El verdadero problema que desata el arte generado por inteligencias artificiales no tiene que ver tanto con la esperanza de salvaguardar un arte auténtico de estas tecnologías profanas, sino con las condiciones de producción artística bajo el capitalismo. Es la condición del arte en tanto mercancía lo que genera una pugna artificial entre les artistas y las nuevas tecnologías de la ilustración.
Martes 20 de diciembre de 2022
En las últimas semanas se ha desatado en redes sociales un intenso debate en torno a la irrupción de las AI´s (inteligencias artificiales) en el terreno de la producción artística. Modelos de AI como DALL.E 2, Stable-Diffusion o Midjourney son capaces de generar imágenes originales de alta calidad a partir de texto y esto lo hacen mediante la recopilación y sampleo de los millones de imágenes existentes en la red asociadas a los conceptos utilizados. El que, si estos productos pueden o no, ser considerados arte constituye un parteaguas en la comunidad artística.
Un hito que generó polémica en septiembre de este año fue la obra “Théâtre D’opéra Spatial”, la cual fue galardonada con el primer lugar del concurso de arte de la feria estatal de Colorado, Estados Unidos. Su creador, Jason Allen, utilizó la AI Midjourney, introduciendo varias formulaciones de texto, generando un total de 900 representaciones, de las cuales eligió 3 que retocó a través de Photofhop, aumentó resolución e imprimió en un lienzo. Esto desató una oleada de críticas de participantes y espectadores.
Personalidades de renombre también han arremetido contra el arte creado por inteligencias artificiales. Hace pocos días, el escritor, cineasta y productor mexicano, Guillermo del Toro, tuvo una entrevista con el portal DECIDER, donde sostuvo que el arte era el resultado de la “expresión y proyección de las emociones humanas a un medio” y que no le interesaba la “ilustración y extrapolación de información hecha por máquinas” , Del Toro enfatizo su punto con una cita del dibujante y director japonés, Hayao Miyasaky quien en 2016, sostuvo que la utilización de AI en el trabajo artístico constituía un “insulto a la vida misma”.
¿Por qué existe semejante oposición a que los productos de las AI sean considerados arte? El que una silla, una lámpara o un televisor sean tales, muebles, no parece depender de que si los diseñó un algoritmo que posteriormente los imprimió en 3D o si fueron diseñados y confeccionados por un trabajador manual. Y es que el arte, a diferencia de otros productos del trabajo humano se define a sí mismo, no sólo por la función que cumple a través de sus características materiales, ser recipiente de significados variables y estimular la sensibilidad estética de quien lo contempla, sino por su proceso de producción, el cual en sí mismo constituye medio de expresión creativa para quien lo confecciona. Si el proceso de producción en sí no constituye medio de expresión de la conciencia de quien lo efectúa, entonces no es arte, a lo más puede ser considerado un proceso natural o mecánico que puede parecernos o no estético.
Las inteligencias artificiales aún carecen de voluntad y conciencia de sí mismas, no existe necesidad de expresión alguna, no obstante, si bien sus creaciones se hacen mediante la aplicación de un frío algoritmo, las imágenes que este procesa si fueron diseñadas en gran medida por seres humanos. Las AI no son más que una herramienta a través de las cuales accedemos a una síntesis de miles de voluntades creativas individuales, por tanto sí constituyen un tipo de arte particular, aquel que expresa las representaciones hegemónicas del conjunto de sensibilidades estéticas de la sociedad, al menos las que están contenidas en la red. Paradójicamente es gracias a la ingente capacidad de procesamiento de las inteligencias artificiales que nos acercaremos a la más detallada representación del arte del género humano, un arte sin autor, porque el resultado es de todos y de nadie al mismo tiempo, una forma de creación colectiva. Quienes las utilizan son artistas en la medida en que imprimen su propia voluntad en el resultado.
Entonces, el verdadero problema que desata el arte generado por inteligencias artificiales no tiene que ver tanto con la esperanza de salvaguardar un arte auténtico de estas tecnologías profanas, sino con las condiciones de producción artística bajo el capitalismo. Es la condición del arte en tanto mercancía lo que genera una pugna entre les artistas y las nuevas tecnologías. Las AI parecen horadar la lógica misma de la producción artística dentro de la dinámica capitalista: el arte como trabajo asalariado.
En primer lugar, quienes acceden a estas herramientas generan productos “artísticos” a una velocidad y costo con los cuales ningún trabajador del arte podría competir. Y segundo, aquellos productos se generan a partir de la usufructuación del trabajo de millones de personas a quienes no se les da crédito ni remuneración alguna. No es descabellado pensar que en la medida que esta tecnología se desarrolle, muchas empresas harán contratos cada vez más flexibles, con remuneraciones más bajas y mayores niveles de exigencia en la producción de ilustraciones. Tercero, como consecuencia del avance de los procesos de automatización en el rubro, se fortalecerá el carácter burgués del arte en la medida en que este sea menos viable como fuente de ingresos con la que hacer frente a los costos crecientes de la vida.
Sin embargo esto solo hace al debate más inmediato sobre la introducción de las imágenes creadas por inteligencia artificial en el mundo del trabajo. La revolución en la producción que generan se transforma en un problema en la medida que el arte ya no tiene como función la expresión de la subjetividad de una persona, sino la de elaborar productos culturales que se puedan transar como mercancías.
La verdadera fuente de degradación del fenómeno artístico es su contradictoria y siempre incompleta subordinación a las lógicas de la producción capitalista. La forma-valor impone una re-adecuación de las actividades humanas que engulle, sometiendolas a fórmulas de cálculo y temporalidad que les son necesarias para existir pero que de por sí son incompatibles con la naturaleza eminentemente anárquica y subjetiva del arte. La expresión creativa es una función humana, como pensar o respirar, si bien mediada por las condiciones materiales en la que se desarrolla, no es en última instancia estandarizable, para ser segmentada, empaquetada y vendida. Es en el capitalismo, en donde a millones de almas se les niega las condiciones materiales para poder plasmar su creatividad, que lo únicos que pueden hacerlo de forma frecuente son quienes logran hiper especializarse y hacer de ello su fuente de ingresos, a quienes llamamos artistas, no obstante, los “artistas puros”, son una excepcionalidad en este esquema, la aplastante mayoría son trabajadores en muchos otros rubros. Las AIs no hacen peligrar el arte, sino que fortalecen su condición elitista en tanto trabajo asalariado, sólo la revolución socialista, podrá brindarnos las condiciones para que el arte sea desplegado por cualquier ser humano y cuando aquello ocurra, los desarrollos tecnológicos estarán a nuestro servicio y todos tendremos la posibilidad de ser artistas.