A propósito del debate sobre lxs jóvenes y la literatura, la educación sexual integral y la censura
Sábado 16 de julio de 2022 22:10
Varios mensajes por parte de colegas y/o amigos/as me pusieron al tanto de una de las situaciones educativas que más repercusiones mediáticas tuvo en estos últimos días: la suspensión de un colega sanjuanino, docente de Teatro, luego de la lectura del cuento “Canelones” del escritor Casciari. Lo ridículo del caso es que ni siquiera había ofrecido la versión completa del relato a sus estudiantes, no obstante la actividad fue exitosa: logró encender el pábilo del interés por la literatura en los/las jóvenes. Lo paradójico es que su conflicto nació como fruto de este éxito. Los mensajes que me alertaban sobre la improbable noticia venían sucedidos por el comentario “igual que lo que te pasó a vos”. En realidad no fue igual, sí similar en algunos puntos, ya veremos. A los pocos días, otros varios mensajes de colegas y amigos/as me volvieron a poner al tanto de otra de las noticias educativas de estos días: la solicitud de censura por parte de una concejal y de un grupo de padres y madres de una escuela neuquina hacia la novela Cometierra de Dolores Reyes en alusión a su catalogada “pornografía”.
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Los mensajes que me alertaban sobre la improbable noticia venían sucedidos por el comentario: “la que estás leyendo vos con tus alumnos/as”.
“Qué linda pija”
Más de uno/a pensará que el subtítulo que antecede a este apartado bien merecería una censura. Imaginen si esta frase fuese leída en una clase de una escuela pública del conurbano ante un grupo de estudiantes de sexto año (en rigor todas estudiantes chicas, según indican los parámetros de la biología). Cito:
—Qué linda pija.
Seré muy básico quizá, pero estoy casi seguro de que no hay nada que le guste más a un hombre que le digan eso. Más que sos un genio, te amo, o lo que sea. Y es una frase tan simple y efectiva, tan fácil de mentir. (Mairal, 2016) [1]
La primera frase, la del estilo directo, se oye dicha por una alumna, el resto por este docente. Todo esto en una grabación clandestina de 25 segundos realizada en el aula durante una clase en la que no se me ve el rostro, y por lo tanto fuera de contexto, en consecuencia da la sensación de que estuviésemos teniendo un diálogo y no leyendo el fragmento de una novela. Supe de la existencia del video porque el director de una de mis escuelas [2] , una tarde me invitó a conversar con él, presa del estupor, ante la posibilidad de contar con un docente capaz de decir semejantes cosas en sus clases. Una vez sorteado el cataclismo emocional que me causó ver la grabación (“y dicen que hay más”, fueron las palabras que sucedieron a la proyección), saqué mi celular, busqué la página de la versión pirateada en pdf que solíamos usar en clase, le tomé una captura y se la pasé a mi interlocutor. Entonces la situación pasó de ser una pesquisa policial a una discusión pedagógica. Quien había hecho llegar el video al celular del director no había sido otra más que la mamá de mi alumna en manifiesta acusación hacia mi accionar. Recreo, según palabras de mi compañero, algunas de ellas: “¿Cómo puede ser que un profesor sea capaz de decir que hay que ser infiel, que hay que tener muchas relaciones sexuales con muchas personas, y que lo mejor que le pueden decir a un hombre es qué linda pija tiene?¿Qué tengo que decir yo que hace un tiempo encontré a mi marido con otra mujer en mi casa?”. Antes de retirarse la mujer pidió que por favor no se le dijese nada a su hija porque esta no sabía del planteo que su mamá estaba llevando a la escuela. Al enterarme insistí en conversar con ella pero mi solicitud no tuvo la respuesta esperada: nunca volvió a la escuela en lo restante del ciclo lectivo (ni siquiera en el acto de colación donde me convocaron para “las palabras de despedida”). Tampoco pude hablar del tema en mi curso por respeto al pedido de reserva por parte de la mamá.
El inagotable abanico de reflexiones no cabría en este espacio, no obstante dejo algunas líneas posibles, todas bajo la égida de la ESI: la vinculación con las puertas de entrada mediante la irrupción de las familias en la escuela; el análisis del pacto pedagógico y didáctico, tanto tácito como explícito, entre el docente y sus alumnas/os; el debate sobre la inclusión (o la censura) de un texto ficcional, escrito por un autor premiado por el mercado, aceptado por la crítica, perteneciente a cierto canon escolar, incluso como parte de programas nacionales de lectura; el ingreso (y el estudio) del lenguaje al aula desde su dimensión social; entre otras tantas posibilidades.
De porongas, tetas, culos, prohibiciones y el canon escolar
Carlos Gamerro en su bien conocido ensayo El nacimiento de la literatura argentina [3] expone acerca de los posibles nacimientos y renacimientos de la literatura vernácula. Allí, con prosa lúcida e irónica, manifiesta que, como todos/as sabemos, la literatura argentina nace con un poema malo y con un cuento excelente: La cautiva y El matadero, respectivamente. Ambos paridos de la misma pluma: la de Esteban Echeverría. Para quienes no recuerden, o no quieran recordar, en sendos textos inaugurales podemos hallar los siguientes tópicos y recursos literarios: masacres de indios, mujeres, ancianos y niños, justificación de un genocidio (La cautiva), narración desde el registro de la lengua popular, violación y asesinato colectivo en nombre de una ideología política (El matadero), entre tantos otros.
Gamerro amplía su tesis trazando una genealogía con dos renacimientos: el cuento “La fiesta del monstruo” de H. Bustos Domecq (Bioy Casares y Borges) y “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini. Insisto: violencias, violaciones, barbarie, muertes, genocidio, persecución ideológica, esos son los embriones desde donde surge nuestra literatura. Está claro que este no es el problema. La verdad de la cuestión se desliza por la pendiente de la impostura, la corrección política, el oscurantismo religioso y la más llana burrada (con perdón de los asnos). Señalo algunas de ellas en función de las últimas noticias referidas. La de la ministra de Educación de San Juan a quien escuché en una entrevista decir algo así como que el problema era más complejo que la inclusión de un texto como el referido sin siquiera dar a entender a qué se estaba refiriendo, declaración que me hizo pensar en la notable frecuencia con la que nuestras/os funcionarios/as suelen apelar a lo que en lengua castellana solemos denominar como “palabras generalizadoras” que son aquellas que abarcan tantas posibilidades de significados que no dicen nada (en este caso el término sería “complejo”, claro). La de ciertas instituciones que internalizan y reproducen los valores y las cosmovisiones conservadores del capitalismo hacia la escuela. La de quienes opinan y sentencian sin haber leído.
En este punto cabrían las siguientes preguntas: ¿resultaría saludable el debate acerca de la naturaleza de la conformación del canon literario escolar vigente? ¿Es posible la ruptura y/o revisión de ese corpus de autores/as y obras? Claro que sí. Saludable y necesario si tenemos una perspectiva revolucionaria de la educación en general, y de la enseñanza de la literatura en particular. O revisamos nuestras lecturas o seguimos con la literatura necrológica; o añadimos un poco de la sal de lo que se está escribiendo por estos años o persistimos en mataderos, cortázares y quijotes; o navegamos por las aguas estancas de la tradición canónica o nos convertimos en hacedores/as de nuestro propio currículum. No, no, de ninguna manera propongo la abolición de los clásicos en la escuela, amo a Cervantes y a Borges, literariamente hablando, pero tampoco caigo en la idea de la santificación. Quienes ejercemos este trabajo debemos ampliar la mirada sobre la constitución de ese corpus establecido, debemos transformar el matrimonio constituido entre la escuela y el canon en una relación poliamorosa que incluya a los/as autores/as vivos/as ¡Qué convivan los estudios sobre Cometierra o La uruguaya junto con los sonetos de Lope de Vega y los relatos de Onetti!
También parece saludable la reflexión didáctica acerca de los modos de trasladar las lecturas al aula y de cómo incentivar a nuestros/as estudiantes a convertirse en sujetos lectores/as y en poseedores/as cultos/as del lenguaje porque está claro que la actividad lectora alimenta la elaboración de las ideas y complejiza el desarrollo del pensamiento. Y esto, en general, las/os alumnas/os lo saben de sobra. Cuando en mi condición de trabajador de la educación vivo situaciones perfumadas con palabras tales como “censura”, “prohibición” o “impostura” en el contexto de una clase de literatura, o de alguna otra disciplina humana y/o artística, me dan ganas de emplear un montón de términos que acaso esta publicación no osaría tolerar.
Y de postre Cometierra (que bien rico sabe)
—¿Chicas/os es porno la novela que leímos?
—… (La respuesta debería dar cuenta de una serie de rostros preguntándose si mi inquietud había surgido producto de una mala noche o de alguna borrachera matutina).
La experiencia Cometierra en el aula ha sido, y aún es, fructífera. Enumero en nombre de la brevedad: un padre camionero sin el secundario terminado se acercó a leer y a recomendar el libro en una de mis escuelas de Villa Albertina, “en este libro hay un pedacito de cada uno de ustedes” les dijo a mis estudiantes de 6to año; la recepción de la novela fue excelente, la frase “profe, hoy no hagamos nada, sigamos leyendo” me confirma que, a veces, los/las profes de Literatura sabemos esconder nuestras jugadas; la novela fue leída casi en su totalidad con la misma expectación de principio a fin, en voz alta, en clase; entre otras muchas conclusiones abiertas, si se me permite el oxímoron.
Un dato más para finalizar, ante la pregunta de si alguna vez habían sido testigos de alguna situación de violencia de género (que entre otras cosas de eso trata la novela), un alto porcentaje (diría un 80% más o menos) respondió que sí. La mayoría de ellas/os se animó a compartir en clase alguna de esas situaciones vividas. Otro tanto no se animó a hacerlo delante de sus compañeras/os pero se me acercó durante el recreo para contarme. Y tengo la amarga sospecha de que muchas/os deben seguir siendo testigos. Y también tengo la amarga sospecha de que estas violencias seguirán sucediendo mientras nuestras/os funcionarias/os sigan burrando que lo importante está en ejercer el poder mediante censuras, prohibiciones, sanciones y recortes. Con perdón de los asnos.
[1] Mairal, Pedro (2016). La uruguaya. Buenos Aires: Titivillus. P. 21.
[2] Desde hace más o menos 18 años me desempeño como docente de Literatura en tres escuelas secundarias de Lomas de Zamora. Además estoy a cargo de algunas materias en dos institutos de formación docente en sendos profesorados de Lengua y Literatura, uno en Lomas de Zamora y otro en CABA. También trabajo en un postítulo para docentes y soy miembro de un equipo de investigación sobre Literatura, ESI y entornos virtuales seleccionado por el INFOD.
[3] Gamerro, Carlos (2006). El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos. Buenos Aires: Norma.