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Milei antigénero: ideología liberticida en nombre de la Libertad

Andrea D’Atri

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Milei antigénero: ideología liberticida en nombre de la Libertad

Andrea D’Atri

Ideas de Izquierda

El discurso del presidente argentino en el Foro de Davos ya ha sido hiper analizado. Vitoreado por sus acólitos, Javier Milei tomó por sorpresa a la oposición-amiga que esperaba un autoelogio por los efímeros efectos de la baja inflacionaria, y no improperios homofóbicos que rebasaron el límite de su tolerancia republicana, en año electoral. Desde el peronismo, hubo quienes lo tildaron de “cortina de humo”: dijeron que habló de “cualquier cosa”, para distraer, a votantes nacionales y públicos extranjeros, de las malas perspectivas para la economía. A la izquierda de estas lecturas, hubo otras que insistimos en que estos discursos antigénero son la reacción al masivo fenómeno de los feminismos de la última década. También, sobre la estrecha relación que existe, aparentemente paradójica, entre tal ideología profundamente conservadora y la innovadora ofensiva ultraliberal recargada, en formato anarcocapitalista.

En una entrevista para The Review of Democracy [1], Judith Butler reflexiona sobre las nuevas derechas y señala, entre otras cuestiones, que estos movimientos son “inadvertidamente confesionales”, es decir que, en sus acusaciones contra la “ideología de género”, los feminismos o la población lgtbiq+, se encuentran pistas de aquello que ellos mismos se proponen [2]. Pone como ejemplo el clásico discurso que también oímos en boca de Milei y su círculo de pseudointelectuales, de que la “ideología de género” atenta contra los derechos individuales. Y, mientras siembran el pánico moral contra las feministas y la diversidad sexual con este discurso amenazante, avanzan precisamente en el recorte de derechos.

Estas nuevas derechas son un compilado de estas confesiones-contradicciones expuestas a cielo abierto: para preservar a las infancias de abusadores, pederastas y degenerados, prohíben la educación sexual integral; para garantizar la igualdad de derechos de las mujeres con los varones, limitan o directamente vacían y eliminan las políticas públicas destinadas a prevenir, erradicar y penalizar las distintas formas de violencia machista; en su cruzada contra la casta política que envileció la democracia, fortalecen sus aspectos e instituciones más autoritarios; contra el supuesto adoctrinamiento woke, propagan una manipulación feroz de la información, los discursos y las ideas mediante fake news, campañas de odio, el trolleo y acoso en redes sociales; en nombre de la Libertad, atacan las libertades. Como señalan las compiladoras de La reacción patriarcal,

… el rechazo al ‘género’ –un concepto teórico-crítico feminista para analizar las relaciones de poder, pero que para el ecosistema reaccionario adquiere una dimensión espectral y maléfica– se declina en un lenguaje pseudodemocrático, que utiliza la libertad, la igualdad y la no discriminación como armas arrojadizas contra quienes históricamente les dieron significado, especialmente contra el feminismo, los movimientos de la diversidad sexo-genérica y sus aliados ‘progresistas’ [3].

El caos semántico es tal, que las argumentaciones lógicas carecen de efectos y los debates se tornan imposibles [4].

En el origen fue la Iglesia

Vale la pena rastrear, como lo hace la feminista brasileña Sonia Corréa, el inicio de la cruzada contra la “ideología de género”, que se puede situar en 1995, cuando el Vaticano y Paraguay fueron los únicos dos Estados que presentaron reservas sobre el concepto extensamente utilizado en un documento preparatorio de la IVº Conferencia Mundial de la Mujer organizada por las Naciones Unidas en Beijing. Después de aquella primera advertencia, Dale O’Leary, periodista de la Asociación Médica Católica de Estados Unidos, publica La agenda de género: redefiniendo la igualdad, donde abona la idea conspirativa de que los feminismos –especialmente los latinoamericanos–, asociados al neo-marxismo (o marxismo cultural) pretenden abolir la naturaleza humana. [5]

No fue la única en sostener esta pseudoteoría paranoica. Hacia principios del siglo XXI, ya se había desarrollado una vasta producción teológica sobre la “ideología de género”, de cristianos católicos y evangélicos y también algunos sectores del judaísmo, en el que intervinieron hasta los papas Ratzinger y Bergoglio.

Los instituciones religiosas tienen un papel fundamental, aún actualmente, en la propagación de los discursos antigénero, antifeminismo, antiderechos. Esto incluye no solo a las jerarquías eclesiásticas, sino también a organizaciones laicas, universidades, medios de comunicación y asociaciones internacionales confesionales que establecen redes y lanzan campañas, como fue hace unos años la de #ConMisHijosNo. Solo por mencionar a la Iglesia católica, sabemos que cuenta con organizaciones que militan activamente las campañas contra la legalización del aborto y persiguen a quienes deciden abortar en aquellos países donde existe el derecho, entre otras. En Argentina, la Iglesia ejerce un fuerte poder sobre los funcionarios políticos, para impedir que se dicte educación sexual integral en las escuelas, tal como lo obliga la ley, mientras los escándalos por los casos de pederastia no le envidian ni repugnancia ni impunidad a los de los sacerdotes de otros países. Por otra parte, las iglesias cristianas evangélicas crecieron en influencia durante las últimas décadas en toda la región, con vínculos con la derecha republicana norteamericana e ingentes recursos económicos para apoyar candidatos en campañas electorales.

Eternos predicadores de la sumisión de las mujeres al varón, enemigos del placer y del deseo, las iglesias penetran en el Estado, especialmente en momentos de crisis, para garantizar la distribución de la asistencia, denunciar los índices de pobreza y, sobre todo, evitar los estallidos sociales. Mientras, en tiempos de paz social, siembran su cizaña antiderechos. Por eso, ahí donde el candidato Milei vio a Satán usurpando el trono de Roma, por Francisco el humilde papa que se preocupa por los pobres, Milei presidente se encontró con un jefe de Estado afable e inteligente que, como sabemos, fue un opositor acérrimo a la ley de matrimonio igualitario y a la legalización del aborto, cuando todavía presidía la iglesia argentina.

Ideología antigénero para la privatización de la vida

El Libro negro de la nueva izquierda, de Agustín Laje y Nicolás Márquez –actuales asesores ideológicos del gobierno de Milei–, se apoya en estas batallas culturales previas, pero aggiornado a los tiempos que corren de eclosión de los feminismos. En las primeras páginas, citan a von Mises extensamente:

Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, solo es una rama del gran movimiento liberal que encarna la idea de una evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces ya es un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas de la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma [6].

El estilo transgresor de Laje y Márquez –que no es propio, sino el producto de minuciosos estudios de mercado– acompaña, de este modo, los valores conservadores que quieren difundir: la naturaleza biológica del binarismo heterosexual, la familia tradicional como ámbito específico para la reproducción humana, el verticalismo patriarcal como forma de ordenamiento social básico, además del individualismo, el consumismo, el racismo y la supremacía masculina.

Viejas ideas para nuevos propósitos. Es que el orden capitalista ultraneoliberal, basado en la expoliación de los bienes comunes, la mercantilización extrema de la reproducción de la vida mediante la privatización de los servicios sociales y una explotación cada vez mayor y en condiciones ultraprecarias del trabajo asalariado necesita, consecuentemente, restaurar la familia como célula básica de la sociedad con su función económica de garantizar gran parte de la reproducción social de manera privada. De esta manera, el Estado capitalista se ve exento de asegurar el bienestar social o los derechos sociales y económicos de las personas.

Por eso, aunque parezca paradójico, a la innovadora ofensiva ultraliberal, la acompaña una ideología tan conservadora. De allí la hipótesis, largamente desarrollada por Verónica Gago y otres sobre la necesidad del neoliberalismo de deshacerse del progresismo, para aliarse con las fuerzas reaccionarias más conservadoras; ya que los feminismos populares, desestabilizando los valores patriarcales tradicionales, han mellado la acumulación capitalista.

Hay algunos debates al respecto. Uno es el que plantea la australiana Melinda Cooper, para quien el neoconservadurismo tiene un punto en común con el neoliberalismo llamado “progresista”. Este último, con su política conocida de ampliación de derechos, no ha hecho más que ampliar las formas de expresión sexual y de parentesco permitidas que no dejan de operar como un sustituto del Estado de Bienestar; además de considerar que la preservación de la riqueza en manos de los particulares, se consigue a través de la institución familiar [7]. De ahí que la autora considera fundamental, para la lucha anticapitalista, la confrontación con la idea de familia, normativa tradicional o diversa.

Sobrepasar los “bancos de cólera”

Lo novedoso, también, es que los discursos conservadores actuales no se apoyan en preceptos morales o doctrina religiosa, sino en el lenguaje de los derechos humanos. Señala Nuria Alabao que las ultraderechas relacionan los discursos feministas y proderechos con las élites de empresarios multimillonarios como Soros o Bill Gates, con las Naciones Unidas o las federaciones de organizaciones no gubernamentales que defienden derechos de la diversidad sexual. Mezclar confusamente elementos tan disímiles es algo bastante habitual en los discursos del presidente argentino, tal como lo hizo recientemente en el Foro Económico Mundial frente a un sorprendido auditorio de hombres acaudalados, que lejos están de ser adalides de la emancipación humana. En su cambalache reaccionario, Horacio Rodríguez Larreta o Cristina Kirchner son tan comunistas como Myriam Bregman.

Para Alabao, esta retórica permite a los ultraliberales presentarse como antielitistas, anticasta, “como defensores de la gente común que únicamente quiere sacar adelante a su familia; la gente normal oprimida por una clase dirigente liberal responsable de su falta de expectativas vitales o de su situación económica”. Mediante este artilugio, el feminismo termina fatalmente asociado con el individualismo, el ataque a las costumbres populares e incluso, a la injerencia foránea en las tradiciones nacionales más arraigadas.

Claro que hay que preguntarse por qué estos discursos inconsistentes y hasta disparatados parecieran despertar una ira contenida. Y allí hay infinidad de análisis e interpretaciones que no vienen al caso. Pero sí nos interesa subrayar aquello que dice Giuliano Da Empoli en su libro Los ingenieros del caos. El autor sostiene que, además de las causas económicas y sociales de la ira contemporánea, ésta emerge en el cruce de dos grandes tendencias: por un lado, del “debilitamiento de las organizaciones que tradicionalmente canalizan la revuelta popular, los ‘bancos de cólera’ de Sloterdijk: la Iglesia y los partidos de masas” [8]. Y por otro lado, refiere a la aparición de nuevos medios diseñados para exacerbar las pasiones, como las redes sociales.

Sobre esto último hay extensa bibliografía. Pero especialmente lo primero, resulta muy sugestivo para iluminar el trasfondo de esta emergencia de discursos reaccionarios y odiantes en Argentina. Ya lo mencionaba también François Dubet, cuando señalaba que “ahora vemos una multiplicación de las luchas y las indignaciones. Evidentemente, este estallido se ve acentuado por la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, también por la desaparición de los filtros y las organizaciones que canalizan la acción colectiva [9].

La Iglesia y el peronismo tuvieron que hacer malabares, en la Argentina de comienzos del siglo XXI, para canalizar institucionalmente el estallido y evitar, con la colaboración de las viejas direcciones sindicales, que el proceso se ampliara y profundizara. Mucho ayudó la coyuntura de recuperación económica que en 2003-2004 acompañó los esfuerzos en este sentido del gobierno de Néstor Kirchner, con el aumento del precio de las commodities. Así y todo, les costó varios años recomponer las instituciones del régimen político, sacar a los movimientos sociales de la calle y restaurar el orden.

La masiva marcha del 1F, autoconvocada, que se autodenominó “antifascista y antirracista”, fue la primera respuesta que les agraviades por los discursos de odio, la discriminación y los atropellos del poder le dieron a la ultraderecha conservadora. Sin la convocatoria de la oposición política mayoritaria ni de la CGT, las ciudades de todo el país fueron tomadas por más de un millón de personas. La diversidad sexual en defensa de su derecho a la existencia logró reunir a las trabajadoras y trabajadores del Hospital Bonaparte en lucha, a los de los sitios de memoria amenazados por el vaciamiento y el cierre, a obreras y obreros que sufrieron despidos persecutorios en grandes empresas multinacionales como Shell, Pilkington y otras. ¿Será el indicio de que, en medio del estallido de las representaciones políticas mayoritarias, algo nuevo se está forjando en las luchas contra este gobierno, organizado desde abajo, asambleariamente y dispuesto a construir la unidad en las calles, con los que quieren defender en serio los derechos conquistados?

En todo caso, es la hipótesis que apostamos a convertir en hechos quienes no confiamos en que a la ultraderecha se la puede enfrentar de la mano de la Iglesia y con un gran frente político que incluya también a las otras derechas. [10] Y, por eso, apostamos a la construcción de una fuerza política de las resistencias de aquelles que se niegan a que su revuelta sea canalizada por perimidos “bancos de cólera”.


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NOTAS AL PIE

[1"Judith Butler on the Anti-Gender Ideology Movement, Current Theories of Gender, and Their Ideas of Radical Democracy", RevDem, 13/5/2024

[2María Alicia Gutiérrez y Alejandra Oberti señalan que, en América Latina, además del sintagma “ideología de género”, las ultraderechas instalaron también el de “memoria completa”, como “enunciados que operan con diferentes grados de extensión a nivel global, regional y/o nacional, apropiándose del lenguaje de derechos humanos”. Ver su estudio preliminar a Gutiérrez y Oberti, compiladoras (2024), Desafíos frente a los proyectos antigénero y negacionistas en América Latina y el Caribe, Buenos Aires, Editorial El Colectivo.

[3Marta Cabezas Fernández y Cristina Vega Solís (2022), La reacción patriarcal. Neoliberalismo autoritario, politización, religión y nuevas derechas, Manresa, Bellaterra Edicions, p.13,14.

[4Al margen, es por eso que no nos cansamos de repetir que aquellos medios de comunicación pluralistas que, aún bien intencionadamente, prestan sus micrófonos a estas voces, no consiguen mostrar “al rey desnudo” como pretenden, sino que terminan propagando sus discursos de odio, que nunca permiten la réplica.

[5Ver Sonia Corréa, "Ideología de género. Una genealogía de la hidra", en Cabezas Fernández y Vega Solís (2022), op.cit.

[6L. von Mises (2007), Socialismo, análisis económico y sociológico, Madrid, Unión Editorial, p. 107,108, citado en A. Laje y N. Márquez (2016), El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural, Madrid, Unión Editorial, p.41.

[7Las guerras de género se han globalizado y son impulsadas por un poderoso movimiento social, político y religioso de carácter transnacional. Con “guerras de género” hacemos referencia aquí a los conflictos políticos y culturales que están centrados en cuestiones de género y sexualidad –temas como los derechos sexuales y reproductivos, los derechos de las disidencias sexuales, la educación sexual o la violencia de género, entre otros–. Por supuesto, estas batallas no son meras cortinas de humo, sino que son inherentes a la lucha por el poder y a los intereses de los proyectos políticos que los impulsan que, en definitiva, son funcionales a una relegitimación de las jerarquías de clase, género y raza. M. Cooper (2023), Los valores de la familia. Entre el neoliberalismo y el nuevo social-conservadurismo, Madrid, Traficantes de Sueños.

[8Giuliano da Empoli (2020), Los ingenieros del caos, Madrid, Oberón.

[9F. Dubet (2023), El nuevo régimen de las desigualdades solitarias, Buenos Aires, Siglo XXI [el subrayado es de la autora]. Sobre este libro puede leerse la reseña crítica “François Dubet: desigualdades sociales y estrategia” de Andrea D’Atri.
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Andrea D’Atri

@andreadatri | Diputada porteña PTS/FIT
Diputada porteña del PTS/Frente de Izquierda. Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (2004), que ya lleva catorce ediciones en siete idiomas y es compiladora de Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia(2006).