La emergencia del movimiento de mujeres ubica en primer plano las cuestiones de género en psicología, reactualiza debates y pone en cuestión la teoría psicoanalítica. Reseñamos el libro Psicoanálisis y Género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia [1].
En Argentina, desde el año 2015 y al calor del #NiUnaMenos, el movimiento de mujeres viene instalándose en la agenda de debates políticos, sociales y académicos. Las masivas movilizaciones contra los femicidios han impulsado nuevamente debates en torno al rol de las mujeres en la sociedad actual, y abierto el camino para el tratamiento de la Ley de Interrupción Legal del Embarazo por primera vez este año en el Congreso.
No resulta extraño, entonces, que al calor de estas movilizaciones surjan nuevos cuestionamientos en los campos del saber en torno a las mujeres y la diversidad sexual en el terreno de la medicina, la psiquiatra y también la psicología; o que toda una nueva generación de estudiantes y docentes retome con fuerzas renovadas inquietudes y cuestionamientos relegados por décadas.
En el psicoanálisis estos debates se introducen a contramano de una tendencia conservadora que tiende a pensar la constitución subjetiva desde criterios patriarcales o heteronormativos, llegando incluso a descalificar al movimiento de mujeres [2]. En el marco de una disciplina que se encuentra en crisis frente al avance del reduccionismo biologicista de las neurociencias y de los criterios normalizadores de las Terapias Cognitivo Comportamentales, en nuestro país existe una fuerte predominancia del sector más conservador del psicoanálisis lacaniano, que a partir de sus presupuestos teóricos estructuralistas termina en otro reduccionismo conservador: la universalidad del nombre del padre como significante amo, que se hace patente en cuestiones de género, acentuando la crisis. Es así como en la Facultad de psicología de la UBA, la principal cátedra de psicopatología centra algunas de sus elaboraciones en la defensa de la categoría de perversión con fines patologizadores de la diversidad sexual y no se inmuta en igualar transexualismo con psicosis [3].
El movimiento de mujeres pone en evidencia lo que ya era una urgencia para la disciplina: si lo que se quiere es rescatar en el psicoanálisis sus aportes más subversivos y emancipadores para la psicología, es necesario problematizar sus posiciones en cuestiones de género y sexualidad.
En este marco, la compilación realizada por Irene Meler [4] constituye un intento de rescatar al psicoanálisis –en sus respectivas vertientes– y ponerlo a dialogar con los desarrollos de los estudios de género y el pensamiento feminista.
Lo que tienen en común las diversas autoras y autores, además de ser psicoanalistas, es “la convicción acerca del carácter sociohistórico y, por lo tanto, contingente de las subjetividades” [5], buscando evitar caer así en criterios de salud mental que patologicen todo aquello que difiera del modelo hegemónico, como ha pasado con la comunidad homosexual o trans. Esto implica, como señala Meler en el prefacio,
… el enfrentamiento teórico con los modelos conceptuales que han promovido reducir la compresión del psiquismo a supuestos determinantes biológicos [que] se articula de modo necesario con el cuestionamiento de posiciones estructuralistas ahistóricas que, al plantear la existencia de invariantes universales, recaen en el mismo efecto conservador de los arreglos modernos establecidos, que inicialmente caracterizaron el reduccionismo biologicista [6].
Así, se plantean tomar aportes de la antropología, la sociología y la filosofía para evitar ambos reduccionismos. Políticamente, el planteo apunta a pelear “por la paridad entre los géneros. La visibilización, la desnaturalización y el combate contra las formas de opresión basada en las diferencias sexuales como parte de un compromiso democratizador” [7].
El orden simbólico patriarcal en cuestión
El libro recorre diferentes debates de interés actual desde el entrecruzamiento entre psicoanálisis y género: infancia trans, aborto, violencia “familiar” [8], relaciones amorosas, violencia de género y abuso sexual infantil, entre otros. También aborda el rol del movimiento feminista y la diversidad sexual en la construcción de nuevas conceptualizaciones, haciendo eje en la transformación cultural como posibilidad del cuestionamiento al patriarcado y como una resistencia a las imposiciones del capitalismo.
Irene Meler analiza los encuentros y desencuentros entre los géneros, desde las problemáticas de la vida conyugal en relación a la separación entre el deseo y el apego y la industrialización de las relaciones, hasta las nuevas formas de vincularse en la posmodernidad; las prácticas swinger, las relaciones entre mujeres mayores con hombres menores, nuevas formas de divorcio, etc. Introduce a su vez una crítica a las visiones heteronormativas situadas en el estructuralismo lacaniano para pensar las relaciones sexoafectivas entre géneros, incluso entre aquellos que se encuentran por fuera del binarismo femenino-masculino. En sus palabras, "estamos ante el riesgo de reiterar criterios de normalización adaptativa ya obsoletos, o adoptar una corrección política acrítica que no reconozca las dificultades y sufrimientos de quienes nos consultan" [9].
Enuncia así una propuesta basada en el acompañamiento como posición central del analista.
Ana María Fernández debatirá en el terreno de la sexualidad, discutiendo contra posiciones que amalgaman identidad de género, sexo biológico, deseos, prácticas y placeres (lo que será retomado también por quienes elaboraron sobre “Infancia Trans”). La autora interroga el concepto de diferencia sexual en el psicoanálisis a partir de la categoría “diversidad” y critica el pensar la sexualidad en clave identitaria, según el sexo del partenaire, ya que se define así la identidad por solo un rasgo de la persona.
Irene Fridman, por su parte, señala como la constitución de identidad de las mujeres se da principalmente en torno a las relaciones amorosas, mientras que los varones lo hacen en función de las relaciones de poder y prestigio. Esto le permite afirmar que los varones extraen plusvalía de las mujeres al explotar sus capacidades amorosas, es decir al usufructuar sus capacidades en relación a las tareas de reproducción social [10] (sobre este debate, ver nota de Paula Varela en este mismo número).
Las identidades transgénero aparecen en este libro abordando la cuestión de la infancia trans. Facundo Blestcher nos plantea una visión no patologizante de la misma en discusión con la visión de la constitución de identidades diversas a partir de la caída del nombre del padre, posición adoptada por psicoanalistas lacanianos. Débora Tejer, también centrada en esta temática, plantea desde una perspectiva clínica postpatriarcal la necesidad de seguir desnudando modos históricos de la identidad y psicosexualidad. La autora nos presenta el problema de con qué herramientas intervenir desde el campo del psicoanálisis ante las consultas que se presentan tanto en las instituciones como en la clínica individual, y anticipa la construcción de esta herramienta desde tres aspectos: las legislaciones vigentes en Argentina, los nuevos modos de ser, nacer y desear, y los desafíos clínicos.
El debate sobre el aborto no está ausente. Martha Rosenberg será la encargada de rebatir el “síndrome posaborto”, el cual parte de una generalización absoluta sobre los supuestos efectos traumáticos de esta práctica. La autora enuncia el aborto como una práctica que cuestiona el mandato social de la maternidad como obligación hacia las mujeres, una elección que permite la apertura a otro modo de subjetivación y construcción de identidad de género.
Por su parte, Mabel Burin aborda algunas problemáticas de “crisis de la subjetividades tradicionales” como vínculos madre/hija (y su conceptos de “muro”, “techo” y “laberintos de cristal”), la precariedad laboral y crisis de las masculinidades y la ampliación del repertorio deseante a partir de la lucha de las mujeres, sobre todo en las más jóvenes.
Finalmente, Eva Giberti sitúa los orígenes de la violencia familiar en la situación de opresión y subordinación de las mujeres, principalmente retomando las experiencias de los sectores populares. Problematiza el lugar asignado a las mujeres en el rol de los cuidados como supuesto destino biológico, para abordar desde allí la filosofía con la que trabaja el “Programa de atención a víctimas de violencia familiar” creación del mismo a cargo de la autora en el año 2006, situando una nueva categoría, “affidamento”, donde el equipo de profesionales se sitúa frente a las mujeres que sufren esta problemática como un soporte/sostén sobre el cual pueden confiar y sentirse acompañadas para llevar adelante todo el proceso legal.
Residuos no metabolizados del psicoanálisis
Si bien el libro se sitúa de conjunto dentro de una perspectiva psicoanalítica, resalta por plantear la necesidad de la crítica a los aspectos conservadores de Freud respecto a género y sexualidad, ante el abordaje de problemáticas de género. Tomemos dos ejemplos, de otros posibles.
El trabajo de Pilar Errázuriz Vidal tiene el mérito de intentar historizar el problema de la constitución subjetiva bajo el patriarcado en relación con la constitución histórica de las sociedades patriarcales, desde una perspectiva freudiana crítica. Desde allí cuestiona la mitología especulativa patriarcal del creador del psicoanálisis, su “mito falocéntrico del origen de la humanidad” [11] (el mito de la horda primitiva y la instauración de la ley del padre en Totem y tabú). Asimismo, esta historización le permite ubicar los orígenes históricos de prejuicios machistas de Freud sobre la constitución subjetiva “normal” femenina (complejo de castración y envidia del pene, ecuación “niño-pene”, etc.).
A su vez, Juan Carlos Volnovich analiza cómo al mismo tiempo que visibilizó la sexualidad infantil, le dio la palabra a la mujer frente a sus padecimientos y cuestionó la barrera entre normalidad y patología propia del saber médico psiquiátrico, la elaboración freudiana incurrió en una desmentida del abuso sexual realmente cometido. Y señala que a pesar de estar presente desde el inicio de la reflexión freudiana, “recién en nuestros días estamos comenzando a visualizar la densidad del conflicto y la magnitud del problema” [12]. A partir de presiones patriarcales de todo tipo (desde familiares hasta del establishment médico-psiquiátrico) Freud termina cediendo, cumpliendo con los prejuicios patriarcales y trasladando las causas de la neurosis desde los varones abusadores hacia las mujeres “seductoras y mentirosas” y del padre perverso hacia la madre seductora [13], al mismo tiempo que abre el camino –afirma Volnovich– para la teorización sobre el complejo de Edipo, la sexualidad perverso-polimorfa y la represión, las fantasías, etc. [14]. “La controversia actual acerca del ASI [abuso sexual infantil] y el llamado ‘síndrome de alienación parental’ son residuos no metabolizados de las claudicaciones de entonces” [15].
Aspectos críticos y la necesidad de incorporarun abordaje desde el marxismo
Podemos decir que el libro permite situar debates y aportar elementos valiosos para un cuestionamiento a los sectores más conservadores del psicoanálisis –principalmente el lacaniano–, la construcción de identidades de género por fuera de la heteronorma desde una visión no patologizadora, el abordaje de problemáticas actuales como el aborto desde una perspectiva de salud pública, los cambios en las relaciones vinculares y el cuestionamiento a la familia monogámica, así como también la opresión hacia las mujeres como un modo de construcción de subjetividad particular, entre otros temas.
Sin embargo, hay ciertos aspectos críticos que se desprenden de su lectura. Respecto de la crítica que se hace al Orden Simbólico Patriarcal, a las lecturas falocéntricas y ordenadas en torno al concepto lacaniano del Nombre del Padre, si bien son correctas, cabe el señalamiento de que estos autores ubican al patriarcado como una instancia meramente cultural. Algunos de ellos confunden la opresión de las mujeres sobre las que recaen mayoritariamente las tareas de reproducción social, con explotación por parte de los varones, situando a estos como enemigos de las primeras (por ejemplo, la extracción de plusvalía a la que se refiere Fridman).
Es necesario establecer, para superar esta perspectiva, una lectura marxista que problematice la relación existente entre el patriarcado y el capitalismo, entre género y clase; solo así será admisible ver que para todo horizonte de transformación posible es necesario cuestionar las bases profundas de la explotación sobre las que se organiza este sistema, que determinan el tipo de sociedad patriarcal, y que van más allá de los discursos y simbolismos. Nos referimos a la imbricada relación entre las tareas de reproducción social, relegadas al ámbito de lo privado, y las tareas de producción social (trabajo), terreno donde se origina la plusvalía, que permite pensar un enemigo común a hombres y mujeres: la clase capitalista y su Estado [16]. Destacar únicamente el componente cultural de estos debates deja de lado que la construcción de la subjetividad no solo es producto de cambios en las coordenadas simbólicas sino de transformaciones sociales, políticas, económicas y de la vida material de los sujetos. Los avances en las legislaciones vigentes para pensar desde allí una práctica superadora en la psicología, son un punto de apoyo necesario pero insuficiente, ya que esos avances no se han traducido linealmente a la vida cotidiana de quienes se refiere. La igualdad ante la ley, no es la igualdad ante la vida.
Desde esta perspectiva, se hace evidente la necesidad de repensar una teoría de la constitución subjetiva no reduccionista, que parta del carácter histórico del ser humano, lo cual implicaría una apropiación crítica del psicoanálisis que tenga en cuenta las concepciones filosóficas, históricas y políticas que están por detrás de la teoría a fin de rescatar sus núcleos de verdad y sus aspectos liberadores. La explicitación de estos fundamentos, por medio de un ejercicio en cierto sentido “deconstructivo”, está en gran medida ausente en la formación académica y en la reflexión actual de varios de los principales referentes en psicología –lo que impide no solo la comprensión de las diversas teorías psicoanalíticas, y sobre todo, el debate intelectual honesto–; y constituye un aporte del libro. Pero creemos que para llevar hasta el final esta tarea es necesario retomar el diálogo entre psicoanálisis y marxismo [17]. Finalmente, hay que resaltar que la lectura del libro aporta fundamentos a la necesidad también urgente y que se desprende de lo desarrollado: la de replantear la formación universitaria y el ejercicio profesional en psicología desde una perspectiva transversal de género.
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