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¿Resurgirá el problema alemán en Europa?

Juan Chingo

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¿Resurgirá el problema alemán en Europa?

Juan Chingo

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Tomando en cuenta sus relaciones con Rusia en las últimas décadas, el giro antirruso de Alemania sorprende. Sin embargo, EE. UU. busca una ruptura total de los lazos, lo que puede ser una nueva fuente de fricciones entre los dos socios más fuertes de la revivida OTAN.

En los últimos meses hemos asistido a un reajuste general de la política exterior y de seguridad de Alemania, a la cabeza de los giros geopolíticos que afectan a Europa desde el estallido de la guerra de Ucrania. El rearme histórico, el fin de la Ostpolitik y las autocríticas o sanciones de los principales personeros de esta política, así como el guerrerismo desatado de los antiguos pacifistas Verdes son la muestra más elocuente de esto.

El rearme alemán y la “otanización” de la Unión Europea

Según “Trends in World Military Expenditure”, Alemania será el tercer país de Europa Central y Occidental, después del Reino Unido y Francia, en términos de gasto militar en 2021. El año pasado, gastó 56.000 millones de dólares en sus fuerzas armadas, es decir, el 1,3 % de su PBI. El 27 de febrero, tres días después de la invasión rusa de Ucrania, el canciller Olaf Scholz anunció un plan para aumentar el poder del ejército alemán, comprometiendo 100.000 millones de euros del presupuesto de 2022 a las Fuerzas Armadas y repitiendo su promesa de alcanzar y superar el 2 % del gasto en defensa en relación con el producto interior bruto, en línea con las exigencias de la OTAN. Esta decisión fundamental puede conducir a Berlín hacia el estatus de primera potencia militar de Europa. Pero en contra en de los deseos franceses, este aumento significativo del gasto militar, no implica que Alemania se haya convertido de repente a favorecer para Europa un esquema de la defensa a la francesa, es decir, una autonomía estratégica continental tan querida por el presiente francés, Macron. Por el contrario, sus objetivos se emparentan con sus percepciones de seguridad e intereses nacionales: potencia central de la UE, Alemania está geográficamente más cerca de Rusia que Francia y, por tanto, considera a Moscú más peligroso que París. También le preocupa más la seguridad de los países de Europa Central y Oriental, que forman una barrera frente a los rusos y en los que pretende conservar una ventaja geoeconómica. Una Rusia más ofensiva agrava la rivalidad con Berlín por el control de Europa del Este entre ambos. Estas necesidades anclan fuertemente a Alemania en la OTAN. Con el nuevo fondo especial de defensa, Alemania se inclina a favorecer no solo a su propia industria bélica, sino también el armamento estadounidense, en todo caso en detrimento de los programas franco-alemanes. De hecho, el fondo se dedicará principalmente a reforzar el complejo militar-industrial alemán [1]. Alemania, a su vez, depende del paraguas nuclear de la OTAN, de ahí que sea estadounidense. La guerra en Ucrania refuerza esta dependencia. La decisión de comprar los F-35 significa que Berlín quiere seguir albergando ojivas estadounidenses en su territorio [2].

Como ya hemos explicado, la administración estadounidense se ha manifestado a favor del rearme y del aumento del poder militar de Alemania, así como de Japón. De hecho, desde el punto de vista de Washington, estas dos potencias imperialistas “democráticas” ayudarían activamente a contrarrestar la fuerza militar de Rusia y China. Por su parte Polonia, nuevo actor clave en el este de Europa y en frente anti ruso, está especialmente interesada en la modernización de las fuerzas aéreas y acorazadas alemanas. El aumento del tamaño de la Bundeswehr previsto por el Ministerio de Defensa alemán sugiere que Alemania podrá desplegar más soldados en los Estados bálticos, especialmente en Lituania, en los próximos años [3]. Polonia también espera que el aumento del gasto militar permita a Alemania poner más rápidamente tres divisiones modernizadas a disposición de la Fuerza de Reacción Rápida de la OTAN (cuyo debut estaba previsto para 2031). El objetivo de las autoridades de Varsovia es reforzar la interoperabilidad de los ejércitos alemán y polaco. Para Polonia, el mejor remedio para el resurgimiento de una Alemania agresiva, es el fuerte afianzamiento de los ejércitos alemán y polaco en la OTAN y la cooperación con Estados Unidos, que es reacio a cualquier conflicto germano-polaco. Polonia y Alemania participan ya regularmente en las maniobras Defender Europe, coordinadas por Estados Unidos, cuyo objetivo es defender el flanco oriental de la Alianza Atlántica.

Contento de tales desarrollos en el continente europeo, esencial para la continuidad de la hegemonía norteamericana, el actual presidente norteamericano expresó recientemente, de forma poca diplomática como es su característica, que: “Las acciones tomadas por Putin fueron un intento, para usar mi frase, de ‘finlandizar’ a toda Europa, de hacerla a toda neutral. En vez de eso, ‘otanizó’ a toda Europa” [4].

El fin de la “Ostpolitik” y el giro de la geoeconomía a la disuasión militar contra Rusia

Durante la Guerra Fría, a partir de finales de los años sesenta, Alemania Occidental aplicó una Ostpolitik (“nueva política hacia el Este") que pretendía normalizar las relaciones con Moscú. Fue Willy Brandt como canciller socialdemócrata (SPD) de Alemania Occidental (RFA) de 1969 a 1974 quien inauguró esta política, que consistía en normalizar las relaciones con la Unión Soviética, la Alemania del Este (RDA) y los demás países de Europa del Este para garantizar una paz y seguridad duraderas en Europa [5]. Esta orientación ha continuado hasta la actualidad, en la que Alemania se ve a sí misma como un puente entre los aliados occidentales y Moscú, tratando de equilibrar sus compromisos con sus socios a la vez que intenta mantener buenas relaciones con Rusia. Esto significaba fomentar la diplomacia, intentar relacionarse con Rusia en múltiples frentes, cultivar los lazos económicos entre ambos países, como la iniciativa Nord Stream 2, y confiar en estos instrumentos como palancas para evitar cualquier conflicto.

Si hay alguien que encarnó esta política es Frank-Walter Steinmeier, actual presidente de la República Federal, quien personifica la “conexión rusa” del SPD. Steinmeier fue de 1999 a 2005 jefe de Gabinete de Schröder en la Oficina del Canciller, se desempeñó dos veces (2005-2009 y 2013-2017) como ministro de Relaciones Exteriores de Merkel y fue durante cuatro años (2009-2013) líder de la oposición en el Bundestag. La fuerte purga contra un personaje de este calibre es una muestra del clima y giro geopolítico que está dando Berlín. Es que, desde un punto de vista, las credenciales neoliberales y atlantistas de Steinmeier parecerían impecables. Autor de la Agenda 2010, Steinmeier, como jefe de la Cancillería y coordinador de los servicios secretos alemanes, permitió que Estados Unidos utilizara sus bases militares alemanas para recoger e interrogar a los prisioneros tomados de todo el mundo durante la “guerra contra el terrorismo”, en compensación posiblemente por la negativa de Schröder a unirse a la aventura estadounidense en Irak. Tampoco hizo mucho alboroto cuando Estados Unidos mantuvo prisioneros en Guantánamo a ciudadanos alemanes de ascendencia libanesa y turca, cada uno de los cuales fue arrestado, secuestrado y torturado después de ser confundido con otra persona. En los primeros días de la guerra se lo culpó abiertamente por la dependencia energética alemana y la colaboración con Rusia. Tan es así, que fue declarado de hecho persona non grata en Kiev, un caso único en la historia reciente de flagrante desprecio a un político alemán de primera fila. Y esto a pesar de su “autocritica”. El pasado 3 de abril, el presidente Frank-Walter Steinmeier, reconoció en un “registro amargo”: “‘mi adhesión al Nord Stream 2 fue claramente un error’, dijo. ‘Estábamos pegados a un puente en el que Rusia ya no creía y contra el que otros socios nos habían advertido’. ‘No hemos logrado construir una casa europea común’ declaró M. Steinmeier. ‘No creía que Vladimir Putin aceptaría la completa ruina económica, política y moral de su país en nombre de su locura imperial”, agregó. “En esto yo, como otros, me equivoqué’” [6].

Es esta política basada fundamentalmente en la interdependencia económica la que ha fracasado. El intento desesperado de Macron, Scholz y la ministra de relaciones exteriores, Baerbock, en su viaje a Moscú antes de la apertura de hostilidades, para advertir a Putin de que una guerra de agresión rusa conduciría inevitablemente al fin de las relaciones económicas, a la interrupción de la interdependencia energética y a la separación de los sistemas financieros, no evitó el conflicto. La tendencia a aumentar el gasto en defensa en todos los países europeos y en especial de Alemania marca el giro de un proceso constante de creación de confianza basado en la interdependencia económica hacia uno más abierta de dominio típica de la época imperialista que se basa en mayor medida en la disuasión militar.

Del pacifismo pequeñoburgués al guerrerismo desembozado de los Verdes

Si la fracción pro rusa del SPD encabezada por el ex canciller Schröder personifica –de forma patética en este último caso– los lazos geoeconómicos entre Alemania y Rusia; son los Verdes, un partido que nació del pacifismo y del movimiento antinuclear, los que hoy encarnan más decididamente el giro geopolítico y guerrerista en la coalición de gobierno alemana. Asi,

…a los pocos días de comenzar la guerra, Baerbock anunció que las sanciones de Occidente deberían “arruinar a Rusia” y a mediados de mayo añadió que Alemania ‘nunca más’ importará gas de Rusia. Esto suscitó la cautelosa crítica del presidente de la CDU, Friedrich Merz, al afirmar que “no comparto esta forma apodíctica” del anuncio de la ministra de Exteriores. La semana pasada, Baerbock causó un gran revuelo, cuando advirtió del “cansancio de la guerra”: “Hemos llegado a un momento de cansancio”, alegó la política de los Verdes. Esto se debe, entre otras cosas, a que los precios de la energía y los alimentos han subido mucho, provocando un creciente descontento en la población. A pesar de ello, insistió, las sanciones contra Rusia deben mantenerse [7].

El viraje de esta fuerza política no solo indica un giro de sus dirigentes, sino que se es acompañado en gran parte por su base social que se ha envejecido y aburguesado con el paso de los años. Estos han pasado de la lucha por el desarme progresivo a la necesidad de tener armas modernas en grandes cantidades para garantizar la paz. Así:

La opinión de que hay que ‘estar preparado para defender la patria y la libertad por cualquier medio necesario’ se expresa con más decisión entre los partidarios del Partido Verde que entre los de todos los demás partidos. Los Verdes también están muy por delante en el apoyo a la entrega de armamento pesado. La explicación de este fenómeno se encuentra en el desarrollo del propio partido, cuya generación fundadora hace tiempo que se abrió camino desde los movimientos sociales de los años 80 hasta los puestos profesionales bien remunerados y seguros. La proporción de funcionarios y de los que ocupan puestos en la administración pública es mayor y la de los trabajadores con bajos ingresos menor entre los Verdes, que en todos los demás partidos. Por tanto, los Verdes son individualmente los menos afectados por la reacción negativa que tienen las sanciones en los suministros de su propio país y en la economía [8].

El carácter desembozado de su guerrerismo es expresado de forma brutal en las declaraciones especialmente agresivas de los políticos del gobierno de los Verdes. “También debemos entregar armamento pesado”, exigió Anton Hofreiter, diputado verde del Bundestag, el 6 de abril. Esto sería “realpolitik en su expresión más brutal” y –respecto a la cuestión de si Rusia podría clasificar a Alemania como parte de la guerra– “arriesgado”, pero necesario. Un poco más tarde, el ministro de Agricultura alemán, Cem Özdemir (Partido Verde), declaró que sería “importante que Occidente apoyara a Ucrania con armas adicionales”, especialmente “más eficaces”. “Alemania no debería hacer una excepción” afirmó Özdemir y agregó que, al fin y al cabo, las entregas de armas eran necesarias para evitar una hambruna mundial, con éxitos militares contra Rusia. El ministro alemán de Economía, Robert Habeck (Partido Verde), se sumó a esta opinión: “Hay que suministrar más armas”, exigió el ministro a mediados de abril. “Por supuesto, embrutecer la guerra también significa aumentar la cantidad y la calidad de las entregas de armas”. Después de todo, las fuerzas armadas ucranianas están luchando contra Rusia “también en nuestro nombre” [9].

La crisis del pacifismo pequeñoburgués alemán ligado al rearme alemán marca un cambio fundamental en la política alemana: Alemania ya no será central en Europa solo por su fortaleza económica y financiera o por su rigor fiscal, sino también por su capacidad militar. Mismo si los planes de rearme alemanes experimentaran sin duda una cierta inercia política y solo tuvieran efecto a largo plazo, los mismos no se desvanecerán en el aire, sino que se materializarán en tropas, tanques y demás. El nuevo escenario de una Alemania remilitarizada y sus efectos en la geopolítica del par franco-alemán, y del continente europeo re-hegemonizado por Washington cobran una dimensión central.

Y, sin embargo, la persistencia de la cuestión alemana

Como hemos explicado en un reciente artículo, en la actual guerra en Ucrania, los “Estados Unidos buscan agotar a Rusia hasta convertirlo en un socio disminuido de China. Para esto, Washington necesita tácticamente un verdadero socio en Europa pues ya no puede garantizar la misma seguridad al Viejo Continente que en el pasado”. Todos los elementos desarrollados más arriba apuntan en este último sentido, demostrando como el péndulo de la política alemana ha girado en clave antirrusa. Pero estratégicamente esto es insuficiente para la potencia aún hegemónica. Es por eso que el objetivo no tan secreto de la operación de Estados Unidos en Ucrania es romper de una vez por todas la relación que une a los dos principales actores del escenario continental: Rusia y Alemania.

Para los norteamericanos, la obsesión con las predicciones del geógrafo, aventurero y político sir Halford Mackinder son como un fantasma que los acecha todo el tiempo. Como bien explica Sir Lawrence Freedman [10]:

Mirando a los enormes territorios de Eurasia, Mackinder vio que Alemania o Rusia (o los dos juntos) podían llegar a controlarlo todo, con lo cual podrían alcanzar tal poder que casi sería un asunto menor proteger sus mares…Su teoría adquirió una forma más elaborada en un libro publicado justo después de la Primera Guerra Mundial, en el que daba a las tierras de Eurasia su nombre, “el interior”. Es decir, la «región a la cual, bajo las condiciones actuales, una potencia marina no puede acceder de ningún modo». Dividió el mundo en un centro neurálgico “World-Island” (Isla Mundial) —que era potencialmente autosuficiente, donde estaban Eurasia y África— y el resto de las islas de alrededor formarían la “periferia” —incluidas las Américas, Australia, Japón, las islas británicas y Oceanía—. Estas islas menores dependían del transporte marítimo para sobrevivir. A pesar de la derrota de Alemania en 1918, Mackinder entendió que persistía un peligro básico: “La evolución estratégica constante de las potencias terrestres frente a las potencias navales”. De este problema se derivó el siguiente consejo: mantener a “los alemanes y a los eslavos” divididos. Tres máximas se extraían de este análisis: “Quien gobierne el este de Europa controlará el interior; quien gobierne el interior controlará la Isla Mundial (World-Island); y quien gobierne la Isla Mundial controlará el Mundo” [11].

Aunque estructurada claramente en la OTAN, Alemania conserva para los EE. UU. un entendimiento invisible con Rusia, estructurado por cincuenta años de interdependencia energética bautizada en plena Guerra Fría y hoy simbolizado por el gasoducto submarino Nord Stream que sigue bombeando gas siberiano hacia la costa báltica alemana. Su duplicación (el Nord Stream 2) permanece provisionalmente inactiva. EE. UU., junto a los países del este y del Báltico, presionan para que se imponga la “madre de todas las sanciones”, que rompa la interdependencia energética entre ambas potencias. Sin embargo, mismo esta medida extrema es difícil que rompa los hábitos y trayectorias geopolíticas que acercan a alemanes y rusos desde tiempos lejanos.

Después del 24 de febrero de 2022, el punto más bajo de las relaciones entre Alemania y Rusia, las necesidades estratégicas de las dos principales potencias transatlánticas comienzan a cruzarse. Para los alemanes, el día que la guerra termine, Rusia debería encontrar su lugar en el concierto europeo. Para Estados Unidos se trata de crear una nuevo y más fuerte Cortina de Hierro. El concepto estadounidense es que cuanto mayor sean las pérdidas rusas –materiales, financieras y económicas– más se convertirá Moscú en una “potencia regional”, como en su momento se le escapó al expresidente Obama. Esta perspectiva y el riesgo de que la guerra en Ucrania continúe en los próximos años, son rechazados por las potencias de la “vieja Europa”, que no quieren entrar en un espiral de rearme sin fin, aparte del riesgo que esto implica para mantener la “paz social” en sus respectivos países. En Washington también esperan que los europeos asuman a fondo sus responsabilidades en la seguridad europea, para poder concentrarse plenamente en la disputa con China, al tiempo que impulsarán la desvinculación de China. Alemania y otras potencias europeas, ya debilitados por la pérdida de los lazos económicos y comerciales con Rusia que se extenderán en el mejor de los casos por todo un periodo de tiempo, se opondrán, creando una nueva fuente de fricciones.

Mas estratégicamente, el rearme alemán tiene como objetivo principal reforzar el liderazgo de Alemania en la Unión Europea. Hoy en día, Alemania, especialmente tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, puede recuperar teóricamente la posición de “comandante en jefe”, cortando el paso a Francia y sus planes de autonomía estratégica poco apreciados por Washington. Si Alemania logra al cabo de un periodo recuperar sus capacidades militares recuperará el conjunto de los atributos de su soberanía, amputada en gran parte luego de la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Tras un ropaje europeo y anclada en la OTAN, Alemania intentará imponer y compartir sus puntos de vista a sus socios imperialistas. Detrás de su llamado a una “Alianza global entre países comprometidos con el derecho internacional”, según el lenguaje moral-diplomático del embajador Christoph Heusgen [12], la otra cara de la política prorrusa de Alemania es el antinorteamericanismo.

Preocupado por la falta de legitimidad de Occidente en el conjunto del planeta y expresando la posición de una potencia imperialista aun débil y balbuciante en la escena internacional, Heusgen termina su artículo provocativamente en medio de la guerra con Rusia, afirmando que

Las líneas de fractura actuales no son las que separan a Occidente del Este comunista, como ocurría durante la Guerra Fría. Son entre los que se adhieren a un orden internacional basado en normas y los que no se adhieren a ninguna ley, sino a la ley del más fuerte.

Esta salida de Alemania, que quiere ser un actor global en un mundo basado en el equilibrio entre los diferentes polos de poder, no solo es utópica, sino que choca abiertamente con la política de los Estados Unidos, cuya única garantía segura de supervivencia, en un orden internacional anárquico, es la primacía, esto es, no el equilibrio con otras potencias sino el dominio sobre ellas. Esta política, que expresa bien a fondo las tendencias más profundas del sistema imperialista mundial, no permite dormirse en los laureles, y lleva a los estados por poderosos que sean, a buscar más poder. Para ellos no hay posibilidad de descanso. Como bien explica John J. Mearsheimer en The Tragedy of Great Power Politics, lejos de comportarse defensivamente, “una gran potencia que cuente con una notable ventaja de poder sobre sus rivales es probable que se comporte más agresivamente, porque tiene la capacidad, así como incentivo para hacerlo” [13].

Acá vemos que detrás de la fachada de unidad de Occidente se incuban fuertes diferencias en el terreno intrauropeo, especialmente entre los países del Este y los Bálticos y la vieja Europa, sino también entre Francia y Alemania [14] y entre esta y los Estados Unidos. La prolongación de la guerra, las condiciones de la paz, las dificultades norteamericanas de transformar sus avances en Europa en una victoria estratégica, apuntan a que las diferencias entre las grandes potencias de Occidente puedan a agravarse permitiendo que el frente reaccionario que imprimió su dinámica en los primeros meses de la guerra se fracture, y otras tendencias más subversivas y revolucionarias puedan comenzar a expresarse.


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NOTAS AL PIE

[1Una fuerte espada de Damocles en los proyectos con París, que son ya objeto de difíciles negociaciones debido a las exigencias alemanas en materia de propiedad intelectual y restricciones a la exportación.

[2Una vez más, en detrimento de los deseos de París que teme que esto vaya en detrimento del desarrollo del combate franco-alemán-español (Scaf), a pesar de las garantías del Canciller Scholz. Con más activos estadounidenses alrededor, Francia tendrá cada vez más problemas de interoperabilidad.

[3Desde la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, Berlín ha aumentado su presencia militar en esta región, especialmente en Lituania, donde está a cargo de un batallón multinacional de la OTAN. También participa activamente en el programa de vigilancia aérea del Báltico.

[4Zeke Miller, “Biden tells Naval Academy grads Putin ‘NATO-ized Europe’”, AirForce Times, 29/5/2022.

[5Esto en el marco de un contexto más general de distensión entre Occidente y Oriente. La misma constituyó una clara ruptura con la política exterior de los democristianos (CDU/CSU), que habían estado en el poder de 1949 a 1969, de rechazo a todo compromiso con Moscú y a mantener cualquier relación con la RDA.

[6Georgi Gotev,“Nord Stream 2 était une erreur, selon le président allemand”, Euractiv, 5/4/2022.

[7“The End of War Fatigue”, German Foreign Policy, 31/5/2022.

[8Ídem. En 1989, “solo el seis por ciento de los simpatizantes del Partido Verde de Alemania Occidental estaban convencidos de que la ‘disuasión militar es la mejor defensa’”, mientras que “hoy esa cifra es del 62 por ciento, según una encuesta del Instituto Allensbach”.

[9Ídem.

[10Profesor emérito de War Studies en el King’s College de Londres y considerado como “el decano británico de los estudios estratégicos”.

[11“Estrategia. Una historia”, Madrid, La Esfera de los Libros, 2016. El subrayado es nuestro.

[12Christoph Heusgen es presidente de la Conferencia de Seguridad de Munich. Se desempeñó como embajador de Alemania ante las Naciones Unidas de 2017 a 2021 y asesor principal de política exterior de la canciller alemana Angela Merkel de 2005 a 2017. Su propuesta salió publicada en Foreing Affairs con el título: “The War in Ukraine Will Be a Historic Turning Point”, 12/5/2022.

[13John J. Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics, Nueva York, W. W. Norton, 2002, pag. 37.

[14Además de las distintas prioridades geopolíticas de uno y de otro, los alemanes inclinados hacia el este, mientas Francia hacia el Mediterráneo, el rearme alemán puede asestar un golpe a las tendencias paneuropeas en el desarrollo del complejo militar-industrial continental. Esto se debe a que estimulará a las industrias bélicas de Berlín para que se centren en un mercado interno cada vez más amplio y reducirá el interés por los proyectos multinacionales conjuntos. Cabe esperar que las tendencias proteccionistas hacia la industria nacional de defensa aumenten no solo en Alemania, sino también en otros países europeos.
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Juan Chingo

Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, 2019).