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Perfiles. Lula da Silva, del sindicalismo fabril al Planalto

No es novedad el origen obrero del actual presidente brasileño. Su figura acumula algunos “mitos” con los que se ha buscado edulcorar su verdadero rol al frente del Estado capitalista. En este breve perfil de Lula abordamos su historia y cómo llegó a este presente “corrido” a la centroderecha.

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Sábado 26 de octubre 08:45

Enfoque Rojo.

Enfoque Rojo.

Luiz Inácio da Silva, “Lula” como se lo conoce en todo el mundo, es nordestino. Nació el 27 de octubre del ‘45 en una de las regiones más pobres de Brasil. El proceso de huelgas que a fines de los años setenta enfrentó a la dictadura impuesta en 1964, lo transformó en el dirigente obrero más popular. Pero su figura también acumula algunos “mitos” con los que se ha buscado edulcorar su verdadero rol al frente del Estado capitalista. En este perfil se aborda la historia del fundador del Partido de los Trabajadores (PT), una experiencia inédita de laborismo en el país-continente, que es también esbozo de la joven clase obrera brasileña y segmentos de la historia del país.

De Pernambuco a San Pablo

Pasaron más de 4 décadas desde el momento en que Lula se transformó en una de las grandes figuras políticas de un país cuya historia colonial y esclavista no se siente a gusto con los liderazgos populares. Como muchos otros nordestinos, oriundo de Caetés (Pernambuco), a comienzos de los años cincuenta, emigró junto con su madre “Dona Lindu” y siete hermanos a uno de los barrios más pobres de la periferia de San Pablo pero vecino de los más industrializados que expresaban el auge metropolitano y la urbanización social de aquellos años. Allí finalizó la escuela primaria, fue mensajero, lustrabotas y antes de cumplir los 18 comenzó a trabajar como tornero mecánico, perfeccionándose por tres años en el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial (SENAI), una herencia del industrialismo de Getúlio Vargas.

Habían pasado solo ocho años de su llegada a San Pablo cuando se produjo el golpe militar en Brasil anticipándose una década al resto del Cono Sur, que se prolongará por 20 años y cuyas marcas aún son perceptibles en la actualidad brasileña. Desde el inicio los militares disolvieron la CGT, fueron intervenidos 500 sindicatos, federaciones y confederaciones. El plan económico de la dictadura creó las condiciones para la estabilización y la instalación de multinacionales, atraídas por el disciplinamiento social de la represión y los “sueldos exprimidos”, la prohibición del derecho de huelga y el libre despido. Dos años después, Lula ingresó en la fábrica Villares en el ABC paulista, donde trabajaban casi 1000 metalúrgicos, reflejo del joven movimiento obrero de aquel momento: concentrado y migrante. No se trataba de una pequeña empresa, con la instalación de la industria automovilística en el ABC había ampliado su campo de producción a la fabricación de aceros especiales.

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Los inicios sindicales

A fines de 1968 el Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos de São Bernardo do Campo comenzó a preparar las elecciones para la renovación de su Junta directiva. El sindicato de los metalúrgicos mantuvo cierta independencia de la Federación dirigida por los llamados "pelegos" lo que les otorgó autonomía al negociar las reposiciones salariales con las empresas. Lula fue convocado por su hermano, tres años mayor, José Ferreira da Silva, “Frei Chico” por su calvicie franciscana, delegado sindical y militante del Partido Comunista Brasileño (PCB) a participar de la elección. Aunque Lula no contaba con experiencia aceptó sumarse como suplente en la lista finalmente ganadora de Paulo Vidal e hizo escuela de un sindicalismo de gestión, enfocado en la vida fabril, alentando la sindicalización y la promoción de cursos.

Al año siguiente se casó con María de Lourdes, obrera textil, pero compartió con ella pocos años pues falleció en su octavo mes de embarazo perdiendo también al niño. No fue el único acontecimiento inesperado. Las elecciones sindicales de 1972 representaron otro giro en su vida, esta vez en el terreno gremial. Triunfó en la lista de Vidal como secretario general del sindicato y liberado de sus tareas en la fábrica comenzó a recorrer todo el estado y más allá. Algunos de sus colaboradores de esta etapa como el abogado Mauricio Soares serán funcionarios en sus futuros gobiernos. Se vislumbran los gestos de un “nuevo sindicalismo”, como lo llamó la prensa de la época, marcado por una nueva actitud en las negociaciones salariales.

1969. Lula en la época en que trabajaba en la Villares, ya suplente en la dirección del Sindicato de los Metalúrgicos de Metalúrgicos de São Bernardo.

En 1974 conoció a Marisa Leticia Rocco que se convirtió en su segunda esposa, con quien tuvo tres hijos, Fabio, Sandro y Luis Claudio. Un año después Lula ganó la presidencia del sindicato, sería reelecto en 1978, llegando a representar a 100 mil trabajadores. Paulo Egídio Martins, según cuenta su biógrafo Fernando Morais en Lula. La biografía, por entonces gobernador del Estado, presidió la ceremonia de su asunción declarando años después que “había decidido ir a la toma de posesión de Lula porque veía en él una desafección hacia los comunistas, que “se oponía a la preferencia del sindicalismo servil de Getúlio Vargas”.

Movilización en apoyo a los sindicalistas presos, durante la huelga de 1980. En la foto Marisa Rocco, junto a otras mujeres, encabezando la marcha por su liberación.

Más allá del ímpetu democrático que podía profesar un gobernador de la dictadura, anticipaba lo que ocurriría unos años después: la hegemonía sindical del PCB iba a ser desafiada por el surgimiento de un bloque integrado por los “sindicalistas auténticos” del ABC y las llamadas oposiciones sindicales en distintas partes del país. En aquella etapa parecía cautivado por la recomposición salarial en la agenda de negociación con las patronales y un “favoritismo” por la identidad obrera que casi rozaba el espíritu corporativo, Lula declaraba que la mejor forma en que los estudiantes podían ayudar a la clase obrera era quedándose en sus universidades, justo en el momento en que la dictadura comenzaba a agrietarse.

1975. Asume la dirección del Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo y Diadema.

Dirigente obrero y líder del PT

A mediados de los setenta comenzó un proceso de movilización social amplio, heterogéneo, entre los sectores medios contra la carestía de vida y por la amnistía de los presos, que desplegaba nuevas demandas democráticas en una especie de renacimiento de la sociedad civil. Ante este escenario, el régimen buscó formas de prevención para no perder el control político. El general Ernesto Geisel (1974-1979) daba el puntapié de la transición democrática a través de una estrategia de apertura política “lenta, gradual y segura” que como analiza Ricardo Antunes “era el desencadenamiento de la transición para la institucionalización de la autocracia”.

Sin embargo la oleada de huelgas de las grandes automotrices del ABC en 1978, 1979 y la de 1980, que tomó una dinámica de enfrentamiento abierto con la dictadura, fue el momento bisagra. Medio millón de trabajadores paulistas de brazos cruzados, como relata Fernando Morais, no se intimidaron ante las brigadas antidisturbios y regimientos de la policía montada. Fueron 41 días que conmovieron a la dictadura. Las cargas de caballería y de las tropas contra los piquetes actuaban de madrugada, recibidas con piedras y neumáticos en llamas. Se desató una enorme solidaridad en todo el país de artistas, jóvenes e intelectuales. Sin embargo, los “sindicalistas auténticos” liderados por Lula no buscaron la convergencia de los obreros del ABC con el conjunto de trabajadores en huelga y los sectores progresistas, manteniendo el conflicto en el plano reivindicativo, sin orientarlo a derrotar la dictadura en las calles y sin desestabilizar el pacto de la transición. La huelga fue derrotada pero Lula se convirtió en la figura más importante del campo opositor, orientando la institucionalización del recién fundado PT en el momento en que todo el arco político burgués apostaba a la recreación del régimen.

El desafío de las huelgas, el enfrentamiento a la represión y la hegemonía de un proletariado joven que hacía sus primeras experiencias políticas fueron los pilares de la autoridad de Lula que lo proyectaron en tan poco tiempo. La conciencia de su fuerza y el orgullo de clase “penetran” en los trabajadores sólo en gran medida, decía Trotsky, cuando en las primeras filas de los líderes se alinean personajes “como ellos”, como uno de su clase. Su reconocimiento político estuvo unido a este despertar fabril, que dio lugar a la fundación del PT que se constituyó también, como señala Perry Anderson, en “el vehículo de su ascenso”.

Fundación del PT. (Juca Martins . Olharimagem)

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No faltaron las comparaciones con el líder polaco Lech Walesa del sindicato Solidaridad, no solo por su origen obrero o porque se identificaba con el catolicismo sino también por la simultaneidad y el rol jugado en las transiciones políticas. Los vínculos de Lula con la Iglesia católica se hicieron sentir a lo largo de su biografía, con la salvedad, decía el líder sindical, de que el éxito de Walesa era producto del embate contra el comunismo motorizado por las iglesias más conservadoras de Occidente, mientras que en su caso lo eran las teologías de la liberación. El alcance capilar de las iglesias particularmente en las dos diócesis más importantes del ABC, São Bernardo do Campo y Santo André unas 100 parroquias para un millón y medio de habitantes habían estado al frente del fondo de huelga organizado en 1980 por aquella diócesis, jugaron la carta de la contención politizando la religiosidad popular a través de las Comunidades Eclesiásticas de Base.

1979. Lula en la asamblea que reúne miles de trabajadores en el estadio de Villa Euclides.

Lula presidente, la hegemonía posible

Al frente del PT Lula encaminó al partido hasta lograr, 22 años después de su fundación, su máximo objetivo, llegar a la presidencia. En el camino quedaron las Directas de 1984, la Constituyente de 1988 y la aventura de Collor de 1990. Unos años después en 1995, durante la primera presidencia de Fernando Henrique Cardoso, después de un mes de paralización y cuando el envío de tropas militares no fue suficiente para amedrentar a los obreros petroleros en huelga, Lula garantizó el levantamiento a través de su prestigio, de un conflicto testigo que cuestionaba el plan en marcha de privatizaciones. Punto de inflexión que allanó el camino a la inserción del país en la “globalización”, como suele presentar el ex presidente neoliberal Fernando Henrique Cardoso a la subordinación dependiente de Brasil al “Consenso de Washington”.

Luego de tres intentos fallidos en 1989, 1994 y 1998 en 2002 con su “Carta ao povo brasileiro” que prometía al capital financiero y los empresarios una “transición lúcida” y “respeto a los contratos”, Lula canalizó la frustración popular con ese neoliberalismo en clave electoral, haciendo realidad la llegada de un candidato de origen obrero por primera vez a la presidencia de Brasil, con el 62% de los votos en la segunda vuelta. Fue la etapa superior de su transformismo.

Primera campaña presidencial de Lula en 1989.

Brasilia, 2003. Lula y su vicepresidente José Alencar, en la ceremonia de inauguración de su primer mandato.

En el contexto internacional del boom de las materias primas y los gobiernos posneoliberales en América latina, Lula anunció como objetivo “acabar con el hambre y la pobreza”. Al mismo tiempo que construía su entente con el capital financiero, el agronegocio y los partidos tradicionales, otorgó aumentos salariales y reparaciones sociales en un país con índices enormes de desigualdad social que se tradujeron en un histórico apoyo popular, superior entre los sectores relegados del país, de magnitud tal que asesores del PT como el intelectual André Singer lo describieron como la base social de un nuevo fenómeno, el lulismo. El emblema de esta política fue el plan Bolsa Familia, la asignación familiar que alcanzó a millones de brasileños como nunca antes, tolerada por las elites como un vehículo para la despolitización de la pobreza y complemento de la pasivación de la lucha de clases.

Pensando en Brasil en el contexto de un mundo menos extasiado por la ilusión unipolar norteamericana, Lula subió la apuesta buscando proyectar al país, asociado a su imagen, en la arena geopolítica valiéndose de la dimensión de su economía y de su ubicación regional, que no excluía los acuerdos con sus socios vecinos y el alineamiento estratégico con Washington. La “misión” en Haití al frente de la Minustah en 2004 cuando allí la presencia norteamericana directa era insostenible y Francia se cobraba el imperdonable delito histórico de la osada emancipación de los esclavos de su antigua colonia, tal vez sea uno de sus más trágicos ejemplos.

Tropas brasileñas en Haití.

Lulismo senil

Lula sobrevivió a la persecución que sufrieron él y su partido, inhabilitado para participar en las elecciones presidenciales de 2018 y luego de pasar 580 días en prisión fue liberado una vez revocadas las condenas arbitrarias del Lava Jato, la Operación judicial que buscó asentar el proyecto nacido con el golpe institucional contra la presidencia de Dilma Rousseff. No era la primera vez que las FFAA intervinieron como un actor político en la agenda doméstica pero a diferencia del golpe de cincuenta años atrás esta vez, tal como lo resalta Anderson en Brasil. Una excepción, la democracia no incomodó los planes del capital.

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El resultado de toda esta trayectoria ha transformado a Lula en una figura que, junto a la de Fernando Henrique Cardoso, ha dominado en cierta forma la historia política brasileña reciente. Este enorme capital político se vio potenciado luego de su proscripción, y lo habilitó a los ojos de un sector de la burguesía para competir con el inestable Bolsonaro como garante de la continuidad a sus logros reaccionarios y contrarreformas neoliberales. Desde el 1 de enero de 2023 encabeza la tercera presidencia en un corrimiento al centroderecha, a través de una amplia coalición que incluye al neoliberal Geraldo Alckmin de vice, su antiguo contrincante en 2010 y defensor de las reformas de Michel Temer, sectores del bolsonarismo y al PSOL.

Es seguro que su actual gobierno no repite ni el de 2002 ni el 2010. Brasil es hoy muy diferente, son otras las determinaciones políticas económicas internacionales y nacionales, las relaciones sociales entre las clases y el clima ideológico de época. Sin embargo lo que permanece es una línea estratégica que Lula no ha abandonado a lo largo de su vida política: el discreto encanto “socialdemócrata” de la conciliación de clases.

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Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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