiación de los bancos privados y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado pondrá en las manos de éste los medios necesarios, reales, es decir materiales, y no solamente ficticios y burocráticos, para la planificación económica”.
Dicha planificación económica debe implicar respuestas concretas para la desocupación y la mayor precarización laboral que pretenden imponer. Junto a la expropiación y puestas en funcionamiento bajo control obrero de las empresas que cierren o despidan, se plantea una lucha común de ocupados y desocupados por la reducción de la jornada laboral sin rebaja salarial y el impulso de planes de obras públicas bajo gestión de los trabajadores, como formas de terminar con la desocupación.
Preparar a los sectores más conscientes y combativos de la juventud y de la clase trabajadora que hoy se movilizan, con este programa y esta estrategia, es la tarea del presente para generar los engranajes que conecten con los millones que sentirán la necesidad de luchar cuando entren en crisis los mecanismos de contención social. Este proceso nos permitirá confluir con grupos, corrientes o activistas para forjar juntos partidos revolucionarios a nivel nacional y un partido mundial de la revolución socialista (la reconstrucción de la Cuarta Internacional).
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