El establishment político estadounidense logró atenuar los fuertes elementos de crisis orgánica de la era Trump, pero esta nueva estabilidad está lejos de ser duradera.
Jueves 2 de diciembre de 2021 01:48
Presentamos a continuación una versión resumida del artículo original Is The Honeymoon Over? Stability and Crisis in the Biden Era publicado en Left Voice, el sitio en inglés de la Red Internacional La Izqueirda Diario
Tras cuatro años de ira y activismo durante la administración Trump, el descontento y el deseo de cambio social se canalizaron en la victoria de Joe Biden en las presidenciales. Pero la promesa de "restaurar el alma de Estados Unidos" y lograr la estabilidad después de cuatro años tumultuosos es más fácil de decir que de hacer. En este artículo, analizaremos brevemente cómo los elementos de la crisis orgánica, presentes desde 2016, se han atenuado en la era Biden. Un factor decisivo para esta estabilidad temporal y relativa fue la construcción activa de lo que llamamos "reservas estratégicas" del régimen político, principalmente a través de la cooptación y sofocación del movimiento Black Lives Matter. El asalto al Capitolio el 6 de enero fue a la vez el punto álgido de una crisis orgánica en desarrollo y su punto de inflexión, ya que unió a todos menos a los trumpistas en defensa de la "democracia." Biden está al final de su período de luna de miel, y los elementos de la crisis orgánica siguen vigentes. Sin embargo, ambos partidos, aunque tienen diferencias significativas, han tenido un éxito relativo en mantener la crisis política dentro de ciertos límites, atenuando las de años anteriores.
El fracaso de un proyecto capitalista
La crisis económica de 2008 marcó el fracaso del neoliberalismo. En ese sentido, fue el fracaso de un proyecto, un componente de lo que Gramsci llama crisis orgánica.
El neoliberalismo fue una respuesta reaccionaria al agotamiento del ciclo de crecimiento capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se impuso a la clase obrera y a los oprimidos para encontrar un nuevo ciclo de crecimiento tras la crisis de acumulación de capital de los años 70, así como para sofocar los levantamientos revolucionarios de los años 60 y 70 en todo el mundo. El crecimiento económico vino, en parte, de exprimir aún más a la clase obrera: extrayendo aún más plusvalía de los trabajadores, imponiendo privatizaciones y atacando a los sindicatos. Y la restauración capitalista en el antiguo bloque soviético proporcionó al capital algo de oxígeno, al igual que la intensa tasa de explotación en China.
El neoliberalismo exacerbó las disparidades de riqueza entre lo que el movimiento Occupy Wall Street llamó el 1 por ciento y la gran mayoría de la clase trabajadora. Fue acompañado por una ofensiva ideológica para convencer de que "no hay alternativa" al capitalismo, de que, como dijo Margaret Thatcher. Perry Anderson afirma que esta fue "la ideología más exitosa de la historia".
Todo esto creó una era neoliberal de relativa estabilidad y cierto crecimiento capitalista, aunque fue mucho menor que en el boom de la posguerra y sufrió crisis económicas periódicas.
Esto encontró un límite en 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliaria en EE. UU. que creó las condiciones para el surgimiento de los elementos de la crisis orgánica en el país. El gobierno de Obama, que comenzó en enero de 2009, evitó parte de lo peor de la crisis económica con rescates corporativos masivos. Sin embargo, la clase trabajadora y los pobres sufrieron un gran golpe, perdiendo sus empleos e incluso sus hogares. Las comunidades afroamericanas y latinas fueron las más afectadas. Si bien no se cayó en una depresión como la de los años 30, el capital no ha encontrado la manera de lograr un crecimiento sostenido.
La crisis económica y la crisis orgánica no van necesariamente de la mano: la primera no pone automáticamente en marcha una crisis de representantes y representados En 2008, por ejemplo, a pesar de la crisis económica, las masas se identificaron fuertemente con los partidos tradicionales, concretamente con el "cambio" prometido por Barack Obama y el Partido Demócrata.
De igual manera un crisis orgánica no deriva mecánicamente de una crisis económica. Sin embargo, como hemos dicho antes, 2008 sí representó una "crisis de la hegemonía de la clase dominante", resultante del fracaso de "alguna empresa política importante".
Separación entre representantes y representados
Incluso en los años de Obama, Occupy Wall Street cuestionó la distribución de la riqueza, y el primer estallido de Black Lives Matter hizo lo propio con la violencia policial mientras gobernaba “el primer presidente afroamericano” de la historia. A la derecha, el Tea Party fue un precursor del trumpismo.
En 2014 y 2015, surgieron fenómenos electorales anti establishment a izquierda y derecha, representados por Bernie Sanders y Donald Trump. Expresaban separación entre el establishment político tradicional y las masas que buscaban algo diferente. Estos elementos de crisis orgánica se profundizaron con la victoria del magnate y tuvieron altibajos durante su mandato.
Trump jugó un papel de deslegitimación de las instituciones del régimen -cuestionando al FBI, a la Corte Suprema, a miembros de su propio partido, etc. Nombró y despidió miembros de su gabinete a una velocidad increíble, despidió al director del FBI, Jim Comey, y se posicionó como víctima de todas las instituciones del régimen, especialmente de los “injustos” medios de comunicación. Por otro lado, no logró imponer todo su programa ni actuar a su antojo, ya que sectores del régimen trabajaban para detenerlo, desde el mismo FBI hasta los tribunales, pasando por sectores de su propio partido que actuaban como "los adultos en la sala." Sin embargo, en los años centrales del mandato de Trump, gran parte del establishment republicano se alineó detrás de él. Los Never Trumpers (Nunca Trump, NdelT) se convirtieron a la nueva fé.
En política exterior Trump fue una fuente constante de tensión e inestabilidad a escala mundial, incluido el asesinato del militar iraní Quassem Solemani, las constantes amenazas en Twitter a países extranjeros, la escalada de tensiones con China y la excesiva amabilidad con Rusia. Al mismo tiempo, ayudó a establecer un casi consenso entre los capitalistas sobre un pivote hacia China, ya que sectores significativos de la burguesía estadounidense no desean ver a China fortalecida.
Los años de Trump también fueron años activos de protesta entre la centro izquierda y los progresistas. Desde la Women’s March (Marcha de las Mujeres, NdelT) que llevó a millones de personas a las calles de todo el país, hasta los cierres de aeropuertos contra la prohibición de ingreso a ciudadanos musulmanes, pasando por las protestas contra la detención de niños migrantes en jaulas, fueron cuatro años de protestas masivas, de mucha gente que nunca había salido a la calle, y eso fue así incluso antes del nuevo estallido movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd. Decenas de miles de personas se unieron al Democratic Socialists of America, la organización socialista más grandes del país, con los millennials y la generación Z viendo el socialismo más favorablemente que el capitalismo.
Los demócratas capitalizaron la ira contra Trump. Una nueva ala progresista ganó escaños en la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término de 2018, canalizando el descontento hacia las urnas. El llamado “Squad”, encabezado por Alexandría Ocasio-Cortez, puso de manifiesto el sentimiento anti establishment e incluso con ribetes socialista en una parte de la base del Partido Demócrata y, a la vez, las mantuvo dentro de uno de los dos partidos del imperialismo estadounidense.
Las primarias del Partido Demócrata tuvieron un efecto similar un año después. Mientras que en 2016, Sanders se posicionó como anti establishment, en 2019 fue un fiel miembro del partido. En 2016 algunos simpatizantes creyeron erróneamente que lanzaría un tercer partido si perdía las primarias, en 2019 no hubo tales ilusiones. La campaña movilizó a cientos de miles de personas, especialmente jóvenes de todo el país que estaban llenos de esperanza en una posible presidencia de Sanders. Pero con la ayuda del establishment del Partido Demócrata, especialmente Obama y los medios de comunicación burgueses, Biden logró imponerse. Sanders pasó inmediatamente a hacer campaña por su antiguo oponente y logró que una parte importante de su base votara por el ahora presidente. Esta vez, no hubo alboroto contra el respaldo de Sanders al establishment del partido. Algunos incluso aplaudieron las escasas promesas que hizo el gobierno de Biden. Lo importante era la unidad contra Trump.
Esto sucedió al comienzo de la pandemia de coronavirus. Hasta la fecha, más de 750.000 personas han muerto en Estados Unidos a causa de esta enfermedad, dando al país más rico del mundo la tasa de mortalidad más alta. Incluso desde una perspectiva burguesa, Trump respondió terriblemente; la recomendación pública de que la gente se inyecte cloro lo pinta de cuerpo entero. Fue incapaz de controlar la pandemia y, en cambio, aumentó la polarización alentando a la extrema derecha a movilizarse contra los cierres y promoviendo las teorías conspirativas del coronavirus. La economía se desplomó en Estados Unidos y en todo el mundo, aunque China se recuperó más rápidamente. La pandemia puso de manifiesto el fracaso total de los políticos y las instituciones estadounidenses para hacer frente a una crisis sanitaria. También desempeñó un papel clave para que Biden fuera elegido, ya que los capitalistas y gran parte de las masas esperaban que pudiera devolver al país a la "normalidad". Además creó un sentido común de que los trabajadores son esenciales, que estamos viendo ahora en las huelgas.
El movimiento Black Lives Matter reforzó aún más los elementos de la crisis orgánica, tanto de la izquierda como de la derecha: con Minneapolis como epicentro, donde los manifestantes quemaron comisarías, la idea de abolir con la policía se impuso en la campaña electoral. Evidentemente, la verdadera abolición de la policía nunca estuvo en cuestión, era solo un cambio por algún tipo de “seguridad pública”. Pero en cualquier caso, fue una expresión de la profundidad del cuestionamiento de las masas a la policía como institución. Y en todo el país, millones salieron a la calle. Mientras tanto, Trump fortaleció a una derecha neofascista, incluyendo a gente como Kyle Rittenhouse, y alienó a un sector de los militares y a su propio partido.
Pero los demócratas, con Obama, Kamala Harris y Biden a la cabeza, fueron capaces llevar todo eso hacia las urnas con el papel clave de grupos como Black Voters Matter (Los Votantes Negros Importan, NdelT) y la ONG Black Lives Matter, que toma el nombre del movimiento pero no necesariamente lo representa. En este sentido, el régimen logró acumular lo que llamamos "reservas estratégicas". Este es un término que proviene del general prusiano Carl von Clausewitz. Explica en términos militares que las "reservas estratégicas" pueden acumularse para eventos imprevistos; son "cartas para jugar" en momentos de crisis. En este caso, el gobierno de Biden pudo, con la ayuda de las burocracias de las ONG, convertirse en la expresión política del movimiento BLM.
Y en este contexto, la mayoría de los capitalistas, que buscaban estabilidad después de Trump, se alinearon detrás de Biden, que ganó las elecciones con un fuerte mensaje anti-Trump. Millones de simpatizantes de Sanders y personas que habían llamado a Desfinanciar y Abolir la Policía terminaron votando por él por temor a otro mandato de Trump. "Seguiremos luchando con Biden", prometieron. "Seguiremos en las calles". Pero eso no sucedió.
Trump intentó que los republicanos leales a él dijeran que había ganado las elecciones, e incluso intentó que los funcionarios del gobierno inclinaran la balanza a su favor. No funcionó: sirva como ejemplo el secretario de Estado de Georgia, un republicano, se negó a afirmar que Trump había ganado las elecciones.
El 6 de enero fue un momento histórico para Estados Unidos. Por un lado, era la máxima expresión de una crisis orgánica, que no había hecho más que agudizarse en los últimos meses de la presidencia de Trump. No fue, sin embargo, un golpe fascista, ni siquiera un intento de golpe. El asalto al Capitolio fue una expresión profunda de los elementos de la crisis orgánica, pero un momento que, no obstante, proporcionó una oportunidad para que el el régimen político y los medios de comunicación -incluidos los políticos de ambos partidos- comenzaran a restablecer la legitimidad a través de su rechazo a los alborotadores de la derecha.
El 6 de enero puso al régimen en posición de utilizar y capitalizar sus "reservas estratégicas". En el caso del Partido Demócrata su éxito consistió en que las masas que se habían movilizado contra Trump durante los últimos cuatro años miraron a Biden y al régimen para que respondieran: se confió en ellos para que se ocuparan, y no hubo respuesta de la clase trabajadora y los oprimidos.
Por otro lado, el ala no trumpista del Partido Republicano pudo despegarse distanciarse de Trump. Pero los elementos trumpistas en el partido permanecen. Como resultado, sólo el 33% de los republicanos dicen que confiarán en las elecciones de 2024 si gana un demócrata, y casi el 70% de los republicanos no creen que Biden haya ganado las elecciones.
En este contexto, los elementos de crisis orgánica adquieren un carácter más latente. Pero eso no significa que no haya crisis ni tensión.
La administración Biden
En los primeros meses de la administración Biden, los economistas se mostraban jubilosos con la economía, que parecía estar en alza. Había una recuperación parcial de la pandemia, pero tenía sus límites.
A pesar del “imperialismo de las vacunas”, que significa que Estados Unidos ha tirado 15 millones de vacunas (más que toda la población de Honduras), el coronavirus sigue matando a miles de personas, alcanzando tasas muy altas debido a la variante Delta y a la negativa de mucha gente a vacunarse.
También estamos asistiendo a una ralentización de las cadenas de suministro, lo que crea problemas a las empresas. Esto está directamente relacionado con el fenómeno conocido como Great Resignation (una enorme cantidad de trabajadores deciden dejar sus empleos voluntariamente) . Los bajos salarios y las condiciones laborales precarias han provocado, por ejemplo, que haya menos camioneros. La gente está abandonando sus puestos de trabajo a un ritmo elevado, aunque el informe de empleo de octubre muestra un cierto repunte en las contrataciones y menos personas que abandonan la población activa.
La tasa de inflación se puede sentir en cada viaje al supermercado: en septiembre estaba en el 5,4 por ciento en Estados Unidos, un máximo de 13 años. La Reserva Federal afirma que esto está directamente ligado a los problemas de la pandemia y que, por tanto, es temporal. Pero lo "temporal" podría prolongarse durante otro año, y seguir perjudicando a las familias de la clase trabajadora.
Ninguno de estos problemas es catastrófico en este momento. Más bien, vemos una recuperación con algunos picos importantes y una economía capitalista que desde 2008 se enfrenta a fuertes contradicciones.
En las evaluaciones iniciales, cuando Biden aún era candidato, algunos creían que su gobierno sería de ajuste. Resultó no ser el caso. Por otra parte, los socialdemócratas anunciaron alegremente a Biden como el próximo Roosevelt, pero tampoco lo es.
El paquete de ayuda por la pandemia llevó inmediatamente dinero a los bolsillos de la gente y eso le generó altos índices de aprobación. Pero los próximos paquetes serán mucho más difíciles de aprobar. El proyecto de ley de infraestructuras bipartidista se aprobará a medida que los progresistas cedan tras los recientes resultados electorales.
Biden quiere utilizar el proyecto de ley de infraestructuras para ganarse el apoyo de algunos de los partidarios "populistas" de Trump; después de todo, Trump también prometió infraestructuras. También es una forma de adoptar una posición a favor del gasto público que atraerá a algunos en la base del Partido Demócrata. El plan de infraestructuras es una necesidad para evitar mínimamente que las tasas de productividad caigan aún más, así como para dar a los capitalistas mejores oportunidades de competir con China. Pero, debido a los recortes al proyecto original, no es un plan ofensivo para construir la infraestructura de Estados Unidos para competir en el escenario mundial.
La política de Biden hacia China tiene más elementos de continuidad que de ruptura con la política de Trump. Mientras que, en el nacimiento de la era neoliberal, la apertura de China al capitalismo era oxígeno para una economía asfixiante, ahora China se alza como un competidor estratégico de Estados Unidos. Pero a diferencia de Trump, Biden está estableciendo una política exterior más multilateral, buscando apoyarse en los "aliados occidentales".
Esto se produce en un contexto de declive de la hegemonía imperialista estadounidense a escala mundial. La crisis de Afganistán lo dejó en claro y creó problemas para la administración Biden, a pesar del consenso burgués de que la política exterior ya no debe centrarse en Oriente Medio. De hecho, el consenso entre los militares y los capitalistas es que se perdió demasiado tiempo, energía y dinero en Oriente Medio, dejando un flanco abierto para que China se convierta en un competidor estratégico.
Se está configurando el tablero para que las tensiones geopolíticas sean mucho mayores en el futuro, aunque ahora mismo sea solo un rumor.
Una crisis desigual en los partidos
Ambos partidos han sido capaces de contener los elementos de una crisis orgánica dentro de sus propias filas. Pero tuvo un costo.
El Partido Demócrata se enfrenta a luchas internas que dificultan la aprobación de la agenda de Biden, aunque ha sido capaz de disciplinar al ala más progresista del partido. Eso ha supuesto retroceder en las promesas electorales y reducir los grandes proyectos de ley a tibios planes que benefician a los capitalistas. Por esto y por la inflación, perdieron a lo grande las ultimas elecciones locales y la aprobación de Biden ha caído 10 puntos desde el inicio de su mandato, hasta el 43 por ciento. El de Trump era del 36 por ciento a estas alturas de su presidencia.
Los demócratas tienen la "ventaja" de haber neutralizado en su mayor parte el ala anti-establishment que pasaron a ser "verdaderos guerreros" de la agenda de Biden. Atrás quedaron el Green New Deal, la universidad pública gratuita y la sanidad pública gratuita.
Y vemos que los mecanismos del "Estado integral" juegan un papel en la contención de cualquier lucha de la izquierda. Como argumentó Gramsci, el Estado no es sólo un instrumento de represión y coerción; sus mecanismos hegemónicos también incluyen la cooptación. Hoy, las instituciones de este "estado integral" están jugando un papel clave en la contención de cualquier elemento de lucha. Mientras Biden mantiene a niños inmigrantes en jaulas y el derecho al aborto es peligra, las burocracias da las ONG se niegan a organizar cualquier lucha importante. Vemos cómo la burocracia sindical en la campaña de sindicalización de Amazon se organizó para apuntalar a Biden como defensor de los sindicatos e incluso ahora trabaja para asegurarse de que las huelgas permanezcan dentro de los estrechos límites de la legalidad burguesa.
El Partido Republicano se encuentra en un escenario más complicado. Un sector tiene una estrategia que quizás esté mejor ejemplificada por Glenn Youngkin, gobernador electo de Virginia. Él retoma algunos elementos antisistema y racistas del trumpismo al tiempo que pone al menos cierta distancia entre él y Trump. Aunque aprovecha su condición de "outsider político", no adopta los elementos más antisistema del trumpismo. Y así, republicanos como él juegan un papel en la contención de algunos de los mayores elementos de la crisis orgánica, pero es un equilibrio difícil.
Otros, sin embargo, se parecen más al magnate: al menos siete personas que asistieron a la concentración pro-Trump del 6 de enero en Washington, que precedió al asalto al Capitolio de Estados Unidos, fueron elegidos para cargos públicos en las últimas elecciones.
Y los republicanos siguen promoviendo el mito de que Biden no ganó las elecciones. Esto expresa claramente elementos de crisis orgánica, dado que mucha gente no confía en el proceso democrático. Como resultado, estamos viendo una avalancha de ataques al derecho al voto en todo el país, que afectan principalmente a las minorías raciales. Diecinueve estados han promulgado 33 leyes que restringen el derecho al voto. Estas leyes hacen retroceder los derechos básicos ganados durante la era de los derechos civiles y buscan asegurar que los republicanos ganen las elecciones manteniendo a negros y latinos lejos de las urnas.
Los derechos democráticos básicos están siendo atacados por los republicanos en múltiples ámbitos. Esto incluye los ataques al derecho al aborto, prohibido después de seis semanas en Texas - una ley confirmada por la Corte Suprema. Incluye los innumerables ataques a los jóvenes trans, que incluyen la prohibición de participar en equipos deportivos y las barreras para el acceso a tratamientos de reafirmación de género. E incluye los ataques a la enseñanza de la historia y la llamada "teoría racial crítica". No hay una lucha organizada contra ninguno de estos ataques.
Las dudas sobre las vacunas son otra forma desconfianza en el establishment, que se expresa de forma retrógrada y distorsionada en la desconfianza en la propia ciencia. Mientras que la derecha lo capitalizó políticamente, y el propio Trump fomentó gran parte de esos sentimientos, también hay grandes franjas de personas no trumpistas que expresan esos sentimientos. Como resultado, a pesar de acaparar vacunas, Estados Unidos sigue teniendo una alta tasa de mortalidad, aunque ha disminuido un poco en las últimas semanas.
El propio Trump está desempeñando un papel en la política nacional: celebra actos, se atribuye el mérito de las recientes victorias republicanas y quiere lanzar una nueva plataforma en las redes sociales llamada Truth (Verdad, NdelT). Algunas encuestas dicen que el 78% de los republicanos quieren que se presente de nuevo a la presidencia.
Así pues, Trump y el trumpismo vuelven a entrar en escena. Se están acomodando las piezas para una crisis mayor.
Lucha de clases
Tuvimos el Striketober y los conflictos laborales continúan. Esta es la otra cara de la Great Resignation: las huelgas actuales que no buscan una salida "individual" a la crisis y se organizan de forma más amplia para conseguir mejores condiciones laborales. No podemos hablar de una ola, pero ponen de manifiesto que la clase obrera se está moviendo, que hay un sector de trabajadores que rechaza las condiciones impuestas por el neoliberalismo, y que es imprescindible una nueva conciencia postpandémica entre la clase obrera. Esto se combina con el odio a los patrones y a los ultra ricos, creando condiciones para un proceso más profundo y largo de lucha de clases.
Vemos huelgas contra el sistema salarial de dos niveles, que fue una pieza central de los ataques neoliberales contra la clase obrera, utilizado para dividir a los trabajadores y bajar los salarios para todos. El nivel más bajo está formado sistemáticamente por trabajadores negros y latinos; los empresarios utilizan así el racismo para dividir a la clase obrera dentro de estas divisiones formalizadas. Los trabajadores de Kellogg’s, John Deere y Kaiser Permanente, al igual que los trabajadores de General Motor en 2018, se están pronunciando contra el sistema de niveles, y esto representa una importante lucha contra un pilar del neoliberalismo en su lugar de trabajo.
Muchos están en huelga con la convicción de que no darán ninguna concesión, como dijeron recientemente los trabajadores de Kellogg. Estamos viendo un rechazo a los acuerdos provisionales propuestos por la burocracia, como vimos entre los trabajadores de John Deere y Volvo, así como los mineros de Alabama. Al mismo tiempo, la burocracia sindical está jugando un papel central en la contención de estas luchas, y en el caso de IATSE, incluso impidieron huelga.
Estas huelgas ponen de manifiesto las posibilidades de la izquierda y el potencial en la subjetividad de la clase obrera. Pero cuando lo pensamos desde la perspectiva de la crisis orgánica, vemos a los operativos del Partido Demócrata tratando de enmarcarlas como una forma de apoyar a Biden. Esta idea de las huelgas como campañas de presión para los demócratas, y no como "escuelas de guerra" para construir poder de clase, prevalece en la izquierda y en el DSA. Esta es una gran debilidad que impedirá que estas huelgas se radicalicen y se opongan políticamente a los capitalistas de sus partidos.
La amenaza del cambio climático
Otro elemento que desempeñará un papel desestabilizador es la cuestión del cambio climático. Biden fue elegido prometiendo ser un presidente respetuoso con el clima y desarrollar un "capitalismo verde", y sectores del capitalismo invirtieron en esa idea. Muchos en la izquierda votaron por Biden como el "mal menor" en materia de cambio climático, con la esperanza de que tomara medidas para amortiguar el rol de EE. UU. en el cambio climático. Esta gente estaba muy equivocada, como Biden mismo está demostrando.
Aunque el plan de infraestructuras pretendía apuntar a grandes soluciones, al final sólo se destinarán 555.000 millones de dólares a cuestiones relacionadas con el cambio climático durante los próximos 10 años, lo que no supone ni la décima parte de la cantidad que probablemente se destinará al presupuesto militar. Y es un plan que probablemente aumentará las emisiones de carbono, no las reducirá. Además, la administración Biden está haciendo grandes concesiones a los mayores contaminadores del mundo en la COP26 y abandonando el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5ºC.
No se ha tomado ninguna medida para cerrar proyectos de extracción de combustibles fósiles como el Minnesota’s Line 3 o el Dakota Access Pipeline. Y sigue adelante con los proyectos de deforestación.
La crisis climática es existencial. A pesar de lo que el sector "radical" de los demócratas pueda hacernos creer, es imposible evitar el desastre climático sin un uso racional de los recursos de la tierra. El control obrero de la producción es el único camino razonable para evitar el desastre climático. El capitalismo no tiene soluciones reales para la crisis climática, y sólo creará crisis crecientes, incluyendo refugiados climáticos, tensiones en las infraestructuras, eventos climáticos drásticos, y más.
A grandes rasgos, este es el escenario político en el que nos encontramos: los elementos de la crisis orgánica han retrocedido en cierta medida, lo que no elimina la posibilidad de crisis por venir, incluso en un futuro próximo. La “izquierda” se ha integrado más en el régimen y el estado integral juega un papel de contención y desvío de la lucha de clases y el descontento, por eso desde Left Voice debemos pensar en nuestro papel en la construcción de una organización socialista revolucionaria en EE.UU., que empieza por contrarrestar el papel del Partido Demócrata y todos sus tentáculos. Pero también incluye converger y entrar en diálogo con aquellos jóvenes que se vuelcan al socialismo, desilusionados con la administración Biden y dispuestos a luchar; incluye a aquellos trabajadores actualmente en huelga, pero que ven que la lucha va más allá de su puesto de trabajo. En la tradición del ¿Qué hacer? de Lenin, que explica el papel de la publicación en la construcción de un grupo, esperamos que Left Voice pueda desempeñar un papel en la base teórica y política para el surgimiento de un partido revolucionario y la refundación de la Cuarta Internacional.
Tatiana Cozzarelli
Docente, actualmente estudia Educación Urbana en la CUNY.