La coyuntura política peruana vuelve a movilizar ciertas referencias a Mariátegui. Aprovecharemos la oportunidad para repasar algunas cuestiones de su pensamiento y recomendar su lectura.
Mariátegui como marxista
Mariátegui ha pasado por una larga historia de interpretaciones que es imposible resumir en un artículo. Diremos solamente que corrientes muy disímiles dicen abrevar en sus ideas y es mayormente reivindicado por su capacidad para pensar la realidad latinoamericana. En un contexto de auge de las modas académicas decolonial y “populista” ( esta última, una adaptación básica de las teorías de Laclau) muchas veces se termina olvidando que Mariátegui es un autor marxista.
Lo que quiero decir con esto es que, dada la amplitud de sus preocupaciones y reflexiones, Mariátegui puede dialogar con puntos de debate que le interesan a diversas corrientes ideológicas, desde las indigenistas hasta las de la “interseccionalidad”, pasando por poscoloniales y (en menor medida) decoloniales hasta las diversas lecturas sobre cómo desarrollar un marxismo específicamente latinoamericano.
Esto es así porque al realizar un ejercicio de pensar sobre la revolución en Perú y América Latina, Mariátegui identificó problemas que no existían del mismo modo en otras latitudes. Destacó especialmente la importancia de la lucha indígena, tanto como sus costumbres comunitarias como punto de apoyo para la lucha socialista (cuestión que se había visto previamente confirmada en la Comuna de Morelos de la Revolución mexicana, aunque parecería que Mariátegui no conocía la experiencia). Junto con esto, el análisis de clase en Mariátegui atiende al rol que ocupan los grupos sociales en las relaciones de producción, pero está cruzado también por la cuestión de la identidad. Desde su óptica, el problema indígena y la cuestión de clase tienen estrecha relación, porque las masas obreras de Perú son en su mayoría indígenas. De ahí que la obra de Mariátegui sea tenida en cuenta por quienes se interesan más en la cuestión de la “raza” que la de la “clase” o quienes optan por enfoques de tipo “interseccionales”. Es indudable que Mariátegui desarrolló un enfoque no economicista de estas cuestiones, porque en su mirada raza y clase se hibridaban concretamente en la realidad peruana. Su modo de abordar el problema del sujeto pretendía ligarse a su comprensión de los problemas de las formas concretas en que el capitalismo se desarrolló en Perú y por ende no se podía prescindir de la cuestión indígena en todas su dimensiones.
Sin embargo, en las reivindicaciones de Mariátegui que resaltan estos temas en términos más acordes a las posiciones que tienen peso en los círculos académicos, se pierde una cuestión que es en definitiva un fundamento básico del marxismo de Mariátegui. Me refiero a la centralidad de los cambios económicos como condición necesaria para cualquier proyecto de emancipación. El reconocimiento del problema indígena le permitió a Mariátegui pensar también la cuestión de clase en términos no obreristas o que van más allá del economicismo. Pero simultáneamente, Mariátegui remarcaba con énfasis la centralidad de la cuestión económica para resolver la cuestión indígena, señalando que el “problema del indio” era “el problema de la tierra” y esto tenía como consecuencia programática la expropiación de los latifundios, como parte de una revolución que tenía que retomar las tareas de emancipación nacional y revolución agraria con una orientación socialista.
Si uno se pone a pensar, es un poco curioso que los cambios económicos de fondo tengan tan mala prensa en los ámbitos académicos, especialmente en los que se consideran críticos. Se los moteja de “esencialismo” o “economicismo”, mientras se favorece darle prioridad al carácter performativo de los discursos o a las “batallas culturales”. Una de las claves del marxismo de Mariátegui tiene que ver con esta capacidad de “interseccionar” las dimensiones de raza y clase (y en cierta medida de género porque también prestó atención al movimiento feminista de su época), tanto como los aspectos culturales y sociales, pero sin dejar de darle centralidad a la transformación revolucionaria de la estructura económica de la sociedad. No habría que olvidarlo.
Populismo y frentepopulismo
Desde que el historiador soviético Miroshevski lo calificó de “populista” (en el sentido de los narodniki rusos que consideraban al campesinado el sujeto de la revolución), pasaron 80 años y han ido cambiando mucho los términos del debate. La difusión descontrolada del término “populismo” que vemos en la actualidad no ayuda mucho a dar claridad. Empecemos por quienes pretenden presentar a Mariátegui como afín al populismo ruso [1].
La indagación es interesante, pero la lectura de Mariátegui como populista presenta ciertos problemas. Si Mariátegui es un marxista populista por pensar en las potencialidades socialistas de la comunidad indígena, habría que decir lo mismo de Marx, que esgrimió argumentos muy parecidos en su carta a Vera Zasulich sobre la comuna rural rusa. Es más, el Marx tardío tuvo una marcada simpatía por los populistas rusos. Pero sería forzado definir a Marx como populista, al igual que hacerlo con Mariátegui. La diferencia principal con el populismo ruso, es que Mariátegui resaltaba la potencialidad socialista de la comunidad al mismo tiempo que la centralidad del proletariado urbano y rural (que era también indígena como ya dijimos), cuestión que en el populismo ruso no existía como argumento. Lo mismo cabe, con las diferencias del caso, para Marx.
Otros pasan a Mariátegui por la criba del Frente Popular adoptado como estrategia por el stalinismo en el VII Congreso de la Comintern. Esta lectura la inauguraron los propios stalinistas en alguno de sus zig-zags y fue retomada con sus propios argumentos por José Aricó. El supuesto fundamento para sostener esta posición sería la participación de Mariátegui en el APRA antes de la ruptura con Haya de la Torre. Además de que las vinculaciones entre marxistas y movimientos nacionales progresivos fue una de las características de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, la diferencia entre una política y otra no podría ser mayor. Como explicó el propio Mariátegui al momento de la ruptura, el APRA era un movimiento que contenía diversas tendencias de vanguardia y pasó por un proceso de clarificación de posiciones y rupturas ideológicas y estratégicas. La ruptura se consumó precisamente cuando Haya de la Torre quería transformar al APRA en un partido nacionalista burgués. El Frente Popular consiste en la rehabilitación de la doctrina menchevique de alianza con la supuesta burguesía progresista (o nacional en la periferia) porque hay que hacer una revolución por etapas. ¿Qué tiene que ver con la posición de Mariátegui?
Una cuestión más: es importante destacar que el marxismo de Mariátegui es especialmente internacionalista. Nunca se consideró un particularista o pensó que fuera posible separar la revolución en el Perú y América Latina de la lucha por la revolución internacional, lo que no tiene nada que ver con ninguna variante populista.
Para Mariátegui, la Primera Guerra Mundial había demostrado que el capitalismo había adquirido una escala internacional de la que ningún país podía sustraerse. En ese marco, la Revolución rusa había generado un despertar de la lucha de la clase obrera y los pueblos oprimidos. El internacionalismo se basaba en el carácter mundial de la economía capitalista, en el alcance internacional de la crisis y en la extensión internacional de la lucha de clases. En su conferencia de 1923 sobre la crisis mundial y el proletariado peruano señalaba que el internacionalismo “no es solo un ideal; es una realidad histórica” y afirmaba que el desarrollo de la economía capitalista a escala internacional internacionalizaba también la lucha de clases y las luchas ideológicas, de modo tal que hasta “los ideales más avanzados de Europa” se hacían lugar en la vida política peruana.
En este contexto, cabe señalar de paso las limitaciones de las lecturas que pretenden encasillar a Mariátegui como un pensador restringido al problema de la Nación o que buscan hacer primar el enfoque “nacional” por sobre el “socialista”. Sin duda que sus reflexiones sobre este tópico son muy importantes, porque cuestionan la idea de Nación basada en la herencia colonial y la ligan a la realidad concreta de las clases populares, pero también se plantean en términos de un proyecto revolucionario que tiene adscripción internacional [2].
Anti-imperialismo y socialismo: en busca de la revolución latinoamericana
Mariátegui murió en 1930 y por lo tanto toda su actividad se desarrolló con anterioridad a la conformación de los grandes nacionalismos burgueses con base de masas en América Latina. Pero su polémica con Haya de la Torre cuando este proclamó que el APRA debía dejar de ser un movimiento ambiguo para convertirse en un partido burgués, adelantó varios de los tópicos de la crítica marxista hacia movimientos como los del peronismo, el PRM mexicano, el MNR de Bolivia, o el mismo APRA en su trayectoria posterior.
José Aricó sugiere que la ruptura de Mariátegui con Haya de la Torre en 1928 fue prematura y más o menos impuesta por la Comintern. Ahí se habría generado el divorcio entre marxismo y populismo en América Latina. Sin embargo, la ruptura con Haya parece un proceso bastante meditado por Mariátegui. Esta afirmación se sostiene si ubicamos la discusión puntual con el líder del APRA, junto con sus reflexiones sobre el problema de la lucha anti-imperialista y su relación con el marxismo.
Mariátegui prestó mucha atención al “problema nacional” incluso como fenómeno internacional y en eso seguía el planteo estratégico que había realizado la Tercera Internacional en sus cuatro primeros congresos: la lucha de clases del proletariado de las metrópolis y la lucha de liberación de los pueblos de Oriente eran las dos fuerzas principales de la revolución mundial. Mariátegui apuntaba también algo que quizás no fue tenido en cuenta al mismo nivel por otros marxistas: la propaganda wilsoniana había generado expectativas de progreso y democracia en los pueblos colonizados por los viejos imperios europeos. La combinación de los efectos de la guerra con los de la Revolución rusa planteaba que los pueblos de Oriente habían iniciado el camino de la “modernidad”, asimilando a su manera las conquistas de Occidente, peleando por modificar asimismo su situación de subordinación y opresión.
Esto se puede ver en artículos como “La revolución turca y el Islam” o sus artículos sobre el desarrollo de la revolución china durante los años ‘20. Particularmente en La guerra civil en la China, publicado el 13 de diciembre ďe 1929, Mariátegui sacaba la conclusión de que las potencialidades del “nacionalismo revolucionario” representado en el Kuomintang estaban agotadas, por la subordinación de este partido al imperialismo y su oposición al levantamiento de obreros y campesinos. Desde su óptica, la clase trabajadora y el comunismo eran los verdaderos herederos del programa anti-imperialista de Sun Yat Sen.
Este proceso de reelaboración de las relaciones entre marxismo, anti-imperialismo y “nacionalismo revolucionario” corre en paralelo con el proceso de delimitación con Haya de la Torre, a quien Mariátegui criticaba precisamente la propuesta de construir el APRA como “Kuomintang latinoamericano” pretendiendo separar el anti-imperialismo de la lucha por el socialismo. De ahí que destacase la importancia de reivindicar la revolución socialista como perspectiva para nuestro subcontinente en base a la imposibilidad de realizar un desarrollo anti-imperialista duradero en los marcos de un capitalismo nacional. Esto no negaba la importancia de las reivindicaciones nacionales o de la revolución agraria, como propias de la realidad latinoamericana.
Pero para Mariátegui es la revolución socialista la que las contiene y no a la inversa. Para el caso de Perú y América Latina, Mariátegui consideraba que las revoluciones de la Independencia y las limitaciones de la república liberal habían demostrado suficientemente la imposibilidad de un desarrollo burgués independiente en los marcos de la época imperialista, cuya economía se encuentra interconectada a nivel mundial, al mismo tiempo que las tradiciones comunitarias indígenas expresaban elementos de “socialismo práctico”. Por eso señalaba la imposibilidad de una “revolución democrático-burguesa” dirigida por la burguesía nacional y asignaba al proletariado y las masas indígenas el rol de sujeto de la revolución que resolvería las tareas nacionales pendientes avanzando hacia un proceso de revolución socialista.
Estas ideas, formuladas en los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana y sintetizadas luego en el proyecto de programa del PS peruano eran igualmente rechazadas por la dirección de la Tercera Internacional ya burocratizada –embarcada en la dogmática división entre países “maduros” y “no maduros” para el socialismo– tanto como por los apristas que oponían anti-imperialismo y lucha de clases.
Decadencia capitalista y defensa del marxismo
En sus preocupaciones y reflexiones, así como en su producción teórico-política, Mariátegui abarca los mismos temas que algunos de los principales marxistas del siglo XX como Trotsky o Gramsci. Mariátegui podía discutir con la misma solvencia sobre el desarrollo de la revolución alemana que sobre el futurismo. La vocación de asumir un pensamiento estratégico relativo a la lucha de clases iba acompaña de una constante indagación sobre las vanguardias artísticas. Mariátegui consideraba que la crisis que se había abierto con la Primera Guerra Mundial era una crisis del capitalismo como sistema económico-social, de la democracia liberal como sistema político y de la “civilización burguesa” desde el punto de vista cultural. La “escena contemporánea” abarcaba todos los planos, desde la crisis económica hasta las expresiones artísticas, pasando por las revoluciones y los debates filosóficos y científicos. De allí que Mariátegui pudiera hacer gala de lo que podríamos llamar un “eclecticismo inteligente”. Al mismo tiempo que sostenía como “principio materialista” la relación directa entre el problema indígena y el de la tierra, consideraba fundamental separar al marxismo de las vertientes mecanicistas y positivistas y entendía al bolchevismo como una corriente correlativa con las tendencias filosóficas ligadas a la “reacción antipositivista”. Aquí surge una de las cuestiones más polémicas y originales de la intervención de Mariátegui: la “alianza” entre “sorelismo” y marxismo y la utilización de la figura del mito para pensar el modo en que los movimientos históricos y sociales se representan su propia práctica. Sin confundir las posiciones de Marx, Lenin y Sorel, Mariátegui buscaba los puntos de contacto que permitieran rescatar todos los componentes que hacían del marxismo una “filosofía de la acción”. Sin embargo, esto no lo llevaba a Mariátegui a abrazar ideologías irracionalistas, que consideraba propias de la decadencia intelectual de la burguesía como polemizara a propósito del libro de Henri De Man y su “revisión” del marxismo.
En este contexto, al mismo tiempo que salía al cruce de las tentativas de derivar de la crisis del positivismo una crisis del marxismo, reivindicaba para el marxismo los fundamentos de la ciencia (pero no del cientificismo). Muchas de estas reflexiones resultan muy interesantes para el debate actual, especialmente para discutir las caricaturas que el mainstream académico hace del marxismo como una mezcla de positivismo, economicismo y filosofía de la historia con sede en Europa.
Algunas conclusiones
Siempre es importante, cuando un autor es muy discutido, interpretado y reinterpretado, debatir con las lecturas predominantes sobre su pensamiento. Pero sucede también que, en la mayoría de esos casos, toneladas de polémicas se resuelven con relativa sencillez apelando no a los secretos de interpretaciones y contra-interpretaciones sino a lo que el autor en cuestión dijo con su propia voz. En el caso de Mariátegui, tenemos la ventaja de que es un autor sin misterios. Escribe muy bien, se expresa en un lenguaje claro y siempre dice lo que quiere decir abiertamente. Antes de interpretar, citar, usar y desusar a Mariátegui, tenemos que leerlo, y leerlo con muchísima atención. En un momento de crisis internacional del capitalismo, con nuevas oleadas de lucha de clases, con debates ideológicos pendientes en los que el marxismo necesita fortalecer su posición, con una realidad latinoamericana que oscila entre las grandes acciones de masas y la polarización entre derechas desembozadas y progresismos venidos a menos; el pensamiento de Mariátegui aporta cuestiones centrales para intentar orientarnos: una mirada internacional y multiniveles para pensar la crisis, una reflexión profunda sobre la decadencia de la sociedad capitalista y fundamentos de una estrategia independiente de la clase trabajadora y los sectores populares para luchar por la revolución y el socialismo. Volver a leer a Mariátegui es un ejercicio necesario, no para pretender resolver con la letra de sus escritos los problemas políticos apremiantes que nos plantea la actualidad, pero sí para inspirarnos en su modo de abordar los que a él le tocaron.
Su amigo Samuel Glusberg escribió en el décimo aniversario de su muerte en la revista trotskista Clave:
Promediaba el año 1935. De vuelta a Valparaíso desde España por Nueva York, donde actuaba aún el John Reed Club, bajamos de paso en El Callao, vale decir el puerto de Lima. Naturalmente, fuimos a visitar la tumba de Mariátegui […] Y una vez en Buenos Aires, nos hicimos el propósito de fundar un centro de Amigos de José Carlos Mariátegui, a semejanza del John Reed Club de Nueva York. Pero entonces sobrevino la guerra sin cuartel en España; la defensa de la democracia abstracta contra el fascismo real, en todo el mundo; el aislamiento de aquellos que seguían pensando por su propia cuenta lo mismo que habían pensado hasta la víspera; la adulación sistemática como elemento de propaganda; el recurso de la unidad a cualquier precio; la política suicida de la mano tendida al enemigo... Y, poco a poco, la corrupción de los mejores, que es la peor.
Hoy, cuantos resistimos a sumarnos al coro de tan huero oportunismo, para no decir otra cosa, estamos en el deber de formar en torno de la esclarecida figura de Mariátegui pequeños núcleos de hombres libres y desinteresados, a fin de que se vuelva a oír otra vez su clara voz de Amauta.
¿Qué mejor homenaje que el de sentirnos en Santiago, Buenos Aires, La Habana, México, amigos de José Carlos Mariátegui, no sólo en el décimo aniversario de su muerte, sino siempre, mientras conservemos el ejemplo de su vida y de su obra?
Me parece un buen consejo.
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