Desde que empezó el mundial se multiplicaron las críticas y las denuncias hacia la FIFA y Qatar, por la falta de derechos humanos en el país organizador, así como la brutal explotación a los trabajadores migrantes responsables de la construcción de los estadios y la infraestructura para la copa del mundo. Frente a esto, ¿nos tenemos que resignar a un fútbol construido en base a la explotación capitalista, o podemos aspirar a otra cosa?
Un poco de historia
Nadie entendió por que, a finales de 2010, la FIFA aprobó la candidatura de Qatar para alojar el mundial: un país que había conseguido su independencia en 1971, más chico que la provincia de Tucuman y con alrededor de 300.000 habitantes, sin ninguna tradición futbolística de la que hablar y con temperaturas tan altas en el periodo de junio a julio que hacían imposible que se pudiera jugar un partido de 90 minutos.
El hecho de que fuera una monarquía absoluta, cuyo sistema legal está regido por una interpretación de la sharia (la ley islámica) que implica negar hasta los derechos más básicos a las mujeres y las disidencias sexuales también llamó la atención, aunque en ese momento ninguna federación se pronunció en contra de la elección ni emitieron alguna tibia crítica. Todo siguió con relativa normalidad, más allá de que se multiplicaban a través de los años las denuncias a las inhumanas condiciones de trabajo del país anfitrión, los cientos de muertos en la construcción de los estadios y las violaciones múltiples a los derechos humanos.
Llegó el 2022 y lo que era un secreto a voces terminó de destaparse: 6500 trabajadores, la mayoría inmigrantes provenientes de India, Bangladesh, Nepal y Pakistán habían muerto (aunque es necesario mencionar que esta cifra es, segun otros puntos de vista, las muertes totales de trabajadores migrantes entre 2010 y 2022 sin discriminar si tuvieron relacion con el mundial) antes de que rodara la primera pelota: sometidos a un regimen de virtual esclavitud, su pasaporte confiscado y puesto en manos de sus empleadores (siendo estos, por ende, los unicos capaces de autorizar su salida del pais), eran obligados a trabajar largas horas por una paga bajisima, sin las medidas minimas de seguridad y condiciones climaticas sumamente hostiles.
Cualquier intento de reclamo, protesta u organización era (y es) severamente suprimido. En paralelo, la situación de los DDHH sigue siendo tan mala como lo era en 2010 (a pesar de las promesas de la FIFA de que el mundial mejoraría esta situación al menos un poco). Vease sino la entrevista a uno de los embajadores del mundial, Khalid Salman, donde dice que la homosexualidad es “una desviacion mental”. Todos los partidos políticos están prohibidos, así como los sindicatos, y la prensa está fuertemente controlada por el gobierno.
Como las críticas de jugadores, técnicos y federaciones (las cuales nada habían dicho anteriormente) se multiplicaban y se hacían más fuertes, Gianni Infantino, el presidente de la FIFA (que sucedió a Joseph Blatter después de su renuncia en 2015 a causa del escándalo de Fifagate, que llevo a la reconfiguracion de toda la cúpula de la organización y marcó una mayor injerencia de los Estados Unidos en el ente máximo del fútbol) envió una carta a los 32 países participantes para que ninguno de sus representantes se expresara sobre temas políticos. “¡Por favor, concentrémonos ahora en el fútbol!” decía la carta, más como una súplica desesperada. Pero si hay algo que la FIFA no hizo en sus 118 años de existencia fue concentrarse puramente en el deporte.
LA FIFA: el deporte como negocio y la continuación de la política por otros medios
No sería un error definir a la FIFA como una de las organizaciones multinacionales más exitosas del mundo, que en los hechos funciona prácticamente como una empresa: controla todos los hilos del deporte más popular del planeta, que utiliza para recaudar millonarias ganancias a través de torneos, ligas, campañas de marketing, sponsors e incluso franquicias paralelas: ¿no son acaso los videojuegos FIFA, publicados por Electronic Arts, de los más lucrativos en el mercado? La FIFA tenía un acuerdo con el desarrollador que llegaba alrededor de 150 millones de dólares y los juegos generaron en total 20.000 millones de dólares en ganancias en los últimos 20 años. Si se puede señalar un responsable concreto que introdujo de lleno la lógica capitalista al fútbol de manera global es, sin ninguna duda, la FIFA. Por ende, sus decisiones no se basan en lo que es mejor para el deporte ni para los millones que lo practican o consumen: sino en que su margen de ganancia sea lo más alto posible.
¿Como explicar los casi ridículos minutos agregados que se están viendo ya arrancado el mundial, sino por la exigencia de la televisión de que haya 90 minutos de tiempo neto? ¿La tecnificación in extremis con el VAR que lleva a cobrar offsides milimétricos imperceptibles como vimos en el partido inaugural o en el debut de Argentina? ¿O la idea de aumentar el número de países participantes en el mundial de 32 a 48 para vender el fútbol en el mercado asiatico, o la idea de eliminar los dos tiempos de 45 minutos con la excusa de que "los jóvenes no lo miran porque es muy largo"? Inexplicable si no se tiene en cuenta la lógica de "los millones de ganancia primero, el resto después".
Y como cualquier empresario preocupado en sostener su poder económico y político, los jerarcas del máximo ente del fútbol también tienen entre sus intereses preservar las bases del capitalismo y evitar cualquier desafío a este. Y por más veces que esta organización haya dicho que prefiere dejar la política de lado, sus acciones a lo largo de la historia demuestran que tiene un claro interés político detrás.
Demos algunos ejemplos para ilustrar: primero, la elección de Italia para albergar el mundial de 1934 en plena dictadura fascista de Mussolini, hecho que este utilizó para propagandizar su régimen y dar la imagen de país ordenado, además de manipular y arreglar todo lo que fuera necesario para que su selección nacional gane la copa y demostrara la supuesta superioridad del fascismo y la "raza" (irónicamente, era una selección que contaba con varios argentinos nacionalizados).
Algo similar se hizo con el mundial de Argentina en 1978: se otorgó cuando Ongania aún gobernaba (unos pocos días después de que se votara la sede él sería derrocado, en esas casualidades de la historia) y lo mantuvo aún con el golpe genocida del 76, dándole una gran ayuda al gobierno militar para mostrar a la Argentina como un país en el que se había restablecido el orden y donde las desapariciones, torturas y asesinatos simplemente no existían y eran un mero invento de un puñado de terroristas marxistas de la peor calaña.
No fueron decisiones inocentes ni hechas en base a desconocimiento: Jules Rimet, (presidente y fundador de la FIFA) se sentó junto a Mussolini en todos los partidos que se jugaron en Roma, a los que el Duce siempre asistía; Havelange (presidente de la FIFA en ese entonces) dijo en el ‘78: “Por fin, el mundo puede ver la verdadera imagen de Argentina” cuando a metros del monumental funcionaba la ESMA como centro clandestino.
El “lavado de cara” de ambos regímenes fue una operación consciente para reivindicar gobiernos defensores del “orden” (capitalista obviamente) en momentos en que la lucha de clases estaba a punto de estallar: dos años después del mundial de Italia explotaría la revolución española y el proceso revolucionario francés con la huelga de general del mismo año; un año después del mundial del ‘78 se daría la revolución irani y la nicaragüense, que derrocaron a la dinastía del Shah y a los Somoza respectivamente. Reivindicar la estabilidad del capitalismo era la orden del día para la burguesía, y que mejor que la FIFA, que cuenta con el monopolio del deporte más masivo del mundo, para tender una mano a la hora de llevar adelante esta propaganda masiva.
Si queremos un ejemplo más “actual” de cómo actúa la FIFA no hace falta buscar demasiado. Al estallar la repudiable invasión a Ucrania por parte de Rusia, el ente máximo del fútbol descalificó inmediatamente a la selección y clubes rusos de todas sus competencias y les prohibió jugar con el escudo nacional en su indumentaria. Además instauró minutos de silencio en los partidos de la UEFA, y que la bandera de Ucrania apareciera al lado del marcador en las transmisiones televisivas.
Varias personas, con razón, señalaron que si estar en guerra o invadir un país es condición inmediata de expulsión, media europa no habría podido jugar el mundial en algún momento: ¿a Estados Unidos se le prohibió disputar partidos por invadir Irak o Afganistán? ¿A Francia por mantener soldados en sus ex colonias africanas como “garantes de seguridad”? ¿A Inglaterra por mantener sus colonias, negándoles a sus habitantes el derecho a la autodeterminación? Rusia bombardea Siria desde hace años y sin embargo la FIFA no la expulsó de sus competiciones: el verdadero “crimen” entonces es haber puesto en riesgo el actual orden mundial, donde Estados Unidos aún es amo y señor (decadente y debilitado sin embargo), y colocando el frágil equilibrio capitalista en una situación de extrema debilidad, entre la espada de la guerra mundial y la pared de la crisis económica. La FIFA, a su manera, es también un guardián celoso de la hegemonía neoliberal.
Pedidos de boicot, gestos y acciones simbólicas, ¿y por casa cómo andamos?
Como ya se mencionó más arriba, a medida que el inicio del mundial se acercaba las críticas a Qatar y los pedidos de boicot hacia el mundial se multiplicaron (#BoycotQatar apareció bastante en las redes sociales), y algunas federaciones dispusieron acciones simbólicas para “concientizar” sobre la situación en Qatar.
Alemania está analizando usar un brazalete con los colores de la bandera LGBT, Dinamarca pidió a la FIFA utilizar una remera con una consigna a favor de los derechos humanos en su debut (pedido que fue rechazado por la FIFA, obviamente) y ahora está analizando utilizar una camiseta negra de “luto” por los trabajadores muertos. Estados Unidos cambió los colores de su escudo por los del “arcoiris” en su sala de prensa e invitó a algunos trabajadores inmigrantes a su práctica para que les contaran sus experiencias y a jugar un breve “picado” que coronaron con una foto grupal en la que sostenían la bandera de USA con el mayor de los orgullos.
Las críticas a la explotación de la mano de obra inmigrante y la discriminacion contra la comunidad LGBTQ están en el centro de estas acciones, situaciones cuya existencia ya mencionamos al principio y nadie puede poner en duda. Sin embargo, no se puede negar la actitud hipócrita de los países europeos y de Estados Unidos: es fácil denunciar cuando semejantes abusos se dan en otro continente.
Pero, ¿y por casa? Alemania siempre se benefició de la explotación de mano de obra inmigrante y barata, especialmente después del estallido de la guerra civil siria en 2011 que provocó una de las olas migratorias más fuertes de los últimos tiempos. Estos refugiados eran amontonados en campamentos que no contaban con infraestructura básica por largos periodos de tiempo y una buena parte fueron deportados de vuelta a su país de origen. Dinamarca es reconocida por tener una de las políticas migratorias más duras de la UE, incluso pagando por publicaciones en diarios sirios diciendo que ningún refugiado sería bienvenido en su país y presentando proyectos de ley en los que el estado danes podria legalmente confiscar casi todas las posesiones que trajeran estos mismos refugiados, incluidos los anillos de bodas.
Y respecto a Estados Unidos, ¿hace falta aclarar? Responsables de la destabilizacion del cercano oriente con sus constantes invasiones y bombardeos (¿cuantos pakistanies decidieron probar suerte en Qatar para escapar de los constantes ataques de drones estadounidenses en su pais y terminaron en la virtual esclavitud?). Internamente, existe un racismo estructural fuertemente atrincherado que provoco el asesinato de George Floyd por la policia hace dos años (y en consecuencia provoco una revuelta social que hacia años que no se veia en la primer potencia mundial) y actualmente el aborto dejó de estar garantizado y varios estados estan emprendiendo una fuerte cruzada anti-trans.
Es más, Qatar es un aliado militar estratégico de los Estados unidos desde la primera guerra del golfo. Estados Unidos no tiene ningún problema en tolerar la falta de libertades democráticas si provienen de “buenos amigos’’.
Estas acciones no parten de un repentino altruismo de las federaciones (y decimos solo de las federaciones porque hay jugadores que ya han demostrado apoyo en la lucha contra la discriminacion como por ejemplo Neuer, el arquero de la selección alemana). Es también una operación para demostrar cierto “orgullo” de los valores occidentales, un supuesto faro entre tanto “oscurantismo” qatari.
También para desviar el ojo de los “males propios” cada vez más cuestionados por los habitantes de sus respectivos países. Si alguien puede realizar una crítica y protesta sincera al sistema político, económico y social qatarí, los países imperialistas del “primer mundo” claramente no son los indicados. Y un dato más que casualmente (o no) pasa desapercibido: buena parte de las empresas que participaron de la construcción de los estadios y se beneficiaron de la mano de obra esclava pertenecen a capitales occidentales. La mano del imperialismo occidental siempre está presente si de explotación se trata.
Pero entonces, ¿qué hacer?
Como se mencionó en el anterior apartado, ante las condiciones inhumanas de trabajo con las que la realización del mundial hubo llamados a boicotear Qatar 2022: básicamente a no mirar ninguno de los partidos para no avalar las violaciones a los derechos humanos en el país por un lado y para evitar que la FIFA gane sus habituales millones a costa del sufrimiento humano, por el otro.
Más allá de que tuvo poca (o ninguna) recepción: ¿Tiene sentido realizar una campaña contra el gobierno qatarí y la FIFA donde se pone el peso no en estos actores justamente sino en el fanatico del futbol, que nada tiene que ver con semejantes manejos y que sintoniza el partido solo con el genuino deseo de que esta vez su selección gane la copa del mundo y de ver buen fútbol? No parece ser esto una solución plausible.
Por otro lado: ¿nos tenemos que resignar a que estas situaciones sean moneda corriente a la hora de organizar la competencia deportiva más importante a nivel mundial? Es decir, la explotación y muerte de los trabajadores, las violaciones a los derechos humanos, la corrupción y la sed de ganancias? ¿Hay que mirar para el otro lado cuando empieza a rodar la pelota? Tampoco.
Es un asunto complicado que no presenta soluciones fáciles. En cuanto a las condiciones de los trabajadores, por mencionar algún ejemplo de salida, más que verlos a estos como víctimas indefensas de un régimen autocrático: ¿por qué no alentar su organización, independientemente de su nacionalidad, para enfrentar al régimen qatarí y a las empresas multinacionales que los explotan? ¿por qué no llamar a lxs trabajadores europeos que trabajan en esas mismas empresas a parar en solidaridad con los trabajadores migrantes?
Pero está claro que el problema es (como siempre) que la propia naturaleza del capitalismo convirtió al fútbol en otro negocio millonario para un puñado de personas. Necesariamente entonces, si queremos pensar en un fútbol para el disfrute y la diversión de los miles que lo practican y de los millones que lo ven tenemos que pensar entonces en un sistema distinto en donde las ganancias no sea la prioridad principal y por ende cuestionar a quienes lo manejan y como. ¿Por qué no desligar al fútbol de las ganancias y que sean los propios hinchas, futbolistas y las organizaciones deportivas independientes que lo manejen y organicen desde los torneos y las copas hasta las reglas más pequeñas del juego?
Existen además puntos de apoyo: clubes que funcionan de esta manera y tratan distintos valores a los del fútbol corporativo, enfatizando en el antirracismo, la inclusión y la solidaridad con los oprimidos: El St. Pauli aleman, el Livorno italiano, el Rayo Vallecano español y sectores de la hinchada del Celtic escoces. Claramente no estamos proponiendo un imposible. Así que tomemos lo que ya existe y peleemos por lo que falta para lograr un fútbol que sea verdaderamente para las grandes mayorías.
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