Luego de la revolución, Rusia fue el primer país del siglo XX en despenalizar la homosexualidad. No es exageración decir que fueron pioneros en el mundo. Un breve repaso por esta historia y la manera en que fue relegado y recuperado este legado.
En diciembre de 1976, en la revista Critique Communiste, Jean Nicolas, militante de la Liga Comunista Revolucionaria y activista gay del Frente de Acción Revolucionaria Homosexual, escribía “La cuestión homosexual”. Allí describía tres “etapas” en la lucha por la emancipación gay.
La primera generación corresponde a lo que podríamos denominar los “pioneros” de lo homosexual. En los ‘70 y ‘80 del siglo XIX se asistió a una progresiva medicalización de la homosexualidad que agruparía a un conjunto de prácticas sexo-afectivas bajo una etiqueta identitaria (homosexual), para diferenciarlas de (y subordinarlas a) aquellas que mejor se acomodaban a los fines de fortalecer la familia nuclear como ámbito privilegiado de la reproducción (la heterosexualidad). Como sostiene Zabiur, figuras como Karl Ulrichs o Magnus Hirschfeld son parten de un movimiento aun en formación cuya principal meta era la despenalización de la homosexualidad. Se inscribieron en el paradigma científico decimonónico en la “búsqueda de un fundamento biológico a la homosexualidad” [1] como reacción a la etiqueta de contra natura, y por esta vía a la construcción de una mirada positiva, aun tomando prestado (y cambiando el sentido) algunos de esos conceptos.
Una segunda etapa la ubicaba con el movimiento homófilo. Desarrollado en las décadas del ‘50 y ‘60 del siglo XX, predominantemente de clase media, el movimiento homófilo se dio objetivos políticos moderados: se abocarían a ganar una opinión positiva del público y de las autoridades mostrándose como discretos, dignos, virtuosos y respetables. Sus acciones se restringieron sobre todo a la búsqueda de ciertas reformas legales.
Una tercera etapa se abrió a partir de la irrupción de la revuelta de Stonewall en junio de 1969. La cuestión homosexual se replanteó en términos de liberación sexual con una crítica radical al sistema capitalista que, en medio de la radicalización política de los movimientos sociales que emergieron post Mayo Francés, buscó estrechar lazos con el resto de las luchas de los oprimidos y explotados.
Tendríamos que agregar una cuarta etapa cuando, a partir de los ‘80, con la aparición del HIV/SIDA, el embate neoliberal y la caída de la URSS, las aristas más revulsivas de aquel movimiento que se había desarrollado en los ‘70 fueron perdiendo filo y la mayoría de las organizaciones de gays, lesbianas y travestis se abocaron a las cuestiones de la identidad y al horizonte de la ampliación de derechos civiles y formales en los marcos de las democracias capitalistas.
Hoy el Mundial que se juega en Rusia ofrece una postal pobre en esta materia; Putin mantiene una de las legislaciones más represivas contra los homosexuales. Pero lo cierto es que a principios del siglo XX y adelantándose en más de 40 años al resto del mundo, la revolución socialista que puso en pie el primer Estado obrero de la historia en 1917, rápidamente despenalizó la homosexualidad y se transformó en un primer laboratorio de emancipación. ¿Dónde ubicar entonces la experiencia rusa en este esquema?, o dicho de otro modo, ¿por qué la experiencia rusa ocupó un lugar marginal en la memoria y la tradición de aquellas organizaciones de liberación sexual que se plantearon un horizonte anticapitalista? Exploremos brevemente el ensayo ruso para volver luego a estas preguntas.
La Revolución rusa y la despenalización de la homosexualidad
La Unión Soviética en 1922 fue el primer Estado en el mundo que despenalizó el delito de la sodomía. Healey señala que dentro de las visiones sobre la sexualidad en la izquierda rusa existían dos campos potencialmente contradictorios: aquellas que se anclaban en los anhelos por destruir el viejo orden y aquellas que intentaban definir uno nuevo [2]. Señala que mientras los primeros enfocaron sus esfuerzos en eliminar la influencia de la Iglesia y el Estado, los segundos, a los que define como “racionalistas”, esgrimían una idea de sexualidad donde las disciplinas modernas, la medicina centralmente, tenían que apuntar a reforzar el “biopoder”, la salud, la capacidad reproductiva y productiva de la nueva sociedad socialista.
Aun sin contar con un desarrollo coherente y sistemático sobre cuestiones referidas a la homosexualidad, durante los primeros años de la revolución, al menos hasta 1928, la vertiente libertaria del pensamiento bolchevique hegemonizó, en términos generales, los abordajes hacia el asunto.
Como señala Healey contra la historiografía liberal, si bien es cierto que previo a la revolución los escasos esfuerzos por despenalizar la sodomía fueron llevados adelante por las fuerzas liberales, fueron los bolcheviques quienes realizaron los avances más decisivos en esta dirección. El gobierno revolucionario se dio un Código Penal recién en 1922, y allí hay que reconocer la búsqueda deliberada, y no accidental, de separar las relaciones homosexuales consentidas entre adultos de los efectos del punitivismo de Estado.
Como parte de este proceso de liberalización también hay que señalar la adhesión del gobierno soviético a la Liga Mundial por la Reforma Sexual. El Comisariado de la Salud, a cargo de Semashko, fue el que estuvo al frente de esta iniciativa. Higienistas, médicos y psiquiatras soviéticos trabajaron en común con el Instituto de Investigación Sexual de Berlín, presidido por Hirfcherld, uno de los centros más activos por el reconocimiento de los derechos homosexuales.
No obstante, la promulgación de leyes y sus efectos concretos en la vida cotidiana no era mecánica. Por el contrario, pervivieron soterradamente algunos discursos científicos y médicos que seguían patologizando las relaciones entre personas del mismo sexo. Fundamentalmente los enfoques racionalistas en la medicina encontraron un suelo fértil en la Rusia post-revolucionaria. Un sector del bolchevismo aún conservaba una mirada procreacionista sobre la sexualidad como principio reproductor de vida.
En este pasaje del enfoque legal (propio del zarismo) al enfoque médico, muchos interrogantes quedaron sin respuesta. Fundamentalmente: ¿la ciencia colaboraba efectivamente en permitir un desarrollo sexual libre, o más bien estaba preocupada en encontrar la razón última de esta “anomalía social”?
En el transcurso de la década del ‘20, y ya una vez que se clausura el proceso revolucionario en Europa y el stalinismo se va cristalizando como una burocracia política, las tendencias más libertarias van perdiendo peso al interior del Partido Bolchevique. Es en este marco que las nociones reproductivistas de la sexualidad se convirtieron en oficiales, utilizando todo el peso del Estado y la ley para reforzar un modelo de heterosexualidad obligatoria.
Los años del stalinismo y el “Termidor sexual”
Richard Stites utilizó el concepto de “Termidor sexual” para caracterizar este período [3]. El radicalismo sexual que acompañó a la revolución en los años ‘20 fue el principal blanco de este Termidor. Ideológicamente, señala Stites, para el stalinismo la vida privada de las personas no era políticamente relevante y las cuestiones sexuales eran distracciones burguesas.
De la mano de los grandes cambios experimentados tras la industrialización acelerada y los grandes procesos de urbanización, el stalinismo se abocó a reforzar una serie de mecanismos de control social para reforzar el rol de la familia y atacar diferentes formas de “criminalidad social”.
El contexto internacional también coadyuvó en este proceso. El ascenso de los nazis al poder a partir de 1932 fortaleció una retórica homofóbica a nivel internacional y la búsqueda de chivos expiatorios. La homosexualidad comenzó a ser señalada por el Estado como una desviación de clase y los homosexuales como “infiltrados” del fascismo.
En un artículo, Healey sostiene que los homosexuales rusos no lograron durante la década del ‘20 constituir una organización política que aprovechara los cambios introducidos por la revolución [4]. Políticamente desarmados, las posibilidades de una acción autónoma de resistencia eran lejanas, y mucho más a medida que las alas de la izquierda bolchevique fueron diezmadas y liquidadas bajo el terror stalinista.
La homofobia fue un discurso que sirvió para reforzar la estabilidad de la heterosexualidad como régimen de deseo y norma sexual hegemónica. Se alimentó de varios temores promovidos por la burocracia estatal: la corrupción de una juventud sana, la homosexualidad como remanente de la sociedad burguesa, el peligro del fascismo y las características no reproductivas del sexo entre hombres que amenazaba con la reproducción de la gran patria rusa.
Recuperar un legado, buscar herederos
Volviendo entonces a la pregunta original: ¿por qué esta enorme experiencia histórica desapareció de la reflexión y las memorias gays durante buena parte del siglo XX?
En primer lugar, la brutal tradición homofóbica que instauró el stalinismo con el objetivo de fundamentar la liquidación de los progresos emancipatorios de la revolución. La reproducción de estos no fue autoría exclusiva del stalinismo; muchos de los argumentos esgrimidos para las políticas de persecución y criminalización a la homosexualidad en los años ‘30 en la URSS fueron repetidos, más tarde, en otras experiencias revolucionarias como la cubana [5]. Los prejuicios homofóbicos fueron adoptados como propios por parte de la nueva izquierda guevarista o maoísta [6].
Estas concepciones de la izquierda guevarista y maoísta anclaban su razón en un problema más profundo relacionado con el carácter de clase de estas organizaciones, sus estrategias y su política. Los movimientos guerrilleros reprodujeron una moral pequeñoburguesa basada en el atraso de las masas campesinas como fundamento de su homofobia. Nada más alejado de las tradiciones más avanzadas del socialismo revolucionario, que siempre estuvo a la vanguardia contra los prejuicios moralistas y reaccionarios.
En este marco las relaciones entre el emergente movimiento de liberación sexual y la tradición marxista nació bajo el paradigma de la mutua sospecha, y salvando algunas valiosas excepciones, la experiencia rusa en materia de libertades sexuales fue desplazada en el horizonte de pensamiento y acción por gran parte de este activismo.
Dean Healey sostiene que, si en la historia rusa muchos “espacios en blanco” fueron rellenados recién por la apertura de los archivos de la Unión Soviética luego de su caída, permitiendo avanzar en el conocimiento sobre terrenos antes inexplorados, tendríamos que decir entonces que “la historia de la comprensión y abordaje de la homosexualidad se encuentra seguramente entre los más ignorados” [7]. Durante años el acceso a información que permitiera esclarecer las actitudes revolucionarias hacia el amor homoerótico estuvo bloqueado.
Recién a fines de los ‘60 y principios de los ‘70 algunos referentes de la izquierda gay francesa e inglesa, con sus propias limitaciones, revisitaron los años ‘20 para extraer de allí algunas conclusiones. Se destacan algunas menciones en el Deseo homosexual del francés Guy Hocquenghem, los escritos agrupados en torno a Gay Left, revista que se editara en Gran Bretaña entre 1975 y 1980, el texto de John Lauritsen y David Thorstad publicado en 1974, cuya gran contribución fue situar los esfuerzos rusos en el contexto del pensamiento progresista europeo y las políticas para demoler “los muros que separaban a los homosexuales del resto de la sociedad” [8].
Los avances realizados por la historia social a partir de la década del ‘90, entre las que se destacan las de Dean Healey y Laura Engelstein, permitieron rescatar del olvido las actitudes de la revolución hacia la homosexualidad e inscribirlas en el marco de un proyecto emancipatorio heredero de una larga tradición multifacética del pensamiento socialista. Socavaron la imagen de un continuum en la construcción de una heterosexualidad conservadora y centrada en la familia entre los años ‘20 y ‘30, argumentando que el profundo viraje que implicó el stalinismo se realizó sobre la base de extirpar los ideales revolucionarios y antipatriarcales. En este marco inscribieron la recriminalización de la homosexualidad entre 1933-35 como parte de una política general tendiente a reforzar los roles de género y los mecanismos de control y disciplinamiento social.
La experiencia rusa adelantó muchas de las batallas que más adelante enarbolarían los movimientos de liberación sexual: la pelea contra el poder disciplinador del Estado, contra la institución eclesiástica y contra los efectos normativizantes de la medicina y otras disciplinas.
Los movimientos de emancipación sexual que se desarrollaron en los ‘60 y ‘70 legaron valiosas herramientas teóricas y políticas para pensar las vías para una vida libre de opresiones. Un arsenal con el que no contaban los bolcheviques cuando asumieron el poder. Como planteamos al inicio, los encuentros entre el marxismo y los planteos de liberación sexual no estuvieron exentos de tensiones, pero los bolcheviques se dieron una política de tomar como propias las experiencias más avanzadas del marxismo en su lucha contra los prejuicios morales para revolucionar el conjunto de las relaciones sociales.
El neoliberalismo fragmentó a las clases explotadas y los grupos socialmente oprimidos en identidades parciales, separándolas en luchas limitadas por sus reivindicaciones. Revisitar la experiencia de estos pioneros es, a fin de cuentas, volver a poner sobre el horizonte una perspectiva que se proponga unir lo que las clases dominantes separan artificialmente con el propósito de perpetuar su dominio. Porque compartimos enemigos comunes y anhelos similares: una sociedad sin explotación ni opresión de ningún tipo.
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