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Negar la lucha de clases y defender el mal menor es lo que fortalece a la extrema derecha desde Bolsonaro a Milei

Diana Assunção

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Negar la lucha de clases y defender el mal menor es lo que fortalece a la extrema derecha desde Bolsonaro a Milei

Diana Assunção

Ideas de Izquierda

En su último artículo para la revista Jacobin Latinoamérica, el dirigente del Partido Socialismo y Libertad de Brasil (PSOL), Valério Arcary, afirma que la victoria de Javier Milei en las elecciones primarias en Argentina, y una posible victoria suya en las elecciones de octubre, significará el ascenso del fascismo en ese país. Para toda la izquierda revolucionaria, y para la izquierda revolucionaria argentina en particular, es una tarea enfrentar a estas variantes burguesas como Javier Milei, así como a las otras variantes burguesas que hoy están en el gobierno aplicando ajustes antiobreros. Pero también es una tarea fundamental entender muy bien las características de nuestros enemigos de clase y los fenómenos políticos que están detrás de ellos. Al mismo tiempo, no es nuevo en la historia utilizar cierta verborragia sobre “enfrentar al fascismo” para justificar una adaptación a otras variantes burguesas. En el caso de Arcary, podemos decir que se trata de un intento, en cierto sentido desesperado, de internacionalizar las tesis de su corriente, llamada Resistência, que es una tendencia al interior del PSOL, y que sobrevive como quinta rueda de cualquier conformación burguesa que proponga una oposición electoral a lo que definen como amenaza fascista.

La corriente de Arcary en Brasil, en toda su política, sostiene que el enfrentamiento al fascismo, o neofascismo, como ellos lo definen, pasa esencialmente por aliarse con el autoritarismo del poder judicial y de los partidos que protagonizaron el golpe institucional y son el baluarte del neoliberalismo en Brasil. Una estrategia que ha resultado de su política de alianza con el PT, y la burocracia del PT que dirige los sindicatos, y opera para impedir que los trabajadores, la juventud y los movimientos sociales actúen de forma independiente para enfrentar a sus enemigos de clase a través de la movilización obrera y popular. Antes que un artículo sobre Argentina, es más bien un artículo para defender su propia posición en Brasil.

Por eso, Arcary comienza su artículo diciendo: “Nada es más importante que luchar para impedir que gane el fascista”, con argumentos para sostener una política electoral de defensa del “mal menor”, que, en la práctica, allana el camino a esas odiosas figuras de extrema derecha. Cuando se está tan alejado de la lucha de clases, se puede decir cualquier cosa. Pero este tipo de caracterización tiene mucho peso en la lucha de clases, ya que para enfrentarse al fascismo no se puede tener peor idea que organizar una campaña electoral para un candidato burgués. También por eso, Arcary no presenta ningún fundamento teórico para explicar por qué Milei sería una expresión del fascismo en Argentina. Aparte del hecho de que Milei y su candidata a vicepresidente Victoria Villarruel hacen declaraciones fascistas, como también hemos visto en Brasil, no existe hoy en Argentina ningún movimiento que corresponda a lo que se define como fascismo, que se caracteriza fundamentalmente por una movilización activa de las clases medias arruinadas para destruir físicamente todas las organizaciones obreras. Hoy, lo que se expresa en la propia base de Milei es un proceso mucho más contradictorio, como explica Fernando Rosso en este texto. En este sentido, la caracterización utilizada por Arcary es menos una verdadera advertencia sobre la necesidad de enfrentar a Javier Milei y más una justificación de su política en Brasil.

Y por eso se refiere precisamente al ejemplo brasileño, en el que el PT ha tenido la maestría de conducir cualquier rechazo a Bolsonaro al ámbito puramente electoral e institucional, bloqueando cualquier movilización de los trabajadores y la juventud. Con razón podemos decir que también en Brasil, gracias a la extrema derecha, hubo una victoria de la burguesía en su conjunto haciendo que el PSOL acabara siendo un apéndice del PT en nombre del mal menor.

Pero los paralelismos que Arcary quiere hacer no sobreviven las fronteras. ¿Alguien se imagina escribir un artículo sobre el bolsonarismo en Brasil sin mencionar el peso de los militares, la policía y las milicias? Arcary lo escribió. Y profetiza: “Javier Milei debe ser derrotado” o, dicho de otro modo, tal vez leamos en futuros artículos algo como “Es necesario un voto antifascista por Sergio Massa”. Esto significaría apoyar al actual gobierno argentino y al actual ministro de Economía, que estableció el pacto de sumisión de Argentina con el FMI para pagar la deuda del gobierno derechista de Macri. Massa ha aplicado una devaluación del 22 % a salarios y jubilaciones, manteniendo una tasa de pobreza del 40 % de la población, con una inflación que alcanza el 115,6 % interanual, para beneficiar a las grandes empresas que especulan con el hambre. Un político fiel a la burguesía, del ala derecha del peronismo, amigo de Biden y del imperialismo: ¿podría ser este el candidato de Arcary?

Pero aquí hay dos operaciones que hay que deconstruir. La primera es la definición de que Javier Milei sería fascismo, o “neofascismo”. La segunda es la comparación directa con Bolsonaro. Son dos operaciones que se cruzan en la argumentación de Arcary, ya que “fascismo” para él es cualquier figura repugnante y odiosa, independientemente de las fuerzas políticas y fenómenos sociales que estén detrás. En cuanto a la primera operación, ya hemos señalado brevemente las diferencias entre Milei y las características esenciales de los regímenes fascistas. Como son obvias, la corriente de pensamiento representada por Arcary utiliza a menudo el término “neofascismo”, argumentando que no se puede esperar que el fenómeno se repita con las mismas características. Este es un flaco favor que esta corriente hace a nuestra clase al caracterizar de esta manera a muchas figuras de extrema derecha que se han fortalecido internacionalmente, ya que trata al fascismo real, caracterizado por la política de eliminar físicamente a las organizaciones obreras, como algo que supuestamente pertenece al pasado. Por el contrario, la cuestión es que, por el momento, las crisis orgánicas, o las tendencias hacia ellas, no han dado lugar a gobiernos “fascistas”, sino a débiles gobiernos bonapartistas, pero solo porque las clases dominantes todavía no han tenido que recurrir a la alternativa fascista porque aún no hay niveles de lucha de clases que lo requieran. Pero eso no significa que siga siendo así, que un “neofascismo” (más pacífico) haya sustituido al fascismo “clásico” (guerra civil). La posibilidad de este último no está en el pasado, sino en el futuro, al igual que la de la revolución. Por esta misma razón, distinguir entre las distintas gradaciones de la ofensiva burguesa, y entre distintos fenómenos como el bonapartismo y el fascismo, es fundamental para la estrategia revolucionaria, para la tarea de identificar el momento preciso en el desarrollo de la lucha de clases y definir el tipo de respuesta que exige ahora a los revolucionarios (que, por supuesto, en ningún caso sería una campaña electoral a favor de frentes burgueses), y para preparar estratégicamente la necesidad de enfrentarse incluso al fascismo [1].

En cuanto a la segunda de esas dos operaciones, vale la pena decir que incluso un gran número de analistas políticos señalan las claras diferencias entre Javier Milei y Jair Bolsonaro. Eso porque una cosa es considerarlos a ambos igualmente repugnantes y con ideas similares en lo que se refiere a odiar a las mujeres y tener un perfil liberal. Otra muy distinta es darles esa unidad teórica y conceptual. Bolsonaro en Brasil fue la expresión de un golpe institucional llevado a cabo por la vieja derecha tradicional brasileña, que se fortaleció con las fuerzas estatales y sociales que el propio gobierno del PT alentó cuando estaba en el poder, como el agronegocio, las Fuerzas Armadas, la bancada evangélica y el Poder Judicial. Este golpe institucional, un golpe reaccionario que el PT aceptó sin luchar, abrió espacio para innumerables ataques a la clase trabajadora y dejó el camino libre para la llegada al poder de Bolsonaro, quien, además de todo, mantuvo innumerables relaciones con los militares, que vieron en él un punto de apoyo para impedir también que el PT volviera al poder. Este proceso también fue apoyado por el poder judicial, no solo con la Operación Lava Jato, sino por el Tribunal Supremo, que jugó un papel decisivo en la ilegalización de Lula en las elecciones de 2018, cuando era el candidato más popular. Y el propio Bolsonaro es una expresión de la transición pactada de Brasil, que preservó a los militares e incluso a políticos que aplaudieron abiertamente la dictadura militar, como él.

En comparación con Argentina, hay muchas diferencias. El poder judicial brasileño ha adquirido un carácter mucho más autoritario que en Argentina en el último período, aunque esto no es exclusivo de Brasil. Milei no es la expresión de un proceso de bonapartización del régimen político. Pero incluso en Argentina, los militares están lejos de tener el prestigio que tienen en Brasil, ya que salieron de la dictadura mucho más debilitados. También vale la pena destacar las relaciones directas con el imperialismo norteamericano. La Operación Lava Jato y el golpe institucional que destituyó a Rousseff fueron apoyados directamente por el imperialismo cuando aún estaba bajo la dirección del Partido Demócrata, y luego Bolsonaro tuvo el apoyo directo de Trump. Ahora la candidatura Lula-Alckmin ha sido apoyada directamente por el ala gobernante actual del imperialismo norteamericano con Joe Biden, en su disputa con Trump. Las cosas cambian.

Pero todo tiene sus razones. No es por nada que Valério Arcary oculta el peso del régimen político en Brasil y todo su autoritarismo judicial, y no es por nada que exagera la importancia de los resultados de Javier Milei en Argentina. Es que la política de Arcary es la política del mal menor, de la defensa del régimen político frente a la extrema derecha y, por esa vía, de la estabilidad burguesa capitalista. Por eso renueva una y otra vez argumentos con ropaje marxista para explicar que, contra un supuesto enemigo fascista, siempre hay que estar bajo el ala de un “mal menor”. Que esa sería la vía revolucionaria de lo que él llama “frente único” y que todo lo demás sería puro “izquierdismo”, ya que “no se puede luchar contra todos los enemigos al mismo tiempo, con la misma intensidad”. La cuestión es que la intensidad con la que se enfrenta a las instituciones de este régimen democrático burgués degradado es nula. Esto se debe a que, por el contrario, para Arcary se trata de salvar este régimen, siempre con los votos, y además votos para otros candidatos. Por eso, no hay una verdadera política de frente único obrero, que sería la articulación para la lucha de clases de las fuerzas de la clase trabajadora, exigiendo que sus direcciones en los sindicatos combatan los ataques en curso, sean las reformas y privatizaciones de los años de gobierno de Bolsonaro, o los nuevos ataques del gobierno en cuestión, como el actual del gobierno Lula llamado Arcabouço Fiscal (“Marco Fiscal”), que limita el presupuesto para los servicios públicos como vivienda, transporte y saneamiento básico, precarizando la vida de la población y garantizando el pago de la deuda pública. Este discurso ya está teniendo consecuencias en la práctica concreta del PSOL de Valério Arcary: no llamaron a la movilización para enfrentar el Arcabouço Fiscal y sus diputados terminaron del lado del gobierno, avalando este proyecto neoliberal en la votación decisiva. Estas son las medidas que en la práctica allanan el camino a la extrema derecha.

Desde otro ángulo, esto es evidente cuando Arcary retoma la perspectiva latinoamericana, diciendo:

En segundo lugar, porque demuestra que la amenaza fascista sigue presente, incluso después de victorias electorales como las de Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y Lula en Brasil. Si el gobierno del frente amplio liderado por el PT fracasa, el peligro de que el movimiento político-social de extrema derecha, incluso sin Jair Bolsonaro como candidato, pueda disputar el poder en 2026, es real.

En este párrafo, Arcary delata su falta de perspectiva sobre la derrota ya anunciada, pues solo constata que, aún después de las victorias electorales, la “amenaza fascista” continúa, y si fracasa el gobierno Lula-Alckmin, del cual su partido forma parte, en 2026 el bolsonarismo u otra variante podría volver al gobierno. Como vemos, para Arcary lo que nunca existe es la clase obrera y la lucha de clases. Lo que Arcary no explica es que son precisamente las políticas de esos gobiernos que supuestamente “hacen frente” a la “amenaza fascista” las que alimentan y fortalecen a la ultraderecha manteniendo sus ataques, pactando e inyectando dinero público a los mismos sectores políticos que llevaron a la derecha al poder. Por ejemplo, vale decir que en Brasil el gobierno Lula-Alckmin se alía con la nueva cara de la extrema derecha, también aliada de Bolsonaro, como el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, potencial candidato presidencial para 2026, quien protagonizó una de las mayores masacres en São Paulo en los últimos meses. La reforma tributaria, recientemente aprobada por el gobierno Lula-Alckimin con la ayuda de Tarcísio, que beneficia a un ala de la burguesía, fue celebrada efusivamente por Boulos, candidato del PSOL a la alcaldía de São Paulo, que está orientando todas las decisiones tácticas, especialmente las de la corriente de Arcary en el próximo período.

Pero Arcary va más allá, y en un estupendo impulso lanza la máxima:

La derrota del nazifascismo fue una de las victorias más extraordinarias de la lucha obrera y popular del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial fue la guerra revolucionaria más importante y extraordinaria de la historia. Su resultado definió la segunda mitad del siglo. Desde un punto de vista marxista, no puede reducirse a una disputa interimperialista por la hegemonía en el mundo o por el control del mercado mundial (...) Por primera vez en la historia, se produjo una batalla despiadada entre potencias imperialistas por dos regímenes políticos. Por un lado, el régimen más avanzado conquistado por la civilización, con excepción del régimen de Octubre en sus inicios, la democracia republicana burguesa, y por otro, el más degenerado, el fascismo.

Aquí hay que decir claramente que el concepto de “guerra de regímenes” es una ruptura con la teoría del imperialismo de Lenin, que considera que la guerra imperialista es reaccionaria en todos los ámbitos, rompe con la teoría marxista del Estado, deja en segundo plano el carácter de clase de cada Estado, elogia la democracia burguesa hasta el punto de decir que era un régimen más avanzado que el Estado obrero degenerado (que en ese momento no estaba “en sus comienzos”), y se alinea con Stalin, que tenía el mismo discurso de aliarse con un “bando antifascista”, un supuesto “imperialismo democrático”, que se había especializado durante siglos en aplicar métodos fascistas contra los negros, tanto en África como en Estados Unidos, y en apoyar dictaduras en sus zonas de influencia. Fue también esta alianza “democrática” la que ahogó en sangre los procesos revolucionarios de las revoluciones sociales surgidas de la guerra, incluyendo casos como Grecia e Italia que se opusieron a una dictadura fascista, y lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Arcary sigue el clásico argumento estalinista y socialdemócrata de subordinar el proletariado a una supuesta burguesía democrática. Sí, si a estas alturas alguien se pregunta si el texto de Arcary sigue hablando de las elecciones argentinas, tenga la seguridad de que al menos el autor respondería que sí. Después de esta inesperada digresión, el artículo termina con “Javier Milei debe ser derrotado”, o en términos tácitos, “mejor votar a Sergio Massa para evitar un colapso global”.

Pero las lecciones aprendidas en Brasil demuestran que siempre ha sido posible combatir el golpe institucional y todos los avances de la derecha independientemente del PT, buscando el enfrentamiento mediante la lucha de clases, exigiendo una movilización efectiva de las centrales sindicales contra todas y cada una de las medidas destinadas a quitarnos nuestros derechos. Defendiendo todos y cada uno de los derechos democráticos frente al autoritarismo judicial y las medidas bonapartistas que han avanzado en Brasil. Muestra también que para eso era necesario denunciar fuertemente todas las instituciones de este régimen político y no confiar en la Corte Suprema, en el Congreso Nacional o en cualquier variante del poder judicial. Y que llamar fascismo a lo que no lo es, como hicieron aquí en Brasil, solo sirvió para adaptar aún más la política de la izquierda al frente amplio de Lula, que se ha unido a la vieja derecha tradicional, al Centrão y a empresarios de todo tipo para hacer ahora nuevos tipos de ataques y ajustes contra el pueblo trabajador, aunque Lula siga haciendo mucha demagogia y las ilusiones en su nuevo gobierno se hayan renovado ante todo el odio contra Bolsonaro. Es decir, de palabra gritan “fascista”, pero en la práctica piden a los trabajadores que se queden en casa y solo voten por alguna otra variante burguesa, apostando a la conciliación con sectores de la derecha y la burguesía. El PSOL, con figuras como Arcary y su intento de fundamentación teórica, sigue intentando encubrir con verborragia izquierdista la negativa de estas direcciones de masas a dar la verdadera lucha necesaria para enfrentar a la extrema derecha protofascista con la movilización independiente del movimiento de masas, la cual, para desarrollarse, tiene que superar los obstáculos burocráticos del PT en Brasil y del peronismo en Argentina.

Pero en Argentina, a diferencia de Brasil, vemos una izquierda que está siempre en las luchas, como lo estuvo en Jujuy en los enfrentamientos contra la brutal represión de Gerardo Morales, contra el peronismo que abrazó a ese mismo Morales. Esta izquierda tiene una candidatura encabezada por Myriam Bregman, del Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad, que busca construir una alternativa de independencia de clase para organizar la fuerza de nuestra clase desde abajo, en cada lugar de trabajo y estudio para enfrentar a figuras odiosas como Javier Milei, pero también para enfrentar el ajuste contra los trabajadores que ya está haciendo el propio Massa, candidato del FMI, como Ministro de Economía. No hay otra salida. Por eso, en Brasil, la izquierda que se dice revolucionaria debe apoyar con todas sus fuerzas la candidatura del Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad, con Myriam Bregman y Nicolás Del Caño.

Traducción: Guillermo Iturbide


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NOTAS AL PIE

[1Para profundizar en este debate, sugerimos la lectura del texto de Matías Maiello y Emilio Albamonte, “Más allá de la ‘Restauración burguesa’: 15 tesis sobre la nueva etapa internacional en contrapunto con Maurizio Lazzarato”.
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San Pablo