¿Qué fue y qué dejó el neodesarrollismo que impulsaron los gobiernos posneoliberales de América del Sur durante la primera década del milenio? ¿Qué cambió y qué continuó del neoliberalismo previo? Estas son algunas de las cuestiones abordadas en el libro El neodesarrollismo en el Cono Sur: ¿crónica de una década pasada? Correlación de fuerzas y modelo de desarrollo en Argentina y Brasil, coordinado por Darío Clemente y Mariano Féliz.
¿Hablar de neodesarrollismo, es sólo hacer la “crónica de una década pasada”? Con este interrogante abre la introducción del libro El neodesarrollismo en el Cono Sur: ¿crónica de una década pasada? Correlación de fuerzas y modelo de desarrollo en Argentina y Brasil, coordinado por Darío Clemente y Mariano Féliz [1]. Los aportes que componen el volumen buscan caracterizar a los procesos políticos que atravesó América del Sur desde comienzos del siglo XXI –con foco especialmente en Brasil y la Argentina– bajo el eje articulador del neodesarrollismo, proyecto que de forma más o menos explícita y con particularidades específicas según el país, compartieron los gobiernos que surgieron en la región tras la crisis del neoliberalismo.
Contexto local y contexto mundial
El texto introductorio, a cargo de Darío Clemente, establece las coordenadas necesarias para “tomarse en serio al neodesarrollismo”. Esto significa no pretender reducirlo ni a un programa coherente (que no puede ser por la diversidad de las experiencias de las que busca dar cuenta) ni a un simple “mito progresista”. En cambio, es necesario “considerarlo como el producto de una relación de fuerzas específica”, como “el resultado contradictorio de la disputa entre proyectos antagónicos de carácter económico y político animados por clases y fracciones de clase” y de “la reestructuración de fondo del capitalismo contemporáneo” (26).
Tenemos entonces una articulación en dos niveles, el de la esfera nacional y el del sistema global que se encuentran en una relación de mutua determinación. Clemente retoma a Ruy Mauro Marini, que consideraba que cada ciclo de integración al capitalismo mundial afrontado por una economía dependiente determina “una política internacional específica y una conformación interna de clases sociales, es decir, una relación de fuerzas que es, al mismo tiempo, producto de esa inserción y de esa política y motor de estas” (27).
En el nivel local, la crisis de los gobiernos neoliberales, las divisiones en las clases dominantes y la creciente movilización de sectores de masas (con caída de presidentes incluida) aparecen como condiciones que hicieron posible las configuraciones favorables al neodesarrollismo. En la dimensión mundial, el lugar (débil) de América del Sur en las cadenas globales de valor y el boom de los commodities que favoreció a la región durante los primeros años del milenio, son los principales elementos que contribuyen a explicar los contrastes que adquirieron. Pero si bien la integración dependiente define un marco común, esto no debe confundirse con “una idéntica forma de inserción y política internacional” (29). Brasil consolidó su influencia regional, pasó a formar parte de los BRICS y exigió, durante los años de Lula, un reconocimiento en el concierto internacional a los que no podía aspirar la Argentina, aunque después del golpe institucional todas esta proyección internacional entró en declive.
Neodesarrollismo, un concepto híbrido
Clemente destaca la naturaleza “híbrida” del neodesarrollismo, que está determinada por la convivencia de herramientas desarrollistas y de un perfil industrialista con políticas ortodoxas. El neodesarrollismo puede ser emparentado “con el desarrollismo clásico y, a la vez, con el neoliberalismo, rechazando de raíz la posibilidad de considerarlo como antónimo de este último”. Más bien, el neodesarrollismo “surge del neoliberalismo e incorpora algunas de sus vetas fundamentales, por un lado, y convive con el neoliberalismo como etapa del capitalismo a nivel global, por el otro” (61) [2]. Al mismo tiempo el concepto refiere a discontinuidades, ya que se corresponde con nuevas relaciones de fuerza en la sociedad y redunda en fases estatales nuevas, distintas a las anteriores. En conclusión, no tenemos ni un giro copernicano ni mera continuidad con el neoliberalismo precedente, sino la necesidad de nuevos formatos para sostener la gobernabilidad de los capitalismos dependientes de la región en un contexto global que atravesó en estos años algunas modificaciones significativas como la creciente gravitación de China.
Pero hay otra dimensión también en la hibridez del concepto que lo hace adecuado para dar cuenta de los contrastes que dejan como saldo los “neodesarrollismos”, que tiene que ver con “las modificaciones que ha sufrido el concepto mismo de ‘desarrollo’ durante la fase neoliberal, a causa también de la acción de instituciones internacionales como el Banco Mundial o la Cepal”. La “agenda orientada a la competitividad, a la creación de cadenas de valor y al combate a la pobreza extrema”, son “todas facetas centrales del neodesarrollismo” (62). El prefijo sugiere una reincorporación de herramientas desarrollistas, cuando en realidad determina un aggiornamento del sustantivo acorde con los condicionantes de los países dependientes en el contexto de la economía globalizada.
Argentina, ilusiones y realidad
Para definir lo que fue el neodesarrollismo en la Argentina, Adrián Piva propone entenderla como a partir de una transformación contradictoria de la relación entre economía y política: en la primera dimensión, observamos “la persistencia de los rasgos profundos del modo de acumulación desarrollado desde 1989 (ausencia de cambio estructural)”; en el segundo, tenemos una transformación “del modo de dominación política desde una estrategia basada en la desmovilización popular vía mecanismos de mercado a otro de integración segmentada de demandas” (45). El resultado de esa contradicción entre economía y política fue una dinámica desequilibrada de acumulación de capital. Si bien se desarrollaron políticas monetarias y fiscales expansivas, estas se desplegaron sobre las bases estrechas de “una estructura económica heterogénea, tendiente a crisis recurrentes y con comportamientos empresariales adaptados a ese escenario a través de una conducta inversora reticente y el recurso a la acumulación de stocks financieros en moneda mundial” (44). Por eso, los límites para los intentos neodesarrollistas no tardaron en manifestarse en el agotamiento de los superávit fiscal (en 2007) y externo (2011).
Agostina Constantino y Francisco Cantamutto enfocan en las bases de clase: el neodesarrollismo “fue el programa de la fracción industrial, que buscó reproducirse a sí misma en función de sus propias características –y no de las deseadas o postuladas por otros agentes sociales–” (138). Cuando emergieron las tensiones (2008 en adelante, después del lockout agropecuario ante el intento de imponer un esquema de derechos de exportación móviles), “el gobierno buscó radicalizar el programa sin dejar de representar al agente social en cuestión”. Los autores hacen una reseña de distintas iniciativas, desde la eliminación de las AFJPs hasta las leyes de Matrimonio igualitario, que se movieron en distintos andariveles para permitir al gobierno “consolidar su propia identidad” (151). Pero que, de conjunto, “no se trataba de una confrontación con el bloque en el poder, sino un intento por sostener las intervenciones que le permitían validar socialmente su propuesta” (152). Destacan que lo que se buscaba preservar es un esquema donde no solo “el capital industrial lograba tener ganancias, sino incluso la oposición liderada por la Mesa de Enlace” (152).
La inexistencia de un cambio estructural durante los años del neodesarrollismo no resulta entonces una inconsistencia, sino el resultado de la fracción de clase en la que se apoyó el proyecto. Es que “avanzar en un cambio estructural exigía a un mismo tiempo modificar al sujeto social que se buscaba representar –crear una ‘burguesía nacional’– y enfrentarse con otras fracciones del bloque en el poder”. El kirchnerismo no se propuso, ni de lejos, este cambio, pero los intentos de reformular el esquema inicial con algunas mayores intervenciones, fue suficiente para que el gran capital industrial iniciara una convergencia con el resto del poder económico en favor de una política de apertura económica y eliminación de las intervenciones cambiarias, arancelarias o de otra índole. En 2015, el conjunto del gran capital estaba alineado en la necesidad de imponer modificaciones drásticas. El triunfo de Cambiemos abriría un nuevo ciclo, pero las inconsistencias de su programa, las dificultades para alterar la relación de fuerza y los límites que encontró el acelerado ciclo de endeudamiento abierto en 2016, llevarían desde 2018 a una crisis que derivó en a la derrota de Macri, que el gobierno de Alberto Fernández –que ganó prometiendo la quimera de una recuperación posible sin repudiar la deuda y las exigencias del FMI– fue incapaz de desenredar.
Como analizamos en otras oportunidades, con el ocaso del ciclo kirchnerista en 2015, y de manera farsesca con el Frente de Todos en 2019-2023, la pretensión de que era posible, sobre las bases del capitalismo dependiente argentino, sostener una política que concilie los antagonismos de clase sin cambiar en lo más mínimo las bases del capitalismo neoliberal, se puso en evidencia como una quimera una vez que se agotaron las condiciones iniciales que hicieron posible el ciclo expansivo de la posconvertibilidad. Es decir, el ajuste realizado por Duhalde en 2002 y el ciclo expansivo internacional.
Brasil: giro sin catástrofe
En Brasil, el ciclo neodesarrollista se inicia con la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva en 2003. A diferencia de lo que ocurrió en la Argentina y otros países de la región, observamos “la ausencia de un ocaso catastrófico de la ‘década neoliberal’ de 1990” (61). La llegada del
PT al poder atajó a tiempo la creciente deslegitimación de los aplicadores de las políticas del consenso de Washington. Esto favoreció que varios de los pilares de la gobernabilidad neoliberal se mantuvieran firmes, como el control de la inflación por medio de altas tasas de interés, el objetivo fiscal de un superávit primario elevado y constante, y un tipo de cambio fluctuante tendiente a mantener el Real depreciado. En la convivencia de herramientas desarrollistas e industrialistas con políticas ortodoxas que caracteriza al conjunto de los neodesarrollismos, en Brasil fue más pronunciado el peso del último término.
El foco del neodesarrollismo en Brasil estuvo puesto en fortalecer la capacidad competitiva de un grupo de empresas locales –los llamados Campeones Nacionales– en los mercados globales. Este esfuerzo tendió a concentrarse en sectores “en los cuales el país goza de una ventaja comparativa, y privilegiando a los exportadores por sobre de los que producen para el mercado interno” (62).
El foco en la desigualdad y la inclusión social, que derivó en la implementación de planes como el “Bolsa Familia”, fue una de las claves para la “inclusión pasiva” de las masas en un sistema de hegemonía basado en “un tenso compromiso entre fracciones de la clase dominante basado en el fortalecimiento relativo de la burguesía industrial en el bloque de poder” (63). Clemente también destaca “la incorporación de las elites sindicales a la gestión del gran capital, por medio de su participación en los consejos de administración de las mayores empresas públicas y de los poderosos fondos de pensión a ellas asociados” (64).
Daniela Franco Cerqueira establece que el pacto vigente durante los gobiernos de Lula y Dilma se asentó en tres pilares que marcaron el compromiso de clases: 1) se mantuvo la remuneración del capital financiero; 2) se les aseguraron a los grandes grupos privados fuentes de financiamiento y el aparato institucional del Estado para promover sus estrategias de expansión interior y exterior; y 3) se adoptó la política de transferencia de renta y de valorización del salario mínimo (126).
En relación a las reconfiguraciones del capitalismo mundial, Clemente observa que el neodesarrollismo “como forma de inserción internacional para Sudamérica ha redundado en el fortalecimiento –no en la superación– de varias tendencias negativas que han caracterizado la región en su conjunto en las últimas décadas: reprimarización económica, desindustrialización, inserción subalterna en las CGV [cadenas globales de valor; N. de R.]” (76). No se trata de un fracaso, para el autor, sino de la forma en que se consolidó este “híbrido” en las condiciones que la internacionalización productiva actual reserva hoy a la periferia latinoamericana.
El ocaso de este sistema de hegemonía fue producto de “la amalgama de tres crisis entrecruzadas y sobrepuestas –una crisis de la reproducción del capital en su conjunto, un proceso profundo de deslegitimación política de la clase dirigente y de las instituciones, la ruptura del bloque de poder neodesarrollista–” (69). Durante el final del primer mandato de Dilma se empezaban a sentir los efectos de un deterioro de las condiciones internacionales para la economía de Brasil (encarecimiento del financiamiento internacional, retracción de capitales, caída en los precios de los commodities). Esto llevó a un deterioro de la situación fiscal, que impidió al gobierno seguir atendiendo simultáneamente las distintas patas en las que se asentaban los pactos del sistema hegemónico –subsidios al gran capital, mostrar superávit que asegurada pagos a los acreedores y políticas distributivas– (126).
Las masivas movilizaciones de junio de 2013 fueron la primera señal de una crisis latente del modelo de desarrollo y del modelo de hegemonía del neodesarrollismo, configurando finalmente una crisis de hegemonía abierta (69). Como respuesta, las clases dominantes respondieron con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff que instauró a Temer en el gobierno, y continuaron con la prohibición de Lula de candidatearse para 2018, que derivó en la elección de Jair Bolsonaro.
Ultraextractivismo
En la Argentina, el retorno, después del interregno neoliberal de Macri, del discurso neodesarrollista, vino con una exacerbación de lo que ya había sido un rasgo notable de continuidad durante los gobiernos kirchneristas: el extractivismo. Como observa Mariano Féliz, el peso de la deuda pública y en especial de la deuda en moneda extranjera con el FMI “se convirtió en un mecanismo fundamental para apalancar las reformas estructurales demandadas por las clases dominantes y –en simultáneo– consolidar el nuevo eje extractivista del proyecto de neodesarrollo” (217). Como se vio claramente con distintas iniciativas implementadas o intentadas durante el gobierno del Frente de Todos, se pretende que el conjunto del territorio nacional sea “reestructurado para ser colocado como proveedor de energía y de los commodities minerales claves en la transición energética en los países centrales” (218). Pese a la revitalización del “discurso neodesarrollista, en el que el Estado opera como articulador del proyecto de desarrollo”, lo cierto es que, bajo la presión del estrangulamiento que imponen la deuda externa, las remesas de empresas imperialistas a sus casas matrices y la fuga de capitales sobre el balance externo, la principal motivación de profundizar los extractivismos estaba en exportar más con el fin de hacerse de divisas lo más rápido posible para afrontar estos compromisos. De esta forma, en vez de poner en cuestión las raíces del saqueo nacional, lo que habría exigido movilizar las fuerzas sociales requeridas para hacer frente al imperialismo, se buscaba la manera de hacer esta dilapidación de reservas soportable en el mediano plazo. El ultraextractivismo, presentado como un medio para el desarrollo, solo implica la conversión del territorio nacional en zona de sacrificio para afrontar urgencias de la balanza de pagos.
Volver peores
Como señalamos al comienzo, un interrogante que recorre al libro El neodesarrollismo en el Cono Sur: ¿crónica de una década pasada?, del que hemos abordado apenas algunas de las interesantes contribuciones que lo integran, es si puede haber un futuro para el neodesarrollismo. Clemente arriesga que “podría evaluarse la vigencia del neodesarrollismo antes que nada como relación de fuerzas interna, como lógica amortiguada pero aún activa, como cemento todavía maleable de los bloques históricos de Argentina y Brasil” (30). Claudio Katz, que participa del libro a través de una entrevista, considera que es posible la reedición de lo que él llama un “ciclo progresista” –condición básica en su mirada para poder hablar de neodesarrollismo. Pero señala que no están presentes ni los soportes regionales que existieron hace 20 años, como el Unasur o el ALBA, ni tampoco el comportamiento de los actores políticos que podrían encararlo hoy en cada país resulta nítido (19). La diferencia que observa entre el ciclo que inició el milenio y el actual, es que no se da “un cambio en la correlación de fuerzas por la sucesión de levantamientos populares [...] El nuevo ciclo tiene solo parcialmente ese sustento” (20).
En relación a este último aspecto, hay un elemento importante que Katz no considera. Se trata del rol que tuvieron, desde el llano y ante el retorno del neoliberalismo, las fuerzas políticas que impulsaron el neodesarrollismo. El accionar como opositores a la nueva avanzada neoliberal mantuvo una línea coherente con el rol pasivizador que tuvieron al frente del Estado. Su oposición a los neoliberalismos siempre fue acompañada de la contención a las movilizaciones de masas, para evitar cualquier atisbo de radicalización. Por ejemplo, durante el gobierno de Macri, y especialmente después de la crisis de 2017 cuando se trató la reforma previsional, mientras sectores del peronismo daban gobernabilidad activamente, observamos los denodados esfuerzos del kirchnerismo por contener cualquier amenaza de que la lucha contra los ataques de Macri se saliera de los cauces del régimen. Bajo el lema de “hay 2019” (que ya empieza a resonar como una farsa de la farsa como “hay 2027”) buscaron llevar todo hacia un recambio electoral. Una vez consumado este, se vio toda la impotencia de las promesas de revertir el daño realizado por Cambiemos en los marcos del régimen del FMI. La menor intensidad de los ciclos de protesta que Katz señala correctamente es, al menos en este caso, y en cierta medida también en Brasil (o Bolivia después del golpe), fruto de la acción de estas fuerzas políticas en su rol de contención. Este es un aspecto que aparece poco problematizado en la conversación con Katz, y más de conjunto a lo largo del libro –aunque muchos de sus capítulos se ciñen a abordar el ciclo de auge y ocaso de los neodesarrollismos a mediados de la década pasada–.
Piva señala que “la crisis del neoliberalismo es un terreno de disputa entre estrategias diversas de subordinación del trabajo, de las cuales el neoliberalismo autoritario es solo una de ellas”. El posneoliberalismo “en la región, y en gran parte del mundo, se delinea cada vez más como una variante de esa ofensiva contra el trabajo, en lugar de ser una alternativa progresiva al neoliberalismo, como plantean sus defensores” (47). Advierte que “las experiencias neodesarrollistas previas, en contextos mucho más favorables, indican cuán pobres son las perspectivas de una mejora cualitativa en la vida de los sectores populares” (47). No podríamos estar más de acuerdo con esta última afirmación.
Para salir del péndulo entre el neoliberalismo (o su variante ultraliberal mileísta) y neodesarrollismo que, como vimos, no son “antónimos” ni mucho menos, es necesario, como propone este libro, tomarse en serio el proyecto neodesarrollista y enfrentar a las fuerzas que, en su nombre, pretenden seguir llevando a la clase trabajadora a la rastra de los proyectos de la clase dominante. Recuperar las tradiciones más combativas de la clase obrera en el país y en la región como parte del combate por la independencia política de la clase obrera para pelear por una ruptura con el imperialismo y sus aliados locales, para poner fin a este círculo vicioso. Para pelear por una verdadera integración sudamericana y latinoamericana, que sólo puede ser obrera y socialista.
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