“… el héroe de La broma de Milan Kundera solo tiene que escribir ‘¡Viva Trotsky!’ en una postal para describir exactamente cómo, por qué y cuándo una ‘broma’ bajo el comunismo ha llegado demasiado lejos. Pero no era ese el único sistema inquieto para el que resultaba un espectro difícil de exorcizar. Winston Churchill, en un ácido retrato de Grandes contemporáneos, describió a Trotsky, incluso en un exilio impotente, como el ‘ogro’ de la subversión internacional” (Christopher Hitchens, Amor, pobreza y guerra).
A más de un siglo de la Revolución Rusa de 1917, la serie Trotsky: el rostro de una revolución, producida por la señal de TV gubernamental rusa Canal Uno y distribuida internacionalmente por la empresa norteamericana Netflix, ratifica que Trotsky sigue siendo un espectro difícil de exorcizar. La protesta internacional contra las falsificaciones históricas de esta serie se ha convertido en un hecho político-ideológico. No hay memoria en los últimos tiempos de que tantos destacados intelectuales y personalidades políticas hayan convergido para defender la verdad histórica en relación al fundador del Ejército Rojo.
La declaración “Netflix y el Gobierno ruso unidos para mentir sobre Trotsky”, impulsada por Esteban Volkov, su nieto, y el Centro de Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, ha reunido a intelectuales como el filósofo esloveno Slavoj Žižek; el crítico cultural marxista estadounidense Fredric Jameson, uno de los principales referentes actuales en este terreno a nivel mundial; Nancy Fraser, referente histórica del feminismo socialista internacionalmente; Robert Brenner, conocido historiador partícipe de polémicas en el marxismo contemporáneo; el sociólogo y el teórico de las ciudades Mike Davis, el economista Michel Husson, entre muchos otros. Así como un amplio abanico de organizaciones y personalidades políticas de la izquierda a nivel internacional.
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Desde que fue estrenada con motivo del 100 aniversario de la Revolución Rusa, varios analistas han señalado que, a pesar de las intenciones de difamación y denigración de la trayectoria de Trotsky –y de la revolución misma– que tuvo el gobierno de Putin, el efecto de la serie podría ser contradictorio al poner en debate la figura de quien fuese uno de los principales dirigentes revolucionarios del siglo XX. Posiblemente la amplitud del arco de intelectuales que firman la declaración, así como su importante repercusión en estos pocos días desde su publicación, ya sea una muestra de aquel efecto contradictorio.
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Falsificación y polémica
La declaración critica muy sintéticamente las principales falsificaciones de la serie: a) que la revolución rusa es presentada como un golpe de Estado, donde una minoría (Lenin y Trotsky) se dedica a manipular a las masas, y obviamente no hay lucha de clases, ni fuerzas sociales verdaderamente actuantes; b) un Trotsky mesiánico, autoritario, inhumano, criminal, “sediento de sangre”, que pelea con Lenin en una guerra de egos; c) mientras Stalin es presentado como secretario de Lenin y supuesto “hijo político” no querido de las ideas de Trotsky; entre otras tergiversaciones, que se complementan perfectamente con estas tres.
No hay mucho de nuevo en esto. A decir verdad estos son algunos de los tópicos que se ha encargado de machacar hasta el hartazgo la corriente historiográfica liberal-conservadora que se caracteriza, por sobre todo, por su hostilidad a la revolución rusa y el marxismo. Desde Orlando Figes, Richard Pipes, hasta por Robert Service, entre otros. La revolución no sería la intervención de las masas en el gobierno de sus propios destinos sino un simple golpe de Estado. Los líderes revolucionarios serían esencialmente vanidosos demagogos, manipuladores, amantes del “terror”, dictadores natos. El régimen totalitario de la burocracia stalinista sería una continuidad de la obra de Lenin, Trotsky y los bolcheviques.
Poco se sabe en el relato de la historiografía liberal-conservadora de los comités de fábrica, de la efervescencia política que atravesaba los cuarteles y el frente de febrero a octubre de 1917, del desarrollo de los Soviets de obreros y soldados como verdaderos organismos democráticos de las masas, de los miles de Nikolai Markin (el marino de Kronstadt que aparece en la serie) que dieron vida a la revolución. En la serie “Trotsky”, desde luego, todo esto tampoco tiene lugar. Si aparece Markin, es para inventar una patética fábula donde Trotsky, como jefe del Ejército Rojo lo envía a una muerte segura. Sin embargo, como dice en Mi Vida: “a él –a la figura colectiva de Markin– se debe el triunfo de la revolución de Octubre”.
La idea de Trotsky como demagogo de una elite separada de las masas llega a su máxima expresión en la serie cuando, desplazado de la dirección y deportado por Stalin, se encuentra solo con Natalia en un muelle, esperando que venga alguien a despedirlo, hasta que en determinado momento mira su reloj resignado y se decide a subir al barco. La realidad es que cuando fue deportado Trotsky al Asia central –no en barco sino en tren– la GPU se vio imposibilitada de sacarlo por la estación que habían designado (Kazán) por las multitudes que se congregaron y los enfrentamientos con la policía, la GPU tuvo que jugar patéticamente a las escondidas para lograr subirlo al tren en otro lugar para despistar a los manifestantes.
La lucha entre Lenin y Trotsky contra Stalin, es presentada en la miniserie como una simple pelea al interior del partido entre diferentes orientaciones. No como lo que fue: el surgimiento de una enorme burocracia contrarrevolucionaria que, como señala la declaración contra las falsificaciones de la serie, tuvo que apelar a las matanzas en masa en los llamados Juicios de Moscú de quienes habían protagonizado la toma del poder en octubre del ’17, y utilizar los métodos del terror y la guerra civil para derrotar a la oposición revolucionaria. Para 1940, de 26 miembros del Comité Central bolchevique que había dirigido la revolución solo quedaban vivos 4. Tres murieron en la guerra civil y 14 fueron fusilados o murieron a causa de los Juicios de Moscú (el resto por enfermedades). Esta burocracia, que era la negación de la revolución, fue, como había predicho brillantemente Trotsky, la que encabezó la restauración del capitalismo en la URSS en los ’80 y principios de los ‘90.
Entre los firmantes de la declaración están algunos de los historiadores e investigadores que han enfrentado a esta corriente con mayor profundidad, entre ellos J. J. Marie, autor de Trotsky. Revolucionario sin fronteras, así como de otros trabajos sobre los crímenes de Stalin basados en una amplia documentación rusa oculta hasta la década de 1980. También el historiador peruano Gabriel García Higueras, quien realizó una amplia investigación bibliográfica en su libro Trotsky en el espejo de la historia, así como el propio CEIP “León Trotsky” que impulsó la declaración; entre otros firmantes que han hecho importantes contribuciones en este sentido.
Ahora bien, el relato liberal anti-revolución rusa hoy cotiza a la baja y lejos está de la fuerza que supo tener producto del triunfalismo imperialista de los ’90. Cada vez más aparece como un gesto extemporáneo para muchos jóvenes que nacieron viendo la decadencia de un capitalismo que carece de chivos expiatorios creíbles. De ahí que quienes pensaron desde el gobierno ruso la serie con la mentalidad de la guerra fría, tal vez, se hayan equivocado.
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Las razones de Putin
Como parte de la enorme repercusión en los medios y en las redes de la declaración (que ya circula traducida al inglés, francés, italiano, alemán, catalán, castellano, portugués, turco y kazajo), en el diario La Nación Marcelo Stiletano reseña la serie y comenta la declaración. Por un lado, achaca a los cientos de firmantes “no entender los alcances de la libertad de expresión y el significado de cualquier dramatización inspirada en hechos reales”, lo cual, confunde la crítica dura al contenido con algún tipo de pedido de “censura” que en la declaración obviamente no existe. Y dicho sea de paso, hablando de Trotsky suena a una acusación paradójica para cualquiera que conozca el clásico Literatura y revolución o el “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” y los intercambios con André Breton. Y más paradójica aún si tenemos en cuenta que en frente se encuentra el gobierno de Vladímir Putin, insospechado de “entender los alcances de la libertad de expresión”.
Pero además de aquel exabrupto, señala que tanto los realizadores de la serie como los firmantes de la declaración “pecan de exageración y cometen el pecado de tomarse demasiado en serio todo lo que se narra a lo largo de sus ocho episodios”. Sin embargo, la lista de los que se lo toman en serio, empezando por Putin, es bastante más larga de lo que sugiere Stiletano. Estrenada en Rusia hace más de un año, ha sido motivo de una polémica que atravesó desde las páginas de The New Yorker, hasta The Guardian, pasando por el Independent de Gran Bretaña y, diarios y revistas de diversas partes del mundo.
Sin ir más lejos, esta semana el Washington Post ha publicado una columna de opinión bajo el título “You might be binge-watching Russian propaganda on Netflix” (“Es posible que estés viendo propaganda rusa basura en Netflix”). Según el Washington Post, propiedad de Jeff Bezos, el capitalista más rico del mundo y dueño también de Amazon Prime, competencia de Netflix: “Trotsky es el último esfuerzo de los medios estatales rusos para vender su visión del mundo en el extranjero”. Y agrega que su objetivo es fortalecer el rechazo “a cualquier esfuerzo para desafiar a los regímenes existentes y las críticas del país a la decadencia occidental. La serie envió ese mensaje primero a los rusos en casa. Ahora se está entregando a los espectadores extranjeros de Netflix”.
Según el diario norteamericano, “El mensaje es claro: los revolucionarios pueden ser divertidos, pero ten cuidado, podrían destruirlo todo”. Desde luego, la nota no busca defender la revolución socialista ni mucho menos, sino, por ejemplo, al gobierno pro occidental del oligarca Petro Poroshenko en Ucrania, que llegó al poder luego de que el movimiento Maidan (2013-14) lograse remover al pro-ruso Viktor Yanukovych, mientras estallaba una guerra con intervención occidental mal disimulada y Rusia se anexaba Crimea. De ahí que, según Luke Johnson del WP, cuando Lenin y Trotsky hablan en la serie sobre si lo que hubo en Octubre de 1917 fue un golpe o una revolución, “este diálogo parece hacerse eco de los eventos en Ucrania en 2014, con los medios estatales rusos llamando a la destitución del presidente pro-ruso Viktor Yanukovich como un ‘golpe de estado’ y no una revolución”. Como se sabe, cuando el gobierno ruso o el establishment norteamericano hablan de revolución o libertad, más vale agarrarse los bolsillos y ponerse en guardia.
Por su parte, el historiador ruso Alexandr Reznik, uno de los firmantes de la declaración contra las falsificaciones de la serie, ha señalado cómo la misma menosprecia el contexto histórico, tiene una interpretación tendenciosa de los acontecimientos y distorsiona los hechos en forma generalizada. Reznik también encuentra motivos en la coyuntura. Señaló al Independent que hay un intento de identificar el personaje del Trotsky con el opositor liberal-burgués, Alexei Navalny.
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¿Por qué Trotsky?
Como señalaron muchos analistas, el centenario de la Revolución de Octubre incomodó a Putin, que se cuidó bien de que no haya eventos ni conmemoraciones de trascendencia, temeroso de su propio poder, como todo bonapartista –y buen ex miembro de la KGB–. Putin planteó, respecto a la Revolución Rusa, que “alguien decidió sacudir a Rusia desde adentro, y sacudió tanto las cosas que el Estado ruso se derrumbó”, y agregó: “¡Una completa traición a los intereses nacionales! Hoy también tenemos gente así”.
Shaun Walker señaló en The Guardian cuando se estrenó la serie que:
El peligro y la falta de conveniencia de las revoluciones es un mensaje clave del Kremlin de hoy y de la televisión estatal, y al concentrarse en Trotsky en lugar de Lenin, la serie puede mostrar la tragedia sangrienta que engendró la Revolución de Octubre, pero evitar las críticas directas a Lenin, a quien muchos rusos aún admiran.
La relación con la URSS stalinista para Putin es compleja. Joshua Yaffa comenta en The New Yorker que:
“Desde la perspectiva del Kremlin, lo bueno de la Revolución bolchevique es que creó la Unión Soviética, que conduce al sistema actual”, me dijo Andrei Zorin, un historiador de la Universidad de Oxford. “Pero lo que es malo es que destruyó el antiguo régimen”, dijo, “el más grave de los pecados en una visión del mundo que sostiene que el poder del Estado es sacrosanto”.
Es decir, desde la óptica nacionalista gran rusa de Putin, Stalin permitió seguir dominando un gran territorio con mano de hierro, oprimiendo a las mismas nacionalidades que se habían unido a la revolución gracias al principio de la autodeterminación otorgado por los bolcheviques en un comienzo. Hoy se pueden encontrar, junto a un Lenin momificado, estatuas de los zares y de la reaccionaria iglesia ortodoxa rusa.
Entonces en este marco ¿por qué revivir a Trotsky? Porque lejos de la historia que cuenta la serie, Trotsky no solo fue asesinado, así como fueron perseguidos, asesinados, torturados y puestos en campos de concentración sus seguidores en Rusia (que continuaron la lucha en esos mismos campos) y fuera de ella, sino que fue borrado directamente de la historia rusa, de los libros, e incluso de las fotos y registros visuales. Hacia las últimas décadas del siglo XX el tabú se aminoró, pero cuando lo hizo ya era el momento de la restauración capitalista y el triunfalismo imperialista. Eso hace, contradictoriamente, que Trotsky sea hoy una figura, podríamos decir, “nueva”.
Según Yaffa:
Es posible humanizar e incluso despreciar a Trotsky sin dañar la narrativa del Estado de Putin sobre la santidad del poder del Estado ruso y su propia continuidad con ese linaje. Al mismo tiempo, dijo Zorin, “traerlo de vuelta tiene un aire de novedad y sensacionalismo”.
Desde luego, la planificación de esta operación por el centenario de la Revolución Rusa tiene el efecto colateral de que, con una audiencia de 14,9 puntos en la televisión rusa, se arriesga a traer de vuelta el fantasma de Trotsky, que tanto hizo el stalinismo para enterrarlo durante décadas.
Socialismo y revolución
El Intransigente señaló esta semana:
La declaración impulsada por el nieto de Trotsky y el CEIP (Centro de Investigaciones y Publicaciones) “León Trotsky” alcanzó una gran difusión y promete provocar un gran escándalo a lo largo y ancho del planeta, especialmente en una época como la actual, donde se discuten con mucha energía las ideas políticas y miles de personas ven en el creador del ejército rojo un referente ineludible a la hora de hablar de una izquierda independiente.
Y efectivamente el clima ideológico está cambiando. Se va orientando progresivamente hacia los polos. Si a la derecha son los Trump, Orban, Le Pen, Salvini, Bolsonaro, a izquierda también hay fenómenos importantes. En su discurso anual del estado de la Unión de 2019, Donald Trump, resaltó su renovada determinación de que “Estados Unidos jamás será un país socialista”. ¿A qué se debe semejante reafirmación de principios? Como señala el número de hace una semana de The Economist, que lleva en su portada el título “El ascenso del socialismo millennial”: “El socialismo está de vuelta porque se ha formado una incisiva crítica de lo que ha ido mal en las sociedades occidentales”.
El semanario inglés da cuenta de que:
un 51% de los estadounidenses de entre 18-29 años de edad tienen una visión positiva del socialismo, según dice Gallup. En las primarias de 2016 más gente joven votó por Bernie Sanders que por Hillary Clinton y Donald Trump combinados. Casi un tercio de los votantes franceses menores de 24 años en las elecciones presidenciales en 2017 votaron por el candidato de la extrema izquierda.
A lo cual habría que agregarle la popularidad de la nueva congresista Alexandra Ocasio Cortés que se dice “socialista democrática”, o el desarrollo en Gran Bretaña del movimiento Momentum alrededor de Jeremy Corbyn, nueva cabeza del Partido Laborista, así como la nueva militancia que ha registrado el Democratic Socialists of America (DSA) en EE. UU. que ha llegado rápidamente a los 50 mil militantes.
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Estos fenómenos muestran cómo una nueva generación de jóvenes comienza a buscar a tientas alternativas al capitalismo. Ahora bien, si esto es así desde el punto de vista de los sectores de masas, en lo que respecta a sus referentes actuales como Sanders, Corbyn, Ocasio Cortés, su “socialismo” no pasa de alguna reforma impositiva progresiva o planes como el llamado “Green New Deal”, medidas utópicas que intentan humanizar pacíficamente un capitalismo en decadencia.
Hoy estamos en una situación donde ocho millonarios concentran la misma riqueza que más de 3500 millones de personas, donde vuelve el nacionalismo de las grandes potencias, donde vivimos bajo el espectro de la crisis y la posibilidad de guerras entre potencias –aunque por ahora “comerciales”–, intervenciones militares como las de Medio Oriente, e intentos de golpe en Venezuela, donde las fuerzas políticas xenófobas y racistas se convierten en moneda corriente, pero donde también resurge la lucha de clases en un país como Francia con los Gilets Jaunes. Desde este ángulo, el futuro socialismo va a tener que ver menos con el “socialismo” a la Sanders y más con los grandes hechos históricos de la lucha de clases, de choque entre revolución y contrarrevolución a los que se refiere –tergiversándolos– la serie “Trotsky”, que fueron hijos de las guerras imperialistas, del fascismo, de hambre y las penurias que impone el capitalismo a la inmensa mayoría de la humanidad. Es así cómo el triunfo o la derrota dependerán de la existencia o no de organizaciones con un programa y una estrategia revolucionarios, como en su momento fue el bolchevismo.
Dicho esto, no vaya a ser cosa que todo este asunto sobre el aniversario de la Revolución Rusa la serie “Trotsky”, y sobre todo la polémica que ha generado, termine, parafraseando a Coulondre [1], dando por verdadero ganador a Trotsky y fomentando el interés por su verdadero legado como revolucionario. A eso apostamos desde estas páginas obviamente.
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