A 100 años de la muerte del dirigente revolucionario, presentamos un fragmento de El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo donde repasa cómo se formó el partido que dirigió la primera revolución socialista triunfante en la Rusia de 1917.
El triunfo de la revolución socialista en la Rusia de 1917 fue un parteaguas en la historia moderna. Lenin estuvo a la cabeza del partido que dirigió la revolución rusa y jugó un rol central en forjarlo, buscando unir a las ideas socialistas con el movimiento obrero y las masas en la arena de la lucha de clases. No por casualidad, su demonización por parte del liberalismo, basada también en la desfiguración de sus ideas por la experiencia monstruosa del estalinismo, siempre tuvo como fin deshacerse de una herencia estratégica ligada a un nombre que también engloba a generaciones que combatieron contra la explotación y la opresión.
En los convulsivos años previos a la revolución rusa se fueron distinguiendo dos grandes tendencias sobre cómo construir partidos obreros. La primera, el partido “de masas”, estaba representada por la socialdemocracia alemana (con un base de cientos de miles de afiliados y una actividad centrada en la participación electoral y huelgas parciales); la segunda, los partidos de vanguardia que se proponen la influencia de masas, encarnada por los bolcheviques. Para Lenin se trataba de construir una organización estructurada en la clase obrera, centralizada democráticamente, con un programa revolucionario contra los capitalistas y por un gobierno de los trabajadores y el socialismo. Frente a la actividad parcial y discontinua de las masas –huelgas económicas, estallidos, períodos defensivos o de abierta represión, etc.–, era fundamental organizar una vanguardia obrera que aporte en un futuro ascenso revolucionario, preservando lecciones teóricas y estratégicas del pasado pero con un programa y una práctica política para empalmar con las masas en los combates decisivos de la lucha por el poder. La concepción de Lenin no terminaba en una organización delimitada por su programa y estrategia revolucionaria, incluía también círculos concéntricos, un "espiral" de organizaciones que permiten una relación con los cambios en la vanguardia amplia y sectores de masas (como formuló en Un paso adelante, dos pasos atrás).
Esta visión se complementa con los planteos sobre la organización que realiza en el ¿Qué Hacer? (1902). Allí, destaca la idea del militante como “tribuno del pueblo”, es decir, no limitarse a expresar los reclamos inmediatos “económicos” (que llevan a prácticas sindicalistas o corporativas) sino levantar las demandas del conjunto de los oprimidos y “aprovechar el menor detalle para exponer sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado”. Esta figura del “tribuno del pueblo” guarda un potencial no solo para unir a la clase obrera sino también para pelear por la hegemonía del conjunto de los oprimidos. Son muchas las interpretaciones parciales o mecánicas que se realizan de este texto, siendo otro punto clave la relación dialéctica que Lenin establece entre el “elemento espontáneo” como “forma embrionaria de lo consciente”. Para el dirigente bolchevique esto se hará más palpable con el surgimiento de los soviets, consejos obreros, durante la revolución de 1905. Así, dirá que la lección no debía girar en torno a “partido o soviets” si no en “soviets y partido”, buscando una relación virtuosa entre la autoorganización de las masas en sentido revolucionario y el rol de una organización de vanguardia.
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¿Cómo forjaron los bolcheviques un partido revolucionario? La respuesta la da el propio Lenin en los primeros apartados de su folleto El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo (1920). Así como la existencia de un partido como el bolchevique fue una condición esencial del triunfo en 1917, Lenin analiza las condiciones que permitieron forjar ese partido, probar su disciplina y reforzarla:
Primero, por la conciencia de clase de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su tenacidad, su abnegación y su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, en cierta medida, con las más amplias masas de trabajadores, en primer término con el proletariado, pero también con las masas trabajadoras no proletarias. Tercero, por lo acertado de la dirección política que esa vanguardia ejerce, por lo acertado de su estrategia y su táctica política, siempre que las amplias masas se hayan convencido, por experiencia propia, que son acertadas. [1]
Estas condiciones, agrega, no surgen de golpe ni se pueden improvisar, sino que fueron posibles por esfuerzos prolongados y una dura experiencia. La formación del bolchevismo se asentó en una base muy sólida de teoría revolucionaria que fue una base de granito para afrontar quince años de lucha de clases (1903-1917) “sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias” por las particularidades históricas de Rusia. La virtud de Lenin y los bolcheviques fue aprender de las “distintas formas del movimiento, legal, e ilegal, pacífica y violenta, clandestina y abierta, círculos locales y movimientos de masas y formas parlamentarias y terroristas” y tener una flexibilidad táctica y organizativa ante cada momento sin perder la intransigencia teórica y estratégica.
Esto se ilustra en los apartados referentes a las etapas principales de la historia del bolchevismo y a los combates políticos dados contra otras tendencias. Este repaso de Lenin también está puesto en función de la lucha política que entabló, junto a Trotsky y otros dirigentes de la III Internacional, contra diferentes grupos ultraizquierdistas. Estos se oponían tanto a una organización centralizada como a la participación de los revolucionarios en los sindicatos y el parlamento, apostando únicamente a la espontaneidad de las masas.
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El debate sobre el partido leninista de combate también suma vigencia por la vía de algunos debates surgidos desde el mundo académico y relacionados con fenómenos políticos por izquierda. Un primer caso es la lectura de Lars T. Lih, enfocada en borrar toda diferencia estratégica entre Lenin y Karl Kautsky, pope de la socialdemocracia alemana. Otro tanto se puede encontrar en Eric Blanc, quien, siguiendo esta reivindicación, postula un “kautskismo para el siglo XXI” en los debates en Estados Unidos. El debate con esta posiciones se ha desarrollado en diferentes intervenciones en Ideas de Izquierda y en Armas de la Crítica.
Además, esta ponderación sobre el bolchevismo y cómo se fue templando en base a diferentes “tareas preparatorias” permite complementar las lecturas que reivindican solo un aspecto parcial del genio de Lenin: ver las oportunidades en las crisis revolucionarias. En estas lecturas, por ejemplo, encontramos al último Daniel Bensaïd y su visión unilateral de “una política concebida como el arte de los acontecimientos inesperados y de las posibilidades efectivas de una coyuntura determinada”. [2]
El texto que introducimos forma parte de las Obras Selectas, publicadas por Ediciones IPS. A 100 años de la muerte del dirigente revolucionario, resulta un punto de referencia ineludible para los “tiempos interesantes” actuales.
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