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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Manuel Castells, ¿un epígono de Carmena?

El ministro de Universidades llegó al gobierno como un “izquierdista veterano” de gran prestigio profesional, representando un caso similar al de Manuela Carmena. Al igual que la antigua alcaldesa de Madrid, tiene posibilidades de convertirse en una importante decepción.

Martes 6 de octubre de 2020

Manuel Castells, actual ministro de Universidades, constituye una figura que guarda numerosas similitudes con la de Manuela Carmena. Ambos son personas ligadas tradicionalmente a la izquierda, con una importante trayectoria profesional a sus espaldas, que llegaron a la política parlamentaria a una edad avanzada como elementos de prestigio que fortalecían la imagen pública de los “Gobiernos del Cambio”. Además, tanto Carmena como Castells resultan encantadores en sus entrevistas, favoreciendo que crezca la simpatía hacia ellos. No obstante, Carmena terminó decepcionando con su gestión, lo que hizo que no consiguiera renovar el cargo de alcaldesa de Madrid. Todavía es pronto para augurar si el ministro de Universidades seguirá esa misma senda, pero sus meses en el cargo no han hecho más que aumentar la suspicacia del estudiantado. Desde luego, hay datos que invitan al pesimismo.

Para empezar, vemos que los apoyos públicos de Castells han resultado contradictorios en la última década. Los periódicos han informado de que su presencia en el Consejo de Ministros constituye la cuota de los Comuns de Ada Colau en el Gobierno. Sin embargo, Castells, que apoyó el 15M y escribió el libro Redes de Indignación y Esperanza (2012) para analizar cómo las tecnologías de la información habían influido en la organización de los nuevos movimientos de protesta, mostró una gran simpatía por la candidatura del convergente Xavier Trias para la alcaldía de Barcelona en 2011. A pesar de las ilusionantes medidas que el actual ministro imaginaba para la ciudad condal, con un crecimiento del empleo juvenil y la apertura de un diálogo con los movimientos sociales, lo que se acabó produciendo fue una política de recortes que aumentó la desigualdad y llevó a mucha gente de clase trabajadora a la pobreza.

No obstante, lo más relevante de Castells en este momento es su visión sobre el funcionamiento de la Universidad española. Alejandro Bravo ya adelantó en Izquierda Diario hace unos meses algunos de los planteamientos que el ministro ofrecía antes de ocupar su actual cargo, los cuales pasaban por el aumento de las tasas universitarias y el crecimiento de la participación de la empresa privada en la Universidad pública (asemejándose así al modelo norteamericano).

Sin embargo, Castells aseguró en su entrevista para Javier Gallego en Carne Cruda que estaba trabajando para rebajar las tasas. Tal vez el ministro haya visto las mastodónticas deudas que subyugan a los estudiantes norteamericanos, situándose la media de la deuda federal en 34.000 dólares (un estudio de la organización The College Board calculaba además, después de efectuar los ajustes por inflación, que las matrículas y tasas de las universidades públicas estadounidenses se habían triplicado entre los cursos 1989-1990 y 2019-2020). Aunque no tiene que irse tan lejos, pues un gran número de estudiantes se ha visto expulsado de las universidades de las que él se va a encargar debido a la imposibilidad de hacer frente al aumento exponencial de los precios de la educación superior que sufrimos también aquí.

No obstante, es necesario destacar que las medidas impulsadas hasta ahora en relación a las tasas se reducen a la fijación de un precio máximo de 18,46 euros por crédito, lo que supone una rebaja de 27 céntimos respecto a la media del curso pasado (18,73 euros). Ya sé, querido lector o querida lectora, que ahora mismo estás dando saltos de alegría porque esta espectacular rebaja te permite pagar la matrícula universitaria y tener dinero de sobra para comprarte unos chicles, pero no cantes victoria tan rápido, pues las comunidades tienen de plazo hasta el curso 2022-2023 para adecuarse a este cambio. Fuera de bromas, es verdad que algunas regiones van a tener que realizar una considerable reducción de precios, destacando el caso de Cataluña (donde la rebaja alcanza el 43,2% del coste actual), pero sería deseable un plan de medidas anti-Covid más ambicioso para que los estudiantes con menos recursos económicos no tuvieran que abandonar sus estudios (muchos de ellos no logran cumplir con los requisitos de las becas al compaginar el grado universitario con un trabajo).

Por otro lado, lo que no ha cambiado Castells es su convicción de que la introducción de la empresa privada en la Universidad pública puede ser beneficiosa para ambas. De hecho, en la ya citada entrevista en Carne Cruda, el ministro resaltaba con vehemencia que la Universidad de Berkeley, en la que ejercía de catedrático emérito hasta ocupar su actual cargo, es pública y recibe financiación privada. ¿Podríamos decir que Berkeley puede ser un ejemplo para nuestras universidades? Si alguien cercano al pensamiento liberal viera esto, tal vez pensara que el autor de este artículo es contrario al modelo norteamericano simplemente por prejuicios contra el mercado. Este individuo podría decir que la colaboración de Silicon Valley, el principal centro tecnológico del mundo, con las universidades californianas ha producido un gran crecimiento mutuo.

Otro elemento a añadir por este hipotético lector sería el alto lugar alcanzado por la Universidad de Berkeley en los estándares internacionales de calidad universitaria, siendo esta y la UCLA las únicas universidades públicas que pudieron situarse entre las diez mejores del mundo en la lista publicada en 2018 por la prestigiosa revista británica Times Higher Education (ambas beneficiadas por el desarrollo tecnológico californiano), lo que contrasta con la poca financiación que reciben la mayoría de instituciones públicas de enseñanza superior en Estados Unidos.

Ante estos argumentos, yo no tendría más remedio que darle la razón. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Es cierto que la financiación privada aumenta los recursos de los que puede disponer la Universidad, pero también hace que esta vea comprometidos sus objetivos de formación y producción de conocimiento. Ya se desarrolló este tema, entre otros, en el libro colectivo Qué hacemos con la Universidad (2014), el cual denunciaba la privatización de las investigaciones, la dificultad de hacer públicos los resultados de las mismas, la persecución únicamente de objetos de estudio que resulten rentables

De hecho, podemos poner algún ejemplo que dé un baño de realidad al modelo idealizado que ofrece Manuel Castells. En su estudio sobre el papel de las universidades en la competitividad económica de California, John Aubrey Douglass y C. Judson King, ambos profesores en Berkeley (al igual que el ministro), hacen referencia a un par de casos de financiación privada de su Universidad que resultaron especialmente polémicos. Uno es el firmado con la compañía farmacéutica suiza Novartis en 1998, que, a cambio de una financiación de 25 millones de dólares repartidos en cinco años, permitía a la empresa patentar un porcentaje de los descubrimientos realizados por el equipo de investigadores de Berkeley (incluidos también aquellos que no se habían visto sustentados por la financiación de Novartis). El otro fue el acuerdo alcanzado con el gigante británico de la energía BP, que consistía en una inversión de 500 millones de dólares a lo largo de diez años para desarrollar investigaciones relacionadas con la producción de combustibles a partir de recursos biológicos. La Universidad de Berkeley participó en este proyecto junto a otros centros de investigación, encontrándose con los habituales problemas a la hora de elegir los objetivos de estudio y mantener la independencia académica (esto se acentuaba debido a la estrecha colaboración que mantenían los investigadores universitarios con los profesionales de BP).

Por otro lado, es importante no olvidar que las Universidades no se pueden separar nunca de la sociedad en la que están inmersas. En las protestas contra la Gran Recesión fue muy famoso el lema We are the 99%, iniciado por el movimiento Occupy Wall Street como forma de contraponer al 1% más rico de Estados Unidos frente al resto de la sociedad. Sin embargo, como muestra el académico Richard V. Reeves en su libro Dream Hoarders (2017), el 20% de la población norteamericana que constituye la clase media-alta también formaría un estrato aparte. Estos estadounidenses acomodados, junto a otras ventajas, ocupan los principales centros de formación académica, generando élites cognitivas que terminan logrando los mejores puestos de trabajo. Así, según Reeves, la escasa movilidad social convertiría a Estados Unidos en un país de clases estancas, más similar a la Inglaterra de finales del siglo XIX. de lo que a muchos les gustaría admitir. Uno de los lugares donde esta división de clase es más patente es la California que hasta hace poco habitaba Castells. Así, las grandes ciudades del Estado presentan un gran número de trabajadores de las empresas tecnológicas con salarios altos a la vez que muchas calles están llenas de personas sin hogar.

Hay que decir que esta estratificación tan rígida no se da solo en Estados Unidos, pues en nuestro país también existe una importante desigualdad respecto a la obtención de títulos universitarios, de una renta mayor y de un mejor trabajo en función de los orígenes sociales.

En definitiva, podemos ver que existen bastantes elementos como para que tengamos bastantes reservas hacia Manuel Castells. Su política respecto a las tasas universitarias plantea limitaciones importantes en tiempo y forma, a lo que se añade una preocupante veneración hacia el modelo universitario estadounidense, el cual, como hemos visto, consigue una importante cantidad de recursos económicos a costa de renunciar a parte de su independencia investigadora. También hemos señalado el elitismo implícito a este modelo, que ha contribuido a acentuar la desigualdad en el país norteamericano.

Aún no es tarde para que se implementen medidas que permitan convertirse a la Universidad en un espacio crítico, abierto a los hijos e hijas de la clase trabajadora, que reduzca la brecha social y que produzca conocimientos que vayan más allá de la rentabilidad económica. Solo el tiempo dirá si Castells acaba siendo un epígono de Manuela Carmena y termina decepcionando, pero de momento el ministro parece empeñado en ser presa, cual personaje de tragedia griega, de un destino inexorable que le lleva a repetir los mismos errores de la antigua alcaldesa. Sin duda, la sombra de Carmena es alargada.