A propósito del estallido de 2019 en Chile y del folleto de Rosa Luxemburg, Sobre la Constituyente y el gobierno provisional, con prólogos de Hernán Ouviña y Pierina Ferretti, publicado por la Oficina Cono Sur de la Fundación Rosa Luxemburgo, Buenos Aires, agosto de 2021.
Este folleto de 1906 acaba de ser publicado por primera vez en castellano, traducido del polaco por Anna María Kowalczyk. Los editores y prologuistas, Hernán Ouviña (autor del libro Rosa Luxemburgo y la reinvención de la política. Una mirada desde América Latina, que en su momento reseñamos aquí) y Pierina Ferretti, de la Fundación Nodo XXI de Chile, buscan tejer paralelos entre este texto y la experiencia en curso de la Convención Constitucional de Chile a partir del proceso de revuelta y movilizaciones que comenzó el 18 de octubre de 2019. También, recientemente, hicieron una presentación virtual del libro con panelistas de Chile y Argentina, incluyendo a los dos prologuistas, donde profundizaron sobre esta búsqueda de paralelos entre las experiencias de Polonia-Rusia y Chile. En este artículo haremos un repaso del trabajo de Luxemburg y luego discutiremos también sobre esta comparación, tomando los prólogos y la presentación virtual.
Luxemburg, la polaca
Sobre la Constituyente y el gobierno provisional fue escrito en Polonia durante el período en que Luxemburg volvió a su país (enero a julio de 1906) para participar de la Revolución Rusa iniciada en 1905. Está muy relacionado con otros trabajos importantes escritos en Polonia en esos meses, como ¿Qué queremos? Comentario al programa de la Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (a esta última la llamaremos en lo sucesivo por su sigla en polaco, SDKPiL), y “Ante el giro decisivo” [1]. El gran trabajo que resume toda esta experiencia es Huelga de masas, partido y sindicatos, escrito en Finlandia a mediados de 1906 tras salir de la cárcel, y dirigido a un público alemán con la intención de explicar los sucesos revolucionarios de todo el Imperio Ruso, publicado recientemente en una nueva traducción nuestra en Socialismo o barbarie, la antología de escritos de la revolucionaria polaca que acabamos de publicar.
Según Holger Pollitt [2], Luxemburg escribe este folleto en la cárcel, a mediados de 1906. Ella consideraba que la revolución, luego de la derrota de la insurrección de Moscú de diciembre de 1905, estaba pasando a una segunda fase, decisiva, donde se decidiría la lucha por el poder. Visto retrospectivamente, esto no era así, pero era muy difícil saberlo en ese entonces, y por caso también los bolcheviques en la Gran Rusia (es decir, la parte propiamente rusa del Imperio) tenían las mismas expectativas. De conjunto, la perspectiva de la SDKPiL y la de los partidarios de Lenin eran bastante coincidentes en muchos temas, y de hecho el período de mayor colaboración entre ambos se extendería de 1906 a 1912. Luxemburg y Lenin coincidían en que la revolución en el Imperio Ruso tendría en lo inmediato un carácter burgués, debido a que las condiciones no estaban maduras para un desarrollo socialista, como sí podría ocurrir en la Europa Occidental desarrollada (por caso, Alemania). Para la marxista polaca, para que la revolución triunfara debía imponerse un gobierno provisional obrero que luego convocara a una Asamblea Constituyente sobre la base del sufragio universal, incluyendo a todas las clases sociales, que debía introducir medidas democráticas revolucionarias [3]. El objetivo de la Constituyente sería introducir la igualdad formal mediante la puesta en pie de una república democrática en todo el territorio del imperio para que las clases sociales y la lucha entre ellas se pudieran desarrollar plenamente. No obstante, contra la visión típica de los mencheviques de que a Rusia le había llegado su 1789 (algo que ellos entendían como una revolución democrática dirigida por la burguesía) y que la historia se repetía como una cadena rígida de eslabones necesarios a pesar de haber pasado más de un siglo, en Huelga de masas, partido y sindicatos sostenía que había que considerar a la revolución en Rusia “menos como el último eslabón de la vieja revolución burguesa y más como la precursora de la nueva serie de revoluciones proletarias de Occidente”. Esto se debía a que la burguesía ya ocupaba una posición dominante en lo económico en la sociedad rusa y que la revolución democrático-burguesa también implicaba una dura lucha de clases contra la propia burguesía, que era cobarde frente a la autocracia. Como dice Luxemburg en el folleto: “Hoy en el Imperio Ruso, la clase obrera ya no sigue el liderazgo de la burguesía, sino que lucha por sí misma, en nombre de sus propios intereses” (p. 32). El panorama de las visiones de la revolución en el ala izquierda de la socialdemocracia del imperio se completaba con la de Trotsky, que consideraba que esta contradicción que veía Luxemburg llevaría a que la revolución, si quería triunfar, no podía detenerse en los marcos del capitalismo y debía combinarse las tareas democráticas con las socialistas.
Salvando las grandes distancias que implican una revolución como la rusa de 1905 y el proceso chileno de revuelta de 2019, que no llegó desatar una situación revolucionaria abierta, Sobre la Constituyente y el gobierno provisional de Luxemburg plantea aristas muy sugerentes para alumbrar los problemas actuales del proceso chileno. Veamos por ejemplo lo que dice la revolucionaria polaca al comienzo del texto:
Pero el heroísmo y la valentía de las masas por sí solas no son suficientes. Igual de importante y necesaria para la victoria final sobre el zarismo es (…) que la clase obrera comprenda con total claridad por qué está luchando, que sepa exactamente lo que quiere lograr, qué pasos tomar para hacer realidad la libertad política por la cual está luchando. En todas las revoluciones modernas –en Francia, en Alemania– las masas del pueblo trabajador lograron milagros de valentía cuando fue necesario derrocar los viejos gobiernos. Pero tan pronto como se obtuvo la victoria y se trató de establecer un nuevo orden, el pueblo no supo en su mayor parte cómo poner manos a la obra, y, o bien esperó pasivamente hasta que otros les arrebataron bajo sus narices los frutos de su lucha, o tuvo esperanzas e imaginaciones completamente ilusorias sobre lo que había que hacer, y el final cada vez fue el mismo (pp. 31-32).
Estas palabras luego se confirmarían varias veces durante todo el siglo XX, particularmente en la Revolución Alemana de 1918-19, que tuvo a Luxemburg como participante, ya que la socialdemocracia alemana le arrebató los frutos de la lucha a los trabajadores y alimentó todo tipo de ilusiones.
Pero, volviendo a Polonia en 1906, así es como se imagina Luxemburg el triunfo revolucionario:
Imaginémonos por un momento que ya ha habido otro estallido revolucionario general, un estallido violento y simultáneo en el Estado entero, de lo contrario no podemos pensar en la victoria sobre el zarismo. Imaginémonos que un levantamiento revolucionario general asedia al gobierno por todos lados (...) [Esto] no es en absoluto una hermosa fantasía, porque (...) ya ha sucedido por separado en el curso de la Revolución en diferentes momentos, ya ha sido realidad. El escenario expuesto se basa en reunir y concentrar todos estos momentos en uno y es precisamente esta concentración la que asegurará la victoria de la Revolución, y todo el curso de acontecimientos se encamina hacia ella.
La concentración y reunión de todos esos momentos en uno es el objetivo del arte de la estrategia en el período de la lucha directa por el poder, que los bolcheviques concibieron como “el arte de la insurrección”, basándose en la experiencia del levantamiento derrotado de Moscú de diciembre de 1905. Luxemburg tenía una visión distinta de este problema, que no vamos a abordar acá [4]. ¿Qué sigue a ese momento decisivo?:
[E]n el momento mismo de la victoria el proletariado luchador debe tomar el poder en sus propias manos no con el propósito de instaurar un gobierno regular, sino para establecer un llamado Gobierno Provisional cuyo único papel será mantener el poder hasta que se completen las tareas de la Revolución y el nuevo orden impere (p. 35).
La tarea de ese gobierno sería asumir todo el poder real para, forjando un nuevo Estado, utilizarlo como arma de represión contra la reacción vencida y para evitar que lo que queda del antiguo régimen, por la vía de sus personeros, se vuelva a hacer del poder a la primera pausa del combate. Esto incluirá desarmar inmediatamente a las tropas y la policía del régimen depuesto y el armamento del pueblo revolucionario. Luego plantea una serie de medidas democráticas a introducir con el fin de superar lo que había sido hasta ese momento el destino de las revoluciones burguesas: “[E]l pueblo trabajador siempre ha podido ganar y nunca ha podido disfrutar de su victoria” (p. 36).
Pero todo esto, en ese momento, para Luxemburg no significaba un nuevo orden político permanente del Estado. Cuál sería ese orden permanente sería algo que solo podía decir una Asamblea Constituyente convocada y sesionando sobre las ruinas del Estado anterior. Para la revolucionaria polaca, los revolucionarios socialdemócratas debían intervenir en esa Constituyente buscando establecer un régimen democrático burgués lo más radical posible que deje en las mejores condiciones para la preparación política de la clase obrera y el desarrollo del país para acortar todo lo que se pudiera el tránsito desde la revolución burguesa hasta la nueva etapa de la lucha por el socialismo, para el cual hacía falta primero instaurar ahora un tipo de gobierno con un contenido social y económico distinto al del gobierno obrero provisional de la revolución burguesa: la dictadura socialista del proletariado. El tránsito de una etapa a la otra dependería, a su vez, del desarrollo de la revolución socialista en Occidente, para la cual la Revolución Rusa debía ser un acicate.
Volviendo a la revolución democrática, el gobierno provisional y la Constituyente en Rusia, para Luxemburg el nuevo orden democrático revolucionario no sería instaurado simplemente “charlando” en la Asamblea, sino que las masas obreras debían presionar constantemente a sus diputados para que no se desviaran de ese camino y a la vez, en la retaguardia, esa Asamblea debía apoyarse en el armamento del proletariado para asegurar que pudiera sesionar sin problemas.
A partir de la página 47 de la edición de este folleto comienza otro debate respecto a la Constituyente que existía entre los partidos socialistas en la Polonia rusa en ese momento: “¿[D]eberíamos esforzarnos por convocar a una constitución general para todo el Estado después del derrocamiento del absolutismo, o deberían los obreros polacos exigir que se convoque para Polonia una Constituyente polaca separada, y otra rusa para Rusia?”. La que sostenía la primera posición era la SDKPiL, aunque habría que decir que, con particular énfasis dentro de ella, Luxemburg y Jogiches, mientras que la segunda posición era la de los sectores que provenían del rival Partido Socialista Polaco (PPS). Luxemburg consideraba una cuestión de principios fundamental oponerse a la independencia de Polonia de Rusia y a la refundación de un Estado polaco con las otras áreas que se encontraban bajo dominio de Alemania y de Austria, porque consideraba que iba en sentido contrario al desarrollo de las fuerzas productivas y de los prerrequisitos para la revolución socialista. Este es un tema complejo sobre el que no nos vamos a extender aquí, para lo cual remitimos a este artículo.]]. Tradicionalmente se ha aceptado la imagen que planteó Rosa Luxemburg de que la división de la izquierda en Polonia obedecía, por un lado, a una postura “internacionalista” (SDKPiL) y, por el otro, una postura “nacionalista” encarnada en el PPS, que aunque también hablara de socialismo en realidad se habría tratado de un partido “social-patriota” que no buscaba otra cosa más que crear un Estado capitalista polaco. Los prologuistas del folleto que comentamos también dan por cierta esta imagen, a pesar de que hay investigaciones más recientes que dan una visión algo distinta [5]. En primer lugar, el PPS en 1906 se había dividido entre un ala que cada vez más se dirigía hacia un tipo de nacionalismo pequeñoburgués militarista, dirigida por Józef Piłsudski (quien notablemente haría una trayectoria similar a Mussolini luego, del socialismo al fascismo) y, por el otro, el “PPS de izquierda”, que combinaba la lucha por la autodeterminación nacional con el socialismo (de la misma manera que lo hacía buena parte de la socialdemocracia europea y rusa de la época respecto a la cuestión polaca).
Luxemburg, la chilena
Ahora pasemos a los prólogos de los editores y la discusión sobre la actualidad de este folleto respecto al proceso chileno. Hernán Ouviña, en su prólogo, escribe lo siguiente:
Más allá de los pormenores y de las evidentes diferencias de época, este texto inédito de Rosa brinda varios aportes que consideramos de enorme vigencia para el Chile actual (…) Uno de los interrogantes comunes que circundan las apuestas emancipatorias de estos territorios y subyace a la reflexión luxemburguista es cómo desarticular regímenes profundamente autoritarios, basados en Estados monoculturales y monolingües, que vetan la participación popular y garantizan diversas formas de explotación, despojo y precariedad de la vida (…) Una (…) cuestión es la referida a la combinación de movilización callejera, autoorganización y presión popular desde abajo –construida por fuera de espacios institucionales–, con disputa y lucha dentro de instancias como la Constituyente o los ámbitos subnacionales de gobierno (ya sean municipios o ayuntamientos locales). El pueblo trabajador no debe dispersarse ni tampoco “se trasladará del todo de la calle a la sala cerrada de la asamblea”, aclara Rosa. Por el contrario, “debe permanecer en orden de combate, con los ojos puestos en la Constituyente, presionar constantemente a la burguesía con su fuerza, recordarles esta fuerza con manifestaciones, apoyar las demandas de los diputados obreros en la Constituyente a través de una incesante agitación de masas en las calles” (pp. 12-14).
Tanto en los prólogos como en la presentación virtual del libro, llamada Pre-textos Constituyentes: Rosa Luxemburgo y la reinvención de Chile, se plantean una serie de lecturas que podría decirse que fuerzan el texto de la revolucionaria polaca. En primer lugar, el eje de la apropiación que se hace del texto fuerza similitudes entre la actual Convención Constitucional chilena y la Asamblea Constituyente que Luxemburg propone como parte del programa de la revolución de 1905, que sin embargo, por la derrota de ese proceso, nunca llega a ver la luz y, por lo tanto, sus indicaciones sobre cómo intervenir en una eventual asamblea de este tipo son hipotéticas. Por otro lado, se suele pasar por alto que la Convención chilena actual tiene poderes muy limitados y que no es, precisamente, revolucionaria: no surgió del triunfo de una revolución ni fue convocada por un gobierno revolucionario, sino que, en realidad, vio la luz precisamente como un intento de desvío del estallido social de octubre de 2019 por parte del régimen heredero del pinochetismo, a partir de la “cocina parlamentaria” entre Piñera y los diputados del Frente Amplio encabezados por Gabriel Boric. Más aún, la decisión de convocar a elecciones a esta convención fue tomada ante el peligro de que no se pudiera contener la agitación social y que las tendencias a la organización de los trabajadores desbordaran a la burocracia sindical de la CUT y se desarrollara un proceso similar a lo que Rosa Luxemburg llamaba huelga de masas, lo cual podría haber planteado una situación revolucionaria y la posibilidad de la caída del gobierno de Piñera. Hay que decir que en la charla-presentación dos de los panelistas desde Chile (Claudio Alvarado Lincopi –Vocería Plurinacional y referente mapuche– y Pierina Ferretti, una de los prologuistas del folleto) reconocen al pasar algunos de estos límites de la Convención Constitucional. No obstante, lo que nunca está planteado es precisamente la idea de desvío del estallido para contener la protesta hacia carriles institucionales ni el rol fundamental de la izquierda reformista chilena en ello (tanto del Frente Amplio como del Partido Comunista, que dirige la central sindical, CUT). Más bien lo que recorre los textos y las intervenciones es una idea de continuidad sin saltos ni mediaciones del proceso chileno, donde la Convención Constitucional sería “la segunda fase”. Por otro lado, esta visión también tiende a borrar los límites entre formas distintas de impugnación social, como ser la revuelta o los estallidos (Chile 2019) y una revolución (Rusia-Polonia 1905). Esto no se trata de un mero preciosismo conceptual ni de un puro dogmatismo, sino que hace a una evaluación de las posibilidades que se abren a la acción política. En las revueltas se trata de acciones espontáneas que liberan las energías de las masas y en las que puede haber grandes niveles de violencia aunque su objetivo sea presionar al orden existente para obtener concesiones. Las revoluciones, que coinciden con ellas en cuanto a la carga de violencia, por el contrario tienen como objetivo reemplazar ese orden. Más allá de eso, no hay un muro entre ambas. En las revueltas se encuentran latentes los elementos para superar esas acciones de resistencia o de presión. Pueden engarzarse dentro de un proceso más amplio y conformarse como eslabones de una revolución y abrir ese proceso, o pueden ser canalizadas dentro del régimen mediante reformas y desviadas, con el fin de bloquear la apertura del proceso revolucionario, que fue el objetivo de la “cocina parlamentaria” chilena cuando decidió la convocatoria a la Convención Constitucional. Todo esto está presente en la teoría de Rosa Luxemburg, a pesar de que muchas veces se la presenta, equivocadamente, como una supuesta teórica de la pura espontaneidad. El desarrollo desde la revuelta hacia la revolución depende, en particular, de la posibilidad de la clase trabajadora y del movimiento de masas de avanzar en su conciencia y organización. Precisamente dependiendo del nivel alcanzado por estas últimas, para Rosa Luxemburg era táctico participar o no en un organismo de desvío como la Convención chilena. Por eso, dadas las circunstancias, nuestros compañeros del Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR) de Chile decidieron participar presentando candidaturas. Ahora bien, salteándonos doce años, de Polonia en 1906 a Alemania en 1918, Pierina Ferretti se refiere en su prólogo a la postura de Luxemburg sobre la Asamblea Constituyente durante la Revolución Alemana [6]:
En el Congreso fundacional del Partido, donde Rosa oficia como una de las principales oradoras, se discute si participar o no en las elecciones convocadas para elegir una Asamblea Nacional que tendría el objetivo de redactar una nueva Constitución. Rosa defendía la posición de participar y de dar una disputa por el programa espartaquista al interior de la Asamblea. “Queremos implantar un signo victorioso dentro de la Asamblea Nacional, apoyados por la acción de afuera, queremos hacer volar desde dentro ese bastión”, argumentaba. Sin embargo, su postura fue derrotada de forma contundente.
Esto es cierto, pero hay que señalar algunas cosas. Primero, que al comienzo de la revolución la postura de Rosa Luxemburg (y de toda la Liga Espartaco) era contraria a la Asamblea Nacional. ¿Por qué? Porque habían surgido los consejos de obreros y soldados en todo el país. Los espartaquistas veían en ellos el embrión de un gobierno obrero revolucionario que remplazara al gobierno de Friedrich Ebert que buscaba mantener el orden capitalista. En ese marco, la Asamblea Nacional estaba pensada por el régimen para desviar y canalizar la revolución, y así bloquear la posibilidad de que se siguiera desarrollando el proceso revolucionario y que la extrema izquierda, donde estaban los espartaquistas, que eran una corriente muy minoritaria, lograra la dirección. Luxemburg y los principales dirigentes espartaquistas sacan la conclusión de que había que cambiar de táctica y participar de las elecciones a la Asamblea luego de que el congreso nacional de consejos de obreros y soldados rechazara explícitamente tomar el poder. La mayoría del recién fundado Partido Comunista no acuerda en esto con Luxemburg y otros dirigentes y entonces se vota mantener la táctica de boicot. Por otra parte, Luxemburg no pensaba tanto la intervención en la Asamblea en el sentido de pelear por el programa espartaquista sino más bien como una forma de desenmascarar los límites de ese órgano y mostrar la necesidad de desarrollar los consejos obreros y apuntar a un gobierno basado en ellos:
Les digo que es precisamente gracias a la inmadurez de las masas, que aún no han entendido cómo llevar el sistema de consejos a la victoria, que la contrarrevolución ha logrado establecer la Asamblea Nacional contra nosotros como un baluarte. Ahora nuestro camino nos conduce a través de este baluarte. Es mi deber utilizar toda la razón para luchar contra él, entrar a la Asamblea Nacional para golpear la mesa con el puño, porque la voluntad del pueblo es la ley suprema. (...) Tenemos que demostrar a las masas que no hay mejor respuesta a la decisión contrarrevolucionaria de barrer el sistema de los Consejos de obreros y soldados que hacer un gran pronunciamiento de los votantes eligiendo a personas que están en contra de la Asamblea Nacional y a favor del sistema de los Consejos. Este es el método activo para redirigir contra el pecho del enemigo el arma que hoy apunta contra nosotros [7].
Es decir, a partir del comienzo de la Revolución Alemana, Rosa Luxemburg claramente desarrolla un pensamiento respecto a las tácticas a adoptar frente a instancias como una Constituyente en el sentido de llevar al poder a los consejos obreros, sin tener ninguna expectativa en que una Asamblea convocada por un gobierno capitalista logre implantar un programa socialista.
Luxemburg y el problema del poder
Pierina Ferretti, en el video presentación, sostiene que Luxemburg no aspiraba a una izquierda marginal y solo crítica, sino que aspiraba al poder, “por supuesto en un momento donde se entendía que el problema del poder era tomar el poder. Han pasado 100 años. El poder no se toma, se construye. Que no basta con tenerlo. Porque se puede tener el gobierno pero después todo se va a las pailas, porque el poder existe en otros ámbitos de la sociedad”. (1h :42’).
El problema es que precisamente ahí está la clave del pensamiento estratégico. La izquierda reformista chilena históricamente ha “tomado el poder” en el sentido de acceder al gobierno sin desmontar el aparato estatal capitalista, que es el comité de administración del conjunto de la clase que detenta el poder cuya fuente original está en el control de los medios de producción, control que ese mismo Estado apuntala. La experiencia de la Unidad Popular entre 1970-1973 que llevó a la derrota de la Revolución Chilena atestigua este tipo de fracaso en el uso “instrumentalista” del Estado capitalista, pretendidamente para fines que le son ajenos por naturaleza, como la introducción del socialismo. No se le puede adjudicar ni a Rosa Luxemburg ni al marxismo revolucionario ese tipo de “toma del poder”. Este problema no se soluciona tampoco mediante la combinación de ese tipo de gobiernos reformistas con la “presión desde abajo” para corregirlos, como se sugiere en la presentación. La centralidad estratégica de la clase trabajadora, a la cual también se disuelve en la multitud en general que intervino en la revuelta, está muy relacionada con el problema del poder. No se trata de hacer, por un lado, ni un culto esencialista y un fetiche de la clase obrera “de mameluco” ni, por el otro, la tentación opuesta de disolverla en el pueblo en general, que es el espejo de la primera. Se trata de buscar las formas de que los trabajadores rompan el corsé de la burocracia sindical para ir en el sentido de la huelga de masas como la pensaba Rosa Luxemburg. Esta no es un evento puntual tipo una huelga general como las que conocemos, sino que la revolucionaria polaca lo ve como un proceso que combina distintas formas de lucha que tienen como hilo afectar el poder de los capitalistas en el centro mismo de ese poder con el objetivo final de hacer hocicar a la burguesía. Es decir, el poder sigue teniendo una base material concreta que hay que atacar, de la cual se derivan relaciones sociales de dominación con su múltiple trama de opresiones que exceden lo económico. Si no se resuelve el problema del poder estatal, la experiencia de Chile demuestra (y lo reafirma en la elección presidencial del último 21 de noviembre) que el Estado capitalista es una máquina constante de producir personajes como los Pinochet cuando tiene que enfrentar una revolución o, como ahora, un Kast, que reivindica abiertamente la obra de Pinochet, cuando quiere cerrar definitivamente un estallido como el de 2019 que considera que eventualmente puede desarrollarse peligrosamente para su dominio. El desvío de la cocina parlamentaria apoyado por la izquierda reformista precisamente no es “la apertura de la segunda parte” de la revuelta [8], como sugieren los editores del folleto a partir de su lectura de Luxemburg, sino un elemento clave que ayudó a la burguesía primero a ganar tiempo, luego a recuperarse y ahora a volver a tener confianza para pasar a la contraofensiva.
Esta experiencia abrió un ciclo de lucha de clases intenso con resultado aún abierto. La burguesía y la derecha chilenas tienen una tradición contrarrevolucionaria muy dura que emerge en cada momento decisivo y rechaza ilusiones del estilo de esquivar el problema del poder estatal y apostar a que se pueda superar la herencia del pinochetismo ejerciendo presión sobre una convención constitucional muy limitada. También está abierta la posibilidad de que la clase trabajadora y los movimientos como el de los pueblos originarios, las mujeres y los migrantes superen la trágica tradición de la izquierda reformista chilena de la “vía pacífica al socialismo”. El marxismo de Rosa Luxemburg es parte de una tradición opuesta.
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