En 1938 Trotsky escribe junto a André Breton el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente, un texto con una clara voluntad de enfrentarse a las dos tendencias entre las que se debatía el arte del momento: la burguesa y el realismo socialista.
Sábado 20 de enero de 2018
El Manifiesto fue redactado en 1938 en México por Trotsky y André Breton y luego suscripto por Diego Rivera, en medio de la batalla contra el estalinismo. En la década de los 30 el realismo socialista pretendía establecerse como versión marxista “oficial” aquella que consideraba al arte una herramienta de propaganda de un régimen y justificadora de ciertas políticas, y en definitiva aquella que estuviera al servicio de las políticas del estalinismo. Con ello toda expresión que no siguiera estas reglas era considerada como degenerada. Así desde hacía años los artistas solo se debatían entre dos tendencias: el realismo socialista de carácter propagandístico y el arte burgués quedando poco espacio para la existencia de un arte cuestionador de la realidad.
Como mencionábamos en un artículo anterior de todos los dirigentes de primera línea de la Revolución bolchevique, Trotsky es quien estuvo más tensionado por las cuestiones referentes al arte y la cultura. Esto es algo que vemos en dos de sus publicaciones sobre estas cuestiones para las que dedicó gran interés y esfuerzo. Estas son Literatura y Revolución (1923), en la que nos centrábamos en ese primer artículo, y El manifiesto por un arte revolucionario independiente (1938) que se publicó firmado por Diego Rivera junto al artista surrealista André Breton.
Si con su primera publicación sobre el tema Trotsky aporta una dirección muy concreta desde la que pensar el arte, y trata de dar respuesta a todos los debates en torno al arte y la cultura abiertos tras la revolución de 1917, esto le permite años más tarde retomar esta cuestión para dar una de las batallas más complejas a las que se enfrentará el revolucionario. El Manifiesto por un arte revolucionario e independiente publicado en 1938, se enmarca en la batalla contra el estalinismo que concentró todos los esfuerzos de Trotsky en estos años.
No cabe duda de que muchas de las experiencias en el terreno del arte y la cultura en los años inmediatamente posteriores a la Revolución fueron verdaderamente revolucionarias en el sentido en que trataban de romper con las bases de viejo arte y sus instituciones y enlazar y avanzar de un modo más o menos acertado con todo el proceso revolucionario. No obstante, y del mismo modo toda esta experiencia quedó bloqueada con la aparición y consolidación del estalinismo y su doctrina vertical que se extendió incluso al arte instaurando un arte único, el mal llamado realismo socialista.
Esta situación sirvió para que los ideólogos del capitalismo hayan tratado de identificar la política del Estado obrero hacia el arte como la imposición de reflejar y justificar una determinada política. Y si así fue como ocurrió con el estalinismo y el realismo socialista esto no tiene nada que ver con lo que fue la experiencia en el terreno del arte durante la revolución ni con la relación entre arte y revolución reivindicada por Trotsky.
Cuando la dominación de la burocracia estalinista era total y el realismo socialista se había impuesto, Trotsky desde el exilio centra todos sus esfuerzos en librar una batalla contra la degeneración del estado obrero. En este contexto se produce la fundación de la IV que finalmente será constituida en septiembre de 1938.
En este marco – en el de la batalla de ideas entre el estalinismo y la IV Internacional - el profundo desacuerdo entre ambas tendencias no era solamente respecto a las tardeas del partido sino en general sobre toda la vida material y espiritual de la humanidad. Y es aquí donde debemos enmarcar también la batalla de Trotsky en el campo cultural y artístico.
En medio de toda esta batalla Trotsky escribe junto a André Breton el Manifiesto por un arte revolucionario e independiente, publicado finalmente con la firma de Bretón y Diego Rivera, que pretendía luchar contra el realismo socialista y en definitiva contra el propio estalinismo y la concepción del comunismo que predicaba.
Una primera intención del manifiesto era que pudiera servir como un texto base para la construcción de una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios Independientes (FIARI) que se constituyera en algo así como el apoyo cultural de la IV Internacional. Sin embargo, no se trataba solo de agrupar a los artistas en una suerte de internacional por la cultura o por un arte revolucionario, sino además la voluntad del revolucionario radicaba en continuar pensando y avanzando en la complicada relación entre arte y revolución, pensando en la propia coyuntura política pero en su articulación con la problemática más general que atraviesa esta relación.
La necesidad de una nueva perspectiva para el arte
La Revolución de octubre dio un tremendo impulso a todos los tipos de arte y experiencias no solo soviéticos sino en todo occidente. Sin embargo desde hacía unos años los artistas ya solo se debatían entre la propuesta artística del "socialismo real", o el eclecticismo y la ambigüedad que permitía el capitalismo y la sociedad de mercado. En este sentido Arte, política y cultura necesitaban una nueva perspectiva.
El arte proclamado como oficial de la Unión Soviética, el mal llamado realismo socialista se construyó al igual que la justicia totalitaria del régimen estalinista basándose en las mentiras y el fraude. “La meta de la justicia estalinista como la de su propio arte es exaltar al “líder”, fabricar artificialmente un mito heroico” escribía Trotsky en 1939. Incluso el arte aristocrático o burgués se basaron en el principio de idealización, pero no el de la falsificación como el realismos socialista.
Cabe destacar que esta situación de control, ataque y dominio no se limitó a las fronteras soviéticas. El PCUS (Partido Comunista de la URSS) a través de sus comisarios los partidos comunistas en el exterior impusieron su arte, al igual que su política, a base de la persecución de los simpatizantes de la revolución y de elevar y ensalzar a los artistas que se arrodillaban ante la burocracia soviética y su realismo socialista.
Como decíamos por tanto los artistas se debatían entre la asfixiante propuesta del "socialismo real" y la falsa "libertad" del arte sujeto a las leyes burguesas y de mercado. De este modo, la segunda de las opciones, la de la concepción liberal del arte se basaba en una falsa libertad artística, intelectual y cultural. Esta falsa idea de la libertad se basaba, al igual que hoy, en que en épocas de prosperidad otorga al arte la total libertad en cuanto a mercancía pero que en momentos en que se ve amenazada la estabilidad del sistema o de un régimen no duda en atacar con la censura directa o encubierta. En ese contexto la sociedad dominada por el mercado poco tenía para ofrecer al arte y a la cultura en general.
Contra estas dos visiones “oficiales” del arte Trotsky introduce una consigna muy básica "total libertad para el arte", socialismo para la economía, anarquismo para el arte, con una intencionalidad muy clara y es que quería dejar claro que la revolución socialista bajo ningún punto de vista es enemiga del arte.
Con ello el Manifiesto gira en torno a un principio muy claro: la plena libertad en el arte. Pero esa libertad proclamada para el arte no solo tiene que ver con la intención de diferenciarse del estalinismo y de la instrumentalización del arte dentro del capitalismo, sino que además es avanzar en la relación entre arte y revolución. En este sentido para Trotsky el arte por su propia naturaleza encierra en sí un elemento muy progresivo que puede servir de aliado en el proceso revolucionario, siempre y cuando, a este se le permita desarrollarse con sus propias leyes.
De modo general el arte es un modo con el que el hombre puede expresar su necesidad de aspirar una vida armoniosa y completa que la sociedad de clases le niega. En este sentido el hecho creador de una obra artística, en sí independientemente de su tema, su contenido o su forma, supone un acto de rebeldía contra la sociedad de clases, aún sin esta idea está expresada o no de modo consciente por el artista. De este modo el arte juega un papel positivamente utópico en la sociedad. Nos permite ver (intuir, pensar, imaginar) realidades nuevas, más plenas.
El arte a pesar de su papel positivamente utópico, progresivo, no puede trasformar las realidades sociales, pero si puede jugar -siempre desde la libertad formal y de contenido- un rol muy progresivo en el que plantear dentro de la sociedad de clases la existencia de la posibilidad de un mundo diferente, un mundo de libertad no enajenada. No desde la forma, sino desde la libertad de sus propias leyes internas, el arte nos adelanta la posibilidad de una nueva realidad plena, la posibilidad de un mundo libre en todos los sentidos, y ahí su papel progresivo.
Trotsky, sin negar este papel positivamente utópico del arte, sin embargo, deja claro que el arte en sí mismo no puede transformar radicalmente las condiciones sociales en las que vivimos. Podemos decir que esa realidad que el arte avanza solo puede conseguirse con la pelea de mujeres y hombres reales de la clase trabajadora que inciden en su realidad material. La transformación social solo puede darse actuando sobre las condiciones materiales de nuestra existencia de forma revolucionaria. Por eso, el manifiesto concluye:
La independencia del arte – por la revolución;
La revolución – por la liberación definitiva del arte.
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