La ex detenida desaparecida que vive en el Barrio La Gloria de Mendoza transmite sus recuerdos, sus conclusiones del cautiverio y sus ganas de seguir poniendo su esfuerzo por cambiar la realidad.
Virginia Pescarmona @virpes
Miércoles 28 de marzo de 2018 11:15
“Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”.
(Introducción de la primera edición de Operación Masacre, marzo 1957)
Muchos mates de por medio, la aclaración vino al final: “no soy de hablar mucho de todo esto, hasta me da cosa de decirle a la gente lo que he vivido, porque no quiero dar lástima, pero si ahora lo cuento es para los jóvenes, para que sepan, pero para que sigan”.
Nélida Virginia Correa es conocida como “Pelusa”. Actualmente vive en el Barrio La Gloria, y desde siempre, según ella, en Godoy Cruz. En los ’70 pertenecía a una unidad vecinal y estuvo cercana a Montoneros. Estuvo detenida en el D2 y después en la cárcel de Boulogne Sur Mer.
Ante la pregunta que rompe el hielo, arranca contando que se casó muy joven, “a los 15 días y quise estudiar para ser instrumentista, en el Hospital, pero quedé embaraza de mi primer hija, tuve cinco, así que ya no seguí”.
Se quedó en el barrio de sus padres y “desde ese momento veía los problemas, las villas inestables, que o no había agua, o las casas que se inundaban por la lluvia. Yo vivía en Parque Sur desde chica. Ahí se construían las casas con ayuda mutua. Lo primero que hicimos fue ir a solicitar a la municipalidad de Godoy Cruz que pusieran el agua. Cada uno se hizo su zanja, y la municipalidad tenía que hacer el resto. Después luchamos por un salón para hacer reuniones y para que se den clases y puedan aprender a leer y escribir todos los que no sabían”.
La pregunta que siguió fue cuándo pensás que empezaste a militar. Y el relato siguió en el barrio. Se mezclaban anécdotas de los `70, `80 y hasta los `90. Lo que habla del paso del tiempo y de todo aquello, que, como dijo Pelusa: sigue igual. “En un momento estábamos con un asunto de materiales para construcción y descubrimos que un funcionario de Bienestar nos robaba. Era un gobierno peronista. Había uno que decía que era ingeniero, si lo era…no le quedaron más ganas de serlo, porque le dimos una paliza bárbara y tiramos su auto al canal. Éramos todas mujeres. Tenía un negocio de construcciones privadas, y se llevaba nuestros materiales. Con esto hicimos más fuerte una especie de cooperativa, que nos ayudábamos entre todos, cada uno lo que sabía. En ese sentido, si, puedo decir que estuve un tiempo en el peronismo, pero no me quedé”.
Hubo que googlear para confirmar, y efectivamente la municipalidad era peronista. El intendente era Carlos de la Rosa. “Y nosotros todos éramos compañeros. Compañeros de acá, compañeros de allá, pero a la hora de los bifes…ahí se veía la realidad y quién hacía las cosas. Mi papá, que había sido empleado de la dirección provincial de Bosques, me había enseñado qué eran los oligarcas, quiénes eran los ladrones y quiénes somos los que sabemos las cosas de verdad. Yo no quería a los peronistas, pero no sabía por qué, pero después lo fui entendiendo: los que hacíamos las cosas éramos nosotros y ellos ponían la cara”. ¿Y entonces?, le preguntamos. “Entre todos los que venían, también venían los Montoneros”. Nuestra cara de asombro la obligó a aclarar: “y a pesar que se decían peronistas, yo me sentí identificada, porque me importaba la lucha. Yo creía que para conseguir las cosas había que luchar, y ellos lo decían así”.
¿Sabías de otras organizaciones de izquierda? “Yo era referente del Barrio. Yo hacía militancia barrial" -dice como volviendo hacia el pasado-. "Ahí conocí a Montoneros, a gente que creo que eran del PRT y a gente que después no vi más. Bueno, muchos que eran de Montoneros, se pasaron al PRT, que era como más de izquierda. Después empecé a conocer que estaba también la izquierda. No recuerdo qué, pero una vez me pasan un material de un tal León Trotsky. Había una compañera que hablaba mucho y le decíamos La Muda. Ella tenía muchos libros. Una vez leí algo que me llamó la atención…y dije: esto es lo que yo pienso. Años después, después de la dictadura, me metí en el MAS y después estuve en el MST recordando aquello que había conocido, pero es otra historia, porque de ahí también me fui”.
El relato se desordena una vez más entre innumerables anécdotas que juegan entre un pasado pasado y uno no tan lejano, y nos atrevimos a preguntar, ¿Cuándo fue que caíste presa? ¿Qué pensaste en ese momento?
Piensa, toma más mate y retoma el relato, “Un día llegaron los milicos y me llevaron. Me tironearon, me metieron debajo de la parte de atrás de un vehículo y ahí me pisaban. No tenía mucha dimensión de lo que estaba pasando, de la magnitud de lo que estaba pasando, de lo que pasaban los compañeros cuando los agarraban, las torturas. Era el mediodía. Había gente mirando, una vecina gritaba “¡no, no se la van a llevar!” y le empiezan a pegar culatazos. Y ahí viene el hijo también gritando. Y nos llevaron a los tres. A ellos los tuvieron un día, pero eso me salvó, porque pudieron decir donde estaba. Ellos escucharon mis gritos y que yo estaba abajo, en el D2”.
Nos tomamos el atrevimiento de no permitirle ir a otro tema y le insistimos en que nos cuente lo que recuerda de ese momento. Después de hacer varios ayuda memoria, precisó que la llevaron en noviembre y que en diciembre la pasaron a la cárcel en la que estuvo hasta el `81. Según los diarios que dan cuenta de su testimonio en juicio, el año fue el `79.
“Estuve en el D2 17 días. Ahí no me decían nada, venían y me preguntaban cosas tontas, diciendo que no mienta, que diga la verdad y ver si podía decir algo. Ahí no podés inventar mucho, te golpeaban, te pasaban la picana, te rociaban permanentemente con agua. Cuando te iban a apretar mucho, te ponían una almohada de goma espuma, para que no se escuche el grito. Tenía muchas marcas que se me fueron pasando. Estuve en la celda que está, cuando entrás y abrís la puertita, en esa. Cuando abrían la puerta sentía todo, cuando entraban, cuando sacaban a alguien, cuando tiraban agua hirviendo, helada”.
Hubo un momento en que la emoción nos inundó, y la voz no era la misma, pero el relato no se detuvo. Hubo espacio para recordar nombres, sensaciones y expresar el odio a los genocidas. La historia se traslada. La cárcel, ¿cuál?, “la cárcel”. ¿Boulogne Sur mer?, preguntamos. “Si, antes era de mujeres y hombres. Eran pabellones grandes, y estábamos separados, mujeres, hombres, comunes, políticos. Era horrible ahí adentro”.
¿Y el trato? “Te iban calificando por la conducta. Las carceleras inventaban y nos seguían amenazando. Decían “se portan bien, pero no sabemos cuando van a poner alguna bomba”. Eran duras, terribles, esperando siempre engancharte en algo para aplicar sanción. Eso con las políticas y las comunes. Y siguen siendo igual. No se ahora si ha cambiado el edificio, pero esos lugares son feos, fríos, horribles para las personas. Las empleadas cumplían turnos. A las 7 de la mañana pasaban por celda que estuvieras bien, que estuviera ordenada y limpia. Si no te castigaban”.
¿Y los milicos? “Recuerdo que dos veces fueron los militares a inspeccionar. Una vez vinieron a las 3 de la mañana, pleno invierno, y nos sacaron a cortar yuyos del jardín del penal, mientras te pateaban. Pero si había una compañera más débil la ayudábamos, hacíamos nuestra parte más rápido para ayudarnos entre nosotras”.
En un momento Pelusa sonríe, anuncia que tiene algunas anécdotas buenas. “Un día preguntaron quién quería tener una audiencia con el alcalde López. Todas nos miramos y yo me propuse. Fuimos con Norma Figueroa. Ella era Psicóloga, muy formada. Y María Rosa Agüero. Fuimos a hablar con este López, que nos trataba mal, nos decía patoteras, y cosas así. Pero le exigimos máquinas de coser y una profesora. Le dijimos que queríamos trabajar y que las chicas necesitaban aprender algún oficio. Tanto le insistimos que mandaron desde el Consejo Nacional de Educación Técnica 15 máquinas de coser y una profesora, la señora de Funes. No llegó a estar un año, porque la sacaron. Deben estar los títulos por ahí, los modelos que diseñamos y muchas de las cosas preciosas que hicimos”.
Un poco tímidamente nos animamos a preguntar por su pareja, por su familia, por sus hijos. “Los que fueron a verme fueron mi mamá y mi papá. Que a veces pudieron ir a visitarme. Ellos se quedaron mis hijos a cargo, y así cobraban el salario para poder sostenerlos. Mi papá fue un compañero más. Que se contactó con otros familiares y se ayudaban. Es más, la compañera Florencia Aramburu, tenía una nena de 2 años, y estaba sola. La abuela era muy viejita y mi papá la buscaba, la llevaba al penal cuando podía visitarla, la llevaba y la traía. Estuve con Liliana Bermúdez, Rosita Rogel, Patricia Campos, María Rosa de Gaitán, Florencia Aramburu. Las recuerdo a ellas. Con algunas de ellas compartimos muchas cosas. Una de las cosas que hablábamos siempre era de socializar la crianza de los chicos y quién cuidaría de qué niños y les hacían cosas para darles, como buñuelos, fabricábamos animales o cosas así. Los compañeros son familia”.
Al preguntarle sobre qué ha hecho después de la dictadura, lo primero que surge, además de pasos por la militancia en distintos ámbitos, son los juicios. “Declaré en los juicios. Porque pudimos atestiguar entre los que nos vimos. Florencia Aramburu declaró, porque estuve con ella. Yo atestigüé por los que ví”. La curiosidad no se hizo esperar y constatamos que los diarios reflejan la primera vez que fue citada, el 9 de junio del 2014, y su declaración sobre los hechos: “fui torturada y golpeada casi todos los días”.
El testimonio de Pelusa fue un aporte para que sean juzgados los jueces partícipes del genocidio. Se trata del relato sobre el interrogatorio a la que fue sometida por el juez Recabarren, quien oficiaba como su “abogado defensor”
En su relato actual se anima a asegurar que “antes sabía qué estaba pasando, pero no en su dimensión, pero sabía que les dábamos asco. Querían exterminarnos y los jóvenes tienen que saber que lo que me pasó a mí no fue tan terrible. Lo que vi en la cárcel debe seguir siendo parecido a lo actual. Maltrato a los presos, a las familias, a todos. A mí me llevaron presa por buena. Siempre caen los buenos. Yo estuve en la cárcel, pero no estuve presa, porque mi cabeza no estaba presa. Los odiaba. Es raro que hable de esto. Hablo para que sirva. No por figurar, o por dar lástima. Lo que hay que saber es para qué sirvió”.
Cuando fue liberada por sobreseimiento, en lugar de pensar en “guardarse”, dice que pensó: “con todo lo que me pasó, qué miedo puedo tener”. Y que se decidió por seguir saliendo a la calle, reclamar por injusticias y organizar el barrio. "Yo seguí militando a mi manera siempre. Por eso participé de acciones en el barrio, reclamando siempre con las mujeres, contra los atropellos de la policía. Hubo una época en que entraban a las casas y rompían todo. Hicimos una carta pública denunciando. Una vuelta nos metimos en el polideportivo. Éramos 1500 mujeres porque no querían limpiar los tanques y darnos el cloro contra el cólera. Lo vinieron a dar, pero a unas sí, a otras no y no explicaban y las mujeres tenían miedo. Estaba Montemayor, lo tuvimos que apretar para que hiciera las cosas bien”.
¿Para qué sirvió? “A mí me sirvió para saber lo que quiero para mis hijas. Que no sean nenas buenas porque sí. Que sepan las cosas como son. Saber que hay que enseñar a valorar las cosas y exigir que las cosas que hay que hacer, hagámoslas, sin esperar que otros lo resuelvan por nosotros. Que los compañeros son una familia y hay que cuidarlos”.
A esta altura, el relato es una mezcla de sensaciones, conclusiones y algunas ideas políticas, que desde las vivencias del propio barrio van surgiendo a borbotones.
Una pregunta sencilla: ¿Cómo ves la actualidad del país? Y Pelusa retoma envión, “Fui a la marcha el 24, siempre voy a las marchas. Porque siguen pasando cosas terribles. El otro día balearon a un joven, que llegó muriéndose a la casa. La tía decía “pobre, lo han matado” y yo le decía: “siempre los muertos los ponemos nosotros, los pobres, los trabajadores, vivimos acá, porque no nos queda otra. A vos te mataron un nieto, ahora a este chico… ¿quiénes son los que ponemos los muertos siempre? Somos trabajadores y nos obligan a ser pobres. Ella me decía que tenía razón, y reflexionaba que siempre matan a nuestros hijos. Nunca les toca a los hijos de los milicos, de los funcionarios. No es que quiero que le pase, pero es para reflexionar. Por eso tenemos que unirnos y cuidarnos entre nosotros. De esa manera vamos a estar mejor. Hay que educar en esto, charlarlo con la gente, ir pensándolo. Mirá, acá el cura del barrio, hizo cercar toda la Iglesia, para sacar a los vendedores y que no se acerque nadie. Eso ya te dice lo que piensan. Por ahí sólo pasan los curas. Y entre los trabajadores más pobres muchas veces piensan que lo mejor es que haya más policía y eso es terrible. Como los que siguen diciendo “cuando estaban los milicos estábamos mejor, no pasaba nada”….no pasaba nada poco. ¡Cuántos niños apropiados, cuántos compañeros muertos! ¡Sinvergüenzas!”
Mirando busca aprobación, la encuentra, y sigue, “No hace falta más policía. No nos hacen faltan más patrones. No hacen falta más curas. Hace falta más organización, más inteligencia, más y mejores respuestas. Lo de la dictadura no es un tema del pasado, porque siguen pasando muchas cosas. Hay que decirlo, hay que hablar con los jóvenes, ir a los colegios, a las radios y aprovechar esos espacios y hacer reflexionar a la gente. Siguen matando a los pibes en los barrios y siguen reprimiendo y la plata se la siguen llevando los mismos. Pero Menem se tuvo que ir y sacaron el servicio militar porque mataron a Carrasco, hijo de una mujer boliviana. Este Macri ya tiene sus muertos, como el niño que mataron por la espalda en Tucumán y los milicos nunca van en cana por matar. Y avalan los tiroteos y las cosas que pasan en los barrios, para justificar el accionar de la policía y su impunidad. Este Macri cree que los viejos no tienen derechos, lo odio. Los radicales son funcionales a este gobierno macrista. Mi papá decía que era radical, pero era un trabajador y estaba sindicalizado. Pero no tienen nada para los trabajadores. Nada de cambio. Los peronistas no tienen ni entrada, ni salida. Cristina no aparece como opositora fuerte, entonces pierde. Están débiles y se las mandaron, gobernaron para los negocios de algunos. En lo de Mirtha Legrand dijo que quería volver para hacer lo que no llegó hacer….¿dónde la vio?- con dedos haciendo “montoncito”. Y sigue, “hay un montón de gente que se llenó de plata…y nosotros seguimos igual. Y ella, su vicepresidente y los demás, y también los Macri todos tienen cuentas, todos se llevan toda la plata”.
Pregunta obligada, ¿Y la izquierda? Sonríe cómplice, “La izquierda todavía está débil, pero no está nada mal. La izquierda tiene compañeros y compañeras muy capaces. En esta situación, con este gobierno, con la realidad que estamos viviendo, la izquierda puede pegar un salto. La izquierda tiene propuestas claras y si saben ubicarse en esta situación tiene que crecer y fortalecerse. El peronismo no va a ningún lado, entonces muchos jóvenes dicen “yo voy con la izquierda”.
Virginia Pescarmona
Docente, Corriente 9 de abril/Lista Bordó, Mendoza