Margaret Thatcher es una referencia ineludible para la ideología libertariana y un espejo donde Javier Milei quiere verse reflejado. Los años de gobierno de la ex primera ministra británica fueron analizados por Stuart Hall, quién buscó desentrañar las bases en la que se asentó la hegemonía neoliberal. La relectura del clásico The hard road to renewal sirve para conocer mejor al thatcherismo y a su vez pensar las limitaciones de las comparaciones que Milei quiere forzar.
“No hay alternativa”, “no se puede gastar más de lo que se gana”, “el fracaso del colectivismo”, “libertad versus estatismo”, “la ley y el orden”, y la lista continúa. Las expresiones fueron pronunciadas por Javier Milei pero pertenecen a Margaret Thatcher, la ex primera ministra británica de la cual el presidente argentino es confeso admirador. Con la reivindicación de figuras como Thatcher por parte de las “nuevas derechas”, tuvo lugar una relectura de los análisis clásicos sobre aquellos años.
A finales de la década de 1970 Thacher fue pionera junto a Ronald Reagan en implementar una concepción ideológica, económica y política que se sintetizó con el nombre de neoliberalismo, con un recetario para la ofensiva del capital. El experimento neoliberal se asentó sobre la derrota del ascenso de 1968, un clima ideológico y político reaccionario, junto con un avance de la restauración capitalista en los estados obreros burocratizados (con un exacerbado anticomunismo desde las usinas ideológicas imperialistas). Thatcher asumió como primera ministra británica en mayo de 1979, cuando los conservadores obtuvieron una mayoría parlamentaria. Estas elecciones estuvieron marcadas por la crisis económica y social durante el gobierno laborista de James Callaghan, desgastado a partir de las movilizaciones y huelgas conocidas como el “invierno del descontento” de 1979.
Los años de “la Dama de Hierro” fueron leídos lúcidamente por Stuart Hall, uno de los referentes del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham. Lo central del análisis de Hall se encuentra en El largo camino de la renovación: el thatcherismo y la crisis de la izquierda [1], que reúne artículos escritos entre 1978 y 1988 para responder a los desafíos políticos y teóricos que representó el triunfo de Thatcher, la avanzada de su plan neoliberal, junto a la crisis del Partido Laborista. Debido a la reivindicación libertariana de la experiencia de los tres mandatos de Thatcher, reponemos los argumentos de Hall y planteamos algunos contrapuntos desde la actualidad.
El thatcherismo como proyecto hegemónico
La llegada de Thatcher al poder en mayo de 1979 fue un cimbronazo que ameritó múltiples discusiones sobre este giro a derecha por el cual el Partido Conservador logró la mayoría tras más de cinco años de gobierno laborista. Para Hall, el thatcherismo puede entenderse en torno a las dimensiones política, ideológica y cultural. Políticamente está relacionado con la reconfiguración y fragmentación de las relaciones de representación históricas entre las clases y los partidos; una profunda remodelación de los límites entre el Estado y la sociedad civil, lo ‘público’ y lo ‘privado’, junto a la emergencia de nuevos espacios de antagonismo social y político. Ideológicamente, representa una nueva narrativa que articula el discurso liberal del ‘libre mercado’ junto a los valores conservadores y patriarcales, junto a un nacionalismo que dialogó con la percepción del “fin del imperio” británico (exacerbado durante la Guerra de Malvinas). Y culturalmente, el thatcherismo buscó disciplinar a la sociedad con una forma de “modernización regresiva” que paradójicamente implica una versión igualmente regresiva del pasado. De esta definición primaria, Hall propone pensar al proyecto de Thatcher en términos de hegemonía (cultural, moral e intelectual), para lo cual se sirve de las formulaciones de Gramsci en torno a “fuerza y consenso, autoridad y hegemonía” en “los diferentes niveles de relaciones de fuerza” en la sociedad.
Hall recurre al concepto gramsciano de hegemonía para evitar concebir al thatcherismo como otro nombre para el ejercicio de la misma, vieja y conocida dominación por parte de la misma vieja y conocida clase dominante. El autor siempre enfatizó que se trataba de un proyecto político y una formación política radicalmente novedosa. En ese sentido, señala que la «hegemonía» implica:
la lucha por impugnar y desorganizar una formación política existente; la toma de la "posición dirigente" (aunque sea sobre una base minoritaria) en una serie de esferas diferentes de la sociedad a la vez: la economía, la sociedad civil, la vida intelectual y moral, la cultura; la conducción de un tipo de lucha amplio y diferenciado; la obtención de una medida estratégica de consentimiento popular; y, por lo tanto, el aseguramiento de una autoridad social lo suficientemente profunda como para conformar la sociedad en un nuevo proyecto histórico. [2]
Esta definición no significaba ver al thatcherismo como un proyecto acabado o asentado para siempre, sino como algo que buscaba afianzarse en medio de la crisis del consenso post-bélico en el Reino Unido. Como complemento, Hall recurre a otros términos gramscianos como «bloque histórico», para aludir a la composición social compleja y heterogénea del poder y la dominación thatcherista, y de «sentido común», para englobar los cambios ideológicos que implicó el giro a derecha.
En una retrospectiva de esas definiciones, Hall reconoce que sus análisis se centraron excesivamente en el terreno cultural, como una manera de torcer la vara ante aquellos análisis de coyuntura que priorizaron el aspecto económico, con mayor o menor reduccionismo –incluyendo también a los que primariamente hablaban de un ‘fascismo’. A su vez, consideró que lo cultural era central para comprender la nueva hegemonía, ya que el thatcherismo operó a través de las diferentes líneas de división e identificación en la vida social y de los mundos subjetivos. La construcción de un “sujeto respetable, patriarcal y emprendedor” con una concepción estrecha de la “identidad nacional”, mientras margina a un sector de la sociedad, para Hall era tan importante para la empresa de Thatcher como su programa de privatizaciones, los ataques al régimen democrático y los despotriques contra la izquierda.
De “el laborismo no está funcionando” al “populismo autoritario” de Thatcher
En la primera sección de El largo camino de la renovación podemos encontrar las coordenadas de la larga crisis del consenso de posguerra, que para los comienzos de la década de 1970 se fue reflejando en algunos cambios en el humor social sobre temas que parecían secundarios. [3] La definición de partida de Hall es que la socialdemocracia articulada en el Partido Laborista había sido incapaz de dominar lo que se había convertido en la crisis orgánica del acuerdo de posguerra, al cual el thatcherismo ofrecía ahora una potente respuesta. “Fue el laborismo, no los conservadores, quienes aplicaron los recortes quirúrgicos al Estado de bienestar”, define. Además, el laborismo comenzó a hablar el idioma del monetarismo ortodoxo y de la austeridad fiscal tutelada por el FMI, por lo que las ideas del libre mercado que pregonaba la derecha fueron rehabilitadas. En ese consenso de posguerra que se hundía, los sindicatos y sectores de la clase obrera habían sido incorporados a la negociación con el Estado y el capital. Además la ligazón de las direcciones sindicales con el laborismo, que actuaba como partido gobernante “natural” de la crisis, llevaron a una respuesta desorganizada y fragmentada de la clase obrera ante la crisis.
Para Hall había raíces más profundas que tenían que ver con la estrategia reformista del laborismo, siempre dispuesto a administrar el Estado para obtener algunas mejoras para la clase trabajadora siempre y cuando no altere el patrón de acumulación capitalista británico. Además, en los años previos al regreso de los conservadores, el Estado fue incrementando su presencia en diferentes áreas de la sociedad pero esas funciones se vieron disminuidas mientras avanzaba la recesión. Sobre este terreno los conservadores montaron la campaña “Labour isn’t working” (“el laborismo no está funcionando”) y Thatcher fue construyendo un sentido común anti colectivista y anti estatista junto a una exaltación agresiva del individualismo y la competencia, complementado con el imaginario tradicional de los tories.
Fue a partir de estas operaciones que Hall comenzó a definir al thatcherismo como un proyecto populista, donde las políticas neoliberales buscaron ser arraigadas en “la experiencia del sentido común y el moralismo práctico –y así construir, no simplemente despertar, la conciencia de ´la gente´”. Cada suceso, desde las revueltas en barrios populares hasta la crisis por las Malvinas, fueron utilizados en ese sentido. [4]
Luego precisó su definición del thatcherismo como un «populismo autoritario», un concepto derivado del «estatismo autoritario» mencionado por “el último” Nicos Poulantzas:
El populismo autoritario es una forma de caracterizar la nueva forma de política hegemónica que surgió en la escena británica con la formación de la "nueva derecha" a mediados de la década de 1970. Describe un cambio en el equilibrio de fuerzas sociales y políticas y en las formas de autoridad política y regulación social institucionalizadas en la sociedad a través del Estado. Supuso un intento de desplazar el centro de gravedad de la sociedad y el Estado hacia el polo "autoritario" de la regulación. Intentó imponer un nuevo régimen de disciplina social y liderazgo "desde arriba" en una sociedad cada vez más percibida como sin timón y fuera de control. Sin embargo, la parte "populista" de la estrategia exigía que este movimiento hacia nuevas formas de autoridad y regulación social "desde arriba" se arraigara en los temores y ansiedades populares "desde abajo". Un elemento central de este movimiento -del que la deriva hacia un tipo de sociedad de ley y orden era un índice claro- era que el cambio hacia una mayor disciplina social debía hacerse conservando intacta la parafernalia formal del Estado liberal-democrático. [5]
Esta definición motivó polémicas. Una de las críticas principales vino por parte de Bob Jessop, Kevin Bonnett, Simon Bromley y Tom Ling, quienes en un artículo conjunto criticaron la definición de «populismo autoritario» por su vaguedad, junto al uso del concepto de «hegemonía» según Gramsci. Para estos autores, Hall hace lectura que generaliza con “demasiada facilidad los cambios en el campo ideológico a otras áreas de la sociedad británica”. En una respuesta a esta crítica, Hall aprovechó para desarrollar su lectura de Gramsci, al mismo tiempo que rechazó la crítica de ignorar lo económico en pos de lo ideológico: “Siempre combatí cualquier definición en que la hegemonía es identificada como un fenómeno exclusivamente ideológico. Gramsci argumentó que no puede haber hegemonía sin ‘el decisivo núcleo de lo económico’”. [6] Además señala que su uso de la «hegemonía» gramsciana es para referir a un programa y un proyecto en marcha, y no a algo ya consolidado y sin fisuras.
De todas maneras, Jessop y compañía aciertan en señalar que es necesario ponderar las fuentes potenciales de contradicción y tensión dentro del thatcherismo, y también interrogarse sobre si el único camino era la pelea ideológica por un nuevo “sentido común” socialista. Estos debates no eran meramente sobre cuestiones teóricas sino que también se relacionaban con las perspectivas de la izquierda.
El Estado, “viejo guardián del socialismo”
Las consideraciones críticas de Hall sobre la responsabilidad del laborismo en la llegada del thatcherismo no estarían completas si no se abordan sus reflexiones en torno a la cuestión del Estado. Como punto de partida, señala la contradicción de defender “la parte asistencial del Estado”, incluso creyendo que debe ampliarse, y al mismo tiempo saber que para las masas beneficiarias también opera como “una fuerza intrusiva, gestora y burocrática en sus vidas”, algo también afirmado por los thatcheristas.
Hall señala que la gran parte de la izquierda británica, por la tradición socialdemócrata del laborismo, estaba apegada a una concepción particular del socialismo a través de la gestión estatal. Esto llevó a una expansión del Estado, que resultó una experiencia muy contradictoria, como señalamos arriba, que luego fue la base para la nueva derecha. El thatcherismo sacó ventaja en su cruzada contra el “estatismo de bienestar” al apropiarse de la idea de la libertad y vincularla con ideas reaccionarias, el programa y las fuerzas de la derecha. Con esta operación, la libertad fue equivalente y dependiente de la “libertad de mercado” y no de la igualdad.
Sin dudas, una tarea urgente era reapropiarse del concepto y “darle una articulación alternativa en el contexto de una profundización de la vida democrática en su conjunto”:
esta concepción socialista de la libertad no es compatible con –está de hecho profundamente socavada por– la idea de un Estado que se apodera de todo, que absorbe toda la vida social, todas las energías populares, todas las iniciativas democráticas, y que, por benévolamente que sea, gobierna la sociedad en reemplazo del pueblo. [7]
Para Hall esto también implica romper la lógica del capital, de la propiedad y del mercado, con “la toma de iniciativas populares” y “la recuperación del control popular”. “Podríamos plantear todo esto de otra manera, recordando que de lo que hablaba Marx cuando se refería al socialismo era de la revolución social”, señala Hall, agregando que la democratización de la sociedad civil era tan importante como el desmantelamiento de las burocracias del Estado. Aquí las sugestivas observaciones de Hall sobre el estatismo en la izquierda –a lo cual en otro tramo agrega la carga del “socialismo realmente existente” con las experiencias en los estados obreros degenerados burocráticamente– entran en un callejón sin salida, ya que plantea “la profundización de la democracia” en clave de una “democracia radical” que no termina con la lógica del mercado y la dominación capitalista a través del Estado. Sin salirse de ese estrecho marco, Hall años después dirá que fue “demasiado lejos en la noción de desmantelar la regulación”, rescatando un Estado regulador mucho más fuerte que el Estado en los años de Tony Blair. [8]
Entre la lucha de clases y la renovación del laborismo que no fue
Las intervenciones de Hall que venimos reseñando fueron publicadas en Marxism Today, la revista dirigida por Martin Jacques que fue un reflejo de la tendencia “revisionista” dentro del Partido Comunista británico que adhería al eurocomunismo. Por un tiempo, la revista exploró con aprobación la posibilidad de una radicalización del Partido Laborista. En ese marco de los debates por la “renovación de la izquierda” vía el laborismo, figuras como Eric Hobsbawm defendía abiertamente esta posición mientras que las posiciones de Stuart Hall eran más cautas. De todas maneras, había puntos de contacto como la impugnación al ala izquierda del laborismo (ni hablar de la extrema izquierda por fuera) y ver con buenos ojos el liderazgo partidario de Neil Kinnock para dar una imagen moderada del laborismo, en vez de apoyar a Tony Benn. Con la derrota de Benn, la izquierda laborista quedó debilitada y en los pocos lugares donde tuvo peso no pudo enfrentar la avanzada thatcherista. Esto vio en el Greater London Council, un organismo de administración pública municipal que bajo el liderazgo de Ken Livingstone, del ala izquierda del laborismo, articuló iniciativas con movimientos sociales (mujeres, minorías étnicas, gays y lesbianas, ecologistas) y fue abolido por Thatcher en 1986. Pero previo a este golpe, la lucha de clases irrumpió en la escena con la huelga de los mineros de 1984-1985.
El 6 de marzo de 1984 comenzó la huelga minera que duró un año, desatada por el anuncio de Thatcher de 20.000 despidos y el cierre de 20 pozos. La cruzada no era solo por la privatización de las minas de carbón, también apuntaba a los sindicatos –el “corazón” de los obreros británicos según definió la Dama de Hierro. Bajo la consigna de “hacer gobernable al país sin el consentimiento de los sindicatos”, el thatcherismo se preparó para una dura batalla por el fin de los derechos laborales y sociales. La huelga reunió la solidaridad de millones de trabajadores y movimientos sociales, no así por parte del Partido Laborista y el TUC (la confederación sindical británica). Estos se ampararon en la ilegalidad de la huelga, determinada a su vez por la legislación antisindical de Thatcher, y dieron vía libre para el ataque del gobierno. Con la derrota de la huelga, Thatcher se robusteció en su avanzada antiobrera.
Pese a su magnitud, la huelga de los mineros ocupó poco lugar en la reflexión de Hall, con contradicciones que no desarrolla. Hall señala que “la causa es correcta” pero “el lenguaje es una lengua moribunda”, en relación a las apelaciones de los mineros sobre la memoria de quienes construyeron el sindicato, la familia y el “deber como hombres” de luchar. Agrega que la tarea política pasaba por “unificar a los mineros, para unificar a la clase, para unificar un bloque social más amplio” frente a las divisiones internas, que tenían una base material e ideológica. Hall señala correctamente la responsabilidad del laborismo, que en lugar de “generalizar las cuestiones de la clase que dice representar” su principal objetivo fue “limitar los daños”, en el marco de un orientación general de ser una oposición parlamentaria “responsable” y esperar que los atacados por Thatcher vuelvan a ser votantes del laborismo. A su vez, también critica la prudencia de la dirección del NUM (sindicato nacional de mineros) y su error en no llamar a una votación que le de a la huelga formalmente un alcance nacional, error que llevó a no lograr el apoyo del área de Nottingham y de otros sindicatos de la industria minera. Frente a estos límites que imponían las direcciones sindicales y el laborismo, se desarrolló un amplio movimiento de apoyo a la heróica huelga: un rol destacado de las mujeres, la juventud y grupos como “Lesbians and Gays Support the Miners” (reflejado en la película Pride), junto a la solidaridad de artistas (desde The Clash a Bruce Springsteen).
Tras la derrota, Hall da cuenta de “los gigantescos niveles de apoyo que engendró, la implicación sin parangón de las mujeres de las comunidades mineras, la presencia feminista en la huelga, la ruptura de las barreras entre los diferentes intereses sociales que presagiaba” pero no deja de plantear que fue un conflicto “encarcelado en las categorías y estrategias del pasado”. [9] Aquí se ve una debilidad en su balance porque mientras postula que “la política de clase” es un lastre del pasado no puede ignorar toda una alianza social en torno a los mineros y organizada desde abajo, conscientes de que se jugaba algo más que una huelga, y de dónde podría haber emergido la alternativa que el credo neoliberal proclamó que no existía. Thatcher misma lo reconocía al afirmar que así como en la Guerra de Malvinas derrotó al “enemigo extranjero”, la huelga de los mineros pasaba por derrotar al “enemigo interno” para consolidar su liderazgo, cuestionado por las consecuencias de su plan económico. Señalar esto es importante porque aporta al entendimiento de la hegemonía neoliberal, que no se basó solamente en una ofensiva ideológica sino que lo decisivo ocurrió en la arena de la lucha de clases.
Aunque Hall no lo haya visto así, la huelga de los mineros planteó en la realidad una prueba para las discusiones sobre “amplias alianzas” dirigidas a “objetivos muy modestos”, planteo que hizo con Jacques el año previo a la huelga [10]. Correctamente señala el proceso de fragmentación de la clase obrera con el avance de la precarización, y también el surgimiento de nuevos movimientos sociales, por lo que era válida la pregunta de cómo se articulaban estos sectores. Para Hall la respuesta pasaba por pensar una política radical para las identidades desde la premisa de la etnicidad, que ayudaba a comprender que todas las identidades son histórica y culturalmente contingentes. Si bajo el thatcherismo las identidades era fijadas y con jerarquías donde unas relegaban a otras, para la izquierda se trataba de “crear y movilizar posiciones e identidades alternativas y radicales” [11]. Frente a estas formulaciones abstractas, la huelga de los mineros motorizó una fuerza social real integrada por los nuevos movimientos sociales y encabezada por los mineros que autoorganizó la solidaridad para sostener la huelga y también para enfrentar la represión. Mientras Hall y Jacques habían hablado de “objetivos muy modestos” (sin explicitar nunca a qué se referían), esta fuerza social trascendía el mero resultado sindical sino que se organizaba desde abajo, ante la moderación del laborismo y las direcciones sindicales, para derrotar los planes de Thatcher.
Aun en los últimos años críticos de Thatcher, quien dimitió como primera ministra en 1990, para Hall y Marxism Today el camino siguió pasando por la renovación del laborismo en el terreno electoral. Es tema de debate hasta dónde contribuyó la sección "New Times" [12] a establecer el "nuevo laborismo" con la figura emergente de Tony Blair. Precisamente, al ser consultada muchos años después por su mayor logro, la Dama de Hierro contestó "Tony Blair y el nuevo laborismo, hemos obligado a nuestros adversarios a cambiar de opinión". Hall marcó una importante distancia y reprobación de Blair por ser una continuación de las medidas de desregulación pro mercado, privatizaciones y reformas regresivas contra la clase obrera heredadas de Thatcher Sin embargo señalaba que Blair –el que años después tiraría bombas en Afganistán e Irak– tenía “una humanidad genuina que no apostaría que existiese en la señora Thatcher”. [13]
A modo de cierre
Los trabajos de Hall son un insumo para comprender su emergencia del thatcherismo, que supo canalizar el descontento con la crisis y el ajuste iniciado por el laborismo. Recurriendo al pensamiento de Antonio Gramsci como una “caja de herramientas”, identificó las operaciones ideológicas en las que se montó un proyecto hegemónico, basado en el antiestatismo y que identificó la idea de la libertad con el programa del libre mercado. Esta lectura representó una novedad frente a lecturas economicistas hechas desde el marxismo, siendo disparador de debates. Parte de las reflexiones surgieron de los intentos de Thatcher para consolidar su liderazgo, que acarreaba debilidades y contradicciones de orígen, donde la Guerra de Malvinas y la huelga de los mineros representaron dos escenarios claves. Fue alrededor de los mineros que se motorizó una alianza con los nuevos movimientos sociales que planteó una posibilidad de derrotar a Thatcher con la lucha de clases. Un camino muy distinto al que emprendieron el Partido Laborista y las direcciones sindicales influenciadas por este, que también fueron centro de las críticas de Hall pese a lo cual siguió postulando al laborismo como “el camino de la renovación” de la izquierda.
Conocer los años thatcheristas sirve para comprender mejor el pensamiento libertariano, donde es reconocible lo que Milei quiere copiar de Thatcher, ya sea los slogans, los sentidos comunes que busca instalar y desde ya su programa de privatizaciones y desregulaciones. Pero las comparaciones tienen un límite. Aunque a Milei le pese, él no es Thatcher ni el mundo actual es el de la hegemonía liberal.
La crisis capitalista de 2008 puso de relieve el agotamiento del mundo donde imperó el credo neoliberal. La emergencia de China como principal competidor de Estados Unidos y de potencias intermedias con intereses nacionales, las guerras de Rusia/Ucrania-OTAN y de Israel en Gaza, marcan las tensiones geopolíticas. A su vez hay una tendencia a crisis orgánicas en los países centrales en el marco de una polarización política y social, azuzada por la pandemia. Incluso el año pasado, la entonces primera ministra británica Liz Truss debió renunciar a los 44 días de asumir, producto de una crisis con su plan económico a lo Thatcher.
La aparición de liderazgos de la “nueva derecha”, con tendencias bonapartistas, como Donald Trump son sopesadas con un proceso de huelgas y organización sindical inédito para en los últimos años estadounidenses. A su vez, en muchos puntos del globo se abrió un nuevo período de luchas obreras, revueltas populares y nuevos fenómenos políticos por izquierda. Un mundo de “policrisis”, según la definición rescatada por Adam Tooze.
En este panorama, Milei actúa como un neoliberal a destiempo, con un plan de guerra a la medida de los empresarios que ya comenzó a despertar movilizaciones, cacerolazos, asambleas en lugares de trabajo y logró el recórd del paro general de la CGT más rápido de la historia.
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