En este artículo presentamos un adelanto de una ponencia que será presentada en el III Evento Internacional León Trotsky, que se desarrollará en Buenos Aires entre el 22 y 26 de octubre. En el mismo, analizamos las polémicas, contrapuntos y posiciones de los iniciales grupos trotskistas en Argentina respecto a la política de Frente Popular que sostenía el Partido Comunista desde 1935.
Hacia mediados de los años ‘30 el Partido Comunista argentino (PC) había alcanzado una notable expansión e inserción en el mundo del trabajo, que se sostuvo de forma constante desde mediados de la década del ‘20, a pesar de los múltiples giros estratégicos dados en aquellos años. Dicho partido ingresó en la conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT) y en distintos momentos de la segunda mitad de la década del ‘30 alcanzó a dirigir o codirigir algunos de los principales sindicatos industriales, tales como la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC), la Unión Obrera Textil (UOT), el Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica (SOIM), la Federación Obrera del Vestido (FOV) y el Sindicato Unitario de Obreros de la Madera (SUOM).
Esta inserción coincidió desde 1935 con su política de Frente Popular, impulsada por la Internacional Comunista (ya bajo dominio absoluto del estalinismo) la cual establecía la colaboración del proletariado con sectores llamados “progresistas” de la burguesía en función de enfrentar supuestamente a la reacción y el fascismo. Esto implicó una postura de mayor moderación e institucionalización de la actividad del PC en el movimiento obrero, tomando distancia de sus vertientes más radicalizadas y combativas. Esta situación originó una serie de críticas y debates, algunos de ellos protagonizados y esgrimidos por los incipientes grupos vinculados a la Oposición de Izquierda (el grupo liderado por León Trotsky, en oposición al avance de las tendencias burocráticas en la URSS, cristalizadas en la figura de Stalin y que daría lugar, años más tarde, a la fundación de la IV Internacional) en Argentina. Pese a tratarse de representaciones minoritarias dentro de la clase obrera, como veremos, estos grupos se convirtieron en blanco de ataque del estalinismo vernáculo.
Aquí nos proponemos analizar algunas de las polémicas que se suscitaron entre dichos grupos en las distintas coyunturas políticas que atravesaron aquella etapa, apuntando así a observar la acción de los grupos trotskistas en su oposición a la política frentepopulista del PC, al mismo tiempo que escrutaremos en las respuestas dadas por esta organización ante aquellas impugnaciones. Vale señalar que las fuentes disponibles para la época son escasas, con lo cual hemos realizado una exploración minuciosa entre los documentos disponibles, algunos de los cuales pueden consultarse en el CEIP León Trotsky.
La ubicación institucional del PC y la crítica de los trotskistas
El giro frentepopulista del PC comenzó a postularse desde finales de 1934. No obstante, la evidencia pública más significativa de su impacto sobre el movimiento obrero ocurrió en la primera mitad de 1935, con la disolución del Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC). Esta central había nucleado el trabajo sindical del PC durante el periodo de “clase contra clase”, y el posterior pedido de reingreso de los sindicatos comunistas a la CGT. Vale recordar que bajo los preceptos del “tercer periodo” los comunistas habían impugnado a la central obrera por reformista, burocrática y pro-patronal. No obstante esas críticas, el reingreso de los sindicatos “rojos” a la CGT parecía querer realizarse sin una revisión de estos planteos y atenuando notablemente sus críticas a la conducción sindicalista y socialista, a la que previamente había tildado de “socialfascista”.
Según el Esbozo de Historia del Partido Comunista (un texto “oficialista”, que reconstruye la historia del PC), el objetivo de esta decisión era “fortalecer la unidad dentro de la CGT a pesar de la política capituladora y anti unitaria de sus dirigentes”. [1] Por su parte La Internacional, órgano de prensa del PC hasta 1935, sostenía que la medida “histórica” de disolución del CUSC estaba destinada a “evitar un baño de sangre” ante el crecimiento de la reacción. [2] En ambos casos quedaban omitidas explicaciones más profundas respecto a las causas de este viraje, particularmente al por qué del momento elegido para efectuarlo. Algunas semanas y meses después los comentarios críticos tenderían a desaparecer y las justificaciones se limitarían a una vocación “unitaria”.
La realidad es que este giro estaba motivado por la política del Frente Popular, lo cual iría siendo explicitado con el correr de los meses. Para el PC, ingresar a la CGT implicaba varias cuestiones. Primero, significaba ofrecer un gesto de acercamiento al Partido Socialista (PS), pero también a la Unión Cívica Radical (UCR), que veían en la central la forma institucionalizada de vincularse con el movimiento obrero, particularmente mediante su nave insignia en aquella etapa, la Unión Ferroviaria. Por otro lado, era vista por los comunistas como una forma de demostrar al Estado y al gobierno un gesto de moderación, de aceptación de las “reglas del juego”, alejándose de la imágen de un pequeño grupo incendiario. Para el PC, al igual que lo concibió la Internacional Comunista para otros casos nacionales, particularmente Francia, la CGT debía convertirse en la plataforma que, en representación del movimiento obrero organizado, impulsase la confluencia de las “fuerzas democráticas” y la conformación de un gobierno basado en el Frente Popular, encabezado por el radicalismo como “fuerza democrática mayoritaria”.
Incluso las motivaciones “defensivas” que había esgrimido el PC para realizar este giro luego fueron explicitando esta ubicación hacia la institucionalización y moderación de las acciones:
El comunismo no representa ningún peligro para la patria. No solamente porque el comunismo no es la fuerza en estos momentos decida la suerte de la política nacional, sino porque el comunismo es una fuerza positiva en el progreso del país, en la defensa del régimen democrático (…) Tampoco pretendemos mantener eternamente encendido el fuego de la lucha de clases –que la misma sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre genera- (…) Queremos la paz y la concordia en la familia argentina. Por eso nos adherimos a las soluciones democráticas que se procuraron al pleito institucional todavía en pie; por eso, también, somos partidarios de una solución democrática, libre, que sea expresión de la voluntad popular, en el problema de la futura presidencia de la República. [3]
Este tipo de defensa derivó en que el Comité Central del PC publicase un enérgico repudio, a fines de 1936, contra los rumores que circulaban sobre la posibilidad de que se convocase a una huelga general de carácter subversivo impulsada por los comunistas. Argumentaban que su organización acababa de pronunciarse “por la pacificación del país sobre la base del respeto a las instituciones democráticas” y que por lo tanto mal podría “propiciar actos de subversión institucionales”. [4]
En ese marco, y pese a tratarse de grupos iniciáticos, que presentaban un panorama insular y poco coordinado, los grupos oposicionistas esbozaron una crítica a esta política de los comunistas y su repercusión en el movimiento obrero. Vale recordar que los iniciáticos “trotskistas” se constituyeron al calor de la crítica a la política oficial del PC. El primer grupo argentino identificado con la Oposición de Izquierda [5] se nucleó hacia 1929 alrededor de un militante inglés, Roberto Guinney y su hijo, que coincidieron con el obrero español Camilo López en el Comité Comunista de Oposición, editando el periódico La Verdad. Éste ya anunciaba una distancia respecto del comunismo oficial, esbozando críticas al CUSC por considerar que impulsaba huelgas poco preparadas, desconectada de las bases y conducidas por una minoría ligada al PC. [6] Críticas similares se plantearon durante la llamada política de “clase contra clase” desde los nucleamientos que se organizaron en torno a Héctor Raurich, Antonio Gallo y Pedro Milesi. [7]
Ya en 1935 el grupo de Gallo y Raurich, que publicaba Nueva Etapa, y el de Milesi, que editaba Tribuna Leninista, se unificaron y conformaron la Liga Comunista Internacionalista, que imprimió el periódico IV Internacional. Desde allí se criticó fuertemente el giro del PC en el movimiento obrero, empezando por una revisión de su deriva previa:
Después de la victoria del hitlerismo alemán, hecho que puso de relieve, ante los ojos del proletariado del mundo entero la bancarrota fulminante de todas las falsas “teorías” estalinistas, fundamentalmente en lo que se refiere al “socialfascismo”, “unidad solo por la base”, “unidad para la lucha”, “fortalecimiento y creación de sindicatos rojos”, etc., la IC ha dado bruscamente un viraje de 180°. Sin analizar las causas de ese formidable fracaso, más aún, ratificando la “línea seguida” como la más justa”, se ha ordenado burocráticamente desde arriba entrar en negociaciones con todas las organizaciones reformistas y con los partidos socialistas, llegandose en este sorprendente frenesí “unitario”. [8]
En otro artículo, la atención estaba puesta en el problema de la unidad del movimiento obrero, que efectivamente era el argumento que usó el PC para su política de ingreso a la CGT. IV Internacional sostenía que ese sentimiento era justo pero que no podía plantearse ese problema de forma simplista ni oportunista, “las unidades ficticias, oportunistas, burocráticas, que conducen al matadero”. Por el contrario, sostenía que el grupo “preconiza la unidad en la acción, la unidad clara y responsable de todas las organizaciones obreras para la defensa de los intereses cotidianos de los trabajadores; la absoluta delimitación de los principios y banderas de todos los organismos y partidos; la independencia de la vanguardia proletaria”. [9]
Por su parte, Antonio Gallo señalaba que el antifascismo del PC se limitaba a la acción legal, generando la falsa idea de poder desarmar a la Legión Cívica (un grupo paraestatal fogoneado por la extrema derecha y dedicado a reprimir al movimiento obrero) sin una acción coordinada del proletariado: “De los ruegos de Repetto [dirigente del PS] pidiendo un decreto en ese sentido a estas posiciones, no hay más diferencia que los horrores gramaticales de estos últimos”. [10]
Siguiendo este razonamiento, y usando el pseudónimo de A. Ontiveros, Gallo publicó en 1935 un folleto titulado ¿A dónde va la Argentina?, en el que comenzaba marcando una delimitación clara: Frente Popular o socialismo. En él, esbozaba algunas de las críticas que recorrieron a los grupos trotskistas en los años posteriores. En primer lugar, recordaba que embellecer al radicalismo como “partido democrático” era un gran error, pues representaba los intereses de las clases dominantes del país y, aunque cedió algunas conquistas al movimiento obrero, también lo había barrido a sangre y plomo cuando este quiso ir por más, como en enero de 1919 en la Semana Trágica. Por otra parte, enumeraba las diversas capitulaciones del resto de los pretendidos aliados del PC frente a los avances de las fuerzas reaccionarias en el país, desde el Partido Demócrata Progresista de Lisandro de La Torre, al Socialismo de Repetto. Respecto al giro frentepopulista en particular, sostenía que el PC había abandonado la independencia política respecto de los partidos burgueses, reemplazando la unidad de acción del proletariado por los acuerdos con fuerzas burguesas y pequeñoburguesas: “A la dictadura social del capitalismo que se ejerce igualmente bajo los métodos distintos de dictadura y democracia no se opone la lucha revolucionaria en defensa de la democracia contra el fascismo, su negación y superación por la dictadura del proletariado, sino simplemente la lucha de la democracia contra el fascismo”, abstrayéndose de su carácter de clase. Finalmente, respecto al movimiento obrero, sostenía que la unidad en la CGT podía ser útil, siempre y cuando no implicase ceder a los métodos de las conducciones burocráticas, sino imponer la voluntad de los Comités de Fábrica y un programa que hiciese de “contralor” a la producción capitalista, embrión del control obrero.
Algunas de estas críticas resultaron finalmente precisas, pues el PC puso a prueba su nueva táctica en la lucha obrera más importante de la década, la huelga de la construcción de 1935 y en la posterior huelga general de enero de 1936. En un gremio como el de la construcción, en el que los comunistas habían logrado una fuerte influencia, el PC buscó tomar distancia de las expresiones más radicalizadas del movimiento, intentando institucionalizar las acciones (es decir, reducirlas a la negociación con el Estado y las patronales por cuestiones gremiales y desatendiendo el desarrollo y expansión de la lucha hacia una perspectiva insurreccional, como estaba planteado) que derivaron en la obtención de una serie de conquistas pero también en el aplacamiento de esa acción histórica de masas.
El acto del 1° de Mayo de 1936, solo unos meses después de que la ciudad de Buenos Aires estuviese controlada por barricadas proletarias y una enorme huelga de masas, resulta representativo de la dinámica que implicaba la política del Frente Popular en el movimiento obrero. En aquella tribuna pública y masiva, el PC acompañó la iniciativa de la CGT para que los oradores centrales fuesen Mario Bravo por la UCR y Lisandro de la Torre por el PDP, ambos pregonando por una acción conjunta en el Congreso Nacional.
La época de “las grandes purgas”
No obstante sus intenciones, el Frente Popular no se concretó en los años siguientes y el comunismo debió superar una etapa de crisis interna. Por eso, en paralelo a (y en parte producto de) este giro político, el PC se embarcó en un periodo de disciplinamiento interior y de refuerzo del monolitismo partidario que incluyó un desmesurado ataque a los incipientes grupos trotskistas que se desarrollaron en aquella época. Según los documentos oficiales, el PC debía criticar, perseguir y desterrar de raíz el surgimiento del “trotskismo”, particularmente en sus propias filas, asociando aquella etiqueta con cualquier crítica interna a la dirección oficial, pero también con cualquier política combativa o radicalizada en el movimiento obrero, particularmente en los sindicatos influidos por los comunistas.
Además, aquella “crítica al trotskismo” [11], si bien contaba con una larga trayectoria de persecuciones a los simpatizantes de Trotsky en todo el mundo, tenía un significado particular en la coyuntura de 1937/1938. En aquel periodo, la crisis económica y política que azotaba al régimen estalinista, derivó en un recrudecimiento de la represión interna mediante los llamados “Procesos de Moscú” [12]. Éstos, apuntaron a eliminar a todos aquellos “viejos bolcheviques” que aún quedaban en la dirección del partido ruso y que podían significar un “recuerdo del pasado revolucionario”, de “los principios del socialismo” y especialmente de “las tareas pendientes de la revolución mundial”. [13] En ese contexto, la burocracia soviética acusó de “trotskista” o de “trotskismo” a todos aquellos que, desde su perspectiva, representaban un peligro para su reafirmación en el poder y su apuesta por evitar la guerra mediante el acuerdo con las potencias imperialistas. Desde aquel entonces, las críticas a la política del Frente Popular fueron mayormente asociadas al trotskismo y a la figura de León Trotsky. [14]
Pero también había razones “locales” para este ensañamiento con los grupos trotskistas argentinos. Efectivamente, durante los años 1937 y 1938, la política de “entrismo” impulsada por parte de algunos grupos seguidores de la IV Internacional, había comenzado a tener éxito dentro del Partido Socialista Obrero (PSO), un grupo formado en 1937 como desprendimiento del PS con críticas a su Comité Ejecutivo, en el que aparecieron tendencias más cercanas al socialismo, al comunismo pero también al trotskismo. [15] Como explica Alicia Rojo, dentro de los grupos trotskistas existieron diferencias y debates sobre la implementación de esta táctica de entrismo (y más aún cuando el PSO fue partiendose entre sus distintas alas que incluía a un sector más ligado al PC y otro al PS) aunque la mayoría terminó ingresando, “algunos lo hicieron primero, fundamentalmente sectores estudiantiles de La Plata y de Córdoba, que publicaban Frente Proletario; otros más tarde, entre ellos Antonio Gallo, quien inicialmente se opuso al ingreso, publicaron Izquierda y llegaron a controlar el centro del PSO en Liniers”. Lo cierto es que la táctica había mostrado un relativo éxito, consolidando la incorporación de un importante dirigente obrero como Mateo Fossa, figura clave en la huelga de la construcción de 1935, y ampliando su militancia entre la juventud del PSO que, entre otras cuestiones, criticaba la política de Frente Popular a la que también se acercaba el socialismo de la Segunda Internacional.
En este marco Frente Proletario sostenía, en aquella época, que su propósito era lograr la unidad de acción de la Juventud pero sobre un programa de clase. La lucha contra el fascismo debía darse pero con milicias obreras y comités populares de acción directa contra el fascismo, lo cual significaba la “liquidación de la política del reformismo y del estalinismo”. Esto implicó, en sus primeros números, una fuerte crítica a la política del PC de apoyar la candidatura de Marcelo T. de Alvear, dirigente de la UCR, para las elecciones presidenciales de 1937. Se planteaba que el argumento del PC de que las masas obreras eran radicales y democráticas era engañoso, pues
para luchar con las masas radicales contra la reacción y el fascismo, hay que arrancarlas de las manos de sus actuales dirigentes y para ello, es preciso no lanzar los principios por la borda, no ponerse a remolque de los Alvear, no apoyarlos condicional ni incondicionalmente” pues siempre habían servido “a los intereses del imperialismo y la burguesía argentina”. [16]
Por su parte, Izquierda, en referencia a lo que significaba la política de Frente Popular en el movimiento obrero, planteaba que “todas las agachadas y cobardías de los líderes obreros para impedir la reacción, no han servido más que para anudar, con más fuerza que antes, la cuerda en rededor (sic) del cuello del proletariado”. A su vez, advertía que los lamentos del comunismo por no haber logrado la concreción del Frente Popular no podían confundir a los trabajadores:
los peligros para la clase obrera” están “en la ideología de quienes pretenden, por miedo, por su confusionismo o por cualquier otro motivo (...) explicar el fracaso del Frente Popular por su aplicación errónea, creyendo que puede darse la salida del proletariado con la pequeña burguesía, sin que esto signifique la supeditación de los móviles que esta persigue, sin que aquella trabe una acción verdaderamente revolucionaria. [17]
Esa crítica “por izquierda” generó alarma en el comunismo local. Esto se expresó, por ejemplo, en que las conversaciones entre la Federación Juvenil Comunista y la juventud del PSO para confluir bajo la orientación frentepopulista [18] se vieron interrumpidas por la oposición de los trotskistas. Según el PC, la responsabilidad recaía sobre el Comité Ejecutivo del PSO, tras “haberse dejado arrastrar por una banda de trotskistas, agentes del fascismo, que aún se encuentran infiltrados en las filas de dicho partido hermano”. [19]
En agosto de 1938, refiriéndose a expulsiones dentro del PSO y al caos que existía en este partido, Orientación, órgano de prensa del PC, también apuntaba a los trotskistas. Sostenían que “usando el carnet del PSO han ido ocupando puestos e influenciando su política- y aún confundiendo a otros sinceros militantes- hasta llevar al PSO a la difícil situación actual”. [20] Sin embargo, el problema no era solo la presencia de este grupo en la organización, sino el contenido que estos expresaban y la necesidad de que este no fuese identificado con la izquierda. Las críticas del trotskismo al Frente Popular, centradas en denunciar que se trataba de una política de conciliación de clases, una traición a la clase obrera internacional y un abandono de la lucha por la revolución socialista, eran respondidas por el PC como un favor al “confusionismo” y a la “reacción”. En su visión implicaba asimilar al movimiento obrero y a la izquierda con el caos y la ruptura del orden social: “Cuando la reacción busca la más mínima manifestación de ilegalidad o desorden para dictar leyes de represión esta gente sale a la calle con las consignas tales que los más crudos elementos reaccionarios le deben estar agradecidos”. [21] Orientación se refería centralmente a aquellas consignas que apuntaban a agitar la idea de revolución socialista y a la lucha de clases contra el capital nacional y extranjero. [22]
Aunque no se han hallado rupturas significativas dentro del PC en esta etapa, si se puede hablar de un cierto desarrollo de aquellas organizaciones trotskistas, que llegaron a avanzar en sus fuerzas hacia fines de los años 30. Por lo tanto, se puede conjeturar que la preocupación por la acción de estos grupos, sugiere las dificultades del PC para conciliar su retórica socialista con su giro frentista, que implicaba atenuar toda apelación a una actividad revolucionaria, intentando así cubrir su “flanco izquierdo”.
El Pacto Molotov-Ribbentrop
Otro momento de fuertes debates, lo representó el giro dado por el PC en agosto de 1939. En sintonía con la URSS, que había firmado un pacto de “no agresión” con la Alemania de Hitler, causando un gran impacto en todo el mundo, los comunistas giraron rápidamente a atenuar sus críticas al facismo alemán, tomando distancia de los imperialismos inglés y francés a los que habían elogiado desde 1935. Este viraje, sin embargo, no implicó un abandono de la política del Frente Popular, sino una readecuación del discurso hacia nuevas vías para la conciliación de clases. Las distintas secciones de la IC, incluido el PC argentino, no tardaron en evidenciar un abrupto giro discursivo. Nahuel Moreno, quien por esos años comenzaba su militancia en el incipiente trotskismo local, recordaba su experiencia al enterarse del pacto junto a militantes del PC:
Bueno, una noche, siendo las ocho o nueve, nos llegó la noticia, traída por nuestros amigos del diario El Mundo, de que se acababa de firmar el pacto Hitler-Stalin. Yo tomo la palabra inmediatamente para denunciar el hecho y Satanovsky (cuadro del PC), que estaba en un palco a la derecha del escenario, se retiró. El resto de los estalinistas se quedaron, escuchándome en silencio. Eran la mitad de la concurrencia, y a su vez eran casi en su mayoría, judíos.
Alrededor de las doce de la noche, volvió Satanovsky, que evidentemente había ido a consultar al Comité Central del partido si la noticia era cierta. Y entonces sucedió algo que me provocó un impacto tremendo, hasta el día de hoy no lo he podido olvidar. Tomó la palabra y dijo más o menos lo siguiente: “¡Repudiamos a la canalla imperialista que se disfraza de democracia para atacar al pueblo alemán y a su gran gobierno! ¡Es mentira que Hitler persigue a los judíos, es mentira que persigue al PC, no hay campos de concentración en Alemania! Son todas mentiras del imperialismo”. Y a continuación… ¡lo aplaudieron todos los estalinistas!, ¡no pudimos ganar a un solo judío del PC para nuestras posiciones! ¡Ni a uno! Todos lo aplaudieron.
Por su parte, Mateo Fossa, militante trotskista y dirigente obrero del sindicato de la madera, destacaba la ruptura en el discurso del PC y sus repercusiones: “Lacayos y esbirros a sueldo, ahora tendréis que cambiar de disco y de librea, pues vuestro amo ha pactado con el ‘único enemigo’: el fascismo”. [23]
Uno de los espacios de disputa entre trotskistas y estalinistas estuvo en el gremio maderero, en el cual los primeros habían conquistado una inserción en torno a la figura de Mateo Fossa, vinculado al Grupo Obrero Revolucionario (GOR). Para este grupo, la tarea ante la situación abierta por la guerra, consistía en poner en pie un Frente Único Obrero (táctica definida por la III Internacional en sus primeros congresos y sintetizada en la idea de “golpear juntos pero marchar separados”) que tuviese como objetivo enfrentar la guerra imperialista bajo la consigna de la “liberación nacional”. Para Liborio Justo, dirigente del GOR, la posición neutralista, antiimperialista y de liberación nacional que debían sostener los trotskistas, en nada se parecía a la de los comunistas, pues no se trataba de consignas que depositaran sus expectativas en los radicales ni en los líderes de los partidos gobernantes, sino en “la decisión del proletariado para hacerla efectiva”. [24] En este sentido, Fossa confiaba en que tras el pacto germano soviético iba a quedar en evidencia que las acusaciones del PC respecto a sus vínculos con la Gestapo se desvanecerían ante los ojos de la clase trabajadora, poniendo en claro la “infame traición” del estalinismo, proyectando que los seguidores del comunismo dejarían de adherir a él “ante tanta inmundicia”. [25] Aunque esto finalmente no sucedió, fue un momento de fuertes tensiones entre ambas fuerzas, que los trotskistas utilizaron para realizar una agitación política a su favor.
Estas diferencias estallaron ante la propuesta de los trotskistas para que el gremio maderero emitiese un repudio tras el asesinato de León Trotsky, cuestión que llevó al PC a denunciar que aquellos pretendían “provocar incidentes para desplazar a los comunistas” del sindicato [26], responsabilizándolos de su retroceso, lo cual en realidad se correspondía con las fuertes disputas entre los comunistas y los sectores sindicalistas que se habían erigido en la conducción del mismo y que enfrentaban a la FONC. [27] Así, el foco de crítica del PC estuvo en la figura de Fossa por haber “creado discordia” en torno a problemas “ajenos a los intereses” del sindicato. [28] Pese a este señalamiento, el propio órgano del gremio, El Obrero Maderero, había publicado un artículo en el que denunciaba el “cobarde asesinato” de Trotsky, haciéndose eco del “clamor del movimiento obrero universal” por su muerte y señalando como hipótesis que sus asesinos estaban vinculados al estalinismo, debido a la oposición que representaba el revolucionario ruso a la “obscura y tenebrosa” orientación política de la burocracia “desde el punto de vista de los principios que dieron vida a la Revolución Rusa”. [29]
El asesinato de Trotsky también generó tensiones entre el PC y el PS, particularmente cuando Américo Ghioldi decidió adherir al funeral cívico organizado en su homenaje. En este caso, el ataque estuvo dirigido al periódico Inicial, órgano de la Liga Obrera Socialista referenciada en la figura de Antonio Gallo, al cual se lo consideró artífice de un “nuevo intento” de dividir al PS.
Vale señalar que al igual que la LOR, la LOS rechazaba el neutralismo estalinista, pero daba menos peso al problema de la “liberación nacional”, en función de plantear la necesidad de una lucha abierta contra la burguesía, vinculando las demandas del movimiento obrero con la lucha socialista y contra la Guerra. Esta actitud, para el PC, era una excusa para “encender la guerra anticomunista en las filas del Partido Socialista” [30] y mencionaba la acción “disgregadora” de esta organización al interior de la Federación Socialista Bonaerense en La Plata. No obstante aquellas alarmas, si bien La Vanguardia denunció el asesinato de Trotsky (e incluso comparó la cobertura del mismo realizada por La Hora con la del periódico fascista El Pampero [31]) abriendo sus páginas a declaraciones del GOR que repudiaban al estalinismo [32], es probable que no tuviera ninguna intención de generar vínculos con grupos trotskistas sino de reforzar su campaña contra el “totalitarismo” de la URSS.
Vale destacar que a diferencia de socialistas y radicales, el pacto germano-soviético no fue leído por los grupos trotskistas como un viraje cualitativo en la orientación del estalinismo, sino como la consecuencia lógica de la política de alianzas con el imperialismo, advertida por Trotsky años antes. En su visión, el “redescubrimiento” del imperialismo francés e inglés por parte del PC no era más sincero que sus elogios previos a las “democracias” y su “agitación del peligro nazi” cuando este no era más que un “fantasma” en el país. [33] De ahí que el PC colocara el énfasis en demostrar que los trotskistas repudiaban sus posturas “democráticas” y en favor de la “unidad nacional”, antes que realizar una defensa del pacto en sí o de su neutralismo. Esto permite vislumbrar que los comunistas, ante impugnaciones a su estrategia de colaboración de clases, continuaron defendiendo los preceptos frentistas de forma ofensiva, a diferencia de la postura defensiva adoptada ante socialistas y radicales en lo referido específicamente a su neutralismo.
Este señalamiento, da cuenta de lo mencionado en torno a la tensión entre las disputas políticas suscitadas por el pacto y la relativa escisión que estableció el PC entre aquellas y su práctica sindical, particularmente en los espacios compartidos con el PS. Elemento que puede haber sido una de las causas que expliquen la continuidad, sin grandes turbulencias, de la presencia comunista en las estructuras sindicales a pesar de las fuertes disputas políticas en la superestructura sindical. Esta convivencia entre ambas dimensiones, tanto en comunistas como en socialistas, fue señalada por los trotskistas en el gremio gráfico:
Como consecuencia de su política traidora, los estalinistas han sido repudiados por el proletariado gráfico. Los socialistas de “la casa del pueblo”, no tuvieron empacho en formar una lista con los estalinistas, pese a que todos los días en “La Vanguardia”, los acusan hasta de fascistas, pero con tal de mantener su dominio castrador a los obreros gráficos, realizaron ese maridaje, que fue justamente derrotado por una aplastante mayoría por la lista “Unidad Gráfica”. [34]
Por su parte, para los trotskistas del GOR estas disputas, no obstante las similitudes de fondo entre ambas facciones, abrían la posibilidad de que emerjan “fracciones revolucionarias” de trabajadores en aquel sindicato:
La clase obrera tranviaria va recobrándose poco a poco del asombroso viraje estalinista, en su nueva táctica frente al fascismo. Los mismos que antes del Pacto Hitler Stalin llamaban a los fascistas “bestias”, criminales, salvajes, etc., los llevan hoy al sindicato y los defienden llamándolos compañeros, equivocados, con los cuales quieren unidad para luchar contra el capitalismo.(…) ¿Es posible que la clase obrera tranviaria siga a estos mismos que ayer hacían votar y preparar mensajes a Roosevelt por la lucha antifascista, y que hoy estrechan la mano a los fascistas sin ver en esto confusionismo y traición a su clase?(…) ¿Qué van a gritar los estalinistas este primero de mayo cuando pasen frente a una cruz Esvástica?(…) Esto lo pueden conseguir los obreros tranviarios [sus reivindicaciones], sin la unidad con los fascistas y sin el confusionismo estalinista. [35]
Si bien no hemos hallado evidencias de que este tipo de cuestionamientos al PC hayan generado fracturas o grupos disidentes entre sus simpatizantes o afiliados, queda a la vista que más allá de los mecanismos de amortiguación que diferenciaban las discusiones políticas de las sindicales, había emergido un periodo de fuertes tensiones y conflictos para el comunismo local.
Las huelgas de 1942
Con el ingreso de la URSS en la II Guerra Mundial, en junio de 1941, el comunismo local dio un nuevo giro abrupto. Volvieron a aparecer las figuras de Churchill, Roosevelt y Stalin como los “defensores de la democracia y la libertad” en todo el mundo, contra las “bestias hitleristas”. Nuevamente las potencias imperialistas eran presentadas como las grandes amigas del “socialismo” soviético.
Dando cuenta de este nuevo viraje, en agosto de 1941, el periódico Lucha Obrera, órgano del incipiente grupo trotskista GOR, señalaba que tras el viraje del PC en junio de aquel año se estaba replicando, una vez más, su política del Frente Popular. Sin embargo, advertía que “como ese nombre ya está gastado y solo trae al proletariado recuerdos de fracasos y derrotas, ese nuevo frente de colaboración de clases con el imperialismo se llamará Frente Democrático”. Esos fracasos aún estaban frescos en la memoria: se refería a la derrota de los republicanos españoles vencidos por el Ejército de Francisco Franco y a la ocupación nazi sobre Francia, que culminaba definitivamente con el ciclo iniciado por el triunfo electoral de la coalición entre socialistas, radicales y comunistas en 1936. A su vez, a nivel local y como hemos señalado, pese a que el PC mantenía formalmente la convocatoria a la unidad de las “fuerzas democráticas”, el periodo neutralista había acrecentado la distancia con radicales y socialistas.
De ahí, que apoyándose en el represtigio de la URSS tras su ingreso a la guerra, los comunistas buscasen volver a ganarse la “confianza” de los partidos “democráticos”, particularmente el radicalismo, mostrándose como una organización seria y capaz de garantizar una convivencia democrática.
Esta orientación tuvo un impacto claro en el movimiento obrero, que hacia 1942 experimentaba uno de los periodos de mayor lucha de clases en la etapa. Esta búsqueda de legitimación de su práctica política y sindical, mediante la institucionalización de los conflictos (es decir, la búsqueda por canalizarlos hacia instancias puramente legales de acción), fue advertida desde distintos sectores críticos del comunismo en el movimiento obrero, entre ellos los grupos trotskistas, aunque también desde la corriente sindicalista. Por ejemplo, durante la huelga de los choferes y propietarios de autos colectivos de 1942 [36], conducida centralmente por militantes comunistas, estos recibieron acusaciones por haber privilegiado su connivencia con el Estado y las patronales al momento de levantar la huelga. El obrero maderero, asociaba la finalización del mismo a la “nueva táctica comunista” relatando que:
cuando los comunistas, viendo que el movimiento se les iba de las manos y que los trabajadores de sus propios sindicatos desobedecen sus órdenes, se lanzan a la calle diciendo que todo el que continuara la huelga era nazi fascista, matando de esa manera un movimiento, que justo es reconocer, había alcanzado proyecciones que no sabemos cómo terminaría. (…) Aparece Michelon [cuadro obrero del PC] y con un cinismo que avergonzaría al más repudiable de los seres humanos, manifiesta a los asambleístas; palabras textuales: ustedes solos son incapaces para ganar la huelga a la corporación de transportes, por lo tanto, o nos obedecen volviendo al trabajo como les aconsejamos o de inmediato les retiramos la solidaridad. (…) ¿Serán esas las nuevas tácticas comunistas para entregar al proletariado al capitalismo? [37]
Tensiones similares se evidenciaron en el caso de la mencionada huelga metalúrgica de 1942 cuando sectores provenientes del anarquismo y del incipiente trotskismo, particularmente los vinculados a Ángel Perelman de la empresa CATITA, denunciaron que el PC levantó la huelga aceptando condiciones mucho menores a las que estaban dispuestas a reclamar las bases, realizando maniobras para que estas no se expresen y privilegiando la mediación de sus dirigentes con el gobierno. [38] La respuesta a este tipo de denuncias por parte del PC fue la utilización de grupos de choque contra los militantes trotskistas, con acciones celebradas como “lecciones a los provocadores” por parte de su prensa, no solo en el caso metalúrgico, sino también en gremios como el ferroviario. [39] Entre los metalúrgicos comunistas fue el propio Muzio Girardi quien atribuyó al trotskismo el fracaso de la huelga impulsada en la empresa CATITA por haber realizado una sistemática agitación contra la traición de la conducción del PC que “confundió” a las bases. [40]
Este tipo de respuesta se explica no tanto por la dimensión de estos grupos, aún incipientes, sino por el proceso de institucionalización en el que estaba sumergido el PC, que suponía necesariamente evitar cualquier acción que “desbordase” los márgenes trazados por la legalidad establecida, o al menos que pusiese en cuestión la voluntad de sus dirigentes sindicales de atenerse a ella. Desde el punto de vista de los trotskistas nucleados en el Grupo Obrero Revolucionario, el objetivo del PC en aquellos años se circunscribía a ampliar el “espacio vital garbancero de la burocracia totalitaria stalinista”, en referencia a sus lugares de influencia en el mundo sindical. En su visión, la “caza de cotizantes” era la tarea a la que se limitaban los militantes comunistas en aquel terreno, mientras levantaban la “consigna de Ortiz a la presidencia”. [41] Meses más tarde Lucha Obrera, órgano de la Liga Obrera Revolucionaria, señalaba que la práctica de los dirigentes sindicales del PC estaba centrada en “dirigir humildes súplicas a los poderes públicos, mendigando a la reacción que los deje seguir viviendo en el usufructo de sus puestos burocráticos y sus prebendas”. [42] Es decir, a las críticas antes expuestas, los grupos trotskistas añadían la idea de que el pragmatismo del PC se vinculaba a la necesidad de engrosar sus organizaciones y por ende sus puestos sindicales, que serían “prenda de negociación” con el resto de las corrientes que allí intervenían.
Esta relación entre la política frentepopulista y la desmovilización de luchas que tendían a sobrepasar los márgenes establecidos legalmente, fue explicitada por el propio PC de forma “autocrítica” tras el conflicto en el sector de la carne en 1943. Allí, los comunistas decidieron desmovilizar a los trabajadores a cambio del regreso de su dirigente José Peter de la cárcel, lo cual supuso el avance del sector liderado por Cipriano Reyes, favorecido por la acción estatal, deviniendo en la derrota de una de las principales acciones de oposición al gobierno militar en su etapa inicial:
Depositando una confianza excesiva en las promesas del gobierno y en la buena voluntad de las empresas imperialistas se cometió el error de levantar la huelga, sin haber obtenido las garantías indispensables para que los reclamos de los trabajadores fueran satisfechos. En este error influyó también la idea de que, por tratarse de una empresa abastecedora de los ejércitos de las Naciones Unidas, se podría esperar de ella una actitud conciliadora, lo que esa empresa desmintió muy poco después, desencadenando una ofensiva brutal contra los trabajadores. [43]
No obstante, el PC atribuyó el problema a una “desviación” oportunista, pero no renegó de su orientación previa, que estuvo centrada en oponer a la dictadura no la acción obrera, sino un gobierno encabezado por el radicalismo.
Lo dicho hasta aquí no niega el hecho de que el PC haya mantenido niveles de acción clandestinos o semi-legales, ni que haya impulsado acciones reivindicativas y de lucha fuera de lo esperado por las patronales y el Estado, sino que la tendencia predominante implicó privilegiar aquellas prácticas que insertasen a sus organizaciones dentro del régimen político y no las que podían excluirlo.
Breves palabras finales
La década del ‘30 representó un momento de fuertes debates, luchas sindicales y políticas al interior del movimiento obrero. Algunas de ellas, fueron protagonizadas por el PC y por los incipientes grupos trotskistas, que se desarrollaron al calor de sus críticas al estalinismo local. Una de las más significativas diferencias, estuvo vinculada a la política del Frente Popular, que implicaba una perspectiva de conciliación de clases y una subordinación de la acción obrera a la idea de un gobierno “democrático” encabezado por el radicalismo.
Pese a tratarse de organizaciones incipientes o poco influyentes, aunque contaron en sus filas con dirigentes obreros importantes en la época como Mateo Fossa, el PC descargó una despiadada violencia verbal, e incluso física, sobre aquellos que consideraba “incitadores al caos”, asociados a una perspectiva revolucionaria. Esta desproporción se explica tanto por la adopción de crecientes pautas represivas enviadas desde el Kremlin (cuyo correlato más evidente fueron los llamados “Juicios de Moscú”), como por su inserción en un proceso de disciplinamiento en el propio PC, cuyas escasas voces disidentes en el periodo fueron asociadas a aquella lucha internacional contra el “trotskismo”, o a una falta de lealtad al grupo gobernante en la URSS. Además, esto estuvo estrechamente relacionado al intento por aplacar todo tipo de impugnación “por izquierda” a su creciente moderación en su intervención dentro del movimiento obrero.
Las luchas dadas por los iniciales grupos trotskistas no sólo plantearon una voz alternativa al PC, anclada en la vieja tradición bolchevique, sino que sentaron algunas de las bases teóricas y políticas que darían identidad a vertientes fundantes del trotskismo argentino. Sus posicionamientos en torno a la guerra, sus elaboraciones sobre el carácter de la burguesía nacional (en polémica con el PC), del radicalismo y del socialismo, fueron fijando los contornos de aquella corriente en esta región. Y aunque en las luchas obreras representaron a sectores minoritarios, se puede resaltar que ya en ese entonces propusieron repertorios alternativos a los grupos mayoritarios: el de la coordinación y autoorganización obrera, en oposición a los métodos y acciones burocráticas a las que el PC tendía a adaptarse.
Por esas pequeñas huellas, tenues pero determinantes en los primeros pasos del trotskismo argentino, es que quisimos rescatar esta historia.
COMENTARIOS