El mandatario ruso anunció la movilización de unos 300.000 reservistas y agitó el fantasma nuclear. Los intereses detrás de la guerra en Ucrania y las perspectivas geopolíticas.
Miércoles 21 de septiembre de 2022 20:16
Finalmente Putin habló. Lo hizo a poco más de una semana de la peor derrota táctica del ejército ruso en el frente noreste de Ucrania en los siete meses que ya lleva la guerra.
En un mensaje televisado, dirigido tanto a la audiencia doméstica como al mundo, el presidente ruso dio las pistas de la hoja de ruta que tomará la guerra. El timing no parece casual. Eligió el mismo día de los discursos de Joe Biden y Volodomyr Zelensky en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que según su secretario general, António Guterres, se realiza en el marco de las divisiones geoestratégicas más profundas al menos desde la Guerra Fría. No solo por la guerra entre Rusia y Ucrania/OTAN, sino porque la erosión del “orden neoliberal” de la pos Guerra Fría, está dando lugar al resurgimiento de conflictos, guerras regionales (Armenia-Azerbaiyán; Kosovo-Serbia, etc.) y aspiraciones de potencias de segundo orden como Turquía que ven su oportunidad.
La novedad es que Putin anunció una “movilización parcial” –la convocatoria de 300.000 reservistas- y amenazó con el uso de armas nucleares. Por las dudas aclaró que no estaba “blufeando” con la escalada nuclear en caso de que Estados Unidos y la OTAN, que es la dirección política y militar efectiva del bando ucraniano, decidan escalar sus objetivos confesos de “debilitar a Rusia” e incluso envalentonarse con un “cambio de régimen”.
Sin embargo, por ahora el giro militar más importante está en el terreno de los medios bélicos convencionales: Rusia pasará de combatir con batallones combinados entre militares profesionales, mercenarios y soldados con poca experiencia a enviar un ejército con mayor proporción de conscriptos y reservistas con poca experiencia en combate al campo de batalla.
Esta decisión no es gratuita. Hasta ahora el Kremlin había evitado que la guerra entrara de lleno en la vida cotidiana de los rusos, sobre todo de las clases medias de las grandes ciudades, tratando de mantener una fachada de normalidad, incluso amortiguando el impacto de las sanciones económicas. Pero si la “operación militar especial” se vive cada vez más como lo que es, es decir una guerra, este consenso silencioso inevitablemente va a resquebrajarse. Habrá que ver si alcanza para mantener ordenado el frente interno con los castigos ejemplares de años de cárcel y la represión que por el momento le había funcionado a Putin para evitar que escalara la oposición interna.
A la vez indica que Rusia se prepara para un conflicto más prolongado, teniendo en cuenta el tiempo de entrenamiento de esas nuevas tropas para estar mínimamente aptas para el combate. No es ningún secreto que Putin apuesta a que la llegada inexorable del invierno juegue a su favor. Pero la realidad es que el invierno llega para todes, incluido el ejército ruso, que protagoniza una guerra que combina tácticas y maniobras propias de las guerras del siglo XX con la utilización de drones y una inteligencia que se ha perfeccionado con los avances tecnológicos. Y que en su dinámica tiene inscripta la posibilidad de dar el salto a un conflicto nuclear.
A pesar de las especulaciones de que la ofensiva ucraniana en Jarkov marcaría un punto de inflexión en la guerra, no parece tener en sí misma el potencial para sellar el resultado de la guerra. Como ha sucedido en otros momentos de la guerra, varios analistas pro occidentales sostienen que el ejército ruso ha alcanzado su “punto culminante” a partir del cual su capacidad de ataque se agota y debe pasar a la posición defensiva.
Aunque difícilmente puedan hacerse definiciones categóricas, la estrategia rusa parece ser consolidar los “objetivos intermedios” que el Kremlin se fijó luego de su fracaso en el asalto de Kiev a comienzos de la guerra. Ni la escalada total que reclamaban los sectores más nacionalistas del espectro político-militar ruso, ni la derrota prematura con la que se habían entusiasmado las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos que está detrás del éxito militar ucraniano.
En las formas es una escalada de la presencia militar, en el contenido las medidas anunciadas por Putin no parecen tener objetivos ofensivos, sino que apuntan a asegurar la posición de Rusia en la región del Donbas frente a una hipotética expansión de la contraofensiva ucraniana. Los anuncios de los referendos de apuro en Lugansk, Donestk, Jerson y Zaporiyia para anexarse a la Federación Rusa van en ese mismo sentido. Pero esto puede cambiar.
Si finalmente este es el escenario, lo más probable es que la guerra continúe en su triple dimensión: militar, económica-política y geopolítica.
Si bien en sentido estricto el teatro de operaciones militares sigue circunscripto al territorio ucraniano, la dimensión internacional del conflicto sobredetermina el curso de los acontecimientos.
El éxito de la contraofensiva ucraniana solo se explica por el armamento y el asesoramiento militar y de inteligencia de Estados Unidos y secundariamente de otras potencias de la OTAN. Solo el imperialismo norteamericano desembolsó en los siete meses de guerra unos 57.000 millones de dólares en financiamiento para Ucrania. Sin contar con la inversión que viene haciendo desde 2014 para transformar a Ucrania en una especie de avanzada de la OTAN, aunque formalmente no sea miembro de la alianza. El gobierno de Joe Biden intentará capitalizar los avances de Zelensky para mejorar sus perspectivas para las elecciones de medio término, que hasta ahora le darían ventaja a los republicanos.
A su vez, este mismo éxito militar táctico es el que usa el presidente Zelensky para demostrar que “ucrania puede ganar”. Con este argumento presiona a sus sponsors occidentales para obtener más y mejores armas y financiamiento. Del gobierno de Biden espera conseguir equipamiento pesado, que por ahora se le vienen negando porque tiene el potencial de alcanzar el territorio ruso. Pero el principal objetivo de las críticas y presiones es Alemania lo que suma tensión a la alianza occidental, y en particular pone en cuestión los equilibrios de poder dentro de la Unión Europea. Uno de los principales voceros de este malestar es el gobierno polaco. En una entrevista reciente con el diario Der Spiegel, Mateusz Morawiecki, el primer ministro de Polonia, acusa a Alemania de incumplir una suerte de “swap” de armas con su país, por el cual Polonia le daba armamento de la época soviética a Ucrania y Alemania se lo reemplaza por armamento moderno. Además de recriminar a la potencia alemana su dependencia del gas ruso y de los mercados chinos, reclamar compensaciones por los agravios sufridos durante la Segunda Guerra Mundial y denunciar una animosidad particular de Berlín hacia el gobierno “iliberal” de Varsovia.
El canciller socialdemócrata Olaf Scholz está en el centro del cuestionamiento, a pesar de haber asumido el giro histórico hacia la remilitarización de Alemania. Scholz preside un gobierno de coalición, en el que sus socios, en particular el Partido Verde, asumieron una posición guerrerista extrema. La relativa cautela de Scholz tiene que ver exclusivamente con el interés nacional del imperialismo alemán, que contó para su prosperidad con el gas barato de Rusia, y que no puede de un día para el otro cortar esta dependencia sin pagar un costo elevado en inflación, recesión y descontento popular.
La llegada del invierno agudiza estas tensiones. El “frente frío” es una de las cartas que juega Putin para dividir a sus enemigos europeos y limar su voluntad de seguir la guerra. La crisis energética impacta directamente en las condiciones de vida, en el empleo, en la inflación, en las perspectivas recesivas, dando lugar a un panorama de conflictividad social y crisis política. Es el caso de Gran Bretaña, donde la crisis ya se llevó puesto al exprimer ministro Boris Johnson y pone a prueba a la actual primera ministra conservadora Liz Truss que con métodos thatcheristas de ofensiva antisindical intenta poner límite a la oleada de huelgas y protestas. O la República Checa donde la convocatoria inicial de grupos marginales (de extrema derecha, antivacunas, etc.) cambió de carácter y se transformó en una protesta antigubernamental de entre 70.000 y 100.000 personas.
En los eslabones débiles de la Unión Europea, como Italia, donde las tendencias a la crisis orgánica son de larga data, la guerra ha causado un terremoto político, profundizando la polarización. Terminó con el gobierno moderado y pro Bruselas del banquero Mario Draghi. Dividió al Movimiento Cinco Estrellas y muy probablemente lleve al gobierno a los Fratelli d’Italia, un partido de extrema derecha heredero del mussolinismo.
El fortalecimiento relativo de la posición de Estados Unidos como líder de la Alianza Atlántica ha reavivado las discusiones sobre la viabilidad de la llamada “soberanía estratégica” de la Unión Europea. Para el sociólogo Wolfgang Streeck, esta no era más que una ilusión alimentada por el presidente francés Emmanuel Macron, que se desvaneció con el curso de la guerra en Ucrania. Y que la realidad actual de la Unión Europea es actuar como un auxiliar civil del verdadero poder: la OTAN hegemonizada por Estados Unidos.
En lo inmediato, Estados Unidos está capitalizando su liderazgo en la guerra de Ucrania para consolidar su posición hegemónica en “occidente” y proyectarla hacia su disputa estratégica con China. En ese registro deben leerse sus intentos de “llevar la OTAN” hacia las cercanías de China, reforzar las alianzas de seguridad y la cooperación militar en el Asia-Pacífico y su endurecer su discurso político en cuestiones altamente sensibles como la cuestión de Taiwán.
El imperialismo norteamericano espera que el revés militar de Putin repercuta negativamente sobre China y debilite la alianza Euroasiática que tiene a Rusia y China como sus principales socios.
La cumbre de la Organización para la Cooperación de Shangai de Samarcarda (Uzbekistán), que fue el primer evento en el exterior al que asistió el presidente chino Xi Jinping desde la pandemia, dejó un panorama que no puede ser leído de manera unilateral. En un sentido, puso en evidencia el malestar indisimulable de China y la India con la guerra de Rusia en Ucrania. Putin reconoció las “preocupaciones” de Xi Jinping y se llevó un tirón de orejas por parte del primer ministro de la India, Narendra Modi, que le recriminó públicamente que no eran tiempos para hacer la guerra.
Pero visto desde otro ángulo, muestra la emergencia, tortuosa y contradictoria, pero emergencia al fin, de un polo geopolítico liderado por China que sin disputar abiertamente la hegemonía, alternativiza con el liderazgo norteamericano. La Organización para la Cooperación de Shangai agrupa a ocho miembros plenos -China, India, Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán- a los que se sumará Irán en abril próximo, además de observadores y “asociados” entre los que se encuentran Armenia, Azerbaiyán y Turquía. En síntesis, reúne a potencias nucleares (de hecho y de derecho) y miembros plenos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y representa aproximadamente un cuarto del PIB y algo menos del 45% de población mundial.
En el corto plazo, China se ha beneficiado económicamente de su asociación con Rusia. El comercio entre ambos países creció un 31% en 2022. China se transformó en el principal importador del crudo ruso a precio de descuento.
Sin embargo, sería un error hacer una lectura economicista. El gobierno de Xi Jinping ha tratado de mantener un equilibrio entre sostener a Putin pero sin jugarse como se han jugado las potencias occidentales detrás de Ucrania. Aunque es una alianza informal en estado fluido, se basa en una tendencia objetiva a contrarrestar el impulso de Estados Unidos de recomponer su hegemonía en Occidente y proyectarla hacia el Oriente. Si bien Putin por ahora es el más necesitado, para China representa la posibilidad de establecer una alianza asimétrica, donde Rusia sería el socio junior que vería seriamente debilitada su capacidad de acción autónoma.
Las implicancias estratégicas de la guerra de Ucrania indican que se ha abierto un período histórico signado por las disputas imperialistas, las crisis, las guerras y también las perspectivas de revolución.
Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.