[Desde Francia] Este artículo apareció originalmente en francés el 17/7/2024 en Révolution Permanente, parte de la red internacional de La Izquierda Diario. En estas tesis, escritas tras la reunión del Comité Central de Révolution Permanente (RP) del 14 de julio, volvemos a analizar la situación política en Francia y los retos que plantea.
El 7 de julio, la dura derrota de Rassemblement National (RN) en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, el primer lugar conseguido por el Nuevo Frente Popular (NFP) y el relativo mantenimiento del macronismo abrieron una situación marcada por la profundización de la crisis política. Mientras el NFP se desgarra en los últimos días por el problema de a quién proponer como primer ministro, esta situación abre una serie de desafíos, en un contexto internacional marcado por el retorno de la guerra, la incertidumbre generada por el resultado de las próximas elecciones en Estados Unidos y sus consecuencias para Europa, así como el aumento de la presión de los mercados financieros. Retomamos aquí los debates del CC de Révolution Permanente, que amplían las elaboraciones publicadas desde el anuncio de la disolución.
1. Un gran revés para la extrema derecha, que revela las limitaciones persistentes de RN en su carrera hacia el poder
El resultado de las elecciones legislativas ha estado marcado ante todo por el revés sufrido por la extrema derecha. RN obtuvo un resultado histórico, con más de 10 millones de votos en las legislativas y 143 diputados, lo que le permitió aumentar considerablemente sus recursos y proseguir su labor de implantación en el país. Sin embargo, volvió a fracasar a las puertas del poder en un contexto en el que su impulso era más fuerte que nunca tras las elecciones europeas.
Este resultado se debe en gran parte a la resurrección del “Frente Republicano” entre la primera y la segunda vuelta, acompañada de una campaña mediático-política contra la extrema derecha, destacando los perfiles ultrarracistas de muchos candidatos, el amateurismo del partido, pero también el rechazo generado por las medidas más xenófobas de su programa, como la polémica en torno a los ciudadanos con doble nacionalidad. Este frente anti extrema derecha, que le impidió obtener la mayoría, da fe de la distancia que aún separa al partido de Marine Le Pen del poder.
A pesar de algunos avances, como la conquista de sectores del electorado acomodado y algunos primeros acercamientos con la patronal, los resortes reales de que dispone RN siguen siendo limitados. Fuera de la Asamblea, el partido de Marine Le Pen permanece al margen de los lugares de poder, tiene pocas posiciones en la llamada “sociedad civil” y sigue confinado en los márgenes del poder por el “frente republicano”. Basándose en la oposición mayoritaria a la extrema derecha que existe en la población, el Frente Republicano ha demostrado que sigue siendo una herramienta esencial para los partidos orgánicos del régimen, que se han mantenido en la Asamblea gracias a las “retiradas” de la segunda vuelta [1].
Esto no minimiza en absoluto el peligro que representa RN, sobre todo porque el “respiro” que ofrece este revés para la extrema derecha está lleno de contradicciones, empezando por la consolidación de la imagen de la extrema derecha como única fuerza realmente opuesta al macronismo y a viejos partidos de gobierno como el Partido Socialista (PS) y Los Republicanos (LR). Así, el impulso de la amplia politización contra la extrema derecha que acompañó a las elecciones debe permitir discutir la estrategia para acabar realmente con RN, con total independencia de aquellas fuerzas políticas que permitieron que prosperara.
2. La tripolarización de la vida política y la división de la clase obrera como cuestión estratégica central
Al término de las elecciones legislativas, y a pesar de la tendencia a la polarización izquierda/derecha, se mantiene la tripolarización de la vida política francesa, con tres bloques de tamaño casi igual en la Asamblea, que suman 493 escaños de un total de 577. El NFP se impone en las elecciones, obteniendo casi 9 millones de votos en la primera vuelta y 182 diputados. La “Mayoría Presidencial” [Ensemble, la coalición de Macron] quedó segunda con 168 diputados y 6,4 millones de votos en la primera vuelta. RN obtuvo 143 diputados y más de 10 millones de votos tanto en la primera como en la segunda vuelta. A pesar de que el bloque de la izquierda reformista consiguió el primer lugar, el bloque de centro-derecha se mantuvo relativamente estable, mientras que el bloque de extrema derecha se benefició de un dinamismo evidente, aunque su peso político se vio limitado por el “frente republicano”.
Estos tres bloques son socialmente dispares, pero con tendencias notables. Mientras que el bloque de centro está arraigado en los sectores más acomodados de la población, RN sigue nutriéndose de amplios sectores de la clase obrera y de sectores populares fuera de las grandes ciudades, al tiempo que amplía cada vez más su base social empezando a incluir a sectores más acomodados de la población. Por su parte, la izquierda reformista sigue anclada en los centros urbanos, apelando a los asalariados calificados (directivos, profesiones intermedias), a la aristocracia obrera, a jóvenes con educación universitaria y, en gran medida, al proletariado y a los jóvenes de los barrios populares. Al mismo tiempo, la abstención sigue siendo un factor clave entre los trabajadores y las clases populares. A pesar de una participación récord en estas elecciones generales, el 46 % de los obreros y el 42 % de los empleados se abstuvieron.
La tripolarización social y política va de la mano, en el seno de nuestra clase, de una abstención persistentemente elevada y de una división entre las trabajadoras y trabajadores que votan a la izquierda reformista y aquellos, cada vez más numerosos, que votan a la extrema derecha. Esta dinámica se ve alimentada por las traiciones de la “izquierda” de gobierno, que ha compartido el poder con la derecha durante cuarenta años, así como por el debilitamiento histórico de las organizaciones obreras y el empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la población. La ausencia de victorias importantes en la lucha de clases, a pesar de los numerosos movimientos de los últimos años, hace que se aleje la perspectiva de hacer pagar a los capitalistas para mejorar un poco o cambiar completamente nuestra vida cotidiana. Esta desmoralización refuerza el deseo de “vuelta al orden” y la retórica xenófoba, incluso, aunque todavía en minoría, en franjas históricamente de izquierda como los docentes y los empleados estatales. Esta división de la clase obrera es un elemento estratégico de la situación actual. Junto con la abstención, explica por qué la izquierda reformista sigue lejos de ser mayoritaria en el país, a diferencia del viejo Frente Popular, del que el NFP se reclama continuador. En 1936, el Frente Popular obtuvo 386 diputados sobre 610 bancas, obteniendo casi el 58 % de los votos.
3. Crisis orgánica: el retorno de la inestabilidad gubernamental podría desembocar en una crisis de régimen
Con la disolución de la Asamblea Nacional, Macron agudizó la crisis orgánica en Francia. Ya en minoría en la Asamblea desde 2022, la erosión de la base social del macronismo en beneficio de la extrema derecha y la unión entre las fuerzas de la izquierda reformista han dado lugar a una configuración sin precedentes en la Asamblea, que está poniendo a dura prueba a la V° República. Esta última, fundada para superar la inestabilidad gubernamental que caracterizó a la IV° República, garantizó un alto grado de estabilidad durante las últimas décadas, gracias a sus instituciones bonapartistas que favorecen la emergencia de mayorías y permiten gobernar en situaciones de cohabitación. Esta estabilidad se ha visto reforzada por la progresiva aparición de un sistema bipartidista a partir de 1981, que, mediante la alternancia entre la derecha y la izquierda reformista, ha permitido canalizar las tensiones políticas y sociales en un ámbito institucional.
A principios de la década de 2000, la irrupción de RN en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y la derrota del PS anunciaron el inicio de una crisis de los partidos tradicionales de la burguesía, que se profundizó posteriormente con el resultado del referéndum sobre el Tratado Constitucional Europeo en 2005, el continuo fortalecimiento de la extrema derecha y el hundimiento del Partido Socialista y luego de Los Republicanos a partir de 2016, en un contexto de grandes explosiones de lucha de clases. Contenida en 2017 por la emergencia del macronismo, la crisis orgánica volvió a estallar como consecuencia del rápido agotamiento de este último. La situación actual expresa las consecuencias de este debilitamiento de la corriente política del presidente y de su proyecto, abriendo una situación sin precedentes en la V° República.
Se abren varios escenarios para el futuro –un gobierno de minoría de la izquierda reformista, una alianza de minoría entre el macronismo y la derecha tradicional, un gobierno de coalición entre diferentes fuerzas políticas, un gobierno técnico–, pero ninguno de ellos parece sencillo de alcanzar. Si bien, con su “Carta a los franceses”, Macron intenta reafirmar su papel de árbitro tratando de imponer la perspectiva de una coalición “republicana”, su enorme descrédito limita su capacidad para llevar a cabo tal maniobra, y podría preparar el terreno para una crisis institucional en caso de que ninguna fuerza política sea capaz de gobernar. Como resumía recientemente el ex primer ministro Dominique de Villepin, “uno de los riesgos (...) es que todo el mundo se dé cuenta de que políticamente no le interesa a nadie dirigir este gobierno, y que el presidente se enfrente al caos”.
Esta situación hace aún más importante defender medidas democráticas radicales, desafiar a las podridas instituciones de la V° República sobre la base de un programa de independencia de clase, como puente hacia la perspectiva de un gobierno obrero. Lo que está en juego es la posibilidad de luchar contra los intentos de encauzamiento que pueden emerger en este terreno, ya sea a través de reformas constitucionales parciales o de planes de asambleas constituyentes para una “Sexta República”.
4. El Nuevo Frente Popular y la vuelta del protagonismo del PS
En la izquierda, la situación estuvo marcada por la aparición del Nuevo Frente Popular. Si bien este hecho ha suscitado esperanzas entre el “pueblo de izquierda” y los barrios populares, estos chocan ahora con el profundo estancamiento de esta coalición, cuyas contradicciones son especialmente visibles desde la segunda vuelta de las elecciones legislativas. En particular, el papel central desempeñado por el principal componente burgués de la coalición, el PS, se inscribe en la larga historia de las políticas de “frente popular” surgidas en los años treinta. A finales de la década de 1930, tras la derrota del proceso revolucionario lanzado en Francia en junio de 1936 y de la Revolución Española, León Trotsky se refirió a estas políticas, que habían sido generalizadas en todo el mundo por la Internacional Comunista estalinista al término de su VII° Congreso [2]. Trotsky señaló entonces:
Los teóricos del Frente Popular no van más allá de la primera regla de la aritmética: la suma. La suma de comunistas, de socialistas, de anarquistas y de liberales es mayor que cada uno de sus términos. Sin embargo, la aritmética no basta, hace falta cuando menos conocimientos de mecánica. La ley del paralelogramo de fuerzas se verifica incluso en la política. La resultante es, como se sabe, tanto más pequeña cuanto más divergentes sean las fuerzas entre sí. Cuando los aliados políticos tiran en direcciones opuestas, la resultante es cero. (...) La alianza del proletariado con la burguesía, cuyos intereses, actualmente, en las cuestiones fundamentales, forman un ángulo de 180 grados, no puede, en términos generales, sino paralizar la fuerza reivindicativa del proletariado (Trotsky, “La lección de España, última advertencia”, 17/12/1937).
El Nuevo Frente Popular es muy diferente de los frentes populares mencionados por Trotsky en su momento. Ninguno de los partidos que lo componen está enraizado en la clase obrera, ni representa una fuerza política de masas con perspectivas de superar el capitalismo. Sin embargo, las “leyes” de la mecánica política descritas por el revolucionario siguen manifestándose claramente en el NFP. El Partido Socialista, organización burguesa, desempeña muy claramente un papel destinado a “anular” los elementos de oposición al régimen que puedan existir, aunque sea de forma limitada, en un partido como La Francia Insumisa (LFI). Aunque sectores de la aristocracia obrera o trabajadores vinculados a los sindicatos, así como trabajadores y jóvenes de barrios populares de las grandes ciudades, formen parte de su electorado, LFI no es una organización obrera, como demuestran su estrategia, su programa y su relación con el movimiento obrero. Más antiliberal que anticapitalista, se ha construido en los últimos años oponiéndose a los aspectos de endurecimiento del régimen en el terreno de las ofensivas antiobreras, autoritarias y racistas, al tiempo que se ha mostrado dispuesta a aceptar, tanto en 2022 como hoy, una cohabitación con Macron en el marco de la V° República.
Antes de las elecciones, este papel del PS se expresó claramente en las negociaciones sobre el programa. Desde negarse a comprometerse claramente con la rebaja de la edad jubilatoria a los 60 años hasta defender un apoyo “inquebrantable” a Ucrania, incluso con el envío de armas, o abandonar cualquier mención a la “violencia policial”, el PS supo imponer sus líneas rojas en los grandes temas. En definitiva, aunque defiende la derogación de gran parte de las reformas de Macron y propone algunas medidas de redistribución y de apoyo a los servicios públicos, este programa está muy lejos de cualquier lógica de “ruptura” con el capitalismo. Si bien puede criticar ocasionalmente el relato neoliberal, no tiene ninguna intención de cuestionar el poder patronal y menos aún de hacer incursiones en la propiedad privada. Está a la derecha del programa de la LFI, que a su vez está a la derecha de los programas reformistas clásicos, como el Programa Común de 1972 y el programa del Partido Socialista de 1981, por no hablar de los programas socialdemócratas de la primera mitad del siglo XX, que se proponían acabar con el capitalismo.
Tras haber duplicado su número de diputados en la Asamblea y haber permitido la elección de François Hollande y del exministro de Macron, Aurélien Rousseau, el PS intenta ahora, lógicamente, volcar todo su peso en la elección de un posible primer ministro, tratando de imponer su hegemonía sobre la coalición para presentar una cara del NFP aceptable para el régimen. Esta política, que cuenta con el apoyo de Los Verdes (EELV) y del Partido Comunista Francés (PCF), va de la mano de buscar marginar a LFI. Pierre Jouvet, número 2 del PS, es muy claro sobre el objetivo de su partido en las propuestas de primer ministro:
¿Qué partido ha dirigido el país dos veces, gobierna treinta y tres departamentos, la mitad de las regiones, dirige las grandes ciudades, tiene setenta diputados, así como sesenta y cinco senadores? ¿Quién puede creer que con un primer ministro socialista llegarán a los Campos Elíseos los tanques soviéticos?
Esta política va de la mano de la búsqueda de personalidades “compatibles con Macron”, como Laurence Tubiana, e implica un distanciamiento cada vez mayor del ya mínimo programa del NFP. Como señala Le Monde:
No todos se aferran al programa a toda costa. Marine Tondelier, por ejemplo, explica que el aumento del salario mínimo a 1.600 euros es “más complicado”, ya que se necesita una “ley de finanzas rectificativa” para votar una ayuda a las pequeñas y medianas empresas y evitar “catástrofes” económicas. Jérôme Guedj, por su parte, aboga por un “gobierno en minoría que responda a las aspiraciones de la mayoría”, y dirija el país por consenso, evitando las medidas divisorias y la amenaza de censura de la Asamblea.
Esta rehabilitación del PS es tanto más dramática cuanto que la ruptura de las masas con esta organización había sido un logro de la lucha contra la Ley de Trabajo de 2016 y de la experiencia de la presidencia de François Hollande, que aplicó políticas cuyas consecuencias seguimos sufriendo hoy. La responsabilidad recae en primer lugar en LFI, la principal fuerza de la izquierda desde 2017. El hecho de que tendiera la mano al PS en 2022 y volviera a hacerlo este año a través del NFP, a pesar de la campaña belicista y revanchista de quien encabezara la lista socialista en las elecciones europeas, Raphaël Glucksmann, muestra el carácter de LFI y su negativa a romper realmente con la centroizquierda burguesa, aunque ahora denuncie de manera impotente la actitud oportunista del PS.
5. La extrema izquierda que está dentro del NFP: entre la ilusión y la prudencia
A pesar de su carácter abiertamente derechista, el amplísimo arco que se unió al NFP en el momento de su lanzamiento dio lugar a la formación de un sector de “extrema izquierda” en su seno, representado por una gran parte de las organizaciones antirracistas, antifascistas, libertarias y anticapitalistas que participaron en el encuentro “¿Qué hacer?” organizado en Pantin el 10 de julio. Esta corriente es a la vez patriota del NFP en nombre de la “unidad contra el fascismo”, y desconfiada del papel conciliador de su ala derecha, los socialistas. Aunque ha defendido la presencia del PS en esta alianza, e incluso de figuras como François Hollande, entiende que este partido podría utilizar la coalición como trampolín.
Sin embargo, esta extrema izquierda sigue convencida de que el NFP puede evolucionar gracias a la movilización de las masas. Es por eso que pretende utilizar las luchas al servicio de una política de presión sobre la unión de la izquierda, tratando así de reforzar la posición de LFI, al tiempo que subordina las perspectivas de movilización a las luchas entre aparatos y a las dinámicas institucionales. El caso del NPA-L’Anticapitaliste es particularmente sintomático. Nacida a finales de los años 60, la antigua Liga Comunista Revolucionaria (LCR) existió durante décadas como organización independiente del reformismo, a pesar de haberle capitulado a este último. En 2009 se transformó en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), abandonando en este tránsito la delimitación entre la “reforma” y la “revolución”, así como el proyecto comunista. Aunque esto constituyó un paso atrás, la organización conservaba como línea roja su independencia de lo que llamaban el social-liberalismo, es decir, el PS. Su integración en el NFP representa así un salto histórico para esta corriente política, justificado por una retórica confusa sobre el frente único, equiparando esta táctica revolucionaria con acuerdos programáticos y electorales sin principios con los partidos de la burguesía. Como explica Olivier Besancenot:
No nos queda otra que hacer algo que normalmente no hubiéramos hecho. Estamos en el Frente Popular, algo realmente nuevo en nuestra historia política. No era algo previsto ni mucho menos, pero una situación excepcional requiere una respuesta excepcional. Estamos en una larga fase de reconstitución de un nuevo movimiento de emancipación, con el objetivo, creo, de constituir un nuevo polo organizativo anticapitalista, internacionalista, que no pretenda separarse del resto del movimiento de emancipación, sino ser lo más útil posible, e ir más allá de las organizaciones existentes, incluida la nuestra. En este contexto, hay que ser unitarios y revivir las tradiciones de generaciones pasadas, lejanas, que incluso tuvieron más límites a su accionar que nosotros. (...) Y si Hollande se ve obligado a venir, también significa que, a pesar de todo, y esta es la paradoja, las cosas tienden a moverse hacia la izquierda. Si nos fijamos en el programa que se ha adoptado, no es un programa revolucionario, ni siquiera es un programa reformista radical, pero, para decirlo rápido, me parece que Hollande se siente más incómodo con él que Philippe Poutou.
Philippe Poutou, por su parte, ha reivindicado ampliamente en los medios de comunicación formar parte de dicha coalición, explicando incluso que la expresión “de Hollande a Poutou” le parece muy bien.
Al legitimar tales alianzas, esta lógica liquida una lección central de la historia del movimiento obrero revolucionario: la defensa de la independencia total frente al enemigo de clase, es decir, los partidos burgueses, ya sean de derecha o de “izquierda” [3]. Esta cuestión va más allá de la cuestión de la fidelidad a los principios; es un problema estratégico central para luchar contra la influencia de los aparatos burgueses sobre la clase obrera y garantizar, contra la dinámica de cooptación, la posibilidad de luchas de masas para hacer frente a la crisis actual y hacer retroceder al macronismo y a la extrema derecha.
6. Un giro “político” de la CGT para ir a remolque de la izquierda reformista
La actitud de la principal central sindical, la CGT, y más ampliamente de las burocracias sindicales, es también un factor importante de la situación. Al llamar a votar desde el comienzo por el NFP, rompió con la tradición de “tomar distancia” de la política que había establecido desde los años 90, tras la caída del Muro de Berlín. La última vez que la CGT dio una indicación de voto en primera vuelta fue por Mitterrand en 1981. Encarnada por Sophie Binet, la “secretaria general de la CGT más política desde Georges Séguy [4]”, según la expresión de un editorialista, esta orientación no se limitó a un simple posicionamiento electoral, sino que dio lugar a una campaña activa, movilizando a los sindicalistas y ofreciendo, de esta manera, una garantía obrera a la unión de los aparatos de la izquierda institucional. Esta campaña activa continuó entre la primera y la segunda vuelta, con el agregado de que fue acompañada de un apoyo al “frente republicano”.
Si bien esta actitud permite abrir un importante debate sobre el papel político de los sindicatos, que ya habíamos intentado llevar a cabo durante la batalla de las pensiones, la posición propuesta por la dirección de la CGT compromete sin embargo a los sindicatos a apoyar una operación política peligrosa. Con todo, desde la puesta en marcha del NFP, la CGT se ha mostrado totalmente acrítica con el programa y los aparatos de la izquierda reformista, sin mencionar jamás las brutales políticas antiobreras aplicadas por el PS cuando estaba en el poder. Así, mientras que la postura de la CGT puede haber sido vista favorablemente por una parte de nuestra clase, sindicalizada, e incluso logrado nuevas adhesiones, su acogida es más contradictoria en otros sectores obreros, ya sea por la influencia de RN o por el rechazo a la alianza con el PS, no siendo contradictorias estas dos reacciones.
Además, esta política ha llevado a la CGT a ir totalmente a remolque de la coalición electoral en las últimas semanas, limitando sus perspectivas a apoyar la llegada al poder de un gobierno de la izquierda reformista o a proponer apoyarlo para obtener “mayorías de compromiso” en el Parlamento. Esta actitud fomenta graves ilusiones sobre la capacidad de un hipotético gobierno de este tipo para recuperar nuestras reivindicaciones, y es una repetición de las tácticas de presión utilizadas durante la batalla de las pensiones, que condujeron a su derrota. Ante la desconfianza suscitada en parte de nuestra clase por el NFP, consideramos que la tarea de las organizaciones del movimiento obrero debe ser plantear otro tipo de “política”, que asuma el derecho a intervenir en todas las cuestiones planteadas en el actual periodo, pero con total independencia y sin ninguna confianza en los partidos burgueses y utilizando los métodos de la lucha de clases. Esta es la única manera de fortalecer los sindicatos y recuperar a las franjas de nuestra clase atraídas por la extrema derecha.
7. El fortalecimiento de LFI como mediación de izquierda y el callejón sin salida que representa en lo estratégico
Mientras que al interior del NFP el peso de LFI en el equilibrio de poder se deteriora, el movimiento se fortalece como mediación en la izquierda “radical”, como lo demuestra que las corrientes de extrema izquierda mencionadas anteriormente giren en torno suyo. Esta dinámica está vinculada a una política consciente del melenchonismo, que en la década de 2000 supo aprovechar tempranamente las tendencias a la crisis del Partido Socialista neoliberalizado, expresadas en su resultado de 2002 y en los avances de la extrema izquierda al mismo tiempo. Esto se vio favorecido por la debilidad política de las principales organizaciones de la extrema izquierda, como Lutte Ouvrière (LO) y la LCR/NPA, que fueron incapaces de aprovechar sus éxitos electorales [5] y las intensas movilizaciones de los últimos años para consolidar su influencia.
El proyecto neorreformista de Mélenchon aprovechó entonces el hundimiento del PS a partir de 2016 y las luchas que se dieron desde esa fecha contra Hollande y luego contra Macron. En los últimos años, el deseo de mantener el diálogo con la vanguardia de estas luchas, pero también de movilizar electoralmente a los jóvenes y a los barrios populares, ha llevado notablemente a LFI a adoptar posiciones contra la islamofobia, contra la violencia policial o a favor de Palestina, dando lugar a importantes ofensivas del régimen. Sin embargo, se trata de una expresión muy distorsionada de estas luchas, ya que LFI no solo defiende un programa que dista mucho de la radicalidad que se ha expresado en los últimos años, sino que su estrategia política populista de izquierda, basada en las elecciones y en particular en las presidenciales, no intenta fortalecer la autoactividad y la autoorganización de las masas ni a pensar sobre las modalidades de la intervención de estas mediante sus propios métodos. Por el contrario, pretende canalizar sus aspiraciones hacia el ámbito institucional.
En este sentido, aunque por el momento LFI ha logrado en gran medida eludir ser blanco de las críticas por izquierda al NFP, polarizadas por el papel del PS, el fracaso de esta coalición es una nueva expresión de los profundos límites del movimiento de Jean-Luc Mélenchon y de su estrategia. En los momentos de lucha de clases, se ha mostrado impotente para proponer perspectivas de ampliación de la capacidad de movilización y de confrontación en el terreno de la lucha. Al mismo tiempo, su brújula electoralista y la inconsistencia de su oposición al régimen la han llevado a renovar constantemente sus lazos con fuerzas políticas como el PS, situando a LFI a remolque de los demás aparatos de la izquierda reformista y, por extensión, haciendo que los sectores de la vanguardia en los que influye vuelvan al redil de fuerzas burguesas como el PS, al que prácticamente resucitaron en 2022.
Desde la antigua alianza NUPES [6] a las “retiradas republicanas” de candidaturas propias para no competir ni poner en riesgo las bancas de macronistas como la ex primera ministra Borne y sus amigos, la organización de Jean-Luc Mélenchon ha demostrado que su programa, presentado como de “ruptura” [7], puede ser sistemáticamente intercambiado por compromisos electorales. Al mismo tiempo, se mantiene en el estrecho marco de la defensa de los intereses del imperialismo francés, como expresan claramente las posiciones de LFI sobre cuestiones tan centrales como el militarismo, y no plantea una perspectiva que desafíe al sistema capitalista y permita terminar con él.
8. Frente a cualquier proyecto de conciliación de clases, el desafío de pelear por unificar a nuestra clase y luchar por la hegemonía obrera
En un texto que leyó en el acto del 10 de julio en Pantin, Stathis Kouvélakis detalló la hipótesis estratégica que defiende el ala anticapitalista que apoya a LFI dentro del NFP:
Un gobierno de coalición de las fuerzas populares, sobre la base de un programa de ruptura, como único medio de construir una alternativa al poder. En efecto, cuando el fascismo se presenta como alternativa y llega a las puertas del poder, solo puede ser derrotado a largo plazo por otra alternativa de poder, una alternativa real en tanto pretende romper con el orden existente. Pero para ello, y este es el punto decisivo, esta alternativa de gobierno popular debe inscribirse en una dinámica que la desborde, gracias a la movilización de las fuerzas que la llevaron al poder.
Sin embargo, como decíamos antes, esta lógica, que pretende vincular la conquista de las instituciones y las luchas sociales, tiende sistemáticamente a subordinar las segundas a las primeras y, por lo tanto, a neutralizar su potencial subversivo y revolucionario.
Frente a esta lógica, el dinamismo de la lucha de clases en los últimos años apunta a otras potencialidades. En los últimos 7 años, a medida que avanzaban las luchas, la clase obrera francesa ha mostrado su fuerza y ha expresado sus diferentes características: la diversidad de sectores y modos de vida que abarca –entre los trabajadores de las grandes ciudades, que estuvieron en el centro de la primera batalla de las pensiones, y los de las zonas rurales y semirrurales, movilizados en el marco del movimiento de los Chalecos Amarillos–, su carácter cada vez más feminizado y racializado, o los estrechos vínculos que mantiene con los barrios populares y los distintos sectores oprimidos de la sociedad. También ha demostrado su capacidad para aglutinar a su alrededor a todos aquellos que luchan contra Macron, desde el movimiento ecologista al feminista, pasando por los sectores antirracistas y, por supuesto, los jóvenes de las escuelas secundarias y de la universidad.
Desde que condenaron la violencia de los Chalecos Amarillos hasta la derrota de la batalla de las pensiones, pasando por la elección de mirar para otro lado ante las revueltas en los barrios populares en el momento en que sufrían una brutal represión, la política de las burocracias sindicales impidió al movimiento obrero desempeñar un papel en la unificación de nuestra clase y aparecer como una alternativa clara a RN ante los ojos de millones de trabajadores. Sin embargo, es la clase obrera el único sujeto social que dispone de posiciones estratégicas con capacidad de construir una relación de fuerzas favorable y decisiva frente al Estado y la patronal, conquistando así demandas de grandes aspiraciones, siendo además capaz de aglutinar en torno a ella a todos los sectores oprimidos para construir un frente que logre terminar con el capitalismo.
Frente a la construcción de un bloque electoral policlasista bajo la égida de LFI, que elude el problema de la unificación de la clase obrera, oponemos la construcción de un bloque obrero y popular desde abajo, estructurado en torno a la clase obrera, en el sentido más amplio, y a sus organizaciones y formas de autoorganización. Esta política de hegemonía obrera solo puede materializarse mediante la lucha, e implica batallar contra la política de los aparatos sindicales, que quieren limitar la actividad de la clase obrera a presionar a las instituciones y a Macron para que permita la llegada al poder de un gobierno minoritario de izquierda. A esta estrategia, que ya ha llevado a un callejón sin salida durante la batalla por las pensiones a pesar de los millones de personas en las calles, le oponemos la construcción de la mejor relación de fuerzas posible apostando a los métodos de la lucha de clases, en torno a un programa ambicioso, que no se contente con migajas.
En lugar de apoyar a tal o cual fuerza de la izquierda reformista, el movimiento obrero debe luchar por sus propias reivindicaciones. Medidas sociales de emergencia, como el aumento de todos los salarios y prestaciones sociales y su indexación a la inflación, o reducir la jubilación a los 60 años (55 para los trabajos insalubres), deben ir unidas a reivindicaciones como la regularización de todos los inmigrantes sin papeles o el derecho al voto para los extranjeros, pero también medidas estructurales, cuestionando profundamente el sistema actual en términos económicos, como la distribución de las horas de trabajo entre todas y todos, la expropiación de sectores estratégicos de la economía bajo control de los trabajadores, pero también en términos democráticos, exigiendo la supresión de instituciones reaccionarias como la Presidencia de la República y el Senado, desde la perspectiva de una República obrera y un gobierno de aquellos que nunca han estado en el poder verdaderamente y podrían transformar la sociedad, las trabajadoras y los trabajadores.
9. La reconstrucción de una izquierda de combate, obrera y revolucionaria como desafío central
Si hay algo que ha demostrado la secuencia abierta por la disolución de la Asamblea, es que la política de un frente de toda la izquierda, luego del “frente republicano”, que llevó a los candidatos de LFI a retirarse en favor de gente como Darmanin o Borne, tiene un costo político. En primer lugar, refuerza la idea de que RN sería la única oposición real a un régimen que parece exhausto. En segundo lugar, tiene el efecto de reavivar y crear ilusiones en una fuerza política burguesa como el PS, hasta el punto de que Hollande vuelve a la Asamblea y que este partido quiere colocar un primer ministro, a pesar de su profunda crisis de los últimos años. Esto es un gran retroceso, tanto más en la medida en que las coordenadas políticas exigen avanzar en la dirección opuesta, la de la reconstrucción de una izquierda de combate, obrera y revolucionaria, enraizada en los diferentes sectores de nuestra clase y portadora de un proyecto de derrocar el capitalismo y construir una sociedad sin explotación ni opresión.
Cuando los trabajadores van a la huelga en masa, como hicieron durante la batalla de las pensiones, el peso y la influencia de la extrema derecha se reducen significativamente. Por eso necesitamos una herramienta política para intervenir en la lucha de clases, reforzando la autoorganización, construyendo alianzas entre sectores y luchando por estrategias y programas que nos permitan desplegar toda la energía del movimiento de masas para conquistar nuestras reivindicaciones. Una organización de este tipo, arraigada en los centros de trabajo, las escuelas y los barrios populares, debe vincular estas luchas al servicio de la revolución y de un proyecto emancipador que cambie realmente la vida de la gente. Esta es la única manera de arrancar de la influencia de RN a aquellos sectores del mundo obrero que, a falta de alternativa, acaban resignándose a la única perspectiva que se les ofrece, decidiéndose por más autoritarismo para controlar la miseria social y contra sus hermanos de clase extranjeros o con trasfondo migratorio por unas migajas.
Ante los inmensos peligros de una situación marcada por el avance de la extrema derecha y el retorno de la guerra, cualquier proyecto que apueste por la posibilidad de revitalizar este sistema en descomposición y hacerlo funcionar de otra manera está condenado a producir nada más que nuevas desilusiones, fomentando así la posibilidad de que RN llegue efectivamente al poder dentro de unos años. A la realpolitik del “mal menor”, que quiere convencernos de que el único objetivo alcanzable es arribar a compromisos podridos con la patronal y sus instituciones, hay que oponer una realpolitik revolucionaria, que parta de la constatación de que nuestros intereses son irreconciliables con los de la burguesía (sea de derecha o de “izquierda”), que todo este sistema nos conduce a la catástrofe y que la prioridad absoluta debe ser organizar y unificar a nuestra clase para derrocarlo. Esta es la brújula que guía a Révolution Permanente, con el objetivo de contribuir a la reconstrucción de un partido obrero revolucionario.
Traducción: Guillermo Iturbide
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