En momentos en que la guerra en Ucrania vuelve a poner en discusión la problemática del imperialismo, la puja entre potencias y más en general el marco establecido por el marxismo en términos de una época de “crisis, guerras y revoluciones”, retomar los fundamentos del internacionalismo es una necesidad de primer orden para la izquierda.
Este artículo retoma los análisis, elaboraciones y posiciones de José Carlos Mariátegui sobre la cuestión del internacionalismo, para tratar de delimitar el lugar que ocupa en su pensamiento así como su actualidad para comprender determinados procesos de nuestra “escena contemporánea”. Fue presentado como ponencia al Simposio Internacional El pensamiento de Mariátegui en La Escena Contemporánea Siglo XXI realizado entre el 14 y el 16 de junio de 2021 e incluido posteriormente en el libro homónimo que recoge las diversas intervenciones del Simposio, editado por Sara Beatriz Guardia y publicado por la Universidad de Moquegua (Perú). Para esta versión, junto con algunas correcciones secundarias, actualizamos algunos aspectos de las conclusiones.
Introducción
Las posiciones, elaboraciones y reflexiones de Mariátegui relacionadas con el análisis y la crónica de los sucesos internacionales, tanto como con las cuestiones más específicas de la política y la estrategia internacional de la clase obrera, constituyen una importante fuente de inspiración para orientarnos en la reflexión sobre los problemas de nuestro mundo actual.
Escritos en una época muy diferente de la nuestra, estos textos de Mariátegui aportan análisis muy sólidos (por atención a múltiples aspectos, exposición de las contradicciones y determinación precisa de la importancia y significado de los eventos) de fenómenos centrales de los años de la primera posguerra, pero también sirven para identificar ciertos ejes que podríamos denominar más “epocales” o “estructurales” del Siglo XX y también del Siglo XXI.
En este trabajo intentaremos retomar simultáneamente los que pueden considerarse como principales aspectos de los análisis y posicionamientos internacionales de Mariátegui, caracterizar el lugar que ocupa el internacionalismo en su pensamiento teórico y político y en qué medida podemos apoyarnos en sus ideas para pensar los problemas del marxismo en la situación internacional actual. Aclaremos de antemano que, dada la multiplicidad de artículos y variedad de temas abordados por Mariátegui sobre cuestiones internacionales, no nos proponemos hacer un inventario o reseña exhaustiva de los mismos, sino tomar los que podríamos llamar sus núcleos de análisis o ideas centrales.
El internacionalismo: una realidad
En su conferencia sobre “Internacionalismo y Nacionalismo” del 2 de noviembre de 1923, incluida póstumamente en Historia de la crisis mundial, Mariátegui argumenta sobre los fundamentos históricos concretos del internacionalismo, de un modo que se sostiene a lo largo de toda su trayectoria como marxista, incluso en aquellos momentos en que se vuelca a pensar más la cuestión nacional:
En varias de mis conferencias he explicado cómo se ha solidarizado, cómo se ha conectado, cómo se ha internacionalizado la vida de la humanidad. Más exactamente, la vida de la humanidad occidental. Entre todas las naciones incorporadas en la civilización europea, en la civilización occidental, se han establecido vínculos y lazos nuevos en la historia humana. El internacionalismo no es únicamente un ideal; es una realidad histórica. El internacionalismo existe como ideal porque es la realidad nueva, la realidad naciente. […] El capitalismo, dentro del régimen burgués, no produce para el mercado nacional; produce para el mercado internacional. Su necesidad de aumentar cada día más la producción lo lanza a la conquista de nuevos mercados. Su producto, su mercadería no reconoce fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines políticos. La competencia, la concurrencia entre los industriales es internacional. Los industriales, además de los mercados, se disputan internacionalmente las materias primas. La industria de un país se abastece del carbón, del petróleo, del mineral de países diversos y lejanos. A consecuencia de este tejido internacional de intereses económicos, los grandes bancos de Europa y de Estados Unidos resultan entidades complejamente internacionales y cosmopolitas. Esos bancos invierten capitales en Australia, en la India, en la China, en el Transvaal. La circulación del capital, a través de los bancos, es una circulación internacional. [...] En virtud de estos hechos, los trabajadores han proclamado su solidaridad y su fraternidad por encima de las fronteras y por encima de las nacionalidades. Los trabajadores han visto que cuando libraban una batalla no era sólo contra la clase capitalista de su país sino contra la clase capitalista del mundo. […] Es por esto, es por esta comprobación de un hecho histórico que desde hace más de medio siglo, desde que Marx y Engels fundaron la Primera Internacional, las clases trabajadoras del mundo tienden a crear asociaciones de solidaridad internacional que vinculen su acción y unifiquen su ideal [1].
Mariátegui sostiene, entonces, que el internacionalismo es un ideal pero basado en el hecho de que la economía capitalista se ha internacionalizado. Aquí hace hincapié en el desarrollo de los países capitalistas occidentales, pero veremos luego de qué manera incluye a “Oriente” y América Latina en sus análisis. Ahora bien, la internacionalización de la economía es una primera condición para el internacionalismo, pero la otra es el desarrollo de la crisis a escala internacional y el estallido de la revolución. Sin estos eventos, el internacionalismo sería una perspectiva realista en términos históricos generales, pero quizás no posible de materializar en lo inmediato a través de procesos revolucionarios, posibilidad que se presentaba como inmediata en los años del ascenso de lucha de clases posterior a la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa.
En el principio... era la guerra
Para Mariátegui, el evento que pone en primer plano el problema del internacionalismo es “La Gran Guerra”. La Primera Guerra Mundial muestra la imposibilidad de un desarrollo evolutivo del capitalismo. El estallido de la guerra es expresión de que la economía capitalista está interconectada a nivel internacional pero al mismo tiempo los intereses de los Estados nacionales (y sus respectivas burguesías) llevan a una lucha por los mercados y las colonias. El internacionalismo aparece entonces como una realidad, pero también son una realidad las tendencias nacionalistas, contradicción que da origen a la guerra y luego en los marcos de la radicalización social y política se expresa como enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, en un contexto de crisis.
Tanto en La escena contemporánea como en sus conferencias sobre la crisis mundial, Mariátegui dedica agudas reflexiones al rol de Wilson. Su propaganda “universalista” convenció a Alemania de rendirse, pero la Conferencia que elaboró el tratado de Versalles estuvo muy lejos de una paz “justa” para Alemania. Las imposiciones de Francia sobre Alemania, aceptadas por el Reino Unido, implicaban una situación inestable para la “reconstrucción europea”, puesta luego de relieve por la ocupación del Ruhr y la agitación revolucionaria de 1923 en Alemania. Incluso los debates sobre las deudas entre los países de la Entente, mostraron las dificultades para encontrar propósitos comunes a los Estados europeos, inmersos en la puja de intereses nacionales. Pero el rol de Estados Unidos no se limitó a torcer la balanza de la guerra. Su intervención lo transformó en “árbitro de los destinos de Europa”, lo cual implica que la crisis europea era también una crisis para sus propios proyectos de expansión imperialista, que aún no se imponían a las otras potencias por su fuerza militar, pero sí por su potencia económica.
En este contexto, emerge la Revolución rusa como principal referencia para la clase trabajadora internacional y la posterior oleada de lucha de clases y revolución en Europa occidental y el ascenso de los pueblos coloniales en Oriente. Para pensar estos procesos, resulta central la noción de crisis, que en Mariátegui tiene ciertas características específicas.
La crisis es mundial (y multidimensional)
La noción de crisis aparece, en este contexto, como una clave para comprender los cambios de la nueva época y las perspectivas de la situación. La crisis reúne una serie de características fundamentales, que –en la mirada de Mariátegui sobre la situación mundial– aparecen estrechamente ligadas.
En primer lugar, la crisis es a la vez focalizada por su escenario pero generalizada por su impacto. Tiene epicentro en Europa, por el desarrollo de la guerra, la Revolución Rusa, las revoluciones en Alemania y Hungría y el ascenso de lucha de clases en Italia y otros países. Pero su alcance es internacional, porque genera hechos y fenómenos que tienen alcance en otras latitudes, como el levantamiento de los pueblos de Oriente. Aquí también es importante destacar que dentro de un análisis de los efectos mundiales de la crisis, Mariátegui establece diferencias específicas según los fenómenos que priman en los distintos continentes, especialmente Europa y Asia (cuyo despertar nacional se replica en cierta medida en África) y en una escala de menor intensidad en América Latina, donde Mariátegui considera fundamental que el movimiento obrero conozca los principales eventos y conclusiones estratégicas de la crisis mundial.
En segundo lugar, la crisis es multidimensional: económica, política e ideológica. Mariátegui señala las dificultades que enfrentan los distintos Estados para la reconstrucción de la economía capitalista en Europa sin desatar un proceso de lucha de clases. Destaca la crisis de las instituciones políticas burguesas tradicionales y del liberalismo. Describe la crisis de las relaciones entre los Estados (en manos de tendencias nacionalistas y guerreristas), sintetizadas en los problemas que genera el tratado de Versalles para la política de “reconstrucción” de Europa así como para las relaciones entre Francia, Reino Unido y Alemania, como la crisis de la Sociedad de las Naciones.
En tercer lugar, y ligado al punto anterior tanto por su carácter multidimensional como por sus aristas ideológicas, la crisis tiene un significado histórico muy específico: plantea la perspectiva de un cambio de época. Mariátegui sostiene incluso que hay una crisis de civilización, de la que surge la posibilidad de nacimiento de “la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa”.
Esto se puede ver en el estallido de la revolución rusa y la oleada de luchas revolucionarias que le sigue pero también en el desarrollo de tres fenómenos fundamentales de los años de la primera posguerra (y de todo el período de entreguerras): el fascismo, la crisis de la democracia y la crisis del reformismo. Antes de entrar en detalle sobre estos procesos y la mirada de Mariátegui, veamos su peculiar modo para aproximarse a ellos.
El retardo de la teoría
Dice Mariátegui en la presentación de La Escena Contemporánea:
Pienso que no es posible aprehender en una teoría el entero panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre todo, fijar en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio por episodio, faceta por faceta. Nuestro juicio y nuestra imaginación se sentirán siempre en retardo respecto de la totalidad del fenómeno. Por consiguiente, el mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco cinematográfico [2].
Este planteo afirma varias cuestiones: la primera es que hay un panorama contemporáneo que existe como totalidad, a tono con lo que señalábamos antes sobre la materialidad histórica del internacionalismo. La segunda es que podemos acercarnos a su comprensión mediante análisis aproximativos pero sobre todo análisis más apegados a la crónica y el seguimiento de la coyuntura que a la elaboración teórica de largo plazo. Esto no implica, como veremos es notorio en Mariátegui, una postura “anti-teórica”, pero sí una certeza de que están teniendo lugar eventos de gran escala en el plano de la historia, que deben ser comprendidos en su inmediatez y originalidad y para eso es más importante intentar mostrar su desarrollo que adelantar conclusiones sobre ellos.
Esta mirada, entre periodística y cinematográfica, es la que permitirá a Mariátegui analizar los eventos y fenómenos en su dinámica específica. Pero manteniendo la teoría lo más cerca posible de los acontecimientos, Mariátegui remite los análisis puntuales a ciertas coordenadas que van más allá de la coyuntura y que se pueden sintetizar en la idea de un cambio de época que mencionábamos a propósito de la crisis. Y estas afirmaciones de Mariátegui sugieren también que la dinámica de la situación internacional se impone como marco y objeto de análisis, pero también incide en los modos en que puede ser analizada y comprendida e impone asimismo formas de intervención política e ideológica. Habiendo señalado estas cuestiones que hacen al marco de análisis y posicionamiento más general, avanzaremos en algunas reflexiones de Mariátegui sobre fenómenos específicos que marcan la impronta del Siglo XX y la manera en que el marxista peruano busca interpretarlos.
Revolución, Fascismo y Crisis de la democracia: hacia un pensamiento estratégico
Mariátegui destaca tres fenómenos fundamentales en los años de la primera posguerra. La revolución, el fascismo y la crisis de la democracia burguesa. Esta última se extiende a una crisis más en general de la ideología liberal individualista, que ya mencionamos en el apartado anterior. Veamos brevemente cómo se ligan estos fenómenos y qué incidencia tienen para Mariátegui en el análisis de la situación internacional.
La Revolución rusa generó una nueva forma de organización política: los soviets, rescatados por Mariátegui como la principal creación de la revolución, destinada a superar las formas de representación de la democracia burguesa [3]. El ascenso de luchas continúa con la revolución alemana. En ella, Mariátegui ve el lastre que implica la supervivencia de la socialdemocracia y caracteriza (en similares términos que Trotsky) que la revolución en suelo alemán es un proceso que se da en distintos episodios y con tiempos más largos que los de Rusia. Parte del mismo ascenso es la Revolución húngara, en la que la combinación entre la pequeña dimensión del país, el bloqueo y la ocupación militar de los Aliados con el ejército rumano, los errores de Bela Kun que trata con mano blanda a los contrarrevolucionarios y la socialdemocracia que boicotea el gobierno obrero desde adentro, termina en el terror blanco de Horthy, que muestra cómo la reacción no perdona las debilidades de la contrarrevolución [4].
Podemos señalar aquí otro aspecto relevante de las reflexiones de Mariátegui sobre los problemas internacionales. Se trata de mantener un punto de vista, también de contar con la información sobre los sucesos internacionales por su impacto objetivo, pero sobre todo de sacar conclusiones estratégicas de los avances y retrocesos de la revolución, como las que destaca Mariátegui alrededor de las revoluciones alemana y húngara.
Simultáneamente, Mariátegui toma en cuenta las diversas dinámicas continentales de los procesos revolucionarios. De ahí que adopte la distinción que realizaba la III Internacional entre Occidente (donde están planteadas revoluciones socialistas, aunque con tiempos más largos que en Rusia) y Oriente (donde priman las luchas de emancipación nacional, al menos en primera instancia). Sobre esto volveremos más adelante.
En la misma tónica de unir el análisis del fenómeno con las conclusiones estratégicas, tenemos que destacar sus artículos sobre el fascismo. A diferencia de las tendencias predominantes en el comunismo italiano en los primeros años ’20, Mariátegui capta rápidamente las novedades que trae el fascismo desde el punto de vista político, señalando bien sus distintas características: “teoría” y “programa” altamente confusos, apelación a la movilización contrarrevolucionaria de la pequeñoburguesía, nacionalismo imperialista y la oposición al régimen parlamentario democrático-burgués, que llevaría al intento de consolidar un régimen dictatorial [5].
Mariátegui señala que el fascismo responde a los métodos de acción directa de la revolución, con métodos equivalentes, planteando la necesidad de ir más allá de la democracia liberal y el parlamentarismo. Luego del asesinato de Matteotti, incluso, afirma que el fascismo está avanzando en remodelar el régimen político y “reformar sustancialmente el Estatuto de Italia” [6]. Asimismo, en el contexto más general de la crisis del régimen parlamentario, marca la importancia de las tendencias bonapartistas (aunque sin utilizar ese término) que surgen en Europa por el balance de fuerzas entre las clases y la polarización entre la clase obrera y la burguesía que hace, por ejemplo, que los liberales se subordinen a los conservadores para derrotar al partido laborista en las elecciones británicas de 1924 [7].
Todos estos procesos están lejos de circunscribir sus efectos al continente europeo. Son los principios de la democracia liberal, adoptados también por los países latinoamericanos, los que están en crisis. Y mientras el refuerzo de la expansión imperialista sobre colonias y semicolonias implica el levantamiento nacional de pueblos como India y China, el desarrollo de la lucha de la clase obrera a nivel internacional tiende a unificar bajo la bandera de la Tercera Internacional las luchas de las clases explotadas y los pueblos oprimidos.
Podríamos citar otros ejemplos de procesos analizados por Mariátegui, con sus conclusiones específicas. Pero nos iríamos del tema principal. Lo que queremos destacar con estas cuestiones, que podríamos señalar como “de época” o “estructurales” (revolución, contrarrevolución, crisis de la democracia) y sus análisis específicos (características del fascismo, conclusiones sobre cada proceso revolucionario, importancia de ellas para la clase trabajadora del Perú) es que para Mariátegui resulta fundamental la comprensión de los eventos internacionales y sus conclusiones estratégicas para la clase trabajadora internacional en general y la del Perú en particular.
Internacionalismo, cosmopolitismo y cuestión nacional
En los artículos y conferencias de Mariátegui anteriores a 1928, las dinámicas continentales de la revolución aparecen claramente diferenciadas. Mientras en Europa Occidental está planteado el desarrollo de la revolución obrera y socialista, con sus avances y retrocesos, en Asia surge el levantamiento de pueblos como India y China o el nacionalismo turco, que recogen a su modo las ideas de modernización occidental pregonadas por la propaganda bélica de Occidente durante la guerra y buscan transformar sus países en naciones independientes y modernas [8]. Esta lectura coincide con la practicada por los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista. Simultáneamente, en América Latina, especialmente en el Perú, está planteado para Mariátegui un proceso fundacional de organización obrera y revolucionaria, en cuyo contexto se dará su participación y posterior ruptura con el APRA.
Mariátegui parte de las formulaciones estratégicas de la Internacional Comunista en sus cuatro primeros congresos, formulaciones tendientes a unir la lucha de clases del proletariado de Occidente con la lucha anti-imperialista de los pueblos de Oriente y en la medida en que avanza en los problemas de la formulación de una teoría y una estrategia para la revolución en el Perú y América Latina, plantea los fundamentos de una posición que sostiene la necesidad de una revolución socialista en América Latina, la que no puede desconocer tareas “democrático-burguesas” pendientes, pero no puede limitarse a la “revolución nacional” (política de Stalin y Bujarin en China 1925-27), ni dividirse por etapas acorde a los posteriores esquemas del stalinismo a partir de 1935. Simultáneamente, sus escritos de 1929 y 1930 sobre China y la India, parecerían mantener un punto de vista “intermedio”, ya que no afirman el carácter socialista de la revolución en esos países, pero sí rescatan la crisis del nacionalismo burgués y presentan al proletariado organizado en función de sus reivindicaciones de clase como el auténtico realizador de las aspiraciones nacionales [9].
Volviendo a las características de la revolución latinoamericana, estas están relacionadas estrechamente con la dinámica del capitalismo mundial y en ese sentido la dinámica de la revolución en América Latina contiene sus particularidades, pero no se define en base a un particularismo. De ahí que la fórmula del “socialismo indoamericano” contenga simultáneamente la idea de una especificidad de la revolución latinoamericana junto con su adscripción a la revolución internacional, dado que el socialismo es un movimiento mundial [10].
Al calor de las reflexiones sobre la especificidad del marxismo latinoamericano, Mariátegui quedó ubicado, sobre todo a partir de la lectura de José Aricó, como un marxista que pensó especialmente la especificidad nacional y latinoamericana. Hay sin duda numerosa evidencia textual a favor de esa lectura, como a favor de la lectura contraria: Mariátegui como un marxista interesado de manera prioritaria en la cuestión internacional. En este último sentido se orienta Martín Bergel en el estudio introductorio de la Antología de Mariátegui publicada en 2020 por Siglo XXI.
Bergel sintetiza de este modo la opción de Mariátegui por un “socialismo cosmopolita”:
En otras palabras, lo que definió globalmente la aventura intelectual de Mariátegui fue una vocación resueltamente antiparticularista, que tanto para ofrecer lúcidos avistajes de los rasgos y figuras de su contemporaneidad como para, incluso, disponer caracterizaciones de la realidad nacional peruana, no cesó de colocar sus análisis en relación a las dinámicas de la época irremisiblemente mundial que latía ante sus ojos [11].
Ambas lecturas aparecen como contrapuestas por la diferencia de énfasis pero también por ciertas implicancias políticas. Mientras la lectura “nacional-popular” se inclina hacia algún tipo de transacción entre marxismo y “populismo”, la “cosmopolita” hace hincapié en una postura socialista claramente independiente y diferenciada del nacionalismo burgués (postura que compartimos).
Aricó, sin embargo, no desconocía las dimensiones internacionalistas del pensamiento de Mariátegui, pero asignaba al internacionalismo un carácter mucho más de proyecto político-ideológico que de realidad concreta. Así lo señalaba en una entrevista sobre el pensamiento del marxista peruano:
La Tercera Internacional inaugura una nueva forma de pensar la revolución […] donde la clase obrera mundial tiene un centro de unificación en la Tercera Internacional y puede actuar como clase obrera mundial [...] Pero … ¿existe el proletariado mundial? […] Evidentemente no existe sino en el centro que ellos constituían -la Internacional- y por ello los partidos nacionales eran secciones de este partido único. Cuando Mariátegui se refiere al proletariado mundial se refiere a este centro [12].
Desde allí señalaba Aricó la importancia para Mariátegui de vincularse a la Tercera Internacional, pero al mismo tiempo delinear una política distinta de la que le había querido imponer Vittorio Codovilla en 1929 (el tipo de “internacionalismo” atribuible a Codovilla sería sumamente discutible, aunque no es un tema que podamos analizar a fondo en estas líneas).
Pero, como hemos visto, para Mariátegui la clase obrera era una clase internacional por las condiciones del desarrollo del capitalismo y su unificación se daba por los objetivos comunes en la lucha de clases antes que por la pertenencia a la Tercera Internacional (cuyas contradicciones y problemas analiza Mariátegui incluso desde antes de su choque con Codovilla).
Se plantea entonces el problema de cómo se construye un internacionalismo concreto, sin transformar a la clase trabajadora internacional en una entelequia pero a la vez sin concebir a la clase trabajadora como solamente nacional. Marx y Engels señalaron en el Manifiesto Comunista que la lucha de la clase trabajadora era nacional por su forma pero internacional por su contenido. Este uso de las figuras de forma y contenido apuntaba a señalar algo que excedía las tareas revolucionarias en el plano nacional, porque el capitalismo es un sistema internacional y la lucha de la clase obrera se desarrolla también en el plano internacional como simultaneidad de luchas nacionales (aunque no todas con los mismos tiempos). Tiene razón Aricó en el aspecto de que el internacionalismo como proyecto político debe ser construido de modo consciente, pero si no existiera una clase extendida internacionalmente (ahora incluso con más peso social que en la época de Mariátegui), tal proyecto no pasaría de una fantasía. Pero la posición de Aricó, -al sostener que lo que existen son proletariados nacionales mientras la dimensión internacional quedaría reducida a una cuestión organizativa o político-ideológica- aunque reconoce la existencia de las preocupaciones internacionalistas de Mariátegui, las subordina a una lectura centrada en el problema nacional.
Podríamos señalar, por otra parte, que internacionalismo/cosmopolitismo y orientación hacia el problema nacional no son cuestiones contrapuestas por principio. El propio Gramsci, conocido mayormente por ser un pensador de la problemática nacional-popular, pensaba en sus Cuadernos de la cárcel el problema de cómo generar un “nuevo cosmopolitismo” que superara la contradicciones del cosmopolitismo histórico italiano y permitiera, con eje en la clase trabajadora, reinsertar al pueblo italiano en la política internacional, superando el nacionalismo reaccionario del fascismo [13].
Mariátegui realiza un razonamiento similar al de Gramsci, aunque ha prestado mayor atención a los problemas internacionales. Convocando a desarrollar un pensamiento marxista adherido a las cuestiones nacionales, a la vez considera fundamental que el proletariado peruano asimile los principales problemas estratégicos internacionales, porque es en esa escala en la que se definen las batallas decisivas de la lucha de clases (incluidos las nacionales).
Aquí surge un cruce de diversas coordenadas para entender el pensamiento de Mariátegui. Por un lado, el internacionalismo es fundamental para la estrategia del movimiento obrero del Perú, por otro, las principales conquistas de la modernidad (que la propia burguesía pone en duda) son fundamentales para hacer del Perú una Nación. Y la tarea de construir un Perú verdaderamente nacional y moderno recae en el proyecto socialista encabezado por la clase obrera, recogiendo las tradiciones comunitarias del Ayllu que son convergentes con el socialismo. Para Mariátegui, la economía mundial impide a cualquier país sustraerse de las “las corrientes de transformación surgidas de las actuales condiciones de producción” [14]. Esto implica que aunque en el Perú hay elementos de atraso económico que Mariátegui identifica con la “feudalidad”, la inscripción del país en la economía mundial dominada por el imperialismo impide un desarrollo burgués “normal”, por lo que la transformación nacional queda en manos de la clase obrera, que es la única que puede completar las “tareas democrático-burguesas” pendientes y encabezar un proceso de revolución socialista.
Dentro de esta articulación entre los planos internacional y nacional, también debemos señalar que en el pensamiento de Mariátegui hay determinados momentos en que la relación entre internacional y nacional se resuelve hacia una primacía del segundo plano, dejando de lado el primero. Esto ocurre especialmente en relación con su posicionamiento con el ascenso de Stalin y el “socialismo en un solo país”, cuando Mariátegui hace la crónica del exilio de Trotsky y considera más realista la política de Bujarin y Stalin:
La revolución rusa está en un período de organización nacional. No se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una nación que, aunque es una nación de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja de constituir por eso, geográfica e históricamente, una unidad. Es lógico que en esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres que más hondamente siente su carácter y sus problemas nacionales [15].
Si bien hay una cuestión de superposición entre el político y el cronista [16], que hace que Mariátegui pueda aparecer posicionándose en torno de un problema que en primera instancia está narrando, la lectura que hace es clara: la revolución rusa está pasando por un momento de repliegue nacional, pero que es leído por Mariátegui como la posibilidad también de desarrollar las conquistas de la revolución dentro del propio país de los soviets. Si bien no adoptó el “socialismo en un solo país” como estrategia, parece aceptarlo como un “momento” o “fase” de la Revolución rusa y esto puede atribuirse a la imbricación entre revolución socialista e incorporación a la modernidad de los países “atrasados” a la que hacíamos referencia a propósito del problema de la revolución socialista en el Perú.
Este episodio sirve, de paso, para marcar ciertos límites de la mirada “entre periodística y cinematográfica” por un lado y para marcar por el otro que los problemas de concreción nacional de una mirada internacional siempre están abiertos a tensiones y contradicciones.
Algunas conclusiones
Intentamos señalar en estas líneas que la cuestión del internacionalismo es fundamental para entender el pensamiento de Mariátegui en general y su proyecto político revolucionario en particular. Concebía al internacionalismo como una consecuencia del desarrollo mundial de la economía capitalista, tanto como un ideal derivado de la lucha de clases cuya escala era también internacional. En este contexto, los grandes eventos de la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa y el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución en la primera posguerra, inciden directamente en el pensamiento de Mariátegui sobre el problema de la revolución en general, como la identificación de tiempos más largos para la revolución en Occidente o la importancia del problema nacional en Oriente, así como en sus reflexiones sobre el carácter de la revolución en América Latina. Intentaremos ahora trazar algunas líneas sobre puntos de contacto y diferencias entre sus análisis de la situación de la primera posguerra en Europa y el mundo y la situación actual.
La crisis del neoliberalismo y las tendencias “globalistas” en los últimos años dieron lugar a las expresiones nacionalistas y soberanistas, con particular acento en los fenómenos de extrema derecha (Trump, Bolsonaro, Liga Norte, Orban, etc.). La crisis de la Unión Europea es parte de este proceso y a la vez remarca los límites y contradicciones (señalados en su momento por el propio Mariátegui [17]) de una unificación burguesa de Europa. Este repliegue de la política mundial hacia tendencias nacionalistas es imposible de entender sin una mirada internacional, empezando porque (tal cual señalaba Mariátegui en su momento a propósito de los partidos fascistas y filo-fascistas) las propias extremas derechas establecen vínculos más allá de los países (con Steve Bannon como organizador). A su vez, como muestra la trayectoria de Trump, las posibilidades de salir unilateralmente de los mecanismos del “capitalismo global” es limitada, reduciéndose en el caso del ex presidente norteamericano a una política tendiente a mejorar las condiciones de Estados Unidos frente a sus rivales. Las bases del internacionalismo, que Mariátegui identificaba en la interconexión de la economía mundial, están tan vigentes como entonces, al mismo tiempo que está en crisis la ideología triunfalista del neoliberalismo, impuesta a fuerza de ataques a la clase trabajadora en los ’80 y ’90.
Si analizamos la crisis actual en términos de una “crisis multidimensional”, aparecen los mismos planos que Mariátegui identificaba en sus análisis de la primera mitad de los años ’20, aunque no con el mismo nivel de desarrollo. La pandemia aparece como un fenómeno global, pero no ha tenido (y en cierta forma no podía tener) los mismos efectos que un evento como la Primera Guerra Mundial. Los elementos de crisis en el sistema internacional de Estados no tienen el mismo nivel de desarrollo que durante los años de entreguerras, aunque la actual guerra en Ucrania modifica el escenario, impulsando nuevamente el militarismo y el nacionalismo. Los procesos de lucha de clases no generaron un equivalente de la Revolución rusa, por más que las revueltas y luchas sociales y populares han recorrido todos los continentes, con distintos grados de intensidad y con multiplicidad de demandas. A la idea de una “crisis de civilización” viene a aportar la crisis ecológica, que en épocas de Mariátegui no existía en la misma escala, aunque aparece como menos evidente que la “civilización capitalista” deba ser reemplazada por la “civilización socialista” a los ojos de las grandes masas.
En el análisis de Mariátegui, la crisis del sistema capitalista en términos económicos e ideológicos, la emergencia de la revolución y la aparición del fenómeno reaccionario del fascismo jaqueaban a la democracia parlamentaria y al liberalismo burgués, señalando la necesidad de salidas revolucionarias o reaccionarias, que superasen sus límites.
Luego del ascenso del fascismo y el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, los compromisos de la segunda posguerra con sus Estados de Bienestar, el ascenso de luchas del ’68 y la posterior ofensiva neoliberal, la crisis de la democracia parecía superada. Al no haber alternativas al neoliberalismo, una democracia burguesa cada vez más vaciada se vendía como horizonte político insuperable para la vida pública, contracara de una vida privada dedicada al consumo y las ideologías decadentes de autorrealización individual. Ese ideario impuesto de los ’80 y ’90 está en crisis en la actualidad, por ahora mucho más jaqueado desde las posiciones de extrema derecha que se valen de los mecanismos de la democracia burguesa para llegar al poder, pero que buscan limitar las libertades y derechos democráticos al mismo tiempo que fortalecer las prerrogativas autoritarias del Estado (desde los “estados de emergencia” y leyes “antiterroristas” hasta las legislaciones anti-inmigración, pasando por el fortalecimiento de la figura presidencial, etc., etc.).
A diferencia de los años de la primera posguerra, no hay un ejemplo a seguir de una “democracia soviética” destinada a superar la democracia burguesa, como señalaba la argumentación mariateguiana. La tarea en este sentido es preparatoria y consiste (como parte de la construcción de partidos revolucionarios) en apuntar al desarrollo de las instancias de auto-organización que permitan, de desarrollarse la lucha de clases, poner en pie instituciones de auto-gobierno de la clase trabajadora y el pueblo que puedan mostrar un camino capaz de superar las formas de representación política de la democracia burguesa en fase de degradación. No obstante estas diferencias de contexto, los fundamentos del análisis de Mariátegui se sostienen. Son las contradicciones sistémicas del capitalismo las que generan inestabilidad y un cuestionamiento a los regímenes políticos. Que durante el período reciente hayan avanzado las corrientes de extrema derecha es un alerta que debería imponer a la izquierda una postura más activa y combativa, que, incluyendo la lucha contra cualquier ataque a las libertades democráticas, debe centrarse en el desarrollo de la lucha de clases, la pelea por construir instancias de auto-organización y la explicación de los grandes objetivos estratégicos, como precondiciones de la revolución socialista, tal como intentaba hacer el propio Mariátegui ante un mundo convulsionado. El carácter de nuestra tarea es mucho más preparatorio que el del marxismo revolucionario de la primera posguerra, pero no por eso menos urgente.
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