Detrás de la retórica desplegada a favor del pueblo palestino, los líderes de los países árabes buscan canalizar los movimientos de solidaridad expresados por las masas, sin romper el proceso de normalización iniciado con Israel y los países imperialistas.
Martes 21 de noviembre de 2023 22:02
Durante décadas, los gobiernos de los países árabes han utilizado la cuestión palestina para generar consenso con sus poblaciones. Sin embargo, con el tiempo, los gobiernos árabes gradualmente favorecieron el establecimiento de vínculos más estrechos con el Estado de Israel, principalmente con fines económicos. Este cambio se acentuó con los acuerdos de normalización, conocidos como “Acuerdos de Abraham”, celebrados entre Israel y varios países árabes a partir de 2020 bajo la influencia de la administración Trump (que Biden buscó afianzar y continuar).
Sin embargo, en las calles, las poblaciones de los países árabes continuaron demostrando un apoyo inquebrantable a la causa palestina en respuesta a la masacre de los habitantes de la Franja de Gaza por parte de Israel. Desde del 7 de octubre, la irrupción de movimientos de masas en apoyo a Palestina ha obligado a los gobiernos a hacer malabarismos entre el deseo de mantener relaciones con Israel y la necesidad de mostrar una imagen decididamente propalestina para contener la ira de sus poblaciones.
Si la mayoría de las burguesías árabes han adoptado una retórica agresiva hacia Israel, un abismo separa sus palabras y sus acciones, sin siquiera romper sus relaciones diplomáticas. Después de no poder adoptar una resolución en una cumbre de “paz” celebrada en El Cairo el 21 de octubre, los jefes de Estado de la Liga Árabe, junto con los de la Organización de Cooperación Islámica, se reunieron nuevamente durante una cumbre en Riad el 11 de noviembre.
¿Una cumbre o un abismo?
La cumbre, realizada en Riad -capital de Arabia Saudita-, reunió a la gran mayoría de jefes de Estado de la Liga Árabe, organización formada por 22 miembros que agrupa principalmente a los países del norte de África y Oriente Medio con mayoría árabe, a la que se sumó la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que reúne a la mayoría de los países con una gran población musulmana. La cumbre se celebró cuando comenzaba el asedio del ejército israelí al hospital Al-Shifa.
El presidente sirio Bashar al-Assad estuvo presente en la cumbre -ese país fue reintegrado recientemente a la Liga Árabe-, al igual que el presidente iraní, Ebrahim Raisi, la primera visita de un jefe de Estado iraní a Arabia Saudita desde la visita de Mahmoud Ahmadinejad en 2012. Esta presencia se produce en un contexto de cierta relajación entre los dos países y de relativa normalización de sus relaciones bajo los auspicios de la diplomacia china el pasado mes de marzo. Raisi y el príncipe heredero saudi Muhammad Bin Salman se encontraron cara a cara, en un deseo de mostrar la unidad de los dos rivales en su apoyo a Palestina.
Sin embargo, esta unidad tiene mucho de fachada. Irán es el enemigo más feroz de Israel y Arabia Saudita lleva años intentando normalizar sus relaciones con Israel, precisamente para contrarrestar a su enemigo jurado, Irán. Una hipótesis para explicar la incursión de Hamás y otros grupos armados en Israel postula que se trató de una operación patrocinada por Irán para sabotear el proceso de integración de Arabia Saudita a los Acuerdos de Abraham. Esta hipótesis, de la que actualmente no hay evidencia, no tiene en cuenta que Hamás no está completamente subordinado a Irán y que mantienen importantes diferencias.
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De los líderes de los países árabes y musulmanes surgieron ideas para encontrar soluciones, pero todos sabían que al final no se tomarían medidas concretas. El deseo de mostrar la llamada unidad choca con las profundas diferencias entre todos estos países. Los líderes de los países árabes y musulmanes se debaten entre la presión expresada por sus poblaciones, la abrumadora mayoría de las cuales son pro-palestinas, y sus intereses económicos y políticos con respecto a Israel y sus aliados, y sus propias rivalidades. Los países firmantes de los Acuerdos de Abraham, por su parte, quieren conservar a toda costa las ventajas que les ha conferido la normalización de las relaciones.
Sin embargo, lo que une a todos los líderes árabes es su hipocresía al presentarse como grandes partidarios de Palestina y al mismo tiempo limitar, controlar, reprimir o incluso prohibir las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino que se expresan dentro de sus poblaciones. La mayoría de los países árabes denuncian abiertamente las masacres cometidas por el ejército israelí en Gaza y piden un alto el fuego, pero ninguno de ellos ha dado el paso crucial de romper los lazos diplomáticos con Israel. Una contradicción entre discurso y política que no es nueva pero que se ve exacerbada por la aparición de movimientos masivos de solidaridad en apoyo de Palestina que hacen temer por la estabilidad de regímenes, algunos de los cuales están envueltos en conflictos.
La cumbre de Riad fue un rotundo fracaso, lo que, por supuesto, no es ninguna sorpresa. La declaración final simplemente pidió "el fin de las operaciones militares en Gaza" y una investigación de los crímenes de guerra de Israel por parte de la Corte Penal Internacional, pero no tomó ninguna acción real contra Israel y sus aliados. Algunos países, encabezados por Argelia, han pedido una ruptura total de las relaciones diplomáticas con Israel, sabiendo muy bien que la Liga Árabe y la OCI han dejado completamente en manos de la ONU la resolución del problema, aunque ninguna respuesta real puede venir de allí, cuando es el propio Estados Unidos que bloquea cualquier resolución en el Consejo de Seguridad.
Represión e hipocresía: los gobiernos árabes se enfrentan a las calles
Este repentino giro retórico a favor de Palestina, después de años de intentar relegar la cuestión palestina a un segundo plano, expresa para la mayoría de las burguesías árabes el terror de encontrarse en desacuerdo con sus poblaciones, algunas apenas años después de la Primavera Árabe que resultó en el derrocamiento de varios dictadores del poder.
Egipto, retenido con mano de hierro por el dictador Abdel Fattah al-Sissi, se vio obligado por primera vez en años a autorizar manifestaciones en la plaza Tahrir, epicentro de las protestas que derrocaron a Hosni Mubarak en 2011, aunque controlándolas y reprimiéndolas. Egipto con fronteras con la Franja de Gaza, el primer país árabe que ha normalizado sus relaciones con Israel (1978), teme una desestabilización sin precedentes del país. Por un lado, acoge con agrado la posibilidad de aplastar a Hamas, con vínculos fuertes con los Hermanos Musulmanes, unos años después de que los militares derrocaran del poder al presidente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Por otra parte, el gobierno egipcio quiere evitar a toda costa un desplazamiento masivo de la población de Gaza en el Sinaí, una hipótesis propuesta por el gobierno israelí.
La situación es algo similar en Jordania, donde la monarquía teme una conflagración en Cisjordania, que podría provocar una nueva ola de inmigración palestina al país, tras las provocadas por la Nakba en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967. Para protegerse de esta hipótesis, Jordania reprimió fuertemente las manifestaciones, en particular las que exigían la apertura de la frontera con Cisjordania. Esta negativa categórica a ayudar a las poblaciones palestinas oprimidas va en línea con su acuerdo con Israel, pero hipócritamente ha pronunciado las palabras más críticas hacia el Estado Nacional Judío de Israel. Jordania, con una población de más de dos millones de refugiados palestinos, se encuentra desestabilizada por la guerra en curso, 30 años después de normalizar las relaciones con Israel.
En Argelia, decenas de miles de personas se manifestaron varias veces en las principales ciudades del país, a pesar de las restricciones draconianas impuestas por el presidente Tebboune. Sin embargo, la autorización para estas manifestaciones sólo se concedió después de dos semanas de prohibiciones y represión de intentos anteriores de reunión. Un retraso en el encendido que sólo refleja la importante inercia de un régimen que ha abierto una gran ofensiva autoritaria y represiva contra toda la oposición política y sindical hasta el punto de disolver todas las organizaciones sindicales de extrema izquierda del país.
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Pero es especialmente en los países que firmaron los Acuerdos de Abraham donde las contradicciones entre la política gubernamental y la voluntad de la población ha sido más marcadas. Los dos países del Golfo que firmaron los Acuerdos, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, son dos monarquías absolutas vendidas a Israel, pero cuya población es decididamente pro-palestina. Los Acuerdos se impusieron a pesar de que la mayoría de la población se oponía firmemente a ellos. En abril de 2023, sólo el 20% de los bahreiníes y el 27% de los emiratíes veían positivamente la normalización, una proporción que posiblemente ha disminuido drásticamente debido a la masacre en curso en Gaza. Los autócratas del Golfo se enfrentan a las contradicciones de su política de conciliación con Israel. Y no es de extrañar que las monarquías árabes reprimieran enérgicamente cualquier intento de reunión, incluso ligeramente subversivo. Marruecos, en cambio, que no dispone de un arsenal represivo tan desarrollado, vio marchar a decenas de miles de manifestantes contra la masacre perpetrada por Israel y el silencio de la monarquía. En cuanto a Sudán, el último país que firmó los Acuerdos, no hubo manifestaciones, ya que el país estaba en llamas en el contexto de la guerra civil y las masacres en curso en Darfur y un posible genocidio de los Masalit.
No hay nada que esperar de las burguesías árabes. Si la guerra actual ha vuelto a despertar la retórica de apoyo a Palestina, esto sólo ocurre de manera forzada y coaccionada, y siempre de manera hipócrita. En términos generales, las burguesías árabes han explotado la causa palestina para servir a sus intereses políticos (mientras Hamas apuesta a esas mismas clases dirigentes) Por su parte, las poblaciones de los países árabes no han cedido en su apoyo a la población de Gaza masacrada por el ejército israelí y víctima de un Estado de apartheid desde hace más de 75 años. A pesar de la represión, las calles enfrentaron a los líderes de los países árabes con sus propias contradicciones. Estos últimos podrían pagar caras sus políticas de conciliación hacia Israel y el imperialismo.