Ante un nuevo aniversario de la revolución iraní, presentamos la traducción de artículo publicado originalmente en Left Voice. Los autores repasan el proceso revolucionario a la luz de los postulados de la teoría de la revolución permanente, planteando las lecciones y su vigencia.
Domingo 14 de febrero de 2021 00:00
Irán es el lugar de las mayores tensiones geopolíticas del mundo actual. La región del Golfo Pérsico está dominada por portaaviones, aviones no tripulados, piratas informáticos, centrifugadoras, asesinos... pero también es el lugar de poderosas luchas de clase: la clase obrera multiétnica de Irán lleva a cabo luchas heroicas contra un gobierno represivo, al igual que los jóvenes y el movimiento de mujeres. Estas fuerzas progresistas se enfrentan a la pregunta: ¿Pueden derrocar al régimen oscurantista sin hacer el juego a las potencias imperialistas y a sus vasallos? ¿Podrá la clase obrera liderar una revolución socialista exitosa e iniciar un proceso revolucionario en toda la región?
La revolución iraní comenzó hace 42 años: el 11 de febrero de 1979, el ejército se rindió tras dos días de lucha callejera, poniendo fin al régimen del sha (rey). Y esta revolución nos da lecciones para hoy. Muchos recordarán la revolución sólo por haber llevado a los mulás al poder. Pero fue un gran levantamiento obrero, que incluía características "clásicas" de una revolución como los consejos obreros. ¿Cómo pudo ser derrotada esa revolución? ¿Y cuál habría sido la alternativa? Irán ofrece hoy un claro ejemplo de por qué los revolucionarios necesitan un programa de revolución permanente. Para entenderlo, primero veremos la historia de la revolución.
Una revolución contra el imperialismo
Las raíces materiales, sociales y políticas del derrocamiento del sha se remontan al complejo proceso de desarrollo capitalista de Irán. Las potencias imperialistas, entre ellas Gran Bretaña y la más atrasada económicamente Rusia, impulsaron inicialmente a Irán en el mercado mundial, y se convirtió en el escenario de un conflicto por delegación entre ambas potencias.
Irán, que era "casi completamente una colonia", como lo describió Lenin en su obra clásica sobre el imperialismo en 1917, se vio más inmerso en el sistema capitalista mundial después de que se descubrieran abundantes reservas de petróleo en el sur del país en 1908. [1] Poco después, Irán se convirtió en un importante proveedor de recursos energéticos para las potencias imperialistas, en particular mediante la creación de la Anglo-Persian Oil Company, dirigida por los británicos, el negocio británico más rentable del mundo en aquella época.
Estos factores contribuyeron al carácter desigual y combinado del desarrollo social de Irán. Un proletariado, concentrado en las zonas urbanas, se expandió junto a la industria petrolera y los sectores relacionados, pero estos sectores estaban “rodeados por un océano de trabajadores rurales cuya vida y trabajo estaban regulados por relaciones precapitalistas”. [2]
Gran Bretaña disfrutó del monopolio del petróleo iraní hasta 1952, cuando el primer ministro Mohammad Mossadegh nacionalizó la Anglo-Iranian Oil Company (que había cambiado de nombre en 1935). El imperialismo británico tomó represalias pidiendo un boicot internacional al petróleo iraní. Finalmente se aliaron con Estados Unidos para orquestar un golpe militar en 1953, con el fin de derrocar a Mossadegh, elegido democráticamente, y reinstalar al sha, Mohammad Reza Pahlavi, que había huido del país. Aunque el imperialismo presentó al sha como un benigno "modernizador", el régimen autoritario títere era notoriamente brutal y estaba apuntalado por una fuerza policial secreta llamada SAVAK, que trabajaba en estrecha colaboración con la CIA.
En consecuencia, la brutal dictadura del sha salvaguardó la riqueza petrolera de Irán para la burguesía imperialista. A medida que las arcas del shah se hinchaban, el descontento se iba gestando. En la década de 1960, el sha lanzó la "Revolución Blanca" (también conocida como la Revolución del Sha y del Pueblo) como un agresivo conjunto de reformas sociales y económicas destinadas a disolver los últimos restos de las relaciones feudales en el campo, trasladar el capital de los terratenientes a la industria y otros proyectos urbanos, y facilitar la penetración del capital extranjero.
Desde el punto de vista político, el sha pretendía que la Revolución Blanca creara una base de apoyo entre los trabajadores y los campesinos mediante la promesa de mejores condiciones de vida. Como declaró el sha en su momento: “La revolución debe venir de arriba, si no, vendrá de abajo”. Sin embargo, como señaló el historiador Ervand Abrahamian, las reformas tuvieron en cambio un efecto contradictorio: “la Revolución Blanca había sido diseñada para adelantarse a una Revolución Roja. En lugar de ello, allanó el camino para una Revolución Islámica”. [3]
De hecho, el programa de "modernización" capitalista del sha y su desigual distribución de beneficios exacerbaron las tensiones sociales, sobre todo entre la pequeña burguesía tradicional y el clero, cuyo creciente resentimiento encendió la chispa que prendió el fervor revolucionario en Irán.
Entre esos sectores de la clase media descontentos se encontraba el bazaari (un derivado de la palabra mercado en farsi), que era un sector heterogéneo pero formado principalmente por comerciantes y artesanos. Este sector se enfrentaba a un papel disminuido debido a la "modernización" del sha, que había acelerado el crecimiento de los supermercados y de los bienes producidos en masa bajo el ámbito del capital occidental. Los bazaaris estaban vinculados a la clase media moderna, ya que muchos estudiantes universitarios iraníes procedían de familias de pequeños comerciantes. Sin embargo, históricamente los bazaaris se habían aliado con el clero chiíta de Irán, conocido como ulema, que componía otro estrato de la pequeña burguesía tradicional. Antes de las reformas agrarias, los ulemas habían controlado grandes extensiones de tierra a través de varios tipos de instituciones religiosas.
Las reformas del sha reforzaron la alianza entre estos sectores de la pequeña burguesía y, en respuesta, comenzaron a desplegar un populismo chií heterodoxo para aglutinar una coalición opositora contra la dictadura monárquica. El ayatolá Ruhollah Jomeini se convirtió en el líder de este movimiento de oposición en la década de 1960 por su implacable rechazo a los programas del sha.
Las reformas agrarias del régimen también supusieron la rápida afluencia de campesinos sin tierra a las ciudades y, por tanto, al mercado capitalista. Aunque muchos de estos emigrantes rurales se transformaron en asalariados urbanos con trabajos no calificados, la incapacidad de la industria iraní para absorber tanta mano de obra creó desempleo y un subproletariado urbano que ocupaba los barrios marginales de ciudades como Teherán. En las décadas de 1960 y 1970, las protestas y manifestaciones masivas se convirtieron en parte habitual de la sociedad iraní. En 1977, estos pobres urbanos desataron la cadena de acontecimientos que finalmente condujeron a la Revolución iraní.
En el verano de ese año, varios habitantes de barrios marginales que protestaban por la demolición de sus barrios fueron asesinados por las fuerzas de seguridad. En los meses siguientes, las protestas obtuvieron el apoyo de un combativo movimiento estudiantil. Entre ellos se encontraban muchos estudiantes iraníes que habían estudiado en el extranjero y que habían sido galvanizados por las movilizaciones antiimperialistas que tenían lugar en todo el mundo. En diciembre, las universidades cerraron debido a las masivas protestas.
El 6 de agosto de 1978 —el aniversario del golpe de Estado de 1953— el cine Rex, un teatro situado en un barrio obrero de la ciudad de Abadán, ardió en llamas, incinerando a más de 400 personas. Aunque las circunstancias exactas del incendio siguen sin estar claras, la mayoría sospecha que el SAVAK lo provocó. Las tensiones llegaron a un punto de ebullición el 8 de septiembre de 1978, después de lo que se denominó el Viernes Negro: el sha ordenó la represión violenta de las protestas, con entre 1.000 y 3.000 manifestantes muertos a tiros. La clase obrera respondió con toda su furia.
Al día siguiente del Viernes Negro, casi 1.000 trabajadores de la principal refinería de petróleo de Teherán se pusieron en huelga. La huelga se extendió rápidamente a otras refinerías y fábricas de petróleo y costó al asediado régimen más de 50 millones de dólares al día. Se crearon comités de huelga en muchos centros de trabajo para coordinar la actividad huelguística. Los trabajadores de Irán dieron el golpe de gracia cuando organizaron una huelga general a finales de 1978 y paralizaron toda la economía.
Tras esta oleada de huelgas de cuatro meses —que culminó con el derrocamiento del sha, que huyó del país el 16 de enero de 1979—, el potencial emancipador de la lucha de clases proletaria se puso de manifiesto. En el subsiguiente vacío de poder, comenzaron a desarrollarse consejos obreros embrionarios, similares a los soviets rusos. Estos shoras, que surgieron de los comités de huelga, comenzaron a ejercer su poder expropiando fábricas y poniéndolas bajo el control de los trabajadores.
Los campesinos pobres del campo, inspirados por el ejemplo de estos trabajadores, crearon sus propias shoras rurales y empezaron a tomar los latifundios donde trabajaban. Sin embargo, a pesar de esta escalada de la lucha de clases, la revolución degeneró en una república islámica dirigida por clérigos despiadados. En 1983, el orden burgués había sido restaurado; las shoras, los sindicatos independientes y todos los partidos de izquierda fueron prohibidos y aplastados. ¿Cómo fue posible semejante derrota?
La contrarrevolución de Jomeini
Con Irán sumido en la confusión, el imperialismo estadounidense empezó a temer que el capitalismo se pusiera en cuestión. Según la historiadora Nikki Keddie, el Departamento de Estado estaba “en contacto con figuras seculares y religiosas que podrían entrar en una coalición gubernamental con la que el gobierno estadounidense podría negociar”. [4]
Estados Unidos encontró uno de esos posibles aliados en Jomeini, que llevaba más de 14 años en el exilio, por aquel entonces en Francia. A pesar de haber prometido asegurar los intereses estadounidenses, el ayatolá mantuvo una relación compleja con Washington. Reconocía que las masas insurgentes, a las que pretendía atraer, sentían un fuerte odio hacia el imperialismo.
La toma de la embajada estadounidense en Teherán y la consiguiente crisis de los rehenes proporcionaron a Jomeini una oportunidad ideal para reforzar su prestigio entre las masas y blandir sus credenciales antiimperialistas. Al amparo de esta nueva crisis, los funcionarios iraníes maniobraron con la campaña presidencial de Ronald Reagan para asegurar la liberación de los rehenes después de las elecciones estadounidenses de 1980, frustrando así las perspectivas electorales del presidente en ejercicio Jimmy Carter. El régimen iraní anunció la liberación de los rehenes minutos después de que Reagan pronunciara su discurso de investidura.
Estados Unidos también dio ánimos y armas al régimen iraquí de Saddam Hussein para que atacara a Irán, iniciando una guerra de ocho años que causó más de medio millón de muertos. El objetivo era atar a las masas en revuelta, pero también permitió a Jomeini consolidar una dictadura clerical, fundando la República Islámica.
En el proceso, Estados Unidos perdió una de sus bases estratégicas que había sido clave para asegurar su dominio en la región. Para restaurar el orden burgués, con un mayor distanciamiento del imperialismo, el nuevo régimen nacionalista-burgués dirigido por los clérigos inició un período de represión política y social contra su oposición política, en particular la izquierda y las nacionalidades oprimidas que luchaban por la autodeterminación, como los kurdos.
La consolidación del nuevo régimen significó también la destrucción de lo que la clase obrera había construido en 1979: los shoras. Estas organizaciones obreras habían luchado desafiantemente por el control obrero y la expropiación de las fábricas. Representaban objetivamente una primera forma de doble poder, aunque les faltara coordinación. Al principio, ignoraron la orden de Jomeini de disolverse, y en su lugar exigieron un aumento de los salarios, mejoras en las condiciones de vida y la nacionalización de diferentes industrias. Pero a medida que la contrarrevolución avanzaba, los shoras se pusieron a la defensiva. En abril de 1980, el proceso de "islamización", que se había inaugurado tras la aprobación de una constitución teocrática un año antes, entró en los centros de trabajo y destruyó las organizaciones obreras autónomas.
El papel de Jomeini, como figura reaccionaria de orientación bonapartista, quedó demostrado por su fuerte dependencia del aparato represivo, pero también de una retórica islámica populista que pretendía conciliar las divisiones de clase entre la burguesía y las masas trabajadoras. Como escribió el sociólogo iraní Val Moghadam, el discurso unificador del jomeinismo tejió "un discurso islámico radical-populista que resultaría muy convincente, un discurso que se apropió de algunos conceptos de la izquierda (explotación, imperialismo, capitalismo mundial), hizo uso de categorías tercermundistas (dependencia, el pueblo) y de términos populistas (las masas trabajadoras), e imbuyó ciertos conceptos religiosos con un significado nuevo y radical". [5]
Jomeini basó gran parte de su retórica islámica radical en los escritos de Ali Shariati, a quien muchos consideran el verdadero ideólogo de la Revolución Islámica. Este sociólogo de formación francesa se inspiró en teóricos poscoloniales como Frantz Fanon e introdujo una "versión islamista de la ’teología de la liberación’", como escribe Claudia Cinatti. [6]
Sin embargo, la Revolución iraní, a pesar de su dimensión religiosa, no puede explicarse únicamente por sus facetas culturales, como han intentado hacer pensadores posmodernos como Michel Foucault. [7] En cambio, este paradójico proceso revolucionario puede entenderse mejor a través de la lente de la lucha de clases. Más concretamente, fue la insurgencia de la clase obrera, las clases medias y los pobres urbanos en respuesta a un proceso desigual de desarrollo capitalista, contra el odiado y dictatorial sha, respaldado por Estados Unidos, lo que generó un descontento social generalizado dirigido contra la monarquía y el imperialismo.
Así pues, la revolución iraní tuvo un carácter profundamente democrático. Pero a medida que se desarrollaba, fue adquiriendo cada vez más rasgos de una revolución obrera. Si la clase obrera no fue capaz de tomar el poder político, ello se debió a la debilidad política de la izquierda y a la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de impulsar un programa de revolución socialista.
La izquierda en Irán
Las mayores organizaciones de la izquierda en Irán estaban vinculadas, de diferentes maneras, a la idea de que la revolución iraní no podía ser socialista.
El mayor partido de izquierda de Irán era Tudeh (Masas), que contaba con al menos 100.000 miembros y tenía una importante influencia entre los trabajadores. Tudeh estaba orientado hacia la Unión Soviética en un momento en que el centro del estalinismo mundial se dirigía hacia el colapso. El partido creía que la revolución podía crear un gobierno burgués más progresista, similar al que había sido derrocado en 1953, una alianza con el ala nacionalista de la burguesía se consideraba una etapa necesaria en el camino hacia el socialismo. Basándose en esta teoría de una revolución por etapas, apoyaron a Jomeini, incluso cuando su régimen comenzó a reprimir a sectores cada vez más amplios de la izquierda.
Tras la victoria de la Revolución Cubana en 1959, las organizaciones de izquierda de todo el mundo adoptaron la estrategia de guerrilla inspirada por el Che Guevara. En la década de 1960 surgieron dos organizaciones de este tipo en Irán. La primera fue la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán (POIM, o MEK en persa), que intentaron combinar una lectura izquierdista del Islam con ideas marxistas. El segundo, los Fedayines del Pueblo, eran más tradicionalmente "marxistas-leninistas", es decir, estalinistas. Estos, que habían emprendido la lucha armada bajo el régimen del sha, movilizaron a cientos de miles de seguidores durante la revolución.
La debilidad de estos grupos guerrilleros no era sólo que identificaban a pequeñas unidades armadas, por naturaleza aisladas de las masas, como el sujeto revolucionario decisivo. La teoría de la guerra popular prolongada desarrollada por Mao Tse-tung, o la del foco elaborada por el Che Guevara, nunca fueron concebidas como estrategias para vencer al capitalismo y construir el socialismo. Por el contrario, eran estrategias fundamentalmente etapistas que empleaban medios militares para crear gobiernos que unieran a los obreros y campesinos con las alas supuestamente "nacionales" y "progresistas" de la burguesía. [8]
Así, aunque los muyahidines y los fedayines tenían una apariencia infinitamente más "militante" que Tudeh, compartían el mismo objetivo estratégico: el establecimiento de un gobierno burgués "progresista". Estas guerrillas representaban una forma armada de colaboración de clase: el reformismo armado. Estaban constantemente divididos por la cuestión de qué ala de la burguesía debía ser "progresista". Los muyahidines identificaron originalmente a Jomeini como progresista, pero pronto cambiaron su lealtad a las alas más proimperialistas de la clase dominante. El MEK desertó posteriormente al régimen proimperialista de Irak. Los fedayines se dividieron entre una mayoría que apoyaba críticamente al nuevo régimen y una minoría que inició una nueva guerra de guerrillas contra él. Sin embargo, incluso esta minoría se aferró a su concepción etapista.
Había una alternativa al etapismo, que el estalinismo había retomado de la socialdemocracia e impuesto al movimiento comunista internacional. El trotskismo en Irán estaba representado por dos organizaciones diferentes. El Partido Socialista de los Trabajadores (HKS) fue fundado por estudiantes iraníes que se habían unido al Secretariado Unificado de la IV Internacional mientras estudiaban en Gran Bretaña. El HKS estaba alineado con la dirección europea del Secretariado Unificado europeo en torno a Ernest Mandel. El Partido Obrero Revolucionario (HKE), por el contrario, fue formado por estudiantes iraníes que habían estado en Estados Unidos y estaban más cerca del Socialist Workers Party, la sección hermana estadounidense del S.U., cuyos dirigentes estaban empezando a romper con el programa de la revolución permanente (aunque sólo dieron este paso públicamente unos años después).
Estas dos tendencias diferían sobre cómo relacionarse con el movimiento antiimperialista que había sido cooptado por los mulás. El HKE estaba dispuesto a abandonar cualquier principio socialista para mantener su apoyo al nuevo régimen. Incluso apoyó de forma crítica el decreto que obligaba a las mujeres a vestirse de forma islámica. ¿Por qué? “La verdadera cuestión es la ... lucha de toda la sociedad contra el imperialismo americano”. [9] El apoyo de la HKE continuó incluso cuando el régimen reprimió a la izquierda, incluidos los trotskistas.
El HKS, por el contrario, negaba que Jomeini representara el “verdadero antiimperialismo”: declaraba, de forma premonitoria, que “el verdadero antiimperialismo significa... el establecimiento de una economía planificada”. [10] El HKS pudo ganar cierto peso político, especialmente entre los trabajadores árabes de la provincia de Juzestán, que luchaban por sus propias reivindicaciones nacionales y sociales. Sin embargo, este peso atrajo la atención del régimen, y los miembros del HKS fueron detenidos y condenados a muerte ya en 1979.
En última instancia, las tendencias trotskistas —fundadas por exiliados que regresaron a Irán al estallar la revolución— no estaban lo suficientemente organizadas para resistir la represión cada vez más asesina. En 1983 fueron aplastados y obligados a exiliarse. Ese año, los miembros del Secretariado Unificado elaboraron un balance en el que criticaban el apoyo de su tendencia a las posiciones pro-Khomeini, ya que la HKE era una sección oficial. [11] Pero parece que las décadas en el exilio llevaron a su disolución. No tenemos constancia de la existencia de tendencias trotskistas en Irán en la actualidad, con una excepción que trataremos en el siguiente apartado. [12]
Una mención especial corresponde a la tendencia en torno a Mansoor Hekmat, cuyo legado es continuado por diferentes facciones "obrero-comunistas" en el exilio y la Komalah en el Kurdistán iraní. Cuando la Revolución iraní apareció en el horizonte, Hekmat rompió con un dogma central de todas las corrientes de influencia estalinista cuando declaró correctamente que la idea de una "burguesía nacional progresista" era un mito. Sin embargo, Hekmat defendió simultáneamente un dogma igualmente perjudicial que el estalinismo había adoptado del marxismo reformista de la II Internacional: la idea de que Irán no estaba "maduro" para el socialismo. Combinando estas tesis incompatibles, Manzoor desarrolló una interesante hipótesis similar a la que V. I. Lenin postuló para Rusia en 1905: la clase obrera iraní, constituyéndose como un polo político independiente, podría dirigir la revolución democrática que la burguesía iraní era demasiado débil y demasiado cobarde para llevar a cabo. Y una revolución democrática tan profunda en Irán, dirigida por la clase obrera, sería una chispa para las revoluciones socialistas en países más avanzados; y éstas, a su vez, permitirían a la democracia radical iraní avanzar hacia la construcción socialista. [13] Esto es muy similar a la hipótesis de Kautsky para Rusia en 1905. [14]
Esta elaboración es muy interesante por su insuficiencia, pone de manifiesto el necesario avance teórico que articuló por primera vez León Trotsky en 1906: la clase obrera, colocándose a la cabeza de la lucha por la democracia y estableciendo su propio poder en forma de gobierno obrero, no puede limitarse a un programa democrático. Incluso si el partido obrero lo intentara, se encontraría con la obstrucción, el sabotaje y, en última instancia, la contrarrevolución sangrienta de la burguesía. ¿Cómo podrían los trabajadores tener el poder político y, sin embargo, dejar la economía en manos de sus explotadores?
La teoría de Trotsky sobre la revolución permanente predijo con precisión el curso que tendría que tomar la siguiente revolución rusa en 1917, mientras que los socialistas finlandeses que aplicaron el programa de la "dictadura democrática del proletariado y el campesinado" en su propia revolución de 1917-18, con la esperanza de conseguir que los capitalistas se sometieran a un gobierno democrático de la clase obrera, quedaron atrapados en sus contradicciones y fueron conducidos a una sangrienta derrota. [15] La revolución se convierte así en "permanente" en su transición de las tareas democráticas a las socialistas, y se convierte en "permanente" en un segundo sentido al extenderse de un marco nacional a uno internacional.
La teoría-programa de la revolución permanente es relevante para el Irán de hoy. Los trabajadores de Irán lucharon valientemente contra la dictadura del sha, pero no se podían obtener conquistas democráticas duraderas sin una ruptura con el imperialismo y la reorganización socialista de la sociedad. La burguesía iraní había luchado tibiamente contra el sha, pero cuando sus privilegios se vieron amenazados por el movimiento de masas, desataron toda su furia. Por eso es necesario que la clase obrera, en alianza con otros sectores oprimidos, luche para destruir el poder económico y político de los capitalistas (dentro y fuera del país). Ese es el único camino para asegurar la democracia.
Lecciones para hoy
Mirando el balance de 1979-80, está claro que la izquierda socialista revolucionaria debe evitar dos errores.
El primer error sería depositar cualquier esperanza en cualquier ala de la clase dominante, ya sean los "reformistas" que esperan unas relaciones más cooperativas con las potencias imperialistas, o los "duros" con un tono más de confrontación. Hace diez años, vimos cómo amplias franjas de la juventud y de la izquierda depositaban sus esperanzas en figuras "moderadas" del régimen en el Movimiento Verde. Pero esas figuras sólo ofrecen formas modificadas de dominación imperialista, una dependencia que tendrá que ser reforzada por nuevas formas de represión interna.
El segundo error sería dejar que la oposición justificada al régimen clerical se transforme en apoyo a las potencias imperialistas. Esto ha ocurrido con múltiples tendencias de la izquierda iraní, la más famosa con el MEK, que hoy existe como un culto extraño que sólo es tomado en serio por los halcones más desquiciados de Washington. Pero aparte de estos ejemplos extremos, hay una tendencia mucho más extendida entre los izquierdistas iraníes de adoptar una posición neutral ante los conflictos entre el imperialismo y el régimen iraní. Como ejemplo de esto, citaremos el artículo "Consideraciones sobre la carta abierta a Mogherini" de un grupo que se autodenomina Tendencia Bolchevique-Leninista Iraní. Comienzan con una declaración de principios que parece correcta:
En nuestra opinión, proteger la independencia política de la clase obrera de las diferentes facciones dentro del régimen capitalista gobernante de Irán y, al mismo tiempo, del imperialismo es una cuestión de vida o muerte para el movimiento obrero. Nuestra tarea es acabar con el Estado capitalista (sean cuales sean las formas de gobierno que adopte) de una vez por todas.
Sin embargo, sacan la peor conclusión posible:
Ante la amenaza de un ataque militar imperialista, no nos ponemos del lado de la burguesía "interna" ni de la fuerza "externa". Por el contrario, en este caso, nuestra tarea inmediata es paralizar su maquinaria de guerra y convertir la guerra en una revolución contra los dos lados reaccionarios de este conflicto, formando un tercer frente revolucionario; un frente formado por la clase obrera de Irán, de la región y de los países beligerantes. Nuestra tarea es entonces desenmascarar la naturaleza reaccionaria de ambos bandos de esta guerra capitalista y sus infanterías.
Este grupo reivindica la herencia de los bolcheviques-leninistas, la Oposición de Izquierda de la Internacional Comunista dirigida por León Trotsky, pero parece no conocer las posiciones antiimperialistas de Trotsky. Es perfectamente cierto que los regímenes de Estados Unidos y de Irán son ambos burgueses, capitalistas, reaccionarios, represivos... pero, ¿significan estos calificativos que podemos poner simplemente un signo de igualdad entre Washington y Teherán? El imperialismo estadounidense es el mayor aparato de asesinato en masa jamás construido. La República Islámica, en cambio, es una potencia regional crónicamente inestable que apenas puede intervenir militarmente en sus fronteras inmediatas. No es difícil encontrar una analogía. Los marxistas nunca dieron un ápice de apoyo a la dictadura proimperialista de Saddam Hussein en Irak. Sin embargo, Estados Unidos fue capaz de infligir una muerte masiva a una escala que era sencillamente imposible para Hussein: mientras este último masacró a 15.000 personas con gas venenoso, el primero exterminó a 500.000 personas con sanciones "pacíficas".
Tratemos de imaginar una guerra del imperialismo estadounidense contra Irán. Una victoria del imperialismo contra Irán implicaría una derrota para los pueblos trabajadores y oprimidos de todo el mundo. La derrota de un ataque estadounidense —incluso una derrota a manos de una fuerza reaccionaria como la República Islámica— daría un enorme impulso de confianza a las luchas de liberación en todo el mundo. Trotsky esbozó esta perspectiva antiimperialista en una discusión en 1938:
Tomo el ejemplo más sencillo y más claro. En el Brasil domina actualmente un régimen semifascista, hacia el cual cada revolucionario no puede tener sino odio. Supongamos sin embargo, que mañana Inglaterra entre en conflictos militares con el Brasil. Pregunto a usted. ¿De cuál lado estará en ese conflicto la clase obrera mundial? Por mi parte, personalmente contesto así: es claro en este caso al lado del Brasil “fascista” contra la Inglaterra “democrática”. ¿Por qué? Porque en el conflicto entre ellos no se trata de ninguna manera de la democracia y del fascismo. Si Inglaterra vence, establecerá en Río de Janeiro otro dictador fascista y pondrá al Brasil cadenas más pesadas. Al contrario, si vence Brasil, esto dará un potente impulso a la conciencia nacional y democrática del país y llevará al derribamiento de la dictadura de Vargas. Al mismo tiempo la derrota de Inglaterra será un golpe para el imperialismo británico e impulsará el movimiento revolucionario del proletariado británico.
La izquierda, tanto en Irán como a nivel internacional, tiene que formar parte de cualquier movilización antiimperialista contra la agresión estadounidense, al tiempo que rechaza cualquier apoyo político a los mulás. Es precisamente este tipo de movilización la que expondrá la incompetencia y el sabotaje del corrupto régimen clerical. Este es el momento en que la clase obrera puede presentarse como líder potencial de todos los trabajadores en la lucha por la democracia, que incluye la liberación del imperialismo. Cualquier tipo de posición " tercercampista " o "antiimperialista" —aunque pueda ser comprensible como reacción al falso antiimperialismo del régimen, y como producto de la desmoralización del exilio— sólo dejará esta lucha progresiva en manos de la lucha reaccionaria.
La poderosa clase obrera iraní puede reapropiarse de los métodos de 1979. La revolución iraní fue una de las últimas grandes luchas de la clase obrera internacional antes de que la restauración burguesa desatara su asalto a la clase obrera internacional. La derrota de los trabajadores de Irán abrió así el camino para la marcha triunfal del neoliberalismo. Una revolución exitosa en Irán habría asestado un duro golpe al imperialismo y a sus lacayos en toda la región, y habría inspirado a los trabajadores de todo el mundo.
Hoy en día, la clase obrera de Irán puede volver a ser una vanguardia para los trabajadores de la región, sometidos a una colección de camarillas reaccionarias subordinadas al imperialismo. Pero tal perspectiva requiere la construcción de una nueva dirección revolucionaria, sobre la base de un balance de la revolución anterior.
Traducción: Maximiliano Olivera.
[1] V. I. Lenin, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, capítulo 6, 1916.
[2] Assef Bayat, Workers and Revolution in Iran, London, Zed Books, 1987, p. 22.
[3] Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, New York, Cambridge University Press, 2008, p. 140.
[4] Nikki Keddie, Modern Iran: Roots and Results of a Revolution, New Haven, CT, Yale University Press, 2006, p. 235.
[5] Val Moghadam, “Socialism or Anti-imperialism? The Left and Revolution in Iran”, New Left Review 166, noviembre/diciembre de 1987, p. 14.
[6] Claudia Cinatti, “Islam político, antiimperialismo y marxismo”, ft-ci.org, 7 de julio de 2007.
[7] Janey Afary y Kevin B. Anderson, Foucault and the Iranian Revolution: Gender and the Seductions of Islamism, Chicago, University of Chicago Press, 2003.
[8] Ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires: Ediciones IPS, 2018, capítulo 6.
[9] Entrevista con Masha Hashemi, dirigente de HKE, Intercontinental Press, 18, no. 30 (4 de agosto de 1980), p. 830–32.
[10] Declaración de HKS, Intercontinental Press, 18, no. 29 (28 de julio de 1980), p. 805–7.
[11] Esta resolución, “Revolution and Counter-revolution in Iran,” está disponible en el sitio de Maziar Razi y en marxist.com de IMT.
[12] Para profundizar sobre la historia del trotskismo iraní, ver Robert Alexander, International Trotskyism, 1929–1985: A Documented Analysis of the Movement, Durham, NC: Duke University Press, 1991, p. 558ff. Para una defensa reciente del HKE, ver Barry Sheppard, The Party: The Socialist Workers Party 1960–1988, A Political Memoir, Volume 2: Interregnum, Decline and Collapse, 1973-1998, London, Resistance Books, 2005, p. 143–78, 220–31.
[13] En 1978, Hekmat sostuvo que "la revolución en Irán no es inmediatamente una revolución socialista, sino democrática". Pero simultáneamente que era "una parte inseparable de la revolución socialista mundial". Mansoor Hekmat, “The Iranian Revolution and the Role of the Proletariat (Theses)”, 1978, marxists.org.
[14] En contraste con la mayoría de los socialistas de la época, que pensaban que la próxima revolución de Rusia sería inevitablemente burguesa y democrática, Kautsky escribió en 1906 que la “promesa de Rusia es más bien el inicio de una era de revoluciones europeas que terminará con la dictadura de la sociedad socialista”. Karl Kautsky, “Revolutions, Past and Present”, 1906, marxists.org.
[15] Ver Nathaniel Flakin, “When the North Star Turned Red”, Left Voice, 2019.
Nathaniel Flakin
Periodista freelance e historiador. Escribe en Left Voice, EE. UU. y Klasse gegen Klasse, Alemania. También ha escrito bajo el seudónimo de Wladek.