Tres jornadas de rosca palaciega y disputas por la calle. La comandante de Recoleta no pudo hacer cumplir su “democracia de vereda”. La moral que se aprende en cada batalla y la pelea por poner a la clase trabajadora de pie. Escenas de una semana intensa. Recuerdos del futuro.
Miércoles 31 de enero, 18 horas. El asfalto de Avenida de Mayo hierve. Está ocupado por algunos miles de personas. En el centro de monitoreo, la ministra no para de gritar órdenes. En el terreno, un cordón de Gendarmería se abre. Irrumpen las motos de la Federal. Los motores acelerados aturden. Quieren apagar todos los gritos, todos los cantos, todos los móviles en vivo. Pero sobre todo quieren apagar las voluntades. Avanzan unos pocos metros pero se tienen que frenar ante otro cordón que no les abre paso. “¡A la vereda señores!”, se escucha. En ese preciso momento, desde el fondo viene un grito que tapa el ruido del megáfono y los motores. “¡Fuera, fuera, fuera yuta fuera!”. También aturde. Los jefes del operativo se miran con desconcierto. Hace más de una hora que están intentando cumplir las directivas de la ministra. Eran claras. Las afueras del Congreso tienen que lucir ordenadas y despejadas. Los manifestantes comprensivos y obedientes. Nadie puede bajar la vereda. No estaría pasando. La ministra recorre los grafs de los canales de televisión en un panel gigante. “Manifestantes desafían el protocolo”. “Protestas frente al Congreso”. “Las banderas de asambleas y algunos partidos de izquierda siguen en la avenida”.
A la comandante de Recoleta se le revuelven las tripas. Son casi las 7 de la tarde. Adentro del Congreso un diputado liberal habla de las bondades de las privatizaciones. Afuera una docente le agarra el brazo a su compañera y antes de taparse la boca con el pañuelo le dice: “¿Estás bien? Mirá que esto recién empieza”.
1. El palacio y la calle
El 31 de enero comenzó el tratamiento de la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, más conocida como “Ley Ómnibus”. El debate en el Congreso fue un escándalo pocas veces visto. Comisiones truchas, dictámenes fantasmas, valijas voladoras. A la rosca en los despachos se le sumaron reuniones secretas en pisos de Recoleta y el Hotel Savoy.
Myriam Bregman, diputada del Frente de Izquierda, había resumido lo que estaba en juego. “Quieren aprobar una ley que perjudica a quienes cada mañana salen a trabajar. Pero no crean que el debate termina acá. Recién empieza. El único lenguaje que entienden estos gobiernos es el de la movilización”. Desde esa tribuna que es el Congreso en tiempos de crisis, reclamó lo mismo que había reclamado el bloque independiente del sindicalismo combativo, las organizaciones sociales y asambleas barriales en las últimas movilizaciones: plan de lucha y movilización el día que se trate.
En las redes, el meme de Okupas circula reciclado.
Juan, ¿estás seguro que van a venir las conducciones peronistas?
Ya te dije que sí loco, no te persigás...
Son las 6 de la tarde y la CGT no llega. Tampoco las organizaciones sociales de Unión por la Patria. Juan Grabois avisa que lo esperen hasta las 21. No tienen apuro. Tienen el almanaque marcado en el 2027.
En cambio, del lado del Congreso van llegando las columnas de la ministra Patricia BullReich, como la bautizaron algunos asambleístas. Como en un desfile torpemente orquestado, primero avanza la división infantería de la GNA. Los refuerzos son de la Policía Federal: guardia de infantería y motorizada. Más tarde llegará la Prefectura Naval. La puesta en escena se completa con “civiles” con chalecos de la PFA y la Policía de la Ciudad, que también tiene infantes sobre calle Yrigoyen. Finalmente hacen su ingreso los hidrantes. El despliegue bélico emociona a la comandante de Recoleta. El Palacio parece blindado con sus perros guardianes. Parece.
De pronto, las cámaras muestran a un grupo de personas sobre la avenida. No se quieren mover. “No estamos en un estado de sitio. Acá hay trabajadores, trabajadoras, jubilados, asambleas barriales. Estamos en contra de esta ley y de las medidas de Milei. Vamos a manifestarnos”. Claudio Dellecarbonara es un conocido dirigente de la izquierda en el Subte; los medios lo enfocan. Pero cuando las cámaras abren el plano queda claro que no está solo.
2. La avenida que arde
“Si tienen que sacar tanta policía a la calle es porque están votando algo horrible contra el pueblo”. El que habla es un un asambleísta de Parque Avellaneda.
Es que si la jornada del 20 de diciembre fue el primer desafío al protocolo represivo, el 31 de enero la batalla tiene necesariamente otro "calibre". Si adentro se va a votar la entrega del país, afuera la ministra sueña filmar su publicidad: “¡Señores a la vereda!”.
La tarde se va calentando. A pesar de la amenaza, de la borrada de la CGT, miles dicen presente cuando arranca el debate. Carteles escritos a manos por jubilados y vecinos. Otros con un poco de arte y creatividad. Banderas de sindicatos antiburocráticos, asambleas barriales, organizaciones sociales. Los infaltables trapos rojos de la izquierda. Del lado sur hay un espacio reservado para agrupaciones y sindicatos peronistas. Está vacío.
La primera carga de Gendarmería y la motorizada no logra el objetivo. Cuando deciden avanzar al siguiente paso del plan de operaciones escuchan un canto a sus espaldas. “Un solo paro, no va a alcanzaaaarl!”. Asambleas del Oeste dice la bandera. La tropa, desorientada, tiene que esperar el refuerzo de la Prefectura. Nadie sabe que hacen allí, si llegaron en barcos o furgones, pero enseguida empiezan a repartir palazos y gases.
Esos palazos y gases se convirtieron en las “facultades delegadas” que tuvieron las fuerzas federales durante tres días. Las médicas que armaron la posta sanitaria informan que “se atendieron más de 70 heridos por el novedoso gas pimienta que contiene una alta concentración del irritante capsaicina, generando quemaduras químicas”. Cada tanque cuesta 200.000 pesos. Lo mismo que dos jubilaciones mínimas, lo mismo que una canasta básica. El ardor parece insoportable. Puede durar horas. Este cronista puede confirmarlo. También Alejandro Vilca, el diputado del PTS que se sumó a la manifestación y terminó gaseado.
Las horas pasan entre avances y retrocesos. Los metros que se pierden en un momento se recuperan tiempo después. Hay que bancar ese territorio en disputa, que es mucho más que una avenida. Es el derecho a protestar, a resistir. Al frente se ven banderas de asambleas barriales y la bandera del PTS en el Frente de Izquierda. Otras organizaciones prefieren mantenerse sobre la Plaza. Pero en el llano hay cientos que se suman a "pelear" la calle. Los medios lo relatan como si fuera un partido. La ministra siente que le coparon la cancha. Finalmente, el cordón "federal" no puede "defender" todo el terreno y retrocede hasta el Congreso en medio del canto: "Fueraaa, fueraaa!".
Esa noche los teléfonos de la derecha arden como el gas. Hay recriminaciones entre comandantes de Recoleta.
3. Banderas en tu corazón
El jueves el calor no afloja. La rosca en el Palacio tampoco. La borrada del peronismo y la CGT menos. La cebada de los milicos nunca.
Pero las banderas vuelven. Poco después de las 6 de la tarde, desde el fondo de Avenida de Mayo dobla una columna. Asamblea Popular de Paternal. Coordinadora de Asambleas de Zona Sur. Autoconvocadxs Rivadavia y Medrano. Plan de Lucha. Unidxs por la Cultura. Asamblea de Tigre. Muchos barrios, un mismo grito. “Con un paro, no va a alcanzar / necesitamos una huelga general / Olé oleee”.
Los jefes del operativo se miran. Desean que esas banderas se desvíen y suban a la vereda. Que respeten la "democracia de vereda". Nunca sucede. A los pocos minutos los tienen frente a frente. De un lado, las escuadras federales. Del otro, más organizadas que el día anterior, las columnas de la resistencia.
Jorge llega con las asambleas del Oeste. Tiene poco más de 25 años y un laburo precario. “Se ensañaron con nosotros por lo que representamos, una expresión genuina del pueblo que está en contra del gobierno y es autoorganizado”. Las asambleas barriales (o vecinales o populares) comenzaron a surgir hace unos meses, tras el primer cacerolazo. Son un movimiento inicial todavía. Hay allí vecinos golpeados por la crisis, jóvenes, docentes y estatales, militantes. Muchos vienen de votar al Unión por la Patria y sienten que los dejaron en banda cuando el anunciado “fascismo” se hizo del poder. Se reivindican como “autoconvocados”, quieren organizarse democráticamente. Pero también saben quién está de cada lado.
4. Libertad para disparar
Aunque algunos desconfiaban, la tarde del jueves volvió a poner en cuestión los mismos problemas. ¿La infantería podrá imponer el protocolo? ¿Subirán todos a la vereda? ¿De quién es la calle?
El debate vuelve a hacerse material. Hay tiempos que las palabras no alcanzan. Otra vez los ruidos de las motos, otra vez los cantos. Los palazos y gases. Los avances y retrocesos. El protocolo sigue sin funcionar. Los jefes del operativo tienen que pasar al próximo capítulo del plan. Poco después de las 7 de la tarde cobran protagonismo los escopeteros de la Federal, a pie o sobre las motos. “¡Avance y estrueeen-do!”, grita el jefe del operativo. El sonido incesante de las balas y la imagen de los primeros heridos buscan amedrentar. Las primeras cargas van a los pies. Pero la avenida sigue ocupada. Grupos que lograban recuperar terreno y resistir todo lo posible. La policía en un intento desesperado viola su propio “protocolo” y corre manifestantes por los canteros de Plaza Lorea.
Los estampidos no atraviezan los muros del Palacio. Christian Castillo, diputado del PTS en el Frente de Izquierda, se para en su banca y anuncia que se retiraban del recinto: “No vamos a sesionar bajo las balas de goma y la represión". Arrastraba a algunos diputados de Unión por la Patria, que caminan sin encontrar sus columnas en la Plaza. Nico del Caño se vuelve a parar frente a la Gendarmería.
La posta sanitaria trabaja a destajo. La mayoría de los “curados” vuelven a las columnas. Es que hay algo que no viene en frascos ni comprimidos. La moral de quienes se sienten parte de una pelea justa. El compañerismo de la primera línea aunque no conozcas a quién tenés al lado. La rabia que te pone de pie cuando no dan las piernas.
Con esa moral, la resistencia dura hasta entrada la noche. Otra vez. Desencajada, la miliquita de Recoleta da las órdenes. Cargar sin discreción. Con licencia para pegar y disparar, la Federal intenta limpiar la plazoleta frente al Congreso. Los disparos apuntan a los rostros. En el último de esos ataques, Matías Aufieri recibe un tiro en el ojo. Es abogado de Derechos Humanos y militante del PTS.
La furia se ensaña con quienes cubrían los hechos y los trabajadores de prensa. 30 heridos. “No queremos que se vea lo que está pasando” reconoce la ministra. Kresta Pepe, fotógrafo de La Izquierda Diario, recibe un balazo a milímetros de su ojo izquierdo; ese que cierra cuando quiere enfocar mejor la escena.
Las columnas desconcentran juntas poco después de las 22. La juventud del PTS se queda cantando un rato. “Acá llegóo, la izquierda combativa junto a los trabajadores / acá llegóo, la izquierda que se planta contra todos los patrones / Pusimos el pecho siempre, cuando había que luchaar”. Para muchos pibes y pibas eran los primeros choques con la represión. Pasaron 6 años de aquel diciembre del 2017.
5. Esenciales
“¿Sabés lo que se siente cuando agarrás a una persona que está lastimada en la calle y vos tenés un ambo y la gente sabe que estás para ayudar y de repente vienen tres a decirte qué hago y le decís la cargamos y la llevamos a la posta, y la gente la agarra y la levanta, no importa si la posta queda a 10 metros o una cuadra, no importa si le duelen los brazos o está gaseado? ¿Sabés lo que se siente esa solidaridad, hermano?”.
“Paco” Cappone es médico residente en el Hospital Penna y de la agrupación Marrón de la Salud. Junto a otras trabajadoras y trabajadores de hospitales porteños y bonaerenses, estudiantes de medicina y enfermería, armaron una “posta sanitaria”. “Hasta vinieron dos médicos intensivistas desde Entre Ríos”, cuentan.
“Está todo organizado. Un triage divide a los pacientes según gravedad y patología, los insumos están distribuidos, en un sector la atención para la gente herida por perdigones, con recursos para frenar heridas y en el otro sector leche, óleo calcáreo y gasas para atender a los que recibieron gas pimienta”.
Esas tres jornadas se ganaron un respeto tremendo. Los periodistas y militantes de distintas organizaciones ya sabían dónde estaba la posta. Cuando las columnas llegaban a la plaza los aplaudían. La policía les pasaba cerca y disparaba intimidando.
Aunque ya habían laburado juntos en las protestas de 2017 y en Guernica, este era un desafío más grande. Estar en la “primera línea”, como lo hicieron en pandemia, pero de la resistencia. El fin de semana les llovieron mensaje de médicas, enfermeras y estudiantes que quieren sumarse.
–Vengan. Esto recién empieza.
6. Los “estados” en las fábricas y la CGT
Damián llega a su puesto en la empresa eléctrica más importante del país y se sorprende. Sus compañeros lo esperan. No estuvieron en la Plaza, pero saben que él sí. “Habían juntado un montón de barbijos N95 y llenaron una bolsa para nosotros. Me dijeron que me vaya a dormir a casa, que me recupere para volver. Habían visto los videos de los diputados de izquierda en la sesión”.
Hay que decirlo. Estos tres días quienes estuvieron en la calle son los sectores militantes, quienes son parte de agrupaciones clasistas o están convencidos de que no se puede esperar. Pero expresan el malestar de millones que empezaron a sentir las consecuencias del plan motosierra. La mayoría todavía duda. Es cierto. Otros esperan que sus sindicatos salgan. Pero el respeto y reconocimiento a quienes estuvieron en la plaza se siente de muchas maneras.
A Mirna le llueven mensajes de sus compañeras de escuela: “Por más personas comprometidas y sin miedo como vos”. En las líneas de Mondelez un obrero se siente “un cagón por no estar ahí, pero te quiero decir algo: me saco el sombrero que la izquierda y el PTS están ahí luchando por nuestros derechos”. Los activistas de La Bordó de la Alimentación estuvieron en la primera línea, junto a los de la Granate del Neumático y los de GPS, la tercerizada de Aerolíneas. El jueves son parte de quienes resisten el intento de Gendarmería de romper una de las columnas para luego hacer una “pinza”. “Nunca pudieron romper ese cordoncito que habíamos hecho junto a estudiantes de Sociales, de Filosofía y Letras, de MadyGraf” cuenta Martín Brat, delegado aeronáutico de base. “Y al otro día en la covacha cuando entramos a laburar, venían a felicitarnos muchos compañeros del laburo porque nos vieron ahí en la primera línea, orgullos de que la bandera esté ahí”. Con ellos van “maleteros” de Aerolíneas que se enojan cuando las tristes delegaciones del peronismo se van de la plaza sin siquiera haber cantado “la patria no se vende”.
Nadie se podía sorprender que la bandera de MadyGraf estuviera en una marcha contra el ajuste. Del gobierno que sea. Cuenta Vanina que “lo bueno es que a pesar de la represión del primer día, el segundo día la delegación se duplicó y vinieron muchas mujeres. Once compañeras en la primera línea”. Además se empezaron a juntar con las asambleas barriales y los sectores de la cultura de la Zona Norte. “Esa alianza es poderosa si avanza”.
En otros lugares, como las grandes automotrices, la bronca contra la represión y la derecha se expresaba en los “estados” de Whatsapp. Decenas de memes contra la policía y el gobierno.
Las agrupaciones clasistas, con esa moral, tienen un nuevo desafío: transformar esos “estados” de solidaridad en estados de movilización. La bronca en exigencia a los sindicatos que salgan a la calle.
7. La nieta de Onganía y los hijos del Cordobazo
En la tercera jornada, el viernes, la ministra repitió sus puestas en escena y la violencia para imponer “su orden”. En medio del festival de Unidxs por la Cultura, montaron provocaciones contra jubilados que protestaban en la vereda y cerraron con un show de contenedores quemados y decenas de detenidos.
Como le dijo la docente a su compañera, esto recién empieza. El martes seguirá la discusión en Diputados. Luego en el Senado. Seguirá la rosca. Pero la calle volverá a estar en disputa. El 24 de enero mostró que, a pesar de la “prudencia” de la CGT y la CTA, hay fuerzas. La izquierda mostró en estas jornadas que no especula. No quiere negociar leyes ni mucho menos marcar el almanaque en 2027.
Tampoco queremos ser algunos miles resistiendo en la Plaza, aunque estamos orgullosos de eso. Queremos que se exprese todo el descontento. Queremos ayudar que la clase trabajadora se ponga de pie. Queremos que las asambleas se autoorganicen y se unan a quienes mueven el país. Queremos que los sectores combativos se coordinen y contagien a millones de que hay que voltear el plan de Milei y el FMI.
Por eso peleamos en la calle pero también en cada tribuna que nos ayude a multiplicar esa voz. Lo que queremos lo dijo mejor que nadie Christian Castillo en el Congreso:
El poder engendra resistencia. La autocracia zarista engendró la Revolución de octubre. El onganiato engendró el Cordobazo. El neoliberalismo de los 90 engendró la rebelión popular del 2001. Y las políticas de hambre y miseria de su gobierno también está engendrando una resistencia en cada fábrica, en cada empresa, en cada facultad. En cada lugar de la Argentina, del Norte al Sur, del Este al Oeste, se está construyendo la resistencia para terminar con esta política de ajuste al servicio del FMI. Y de esa resistencia esperemos que salga una salida de fondo. Una salida que termine de echar al FMI, que imponga la recuperación de los salarios, que imponga reducir la jornada laboral a 6 horas para terminar de una vez para siempre con el desempleo y empezar a construir una sociedad sin explotación ni opresión una sociedad socialista.
Por esa salida ponemos el cuerpo.
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