A los 87 años, el inclaudicable director británico sigue indagando en las vivencias de la clase trabajadora y en este caso se sumerge en la conflictiva relación con los inmigrantes de origen sirio.
Viernes 7 de junio 00:29
“Puede ser que hayas cambiado
Puede ser que seas así
Puede ser que no tengas miedo
Puede ser que sigas corriendo
Puede ser o puede que no”.
(Pequeña Orquesta de Reincidentes)
Y el viejo Ken lo volvió a hacer. La primera escena muy loacheana nos permite situarnos -con esa tensión característica ya incómoda de lo real en los barrios obreros y populares- en una situación de ataques xenófobos a los inmigrantes extranjeros -de la comunidad siria específicamente- por parte de ciertos sectores de trabajadores británicos que fueron desplazados en la escala social por las políticas de ajuste neoliberal.
Yara (Ebla Mari), una joven refugiada de origen sirio que sufre un ataque racista, irá adquiriendo un creciente protagonismo a medida que transcurre el film, en el que Loach logra de manera sabia amplificar la denuncia de la problemática del estado islámico sirio y las innumerables privaciones que sufre su población. Un conflicto que proviene de las migraciones en masa producto de la guerra en Siria, muy poco conocida en Occidente.
TJ Ballantyne, dueño del Pub The Old Oak (El Viejo Roble), hijo de un obrero minero que transita su vida en un contexto de decadencia de las instituciones públicas -con la ofensiva del individualismo y la imposición de lo privado sobre lo público- y de manifiesta crisis económica de los trabajadores, resultará la contracara de lo que ofrece este sistema social: un ámbito de encuentro de amigos, vecinos y un refugio colectivo, un espacio de socialización para aquellos que son empujados a una situación de decadencia por las condiciones materiales de un capitalismo avasallante tan propio de las últimas décadas.
La relación de TJ Ballantyne (Dave Turner) y Yara se asemeja al vínculo que se fue construyendo entre Daniel Blake y Katie en “Yo, Daniel Blake”, en sintonía con la lucha diaria de aquellos millones de seres anónimos de la sociedad británica, que sufren la opresión de políticas que desde la década de 1990 parece no haber cambiado su cara amarga, por lo que debieron quebrar las lógicas de la salida individualista que el sistema les propone.
La visita de Yara y TJ a la Catedral, fue el escenario elegido para poner de manifiesto aspectos aberrantes del Estado Islámico en Siria, donde Yara recuerda su cruda infancia, padecimientos e injusticias, pero también hay lugar para los reclamos al mundo entero por dar la espalda a los sucesos que se están desarrollando en ese país.
Esta película invita a sumergirnos en ciertos pormenores de las comunidades islámicas como también en la simbiosis y rechazos culturales que se generan en los países donde son acogidas, desde donde siempre Loach nos tiene familiarizados: en las barriadas obreras.
Los escenarios de los suburbios y barrios obreros en decadencia ya son parte del imaginario de aquellos seguidores del director británico (incluso se pueden matizar ciertos rasgos comunes en los padecimientos propios de los tiempos neoliberales heredados de la Gran Bretaña tatchereana que impactó en todo el conjunto de la clase obrera y los sectores populares, que se manifestaron en las dos últimas obras de Loach: “Yo, Daniel Blake” y “Lazos de familia”.
The Old Oak, de tradición obrera y con aroma a resistencia, aparece fuertemente vinculado, mediante retratos y fotos, a las luchas de los trabajadores mineros que a principios de la década de 1980 casi le tuercen el brazo nada más ni nada menos que a la “Dama de Hierro” Margaret Thatcher, Primera Ministra británica. Y paradójicamente es en ese lugar donde se dirimen ideológicamente los sentidos comunes de rechazo o aceptación de los refugiados sirios que viven en el mismo barrio.
La propuesta fílmica no deja lugar a dudas sobre quiénes somos los verdaderos hacedores de la historia, en la que TJ deja bien en claro una de las enseñanzas de su padre: “La Catedral no debe ser de la Iglesia, le pertenece a quienes la hicieron, los trabajadores.” Y es en ese sentido que Loach da un giro aparente en su obra con relación a gran parte de sus predecesoras. Se puede observar en una escena conmovedora a TJ, desmoralizado y sin demasiadas expectativas en su vida, relatando la muerte de su padre -su estado de depresión y aislamiento que esa situación le provocó en su vida, como también la importancia de Marra, la perra que lo salvó de consumar un suicidio- para dar un vuelco inesperado que lo lleva a organizar un comedor para unir a la comunidad británica y siria alrededor del espacio abandonado de su pub, disputado por algunos clientes del bar para realizar reuniones marcadas por la xenofobia. Tal vez una de las críticas que se puede realizar a los trabajos del director británico radique en el mensaje desesperanzador o la falta de una perspectiva para una salida favorable de la clase trabajadora ante las situaciones planteadas alrededor de las denuncias de sus padecimientos e injusticias.
Es significativo que como resultado del encuentro entre trabajadores británicos y sirios, generado por TJ, Yara y Laura (Claire Rodgerson) en el pub aparezca una bandera creada en el espacio común con el lema impregnado de lucha minera: “Fortaleza/Solidaridad/Resistencia” y puños en alto para el momento de los retratos para las fotos de Yara. Esta imagen muestra tal vez un cambio en el paradigma de las luchas actuales en distintas partes de un mundo en crisis y no deja de ser un halo de aire fresco ante la desesperanza reinante en sociedades cada vez más injustas.
La noticia de la muerte del padre de Yara en Siria y el acompañamiento masivo de la comunidad británica del barrio es en esencia el mensaje de que la lucha colectiva también tiene sus lecciones a favor. Ante el boicot de quienes se mostraban reacios a la inclusión de los refugiados en la comunidad, TJ sintetiza en una frase lo que es un claro reflejo de las ideas que la película intenta batallar: “Cuando todo se va a la mierda nunca miramos para arriba. Siempre miramos hacia abajo. Culpar a los pobres bastardos que están por abajo nuestro. Siempre es culpa de ellos.”
La multitud que aparece en la escena final quizás sea lo que nuestro viejo y combativo director anhele para nuestra realidad actual, que también muestra aires esperanzadores en las juventudes del mundo entero que se manifiestan en contra del genocidio palestino por el Estado sionista de Israel, o las mujeres en el mundo que se organizan para luchar contra el patriarcado imperante.
La apuesta inflexible de un cine para concientizar críticamente es una herramienta que Ken Loach ofrece en toda su extensa y rica carrera como director y, sin lugar a dudas, con The Old Oak, nos muestra que un mundo mejor no es una utopía “Shukran”.
*Artículo publicado originalmente en el Blog Taller de Crítica, Otros Cines.