A propósito del artículo “Los irreductibles trotskistas argentinos”, de Pablo Stefanoni.
Pablo Stefanoni ha publicado en la revista Nueva Sociedad un artículo que retoma en un nuevo contexto algunas cuestiones que ya había planteado hace varios años en “El voto trosko, explicado a un finlandés”.
En un contexto internacional en el que la mayoría del movimiento trotskista atraviesa una crisis importante, la definición de “irreductibles” aparece como especialmente elogiosa, así como el reconocimiento del autor de la presencia del FIT-U en la militancia sindical, en los movimientos sociales, en el movimiento de mujeres, la juventud y en la actividad parlamentaria pensada en términos de “parlamentarismo revolucionario”.
En este artículo, queremos señalar algunos puntos de debate con la lectura de Stefanoni, que se oponen en ciertos aspectos centrales de su enfoque, pero que a su vez podrían servir para profundizar la respuesta a la pregunta que el autor se hace sobre nuestra resiliencia.
Peronismo, izquierda y lucha de clases
Una primera cuestión a considerar es que si bien Stefanoni reconoce una presencia de la izquierda en la militancia de base, su análisis de la persistencia del FIT-U está centrado especialmente en la cuestión de los espacios político-electorales y la capacidad de aggiornamiento en la era de las redes sociales. Stefanoni explica que el FIT-U es la única coalición de la izquierda que ha mantenido su independencia respecto del “pan-peronismo” (que tuvo un largo ciclo en el que se orientó hacia un discurso de centroizquierda, fagocitando las diversas variantes estalinistas –e incluso muchos exautonomistas– hoy integradas en el oficialismo). Asocia este hecho a que el FIT-U se transformó en un refugio para quienes no quieren votar al peronismo. Pero en este análisis se desconoce la importancia de algo que Stefanoni reconoce solo parcialmente y de manera lateral cuando menciona ciertas inserciones en sectores obreros y populares o la participación en determinadas luchas: la relación directa entre las corrientes que conforman el Frente de Izquierda y el ciclo de lucha de clases que tuvo lugar después de 2001, especialmente bajo los gobiernos kirchneristas. El rol de la izquierda (y en particular del PTS) en el proceso de fábricas recuperadas (con un emblema como Cerámica Zanon), su protagonismo durante los años del “sindicalismo de base”, en particular en los conflictos fabriles de la Zona Norte del Gran Buenos Aires, como los de Kraft-Terrabusi, Pepsico, Donnelley (actual Madygraf) y Lear, su participación destacada en largas huelgas docentes o de Salud en distintas provincias y en el subte de Bs. As., constituyen experiencias sin las cuales no se puede comprender la emergencia de la izquierda como una minoría significativa en términos electorales, recogiendo en el plano político el cuestionamiento que un segmento de la clase trabajadora pudo elaborar desde lo social frente al kirchnerismo [1]. Para remontarse a parte de esta experiencia, recomendamos el ensayo de Fernando Rosso “A la izquierda de la pared” [2].
Esta historia tuvo su continuidad bajo el macrismo. Mientras buena parte del extinto Frente de Todos –empezando por Massa– sostenía al gobierno de los CEO, la izquierda nuevamente estuvo como actor en las calles. Un emblema fueron las jornadas de diciembre de 2017, que se distinguieron por su carácter combativo (no meramente “de protesta”) y le impusieron un freno a la agenda de reformas estructurales de Macri. Mientras que la CGT retaceaba el llamado al paro y Moyano se ausentaba sin aviso, la izquierda estuvo en primera fila junto con miles que se movilizaron en las columnas de diferentes sindicatos –otros muchos que lo hicieron a pesar de ellos– y de los movimientos de “trabajadores informales” y desocupados. Este trauma del macrismo se perpetúa hoy en los spots del “todo o nada” como recordatorio de que la relación de fuerzas va más allá de los resultados electorales. La muestra actual es Jujuy. La persistencia de la izquierda es indisociable de eso. Tampoco se puede separar de la gran marea verde que inundó las calles, y que encontró en el Frente de Izquierda a la única fuerza política que unánimemente levantó el derecho al aborto legal, seguro y gratuito –una lucha que había comenzado mucho antes y que atravesó los 12 años de negativas de los gobiernos kirchneristas–. Ya bajo el gobierno de Alberto y Cristina, cuando todavía el kirchnerismo no alzaba la voz para intentar despegarse, se sucedieron las ocupaciones de tierras de 2020 con su epicentro en Guernica. Otra vez estaba la izquierda, aunque ahora frente a las topadoras de Berni y Kicillof. Le siguieron conflictos duros, en muchos casos, producto de verdaderas “rebeliones” antiburocráticas –ejemplo claro fue el de la Salud en Neuquén, en 2021–, y la proliferación de movimientos “autoconvocados”. Luchas aisladas por la burocracia sindical, la otra cara del peronismo realmente existente. De lo social a lo político y viceversa, la resiliencia de la izquierda va de la mano de los avances y retrocesos, triunfos y derrotas de la lucha de clases.
¿Textos consagrados o dos estrategias?
Stefanoni señala que esta irreductibilidad va acompañada de ciertas limitaciones teóricas. El trotskismo sería una corriente que mantiene textos consagrados y busca en la Revolución rusa la respuesta a todos los problemas del presente. De ahí, la contradicción estratégica de un crecimiento electoral que no va acompañado de radicalización, circunstancia que obtura la posibilidad de un “doble poder” (expresión que sintetiza lo que Stefanoni cree que es nuestra generalización de la experiencia rusa).
Debemos reconocer que, en el caso del PTS, cuando antes nos decía pregramscianos, ahora el autor nos reconoce “algunas lecturas de Gramsci”, así como la recuperación de los temas del “parlamentarismo revolucionario” de la III Internacional.
Pero varios de sus planteos hablan más de los prejuicios de Stefanoni que de lo que pensamos nosotros. En primer lugar, se podría señalar que ya desde la propia Revolución rusa, la idea de tomarla como un modelo de aplicación universal había sido fuertemente cuestionada. Basta leer los escritos militares de Trotsky o los debates de los cuatro primeros congresos de la III Internacional sobre el problema de la revolución en Europa occidental (en los que Gramsci se inspiró para pensar los problemas de la “guerra de posiciones”). Pero además tenemos una profusa producción escrita, dedicada precisamente a pensar los problemas de la actualidad de la revolución y sus dificultades presentes. Hoy podríamos sintetizar el punto en tres cuestiones principales: la reflexión sobre la actualidad de la problemática estratégica en el marxismo, la temática de la hegemonía y su vinculación con la “revolución permanente” y la importancia de la articulación político-programática para pensar la relación entre revuelta y revolución. Esto por ceñirnos a los temas “ortodoxos”, pero podemos señalar también las elaboraciones sobre feminismo socialista y sobre ecología y marxismo o los estudios en curso sobre la realidad de la clase trabajadora actual, dejando afuera muchas otras cuestiones por razones de espacio. En el sitio de Ediciones IPS, y en este mismo semanario, Stefanoni puede encontrar la información correspondiente.
Tiene razón Stefanoni en que el crecimiento electoral (y superestructural en general) en condiciones de baja lucha de clases acarrea desafíos grandes. El principal tiene que ver con la necesidad de combatir cierta tendencia de la época a la política sin militancia. Sin embargo, una experiencia como la reciente de Jujuy, que Stefanoni menciona al pasar, muestra la potencialidad de una izquierda con peso político vinculada a la lucha de clases de manera directa. En este sentido, consideramos que la falta de radicalización es una circunstancia y no un destino. Es muy probable que –al calor de la lucha de clases en el próximo período– la izquierda pueda ganar un peso político y social mayor ante la crisis del peronismo.
Pero para pensar la persistencia del trotskismo en Argentina vale apelar al contraste con experiencias de otras latitudes. Miramos el mapa y vemos el derrumbe de la izquierda institucional (neo) reformista. Podemos en el Estado Español se encuentra prácticamente extinto luego de haber colaborado en la recomposición del sistema político pos 15M. Syriza, en Grecia, otro tanto, después de hacer el trabajo sucio de la Troika. En Portugal, el Bloco de Esquerda terminó retrocediendo luego de apoyar “desde afuera” a un gobierno del social-liberal Partido Socialista. Pero la comparación que corresponde al FITU no es con estas coaliciones, sino con las corrientes trotskistas –porque, además de nombres, hay estrategias– que se plegaron a aquellos proyectos y que corrieron su misma suerte. Otras se esmeran en seguir este camino, sea el PSOL en Brasil absorbido por el lulismo o el NPA en Francia detrás del NUPES de Mélenchon. De conjunto, en todos los casos, el apoyo desde dentro o fuera a supuestos frentes antineoliberales cultores del reformismo sin reformas ante un capitalismo cada vez más destructivo, termina en la adaptación al régimen burgués, en el mejor de los casos.
Hay una especie de “trauma epistemológico” para pensar una izquierda que apunte más allá de los marcos de los respectivos regímenes políticos capitalistas. Pero existe otra estrategia, o si se quiere, otra hipótesis estratégica, que tiene que ver con aquello del “doble poder” que menciona Stefanoni, aunque no en los términos planteados por él, como si se tratara de una generalización ingenua de la experiencia de la Revolución rusa.
No podríamos tratar aquí en detalle el problema de la dualidad de poderes en formaciones estatales “occidentales” u “occidentalizadas”, porque es un tema que excede ampliamente el espacio de un artículo. Pero sí podemos señalar que, en contextos de estatización de los sindicatos y organizaciones sociales, el desarrollo de la lucha de clases más allá de los límites impuestos por el Estado, requiere la puesta en pie de instituciones propias de autoorganización y autodeterminación de las masas que quiebren el círculo entre movilización y desmovilización/institucionalización. Su ausencia viene siendo uno de los grandes problemas de las muchas revueltas de los últimos años que se dieron en diversas latitudes.
Esta pelea se plantea como una tarea simultánea a la exigencia por establecer el frente único de las organizaciones de masas del movimiento obrero y los movimientos organizados por otro tipo de reclamos populares. Es una “guerra de posiciones” donde se enfrentan las tendencias a la autonomía y al transformismo y, en definitiva, dos estrategias: una izquierda institucional más o menos ajena a la lucha de clases y coaligada con la burocracia sindical o una izquierda revolucionaria, con una política de independencia de clase, autoorganización, hegemonía de la clase trabajadora y un programa de ruptura con el capitalismo.
Socialismo
Stefanoni dice que tenemos grandes dificultades para explicar el tipo de sociedad por el que peleamos. Está claro que la instalación a nivel masivo de la idea de un socialismo revolucionario desde abajo, basado en la democracia de los productores, no es una tarea sencilla y no negamos que sea necesario mejorar las formas de hacerlo.
Sin embargo, estamos lejos de hablar solamente en términos genéricos de un “gobierno de trabajadores” y nada más. En este sentido es que buscamos popularizar consignas como, por ejemplo, la reducción de la jornada de trabajo a 6 horas 5 días a la semana y el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados sin afectar el salario (es decir, a costa de los capitalistas). Se trata de enfrentar la dualización creciente de la clase trabajadora y, al mismo tiempo, plantear trazos de otro tipo de sociedad. El tiempo de trabajo como única medida de la riqueza no es más que una imposición miserable que se sostiene por la persistencia de la dominación capitalista. No hay nada de “inevitable” en la apropiación por el capital del tiempo disponible en forma de plusvalía. Tampoco hay nada “natural” en la producción de una población excedente que ofrece tiempo de trabajo disponible como palanca para asegurar una oferta y demanda de fuerza de trabajo favorable al capital.
La alternativa a esto, como decía Marx, pasa porque la masa de trabajadores se apropie ella misma de su propio trabajo excedente, lo convierta en “tiempo libre”, en tiempo de ocio, una palabra que, por obvias razones, la “ética” del capitalismo siempre buscó degradar pero que incluye –y de hecho es lo único que hace posible–, entre otras cosas, el desarrollo de la cultura, la ciencia y el arte e incluso el propio ejercicio democrático de la política para las y los trabajadores. A nivel global nunca estuvo tan planteado desde el punto de vista del estado de la ciencia, la tecnología y del desarrollo del “general intellect”, del intelecto o conocimiento social general. Estos avances, arrancados del mando del capital, permitirían utilizar cada vez menos energías para producir lo que necesitamos para subsistir, hasta que la cantidad de tiempo que dedica cada individuo al trabajo como imposición represente una porción insignificante, y así poder desplegar verdaderamente todas las capacidades humanas.
Solo hace falta algo de imaginación histórica para proyectar una idea aproximada de la potencialidad para liberar las facultades creadoras del ser humano y para conquistar una relación más armónica con la naturaleza, que tendría esta otra forma de medir la riqueza, por el tiempo de ocio y no por el tiempo de trabajo, con el estado actual de la ciencia, de la tecnología y de las fuerzas productivas. Desde este ángulo está planteada una pelea de fondo contra la miseria de lo posible y el supuesto “realismo político” de alternativas que solo aspiran a administrar “por izquierda” el capitalismo y que, una tras otra, vemos fracasar sistemáticamente.
Pensar el trotskismo hoy
La figura de los irreductibles coincide con algo que planteó alguna vez Ariel Petruccelli (aunque desde un punto de vista opuesto al de Stefanoni). El trotskismo, con todas las críticas que se puedan hacer, desde fuera y dentro de la tradición, mantuvo corrientes militantes que resistieron mejor o peor los años de fortalecimiento del estalinismo, el reformismo de la segunda posguerra y las largas décadas de ofensiva neoliberal (con momentos de renacimiento de la lucha de clases, como el período 1968/81), en comparación con otras tendencias antiestalinistas. Por ejemplo, no hay corrientes “consejistas” o “luxemburguistas” como sí las hay trotskistas. Dicho sea de paso, Stefanoni habla de la crisis del trotskismo en Francia, pero no registra el surgimiento de nuestra organización hermana Révolution Permanente, hecho reconocido hasta por la prensa de derecha de ese país. En un contexto de crisis capitalista, agravado por la cuestión ecológica, está planteado pensar más allá de la resiliencia e indagar en qué medida el trotskismo puede ser el componente principal de un renacimiento del marxismo (dialogando con los problemas planteados por otras tradiciones), no solo en el plano teórico sino como fuerza militante. Esto implica tanto abordar los “nuevos problemas” como pensar las características de la etapa actual del capitalismo y de los procesos de la lucha de clases.
Volviendo al contexto argentino, marcado por la crisis de las principales coaliciones burguesas, y del propio peronismo, desde múltiples ópticas (nuevo giro hacia el neoliberalismo aplicando el programa del FMI, debilitamiento en su base social histórica en sectores importantes de la PBA y otras grandes concentraciones urbanas), el desafío para la izquierda se multiplica.
No se trata, por lo menos en nuestro caso, de una apelación ingenua a que “la rebeldía” solo puede ser de izquierda. No hay garantías, hay una lucha en todos los terrenos (sindical, social, político, ideológico) para lograr que emerja una izquierda clasista y socialista como alternativa política. Los esfuerzos denodados por instalar variantes más de derecha, incluidos los llamados “libertarios” (ya sea como espantajo o como alternativa), algo nos dicen del temor del establishment capitalista a que se fortalezca una izquierda antisistema. Otro tanto habría que decir, “por izquierda”, sobre la postulación de Juan Grabois al interior de Unión por la Patria. Si Jujuy nos dice algo sobre el futuro, si lo que se viene es alguna variante del plan del FMI en un mundo cada vez más convulsionado, entonces la pregunta por el futuro de la izquierda adquiere otra urgencia y nuevos parámetros que, creemos, superan la proyección evolutiva del pasado reciente.
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