La pandemia de coronavirus ha roto el precario equilibrio que venía arrastrando el capitalismo a nivel mundial atravesado por tendencias recesivas, huérfano de nuevos motores de acumulación, con crecientes tensiones geopolíticas, y signado por un amplio ciclo de revueltas. Aún es muy difícil determinar la extensión y la profundidad que alcanzará finalmente la crisis sanitaria a nivel global luego de la degradación (y mercantilización) a la que ha sometido el capitalismo a los sistemas de salud. El carácter confuso de la información, la poca confiabilidad de los informes brindados por los diferentes gobiernos y, sobre todo, la ausencia de test masivos que sirvan para hacer un mapa fidedigno de la extensión y tasa de mortalidad del virus introducen una mayor incertidumbre en la situación. Ante este escenario, estando en riesgo las vidas de millones, asumimos que el peligro es máximo. Por su parte, las consecuencias económicas, todo indica que tendrán una magnitud histórica con depresión, crisis de deudas, millones de despidos, disparada de los índices de pobreza, etc. Políticamente, se generalizan los cierres de fronteras y se exacerban las tendencias autoritarias y bonapartistas de los regímenes burgueses. En muchos países tienen como trasfondo crisis orgánicas que se vienen desarrollando con anterioridad, así como el reciente ciclo de lucha de clases que se ha desarrollado a nivel internacional.
En su informe de principios de marzo, “La era de las protestas masivas”, el think tank CSIS (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales) señalaba:
En un gran giro de la historia, las protestas se han silenciado en las últimas semanas probablemente debido al brote del nuevo coronavirus […]. Es probable que el coronavirus suprima las protestas a corto plazo, tanto por las restricciones gubernamentales en las zonas urbanas como por la renuencia de los ciudadanos a exponerse a grandes reuniones públicas. Sin embargo, dependiendo del curso futuro de esta probable pandemia, las respuestas del gobierno al coronavirus pueden convertirse en otro desencadenante de protestas políticas masivas.
Efectivamente, y las consecuencias de la crisis económica también. Gobiernos ampliamente repudiados por las masas que han sido golpeados por la lucha de clases, como el de Piñera en Chile o el de Macron en Francia, entre otros, difícilmente puedan quedarse tranquilos aunque las calles estén hoy dominadas por el ejército y la policía. Al contrario, probablemente la lista de países del reciente ciclo de lucha de clases se amplíe en condiciones de crisis mucho más profundas. Todavía en los inicios de la crisis, la huelga del pasado miércoles 25 en Italia parece comenzar a esbozar esta tendencia, en medio de una situación social virtualmente explosiva donde los sectores precarios y empobrecidos son condenados a padecimientos cada vez mayores.
La “guerra” contra el coronavirus y la continuación de la política por otros medios
Para combatir el brote de coronavirus la mayoría de los gobiernos capitalistas a nivel global oscilan entre las cuarentenas masivas y la llamada “inmunidad colectiva” –es decir, contagio masivo para crear anticuerpos en la población– como armas principales, cuando no exclusivas, para mitigarla. Hoy alrededor de un tercio de la población mundial (2600 millones de personas) está bajo medidas estrictas de restricción de movimiento o directamente confinado para evitar la propagación comunitaria del virus. Paralelamente la gran burguesía de estos países obliga a una porción de la clase trabajadora a seguir produciendo en sectores no esenciales para garantizar su ganancia. Por otro lado, se alzan las voces en sintonía con la “inmunidad colectiva”, comenzando por el propio Trump, que señalan que “el remedio no puede ser peor que la enfermedad”, que el daño a la economía (léase en su caso a la ganancia capitalista) será peor que la crisis sanitaria; durante la semana del 16 de marzo en EE. UU. 3,28 millones de personas aplicaron para el seguro de desempleo, lo que supera por mucho el pico más alto de su historia.
Las opciones así planteadas para las grandes mayorías serían: o arriesgar la vida de un sector de la población dejando que se propague espontáneamente el virus, o condenar a una parte cada vez más grande del pueblo trabajador a la desocupación y la miseria, o bien alguna combinación de las dos anteriores. En la era de la biotecnología, la clonación, el desciframiento del genoma humano, estas serían las variantes ofrecidas por la burguesía para combatir el coronavirus. Dos métodos milenarios que, por acción –la cuarentena masiva– y por omisión –la “inmunidad colectiva”–, fueron utilizados históricamente para contener la expansión de enfermedades contra las cuales la medicina carecía de recursos suficientes. Es sencillo entender la “falta de recursos” para enfrentar la plaga de Justiniano en el siglo VI pero, sin dudas, en el siglo XXI significa algo muy diferente.
Se repite una y otra vez, desde Macron en Francia hasta Alberto Fernández en Argentina, que “luchamos contra un enemigo invisible”. ¿Pero qué quiere decir que un virus es un “enemigo invisible”? El 10 de enero los científicos chinos publicaron en internet el genoma del virus. En el caso de Corea del Sur, al momento de comenzar el brote local (20 de enero) contaba con una capacidad de realizar test del virus a 15.000 personas por día. Con ese mecanismo logró “ver” la propagación del virus y contenerlo, por lo menos en principio. Casualmente, o tal vez no tanto, en aquel país están oficialmente en guerra, aunque mediando un armisticio desde 1953, con Corea del Norte. Los métodos policiales utilizados para el control de los “infectados” están allí para recordarlo. En la actualidad, desde la burocracia de la Organización Mundial de la Salud hasta el New York Times plantean que son claves los test masivos para el combate efectivo del virus, pero los test aún son artículos de lujo que no aparecen.
Lejos del discurso bélico con el que todos los gobiernos buscan justificar medidas draconianas sobre la población, lo que realmente queda expuesto es el carácter de clase de los gobiernos y sus instituciones. En 1940, para preparar la entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt ordenó la producción de 185 mil aviones en dos años (en 1939 se producían solo 3 mil al año) y cuentan que los asesores de Hitler opinaron que era propaganda. Para 1945, EE.UU. había producido 300 mil aviones y siderales cantidades de equipo militar, por no nombrar el “Proyecto Manhattan” que concluyó en la creación de la bomba atómica. 80 años después resulta que no se puede producir en masa millones de test para diagnosticar el coronavirus, que hay problemas hasta para abastecer de mascarillas de protección a los trabajadores de la salud, y que no se pueden fabricar rápidamente en masa respiradores para cubrir toda la demanda mundial, cuando en 2016, por ejemplo, se produjeron en el mundo más de 6 millones de autos promedio por mes. Recién después de meses, en países como Italia, EE.UU. o Gran Bretaña parece que se “descubre”, por ejemplo, que las automotrices tendrían que fabricar respiradores artificiales.
Lo que hubo durante las últimas décadas es una “guerra” contra los sistemas de salud pública. Ahora, en lugar de la articulación rápida de los medios necesarios para enfrentar la crisis sanitaria y sus consecuencias sobre las condiciones de vida de las grandes mayorías, los gobiernos se disponen a otorgar rescates masivos a los capitalistas. Esta semana en EE. UU., republicanos y demócratas rubricaron el “rescate más grande de la historia”, más del doble que el de Obama en 2008. Son 2,2 billones de dólares que se repartirán en su mayoría las grandes corporaciones y Wall Street, mientras que a los trabajadores les tocarán subas temporales de los montos del seguro de desempleo y un pago único a cargo del Estado por 1200 dólares por adulto y 500 por hijo cuando los costos de los tratamientos por coronavirus, en un país donde la salud está totalmente mercantilizada, son muchas veces esas cifras y la desocupación se disparó con millones de despidos. Parafraseando a Clausewitz, si hay una “guerra contra el coronavirus” como dicen, esta se parece mucho a una continuidad de la política de descargar la crisis sobre los trabajadores por otros medios cada vez más bonapartistas.
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Pero tampoco es tan sencillo, no se trata de “una crisis más”. La tensión entre los polos de la “cuarentena general” y la “inmunización comunitaria” expresa en forma distorsionada la contradicción inmediata que existe entre las respuestas políticas de los regímenes burgueses para sostenerse en escenarios de crisis orgánicas o elementos de ellas –en algunos casos atravesados por importantes procesos de lucha de clases recientes–, y las necesidades económicas de proteger las ganancias capitalistas a como dé lugar en el marco de la crisis.
Lo “esencial” depende de la clase desde dónde se lo mire
Mientras no haya un factor favorable como podría ser una medicación efectiva, una vacuna disponible, o cambios en la propia evolución del virus, etc., será difícil para la mayoría de los gobiernos sostenerse apelando a la “inmunización comunitaria” y asimilar el riesgo de las consecuencias. De allí que frente al desmantelamiento de la salud pública, las cuarentenas generales cumplen, además de un papel de contención básica de la pandemia (en la mayoría de los casos sin siquiera test masivos para saber la extensión y distribución del virus), el papel político de medidas de efecto para cubrir las consecuencias de las propias políticas y la inacción actual, y a su vez buscar el fortalecimiento del poder del Estado capitalista frente a la crisis (despliegue policial-militar, limitación de derechos democráticos, concentración del poder en el Ejecutivo). La contradicción es que estas medidas de paralización afectan inmediatamente las ganancias de muchos grandes capitalistas.
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De ahí las diferentes respuestas. Como el caso de Bolsonaro en Brasil y otros gobiernos que buscan minimizar el problema sanitario para mantener el funcionamiento capitalista normal de la economía. Línea que tuvieron la mayoría en los inicios para luego retroceder; Boris Johnson en Gran Bretaña expresó quizá el giro más paradigmático. Hasta casos “combinados” como el de Piñera en Chile, que decretó el “estado de catástrofe” para movilizar al ejército pero dando amplia continuidad a la economía. Pero en Europa, actual epicentro de la pandemia en número de muertes, países como Italia, el Estado Español o Francia, donde la combinación entre degradación de los sistemas de salud y la inacción se hicieron insostenibles, los gobiernos decretaron la cuarentena, mientras la burguesía pugna, además de por los “rescates” estatales, por garantizarse la posibilidad de seguir explotando a sus trabajadores.
Una batalla se libra alrededor de qué es una “actividad esencial”. Una pregunta, a la que un sector importante de la clase trabajadora se ve obligado a responder, y que refiere en algún nivel a un problema de la planificación económica frente a la crisis sanitaria. Claro que la respuesta varía enormemente según el criterio adoptado. Bajo el principio rector de la ganancia capitalista, por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial las grandes corporaciones norteamericanas como Du Pont, General Electric, Westinghouse, Singer, Kodak, ITT, JP Morgan no tuvieron inconveniente en prestar sus servicios al Tercer Reich, tampoco la ESSO en abastecerlo de petróleo, o las plantas de Ford y General Motors en producir para Hitler [1]. Se consideraban a sí mismos “actividades esenciales” que debían continuar maximizando ganancias en el marco de la masacre generalizada.
Partiendo de ese mismo criterio, en Italia donde actualmente se registra el mayor número de muertos y la población está en un virtual estado de sitio, la Confindustria –confederación patronal– consideró pertinente enmendar el planteo del gobierno de Conte que había hablado de frenar todas las “actividades no esenciales”, y agregar excepciones para “sectores de importancia estratégica para la economía”. Para así incluir fabricación de armamentos, aeronáutica, electrodomésticos, industria del neumático, grandes porciones del sector textil, la construcción y las obras públicas, así como buena parte del sector metalmecánico, metalurgia y siderurgia. Sin, por otro lado, molestarse en garantizar condiciones de seguridad sanitaria necesarias. El envalentonamiento patronal se corresponde con la acción del “Estado ampliado” que cuenta con la complicidad de las burocracias sindicales de CGIL, CISL y UIL, mientras el discurso oficial de “todos en casa” busca invisibilizar que en medio de esa situación crítica 10 millones de trabajadores mantienen el funcionamiento de la sociedad.
Lo nuevo es la respuesta de los trabajadores, que había comenzado en las últimas semanas con “huelgas salvajes” en sectores metalúrgicos y de logística, pero que ha dado un salto el pasado miércoles 25 de marzo con el paro general que impulsó especialmente la USB, uno de los “sindicatos de base” italianos, junto con los metalúrgicos de FIOM-FIM-UILM de Lombardía y del Lacio. Amplios sectores de trabajadores se plegaron, en aquellas regiones la huelga tuvo una participación de entre el 60 y el 90 %. También pararon sectores de la industria papelera, textil y química. Fue sintomático el llamamiento firmado por más de 400 enfermeras invitando a sumarse a la paralización a todos aquellos sectores no esenciales y adhiriendo con un minuto simbólico de huelga. La “Comisión de Garantía del derecho de huelga” impugnó la proclamación de la huelga, alegando cínicamente razones de seguridad relacionadas con la pandemia y reservándose el derecho a imponer sanciones.
Los grandes medios capitalistas hicieron todo lo posible por invisibilizar la acción obrera, cuando en el sur empobrecido comienza a haber saqueos y los trabajadores “informales” apenas pueden subsistir. Sin embargo, como señala Giacomo Turci en La Voce delle Lotte (parte de la Red Internacional La Izquierda Diario), la huelga comienza a romper la “unidad nacional” reaccionaria que impera en Italia. Detrás de la cual se pretende ocultar, como en los más diversos países, que mientras son trabajadoras y trabajadores quienes están al frente del combate contra la pandemia, así como garantizando producción y reproducción de la sociedad, los capitalistas siguen amasando ganancias en las actividades “esenciales”, en muchas otras presionando por seguir explotando a sus trabajadores a como dé lugar, despidiendo, condenando a los sectores más pobres a pasar hambre, y mientras tanto garantizándose “rescates” y subsidios estatales.
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Control obrero y “reconversión económica”
La huelga en Italia, que se da en medio de la cuarentena y la militarización del país, probablemente sea un primer anticipo del renovado escenario de la lucha de clases que se irá configurando, no solo por la crisis sanitaria sino por la profunda crisis económica que los capitalistas ya están descargando sobre la clase trabajadora con millones de despidos como puede verse, por ejemplo, en los niveles record históricos que están alcanzando las solicitudes de seguro de desempleo en EE. UU. o el millón de despidos y 1,5 millones de suspensiones en el Estado Español. Alrededor de las cuarentenas y las luchas en torno a las “actividades esenciales”, tanto en lo que hace a garantizar las condiciones de seguridad e higiene en los lugares de trabajo como a la negativa de otros sectores a aceptar el criterio de “esencialidad” (ganancia) de los capitalistas y el planteo de reconvertir industrias para enfrentar la crisis sanitaria, se comienza a poner sobre la mesa el problema más amplio (y fundamental de cara a la crisis) de quién organiza la producción y bajo qué criterios.
Un ejemplo significativo en otro de los epicentros del brote de coronavirus, se da en torno al gigante de la aeronáutica francesa Airbus. Hace dos semanas, en algunas de sus subcontratistas, los trabajadores se organizaron para forzar el cierre por no existir condiciones mínimas de seguridad (un conflicto similar se está desarrollando en Airbus en el Estado Español). Luego la empresa y el gobierno de Macron comenzaron a presionar para la vuelta al trabajo. Como señala Gaëtan Gracia, delegado sindical de la CGT Talleres Haute-Garonne: “Mientras faltan mascarillas para el personal sanitario, no sólo en los hospitales sino también en los servicios de ciudad, en las ambulancias, etc. nos preguntamos: ¿por qué Airbus ha tenido facilidades para conseguir 20.000 mascarillas?”. Así, en su respuesta los trabajadores de varios sindicatos han exigido que “todas estas mascarillas deben ser entregadas al personal médico con carácter de urgencia” y luego se garanticen para ellos. Y al mismo tiempo han planteado reconvertir la producción de la industria aeronáutica para producir respiradores.
Si hay algo que ha quedado de manifiesto en esta crisis es que es la clase trabajadora la que ocupa todas las posiciones estratégicas para la producción y reproducción de la sociedad. Si, como hemos desarrollado en otros artículos, en términos de estrategia revolucionaria estas posiciones son definitorias tanto por su “poder de fuego” para paralizar el funcionamiento de la sociedad, así como también en tanto lugar privilegiado desde donde aglutinar al pueblo explotado y oprimido, también lo son desde el punto de vista de la posibilidad de reorganización de la sociedad bajo el criterio de la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, alternativo y contrapuesto, al de la ganancia capitalista. Como explicaba Trotsky en una entrevista con E. A. Ross respecto a la Revolución Rusa:
… controlaremos que la fábrica esté dirigida no desde el punto de vista de la ganancia privada, sino desde el punto de vista del bienestar social democráticamente entendido. Por ejemplo, no permitiremos que el capitalista cierre su fábrica para hambrear a sus trabajadores hasta la sumisión o porque no le está rindiendo beneficios. Si está fabricando un producto económicamente necesario, debe mantenerse funcionando. Si el capitalista la abandona, la perderá, y será puesto a cargo un directorio elegido por los trabajadores.
Como postal de la crisis actual, es todo un símbolo que mientras Paolo Rocca, el principal burgués de Argentina, anuncia el despido de 1450 trabajadores en plena cuarentena, fábricas bajo gestión obrera que vienen de importantes historias de lucha contra los despidos y cierres patronales, ya se hayan propuesto producir insumos básicos para combatir el brote de coronavirus. Es el caso de los trabajadores de R.R. Donnelley (actual Madygraf), que han mostrado que pueden producir sanitizante de alcohol y máscaras sanitarias, junto con científicos y estudiantes universitarios para distribuirlo en los barrios más vulnerables y hospitales, o las trabajadoras textiles de Traful Newen que pasaron a producir barbijos en grandes cantidades poniéndolas al servicio del sistema de salud. La cuestión de quién organiza la producción y bajo qué criterios se hará cada vez más aguda con el desarrollo de la crisis, tanto frente a la actual crisis sanitaria como frente a los despidos y el cierre de empresas, y con ello la lucha por el control obrero de la producción.
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Perspectivas
Detrás de la “unidad nacional” que impera en buena parte de los países del mundo, bajo el discurso bélico contra el coronavirus se pretende ocultar la guerra que ha librado –y libra– el capitalismo durante las últimas décadas contra la salud pública y las condiciones de vida de las grandes mayorías. Está en marcha una nueva oleada de “rescates” masivos a los capitalistas mientras estos descargan la crisis sobre los hombros del pueblo trabajador. Se buscan fortalecer las tendencias nacionalistas y bonapartistas de cara a la agudización de la crisis. Paralelamente se pretende invisibilizar a los sectores de la clase trabajadora que son los que verdaderamente están en la primera línea frente a la crisis sanitaria, en los hospitales y también en las fábricas, el transporte, etc., así como las luchas que comienzan a protagonizar cuestionando el espíritu de “unidad nacional”. O a los sectores precarizados y a los que son despedidos en medio de la cuarentena, que para millones es un “lujo” que el hacinamiento, la pobreza, la falta de servicios básicos impide cumplir. También se pretende ocultar que países como Venezuela, Irán o Cuba se encuentran aplastados por sanciones imperialistas en medio de la pandemia.
En este escenario, es fundamental visibilizar estas realidades que los regímenes y los grandes medios de comunicación pretenden disimular detrás de la “unidad nacional” y llegar a millones con un programa transicional independiente e internacionalista frente a la crisis. Exponer hasta el final la irracionalidad de este sistema capitalista en decadencia, que viene de estar atravesado por un amplio ciclo de lucha de clases del que todo indica que se preparan nuevos capítulos, y que plantea cada vez con más urgencia la necesidad de poner en pie un nuevo orden social no regido por la ganancia sino por las necesidades de las grandes mayorías. Desde esta perspectiva es que hacemos este semanario de teoría y política, y desarrollamos la Red Internacional La Izquierda Diario con diarios en 12 países y 8 idiomas, y actualmente estamos poniendo en pie LID Multimedia. Herramientas con las que no contaban los revolucionarios en el siglo pasado y nosotros podemos contar para llegar con estas ideas a millones, como lo está mostrando la crisis actual, y fortalecer la organización de partidos revolucionarios a nivel nacional e internacional que serán indispensables para, alrededor de los combates que vienen, pelear por terminar con la barbarie capitalista y hacer realidad la perspectiva de la revolución socialista en el siglo XXI.
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