Las tensiones oficialistas en el palacio y en las calles. Postales de un fracaso: Feletti vuelve a amenazar y los precios siguen subiendo. De fondo, el marco de una decadencia nacional que se agudizará bajo el virreinato del FMI.
Sábado 26 de marzo de 2022 00:11
El joven mira al notero. En la sonrisa se descubre el malestar, la incertidumbre. La dificultad de responder. Es mediodía y La Cámpora marcha desde la ESMA a Plaza de Mayo. El entrevistado no puede o no quiere responder acerca del acuerdo con el FMI y los pagos de la deuda pública. Postales de impotencia y crisis.
Suturas
Las cartas están sobre la mesa. Y, sin embargo, dicen poco y nada. Vacíos llamados a la unidad y la moderación; uso excesivo de adjetivos; alguna firma que se repite.
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En esa grieta interna trazada al interior del Frente de Todos se adivinan las marcas de un fracaso. Aquel que encontró expresión electoral en las PASO y las generales de 2021. El mismo que parece parir esa suerte de precario e inestable “centro político” que garantizó al acuerdo de ajuste con el FMI en Diputados y el Senado.
Sin embargo, en el barro de las tensiones internas, las distintas alas del oficialismo hacen un esfuerzo por tender puentes hacia un acercamiento entre sus tendencias. No los une nada más que el espanto que les devuelve el espejo de las elecciones de 2023. Desde el reclamo de los intendentes, pasando por el genérico llamado a la unidad del presidente hasta el hiriente cometario de Andrés Larroque, todo va enderezado en aquel camino.
Cerrar la herida no equivale a que la quebradura sane. Los mensajes de unidad reflejan la mutua impotencia de todas las fracciones peronistas. Una suerte de “empate catastrófico” -parafraseando libremente a Juan Carlos Portantiero- entre quienes cuentan votos y poder en el Conurbano bonaerense y quienes manejan fierros a nivel de provincias y sindicatos.
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Anotemos que, en ese contexto, la movilización realizada por el kirchnerismo este 24 de Marzo es contabilizada como parte de la interna. “Copar la calle” para marcar relación de fuerzas. La intención y la idea parecen, por lo menos, discutibles. Si esa entelequia en formación que se llama “albertismo” existe, cuenta su propia tropa para bajar al terreno en movimiento afines -como el Evita- y en sectores de la burocracia sindical.
Nada permite pronosticar que ese territorio sea el utilizado para la disputa interna. El kirchnerismo se cuidó finamente de no tomar las calles cuando se discutía el acuerdo con el FMI. Nada indica ahora que haya una nueva fecha en calendario. Menos aún protestas planificadas en contra de las consecuencias del ajuste en curso.
Eso de que La Cámpora "elige la calle" no se notó cuando había que enfrentar el acuerdo con el FMI. Más bien eligieron el silencio. Y fuerte.
— eduardo castilla (@castillaeduardo) March 24, 2022
Posiblemente haya que contabilizar la marcha esencialmente como un mensaje hacia dentro de sus filas. Cuando Máximo Kirchner dijo que “la autocompasión es el peor de los caminos” pudo estarle hablando a la golpeada tropa camporista, que viene de “escuchar” el silencio de sus diputados y senadores frente a la votación de la entrega nacional.
Una perspectiva opuesta se vio en el acto -también masivo- convocado por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia este mismo jueves. La denuncia al acuerdo con el FMI y la necesidad de enfrentar sus consecuencias ocuparon el texto del documento leído y fueron grito de decenas de miles de gargantas. La siempre imprescindible Norita lo resumió al decir que “los 30.000 no aceptarían al Fondo Monetario”.
La inflación de los relatos
Como un bucle temporal que se reitera al infinito, esta semana Feletti volvió a amenazar con la aplicación de la Ley de Abastecimiento y sanciones contra las empresas por el dramático ascenso de los precios. A fuerza de repeticiones, las intimidaciones del funcionario son ya parte del paisaje. Una suerte de “haz tu gracia Roberto”, que posiblemente calme conciencias, pero no garantiza una baja en el precio de insumos vitales para las grandes mayorías.
La impotencia del Gobierno frente a la suba de precios no es tal. Tal como se ha explicado, el acuerdo con el FMI supone una necesaria cuota de inflación que ayude a licuar las partidas del gasto público. El “equilibrio fiscal” que tanto entusiasma a Martín Guzmán se logra a costa del hambre popular. Ese sendero es, al mismo tiempo, una tensa cuerda floja sobre la cuál se camina. Cualquier descontrol inflacionario pondría en crisis aguda el nivel de vida de las mayorías, al tiempo que desestabilizaría fuertemente al régimen político.
A ese plan acompaña, sin embargo, una complacencia ante el gran empresariado que se explica a partir del carácter de clase del Gobierno nacional y el Frente de Todos. Afectar la gran propiedad capitalista aparece fuera del menú del oficialismo. El “caso Vicentin” es una patente ilustración de como los relatos mueren antes de tocar siquiera una astilla del poder capitalista. El devenir de esa estafa -alguna vez bandera de la soberanía alimentaria- lo detalla acá Lucía Ortega.
En este terreno, igual que en muchos otros, las diferencias entre albertismo -de cuya existencia seguimos dudando- y kirchnerismo son pocas y nulas. Este viernes, en elDiarioAr, el periodista Alejandro Rebossio describe las salidas que propone un documento elaborado en el Instituto Patria. Las ideas allí listadas no están muy distantes de la impotencia que despliega Feletti. Las propuestas se hallan lejos de afectar seriamente los intereses de los grandes monopolios alimenticios y las exportadoras responsables de la formación de precios.
Detengámonos solo en un aspecto. Para lo demás se remite a la detallada nota de Rebossio. Parte del proyecto kirchnerista señala que “la implementación de la IDE [intervención directa del Estado. NdR.] mediante una empresa estatal ad hoc generará enormes expectativas, pero no garantiza en modo alguno el control de los precios al consumidor final de sus productos”.
Si se deja de lado el hecho de que YFP suele encabezar los aumentos de precios en el sector, se puede poner en debate otra cuestión. ¿Qué rol debería tener una empresa estatal de alimentos? ¿Se haría al margen de las empresas existentes, de manera paralela? ¿Una suerte de “pyme” creciendo al lado de las grandes alimenticias y exportadoras que hoy existen, dejando intacto su poder y sus ganancias?
El monopolio estatal del comercio exterior planteado por la izquierda parte de esa realidad. Del hecho -evidente- que 11 empresas controlan las exportaciones de harina y aceite de soja. O que solo tres monopolizan la producción de alimentos en el sector lácteo.
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El Estado y una presencia en crisis
Hace algunos años, reseñando un interesante libro sobre América Latina, resaltábamos una sentencia de Andrés Malamud, quien decía que “los padres de la voluntad política resultaron ser la soja y el petróleo. Pero la madre es China”.
El ciclo de los (mal) llamados gobiernos populistas trajo consigo la idea del “Estado presente”, que actuaba como "reparador" de las inequidades creadas por el libre mercado. Reparación que, sin embargo, no alteró varias y muchas de las conquistas capitalistas logradas bajo el momento neoliberal.
Montados sobre el súper-ciclo de las commodities y más allá de su signo político, los gobiernos latinoamericanos pudieron aparecer como gestores de esa “voluntad política” estatal. Sin embargo, atada a las desventuras de la economía internacional, la última década socavó profundamente esa concepción. Contando la invalorable ayuda del poder mediático-judicial y del gran capital imperialista, las derechas que avanzaron en Latinoamérica (Bolsonaro, Macri) se nutrieron de esos fracasos progresistas. A su vez, el hundimiento propio dio lugar a un retorno -en eso que es presentado como “segunda ola progresista”- que abrió camino al peronismo en 2019 y parece hoy abrirlo a Lula, quien -todo indica- irá de la mano del empresario Geraldo Alckmin.
El Frente de Todos nació al poder como un pálido reflejo del primer kirchnerismo. Atado y respetando el endeudamiento con el FMI y los fondos buitres “privados”; surfeando las olas de un planeta tensionado, contó la adversidad de una pandemia como no se había visto en un siglo.
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Sin embargo, ese conjunto de tensiones desnudó aún más su carácter de clase. De cara al endeudamiento externo se paró como un confeso pagador serial. En el marco de la marea pandémica se negó a tocar un peso de las ganancias de grandes laboratorios y el sistema privado de salud. Ante la creciente crisis habitacional, privilegió el negocio de los countries al reclamo de vivienda de familias humildes. Aún hoy las topadoras de Berni en Guernica son testimonio cabal de esa elección. La propiedad privada capitalista apareció como una fortaleza inexpugnable, intocable, aún a costa de la vida de las grandes mayorías.
Albertismo y kirchnerismo comparten hoy la impotencia de ese relato que presenta al Estado como reparador de los males que ofrece el llamado Mercado. Las alarmantes cifras de la inflación son hoy una de sus caras más patentes. La pobreza -infantil y global-, otras.
El Estado capitalista aparece, cada vez más, como el garante de la decadencia nacional. La necesidad de un poder propio de la clase trabajadora y el pueblo pobre emerge como alternativa estratégica. Una salida global, impuesta por la movilización revolucionaria de las grandes masas, que afectando el poder del gran empresariado, garantice un futuro para las grandes mayorías populares.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.