Santos Godino fue el ejemplo de una lectura moral e individualista de los problemas sociales que llevaban a dar sólo una respuesta represiva.
Pablo Minini @MininiPablo
Martes 16 de noviembre de 2021 17:14
Cayetano nació en 1896 y antes de los 16 años había asesinado a dos niñas y dos niños, había intentado matar a otros siete y provocado siete incendios. Murió el 15 de noviembre de 1944.
Hay que aclarar que a principios de siglo 20 estaban en cierto auge las ideas de Cezare Lombrosso, criminalista italiano para quien la criminalidad tenía orígenes biológicos y físicos. Para él podía encontrarse una correspondencia entre los actos criminales y las formas y medidas físicas del criminal. Algunos de los psiquiatras y criminólogos argentinos de la época, formados en el positivismo y en las ideas de Lombrosso, se empecinaban en ver en los rasgos físicos de Santos Godino la explicación de sus crímenes. En especial no podían dejar de ver el tamaño y forma de sus orejas. De ahí que la prensa lo llamara El Petiso Orejudo.
Cayetano Santos Godino era hijo de inmigrantes calabreses. Vivía en la zona sur de Buenos Aires, en los barrios de Almagro y Parque Patricios, zona de quintas de la burguesía que se fue convirtiendo en arrabales y rápidamente en destino de inmigrantes que vivían en conventillos.
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Madre, padre obrero de quien los diarios se encargaron de anunciar que era alcohólico, sifilítico y golpeador, nueve hijos. Esa era la familia violenta en la que nació Cayetano y de la que se escapaba desde los 5 años. El padre recurrió varias veces a la comisaría para que la policía hiciera algo con su hijo, que desde chico era brutal con animales y otros niños. Años después él contaría que ya para ese entonces había matado a una niña, pero sobre esto volveremos más adelante.
Hasta que el padre logró en 1909 que a Cayetano lo internaran en la Colonia de Menores Varones de Marcos Paz. Ese era el primer reformatorio del país, donde se enviaban a los niños "pobres, huérfanos, abandonados, delincuentes, viciosos y/o vagos”, según los escritos oficiales de su fundación. Todo niño que no se convertía en un obrero precoz o alumno aplicado y que deambulaba por las calles era candidato al reformatorio. Un depósito de niños proletarios que los principios higienistas mandaban apartar del resto de la sociedad.
Santos Godino vivió en ese ambiente rural de palizas cotidianas de parte de guardias y de otros niños donde se le enseñaban oficios vinculados al trabajo de la tierra y a leer y escribir. Durante las visitas la familia lo notaba más sosegado y salió al cabo de tres años a pedido de sus padres.
En 1912, recién salido de la colonia, provocó una serie de incendios en edificios. Y cometió tres asesinatos de niños. Lo atraparon al otro día de asesinar a un niño de dos años. Lo consideraron penalmente irresponsable por las tres muertes que se le conocían y lo recluyeron en el Hospicio de las Mercedes, en el pabellón de delincuentes. Por su violencia lo trasladaron al penal de Las Heras y al cabo de unos años al penal de Usuahia.
"Priman en él -escribió Víctor Mercante, pedagogo lombrossiano- los instintos primarios de la vida animal con una actividad poco común, mientras que los sociales están poco menos que atrofiados. Es un tipo agresivo, sin sentimientos e inhibición, lo que explica su inadaptabilidad a la disciplina didáctica. Ofrece del punto de vista físico, diversos estigmas degenerativos, los más característicos del tipo criminal”.
Se entendía que parte de su degeneración moral estaba inscripta en sus orejas deformes y por eso se lo sometió a intervenciones para achicarlas. Para decepción de los médicos y psiquiatras esas operaciones no tuvieron efecto alguno en su conducta.
En Usuahia, el 15 de noviembre de 1944 murió por una hemorragia que oficialmente se debió a una enfermedad intestinal. Pero hay quienes dicen que a Santos Godino lo mataron a golpes otros presos, enojados porque él mató al gato mascota del pabellón.
Los niños proletarios
La historia recuerda los detalles escabrosos de los asesinatos de Santos Godino: asfixia, golpes, clavos, basurales. Recuerda, también, los rasgos físicos que según las teorías de Lombrosso explicaban su violencia: petiso, orejudo, enfermo de los intestinos, cráneo deforme.
No es nueva la discusión sobre qué hacer con quienes cometen un crimen y, aún más complejo, qué hacer cuando se trata de niños. Hoy, en épocas donde hay candidatos que piden bala para los delincuentes y funcionarios que escriben en sus currículums que se han matado más de 150 personas durante su gestión, en épocas donde el debate sobre la violencia toma la forma de pedidos de mano dura, esta historia que recordamos nos aporta al debate y muestra que la solución es bastante más compleja que la reclusión o las ejecuciones.
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Cayetano Santos Godino era hijo de inmigrantes, de expulsados que cruzaron el océano para vivir marginados y en los suburbios y las borracheras. Era un niño proletario que no tenía lugar ni en la escuela ni en la fábrica ni en su familia. Digamos, en ninguna de las instituciones que tanto enorgullecen a las clases dirigentes.
Nadie hizo notar con énfasis que sus víctimas también eran proletarias. Cuando lo descubrían golpeando a un niño o una niña, en los varios intentos de homicidio que cometió, no intervino nadie más que la familia porque él y la víctima eran niñas y niños pobres. La policía apareció a veces, y otras veces ni se molestó más que en pegarle y nada más.
Su paso por el discurso médico no fue mucho mejor. Al parecer cada vez que estuvo frente a un médico o un psiquiatra el objetivo era estudiarlo y etiquetarlo de forma que quedara claro que tenía que ser apartado de la sociedad. Muchas veces, si no todas, se lo miró desde las ideas de Lombrosso sobre la determinación de la conducta criminal a partir de la forma del cráneo.
Ni en las comisarías ni en el reformatorio ni en las penitenciarías ni frente a los psiquiatras que lo entrevistaban tuvo importancia el lugar de dónde venía Santos Godino, su entorno de violencia y de exclusión. La época estaba imbuida de la lectura individual de los problemas sociales y de salud mental, aún cuando por esos años ya en Alemania o en la Rusia Soviética se entendía que el modelo reduccionista del higienismo había quedado superado y que los efectos no podían tratarse sin tratar las causas. Entender y tratar de explicar un hecho o un fenómeno social que se repite no significa disculpar los actos individuales de crueldad. Intentar un abordaje científico no significa decir que Santos Godino era inocente. Significa eso: intentar explicar sin reduccionismos y buscar la mejor forma de prevenirlos. Implica también en casos como este, donde hablamos de niños que cometen crímenes, investigar, explicar e intervenir (no sólo etiquetar) para evitar que el ejercicio de la violencia se vuelva crónico.
Hay discusiones referidas a la cuestión punitiva y a los sistemas carcelarios, pero no las tomo acá. Quedarán para otra ocasión.
Santos Godino fue el ejemplo de una lectura moral e individualista de los problemas sociales que llevaban a dar sólo una respuesta represiva. Incluso cuando esas lecturas, científicas y seudo científicas daban muestras de ser erradas, incompletas, y la solución represiva una mera forma de dominación que no sólo no resolvía el problema sino que lo agravaba.
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Su caso fue también el ejemplo de un sistema que, si bien no provoca todos los padecimientos mentales, sí gran parte de ellos y deja a las mayorías sin posibilidad de acceder a tratamiento. Claro que no todo acto criminal es llevado adelante por sujetos marginalizados o empobrecidos. Pensar eso sería estigmatizar sin fundamentos a las personas más explotadas y oprimidas. Pero cuando un acto criminal o un padecer mental se mezclan con pobreza, el sistema sólo ofrece represión o abandono, no soluciones de fondo.
Pensemos que hasta no hace mucho desde el oficialismo y la oposición se proponía el uso de pistolas Taser para contener a personas en situación de padecimiento mental. Todo esto incluso estando en vigencia la ley Nacional de Salud Mental que propone un abordaje inter y multidisciplinario no punitivo. Hay mucho trecho por recorrer y muchas peleas por dar, no sólo contra las soluciones represivas, sino contra el lucro privado de empresas de salud y de laboratorios que impiden el acceso universal a la atención en salud mental.
Dejo para el final el dato que más me impresionó en esta historia. Mencioné que a Santos Godino lo condenaron por tres asesinatos. Pero en 1906, cuando tenía 10 años, mató a María Rosa Face, de 3 años. La niña estaba declarada como desaparecida y él contó años después que la había matado. Dio la dirección del baldío donde había dejado el cadáver, pero para ese momento ya se había construido un edificio de dos pisos en ese lugar. Nadie dudó de que la declaración era cierta, pero nunca se hizo investigación ni excavación alguna. A las niñas y niños proletarios no se los busca y María Rosa aún continúa desaparecida.