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Un cuidadoso acercamiento al pensamiento de Mariátegui

Leandro Galastri

MARXISMO

Un cuidadoso acercamiento al pensamiento de Mariátegui

Leandro Galastri

Ideas de Izquierda

Reseña escrita por Leandro Galastri, profesor de Ciencia Política de la Unesp-Marília, Brasil, y publicada en el semanario Idéias de Esquerda de Brasil sobre el libro Mariátegui - Teoría y revolución, de Juan Dal Maso.

El libro de Juan Dal Maso presenta el pensamiento de Mariátegui de una forma viva, lo que significa vincular orgánicamente su obra al contexto histórico mundial en el que el Amauta escribía, al tiempo que señala su “marxismo abierto” como una forma posible de actualizar permanentemente el materialismo histórico para la actualidad.

El autor demuestra que la crisis mundial, retratada y analizada por Mariátegui a lo largo de sus escritos, tiene un carácter integral civilizatorio, es decir, en múltiples dimensiones. En su época, esto significaba articular los diferentes significados de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la reacción o contrarrevolución de las clases dominantes. Se trata de una forma de analizar el contexto revolucionario –sus posibles desarrollos– que va más allá de la simple dicotomía “estructura versus superestructura”, característica del socialismo socialdemócrata vigente en el cambio de siglo entre el XIX y el XX, y que también dominará mecánicamente el marxismo estalinista “oficial” a partir de finales de la década de 1920. A pesar del predominio de los temas coyunturales a lo largo de los escritos políticos de Mariátegui, Dal Maso ofrece una lectura detallada y atenta que establece el hilo teórico que permite seguir, entre las líneas de los textos, el camino recorrido por el pensador peruano en la elaboración de su marxismo dinámico.

La exposición de los análisis de Mariátegui sobre el fascismo es un ejemplo de este procedimiento, explorando pasajes centrales de sus escritos sobre el tema, especialmente la colección “Cartas desde Italia”, a partir de la cual Dal Maso detalla cómo Mariátegui veía ese movimiento reaccionario como la manifestación de la contrarrevolución obrera en Italia, así como los cambios en la interpretación del marxista peruano a medida que seguía la situación italiana. En cuanto a las indagaciones del autor respecto al motivo por el que Mariátegui no escribió casi más nada sobre el fascismo después de 1926, tenemos una hipótesis que consideramos plausible. Es interesante considerar que, a partir de ese momento, Mariátegui se encontró cada vez más inmerso en los problemas prácticos de la revolución peruana. La época coincide con la fundación del APRA por Haya De La Torre en México, así como con la fundación de la revista Amauta, que pasaría a jugar un papel fundamental en la organización del pensamiento político y cultural internacionalista en Indoamérica.

En cuanto a la relación de Mariátegui con la Tercera Internacional, Dal Maso sostiene, con pruebas, que Mariátegui no tenía una organicidad completa con las perspectivas políticas de aquella, lo que queda demostrado por las discusiones mantenidas en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de 1929. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que Mariátegui nunca renunció voluntariamente a integrarse en las filas de la Internacional con su partido. Al contrario, intentó demostrar a sus representantes las necesidades peculiares de la revolución peruana, lo que acabó por no tener ningún efecto práctico en el movimiento comunista internacional. Al analizar sus escritos políticos, Dal Maso demuestra la precisión de Mariátegui al seguir el paso del tiempo de una hegemonía a la otra en el ámbito internacional, la transición de la dirección política y económica internacional de Europa Occidental a los Estados Unidos, o más exactamente, al bloque angloamericano con supremacía estadounidense. Es interesante destacar la aguda percepción de Mariátegui sobre la inminencia y el carácter de la próxima guerra. Señalando la dificultad del bloque anglo-norteamericano para conciliar los intereses de los diferentes imperialismos, Dal Maso nos recuerda la opinión de Mariátegui de que “la escala posible de la próxima guerra [sería] seguramente mucho más amplia que la de la primera conflagración mundial” (p. 49). La proximidad con los análisis de Trotsky está bien señalada aquí por el autor. Trotsky también había señalado el desplazamiento de la hegemonía británica hacia Estados Unidos, una nueva potencia en ascenso, así como las negociaciones posteriores a la Primera Guerra Mundial como un conjunto de medidas adoptadas por los vencedores que, de hecho, allanaron el camino para la segunda conflagración mundial. En este punto, recuerda Dal Maso, Mariátegui aprueba las reflexiones de Trotsky en ¿Adónde va Inglaterra?, obra tomada como referencia por el marxista peruano.

La explicación de cómo Mariátegui percibía la situación económica de Francia en 1924 y la de Alemania en 1923 –ante la histórica crisis inflacionaria del país– es también muy afortunada (p. 56). Una excelente exposición de la crisis parlamentaria alemana, apoyada en las notas de Mariátegui, completa esta sección del libro. Es interesante la caracterización que hace Mariátegui del régimen francés de Tardieu en el inicio de la década de 1930. Se trataba de una especie de “fascismo legal”, de carácter eminentemente policial, “de transición” entre el fascismo y el régimen parlamentario. Para Dal Maso, tal descripción coincidiría más con lo que Gramsci llamó cesarismo o bonapartismo (p.67), o incluso con lo que Trotsky llamó bonapartismo en 1934, en su texto ¿Adónde va Francia? y, al igual que Mariátegui años antes, lo caracterizó como un régimen, al menos en sus inicios, que combinaba el parlamentarismo con el fascismo. Aunque Mariátegui no utilizó el término “bonapartismo”, Dal Maso señala que lo importante en este caso es la naturaleza del fenómeno que preocupa a Mariátegui, a saber, el uso por parte de la democracia parlamentaria de formas policiales activas como política preventiva para hacer frente a la lucha de clases (p. 69). El autor también señala que los marxistas posteriores a Mariátegui aplicarían con más precisión los términos “bonapartismo” y/o “cesarismo” para tratar fenómenos similares, ya que Mariátegui no vivió para presenciar el surgimiento de otras expresiones y movimientos políticos más próximos al fascismo. De todo ello se puede deducir que el orden policial o autoritario trata de estabilizar el sistema capitalista, mientras que el fascismo trata de transformar la relación de fuerzas hacia un nuevo régimen político. Para Dal Maso, Mariátegui muestra así un “un sólido ejemplo de análisis de coyuntura vinculados con las tendencias de fondo del capitalismo –crisis, guerras y revoluciones– pero sin eludir la mediación de la recomposición burguesa, llena de contradicciones” (p. 70).

A continuación, Dal Maso aborda los análisis estéticos y los intereses artísticos de Mariátegui, destacando el surrealismo (expresión del hecho de que la Gran Guerra y la Revolución Rusa son acontecimientos que desbordan los límites del realismo literario) y la literatura indigenista peruana (que interviene en la discusión historiográfica desde fuera de la academia). El autor observa que Mariátegui sostenía, en sus reflexiones estéticas de la década de 1920, que los artistas vivían la tensión de la época combinando innovaciones y conservaciones, posiciones revolucionarias y reaccionarias, expresando a veces diversas ambigüedades. Las novedades se producían en un contexto de bolchevismo y fascismo concomitantes, ambos con una fuerza gravitatoria considerable sobre las diferentes vanguardias artísticas. Así pues, no fue posible establecer vínculos inmediatos entre “vanguardias artísticas e ideas políticas revolucionarias”, ya que se trataba de un proceso más complejo de lo que podría parecer a primera vista (p. 71).

En su análisis del futurismo, por ejemplo, como señala Dal Maso, Mariátegui apunta cómo esta corriente vanguardista se convirtió en “un ingrediente espiritual del fascismo”, que lo había estimulado y había contribuido a su institucionalización una vez instalado en el poder. En otro momento, Mariátegui elogia el radicalismo de la obra de Pirandello –autor para cuya popularización Gramsci reivindica un papel importante– con su trasfondo popular y “de la calle”. Aquí tenemos la relación entre herejía y dogma, que Mariátegui utiliza para pensar no solo las tendencias estéticas, sino el propio marxismo. Ahí es interesante la sugerencia de que el surrealismo representa un realismo aumentado y superado como “estética política”. Mariátegui también estaba demostrando que había un cambio en la relación entre los artistas y la realidad que iba más allá de las protestas elitistas y reaccionarias contra el capitalismo. Entra en juego la nueva actitud de “reconocimiento de la modernidad, el maquinismo y el capitalismo como elementos constitutivos del campo de batalla político y cultural”, en un momento histórico en el que las multitudes suben al escenario político de la revolución (p. 75).

Dal Maso analiza detenidamente una serie de textos sobre la crítica estética de Mariátegui, que en general han sido poco estudiados en Brasil. Tomemos, por ejemplo, el contraste y la comparación de Mariátegui, presentados por el autor, entre las vanguardias artísticas futurista y surrealista, considerando el surrealismo como el movimiento que lleva la revolución hasta sus últimas consecuencias (p. 85). Mariátegui tenía una opinión similar del realismo revolucionario ruso, “otra vía de acceso a la nueva realidad creada por la nueva época, desde el propio centro de la revolución internacional” (p. 91).

A medida que avanzamos en la lectura, vamos conociendo una síntesis de las posiciones de Mariátegui sobre la literatura de la Revolución Rusa, o el realismo en ascenso en la Unión Soviética. En primer lugar, su carácter de testimonio objetivo de ciertas obras, independientemente de la posición política de los autores. En segundo lugar, la noción de que el realismo tradicional estaba en crisis, dando paso al realismo soviético y al surrealismo como movimientos solidarios, un mismo objetivo con lenguajes diferentes. En tercer lugar, la contraposición del realismo burgués y pequeñoburgués, insuficientemente realistas, al realismo socialista como realismo consecuente (p. 97). Por último, está la crítica al “populismo literario” (o naturalismo) –género del que Émile Zola habría sido uno de los principales representantes–, un tipo de realismo que pretendía ser apolítico, sin ser política ni socialmente renovador. Citando un pasaje de El artista y la época, Dal Maso señala, en palabras de Mariátegui, que “La demagogia es el peor enemigo de la revolución, lo mismo en la política que en la literatura. El populismo es esencialmente demagógico [...]. El proletariado no es la misma cosa que el pueblo” (p. 98-99).

Cierra la presentación de los análisis estéticos de Mariátegui su crítica a la literatura peruana, en la que el marxista peruano articula vanguardismo y cuestión nacional. La participación en el ambiente literario de la época acercó al joven Mariátegui a la realidad internacional y a la posibilidad de “salir (al menos con su pensamiento) de la atmósfera asfixiante de Lima” (p. 13). Participó en el grupo literario Colónida en 1916 (junto a escritores como Abraham Valdelomar -su fundador- y el poeta César Vallejo), que proponía superar la situación provinciana, conservadora y colonial que caracterizaba a la literatura en el país andino. Al mismo tiempo, esta postura permitía un retorno a lo nacional y autóctono. Así es como Mariátegui pudo concluir que el cosmopolitismo conducía a lo autóctono (p.100).

Para Mariátegui, tal como lo presenta Dal Maso, existen tres momentos en el desarrollo de la literatura en una nación. En primer lugar, el periodo colonial, durante el cual la literatura local depende simplemente del “otro”. En el segundo momento, el período cosmopolita, dicho pueblo asimila, al mismo tiempo, características de diversas literaturas extranjeras. El tercer momento es el “período nacional”, en el que las expresiones literarias autóctonas manifiestan su propia personalidad y sentimientos. Representando el segundo y tercer momento están escritores como González Prada, “enemigo del elitismo y del colonialismo” y Abraham Valdelomar, que representó una “revuelta contra el academicismo” y la “ruptura con el pasado colonial”, ambos responsables de la transición del período colonial al cosmopolita (p. 102). César Vallejo “representaba el sentimiento indígena, con estilo y técnica nueva”, mientras que Luís Eduardo Valcárcel fue, en palabras de Mariátegui, “a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del alma autóctona”. Mariátegui consideraba así que el indigenismo era “la corriente actual” en la literatura peruana, pero más que eso, era un “fenómeno estético-político”, en palabras de Dal Maso (p. 103). A pesar de ser una literatura escrita por mestizos y no indígenas, buscaba conocer no lo que fue, sino lo que es el Perú.

Para Dal Maso, el pensamiento político de Mariátegui buscaba unir el movimiento internacional de la lucha de clases con la emergencia de la cuestión indígena, que en la década de 1920 resurgió en diversos conflictos territoriales en distintas partes del Perú. La mayoría de estas ideas fueron sintetizadas en cinco textos fundamentales: además de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), también Aniversario y balance, Proyecto de programa del Partido Socialista peruano, Punto de vista anti-imperialista y El problema de las razas en América Latina, los dos primeros de 1928 y los dos últimos de 1929. Dal Maso muestra que un análisis detallado de estos textos revela el desarrollo de la perspectiva de Mariátegui sobre la relación entre política, economía y la cuestión indígena, atávicamente vinculada al “problema de la tierra”; la modernización de la economía peruana en el contexto imperialista de creciente dependencia del capital estadounidense; y, por último, el núcleo político del proyecto de Mariátegui para la revolución peruana.

Una discusión siempre interesante en el contexto general de la cuestión colonial e indígena peruana es sobre la existencia o no de “feudalismo” en la constitución del país, desde la colonia en adelante. De hecho, un tema familiar para los brasileños, cuyo punto culminante es la polémica, que aún hoy continúa, entre Nelson Werneck Sodré y Caio Prado Júnior. Mariátegui es asertivo sobre la existencia en el país de “feudalismo” o “semifeudalismo”, o incluso “feudalidad” –término sin traducción útil al portugués y utilizado en Brasil en su forma literal en castellano cuando se trata de Mariátegui–. Dal Maso, siguiendo la cuestión en el debate peruano, ofrece soluciones muy interesantes al problema. Recuerda que el propio Mariátegui dejó claro que nunca pensó que lo que se había instalado era un sistema feudal idéntico al europeo, ni vio esta característica de la formación social peruana como una “etapa” en el desarrollo del capitalismo que requiriera una alianza con la “burguesía nacional”.

De hecho, continúa el autor, los elementos “precapitalistas” que se asemejan a las prácticas feudales de coerción extraeconómica fueron una de las principales formas de explotación de la mano de obra indígena, así como el trabajo “cuasi-esclavo”, “semi-salarial”, etc. El hecho de que la colonia produjera para el mercado capitalista mundial no significa que no albergara en su territorio relaciones sociales más próximas al feudalismo que al capitalismo moderno (p. 116). Así, Dal Maso concluye que definir una formación social por el destino de su producción puede ser insuficiente para comprender su estructura interna, sobre todo si presenta claras características de hibridación entre formas capitalistas y precapitalistas de explotación de la fuerza de trabajo. Otra discusión en este ámbito que se presenta con gran detalle en el libro es la cuestión del “comunismo incaico”. El autor recuerda que Mariátegui distinguió entre el comunismo de las comunidades andinas y el autoritarismo de los incas. Así, el trabajo de las comunidades podía calificarse de “comunal, comunitario o comunista”, pero la existencia de una casta sacerdotal y guerrera liberada del trabajo, como la de los incas, no entraba en estas categorías (p. 119). Dal Maso también examina el debate latinoamericano sobre las caracterizaciones de la formación social del Imperio Inca en las obras de autores como Liborio Justo, Álvaro García Linera, Luis Vitale y Eduardo Molina.

En su aproximación a las clases sociales, los sindicatos y los partidos, Dal Maso reflexiona sobre las iniciativas prácticas y teóricas de Mariátegui con el objetivo inmediato de organizar al proletariado peruano en un frente único de trabajadores, que culminó en 1929 con la fundación de la Confederación General de Trabajadores del Perú, integrada por mineros, petroleros, obreros agrícolas, marinos mercantes, trabajadores rurales, textiles, ferroviarios, tipógrafos, choferes, cerveceros, entre otros. Un momento muy relevante en esta reflexión son las características particulares del trabajo indígena, con su aspecto estacional, tal como lo describe Mariátegui (p. 124). A lo largo del año, un mismo trabajador indígena alterna el cultivo de su propia tierra, el trabajo agrícola en las haciendas de la costa o de la sierra y el trabajo minero. Es al mismo tiempo campesino, jornalero agrícola y minero. Por lo tanto, el sindicato debe estar preparado para ocuparse de la educación y organización política de esta masa de trabajadores en estos diferentes momentos, como afirma el marxista peruano en una cita de Ideología y política, recogida por Dal Maso: “Los sindicatos, del proletariado agrícola y de los mineros, tendrán una carga pesada en las tareas impuestas por la afluencia temporal de estas masas indígenas, y su educación por el sindicato será tanto más pesada también cuanto menos sea su sentido de clase” (p. 124).

Sobre el potencial de organización política del campesinado indígena, Dal Maso discrepa con García Linera sobre la idea del cooperativismo en Mariátegui, argumentando que la comunidad indígena también está presente en los escritos del marxista peruano como espacio de organización política, señalando que la forma de organización comunitaria indígena y la organización colectiva del proletariado aparecen en sus escritos como convergentes, aunque diferenciadas: “Pero no se podría presentar el asunto como una subestimación del potencial político de la comunidad por Mariátegui” (p. 127). Aquí entra también la cuestión central de la lucha de clases, que es la relación entre opresión y explotación y la necesidad de no separar orgánicamente las dos dimensiones de la lucha. Para Dal Maso, a un nivel más general, la cuestión de clase determina la cuestión indígena, pero a un nivel más específico la cuestión indígena, relacionada con la historia y la política peruanas, sobredetermina a su vez la cuestión de clase (p. 129). Para esta solución, el autor moviliza el concepto althusseriano de sobredeterminación, combinado con los presupuestos de la breve conversación epistolar entre Marx y Vera Zasúlich sobre la posibilidad de que la revolución socialista comience en un país con capitalismo atrasado, de la mano del campesinado. Es posible extender el argumento utilizado por Dal Maso por la misma vía epistemológica maoísta/althusseriana y movilizar la dicotomía “contradicción primaria vs. contradicción secundaria”, preguntándonos si el protagonismo inmediato en una situación revolucionaria no estaría asegurado a la clase o a las fracciones de clases trabajadoras más organizadas en un momento histórico concreto, independientemente de su posición en las relaciones de producción imperantes.

Los análisis de Mariátegui sobre las revoluciones china y mexicana –grandes revoluciones con marcados rasgos campesinos, por cierto– también son revisados en el libro. Muy importante es la discusión de cómo Mariátegui llegó a la conclusión de que la Revolución Mexicana no podía desembocar en una revolución socialista (pasajes citados de Temas de nuestra América, pp. 146-149). En marzo de 1930, como muestra Dal Maso, Mariátegui ya tenía una lectura acabada del proceso, polemizando contra quienes creían que la Revolución Mexicana podía conducir al socialismo mediante la intervención de los caudillos en disputa. A continuación, el autor se centra en las caracterizaciones de Mariátegui sobre el socialismo indoamericano, haciendo hincapié en el texto “Aniversario y balance” y en los fundamentos del Programa del Partido Socialista, texto que coincide con el primero. Para Dal Maso, la teoría de la revolución de Mariátegui es menos generalizada y abstracta porque siempre trata específicamente de las condiciones peruanas o latinoamericanas de la revolución. Así, esta “teorización parcial” presente en Mariátegui explica menos en relación a una teoría general de la revolución, pero explica más en profundidad las condiciones concretas del espacio-tiempo del que se ocupa.

Según Dal Maso, existe una especie de “tensión” en el pensamiento de Mariátegui entre el internacionalismo y la política nacional, una tensión que proviene, en cierto modo, de su propio juicio sobre Trotsky y su desacuerdo con las posiciones de la Oposición de Izquierda en Rusia. Habría aquí una “paradoja”, según el autor: “Mientras se había adelantado a Trotsky en su señalamiento del carácter socialista [e internacionalista] de la revolución en América Latina, Mariátegui se había posicionado contra él al defender el socialismo en un solo país” (p. 169). Sin embargo, no hay necesariamente una paradoja, pensamos, entre estar en desacuerdo con la Oposición de Izquierda y apoyar el carácter socialista de la revolución en América Latina. Aun si hubiera acordado con Trotsky en la cuestión rusa, el carácter internacionalista de la visión de Mariátegui para Indoamérica se basaba en dos elementos autóctonos concretos, a saber, la comunidad de razas indígenas y la dependencia semicolonial de la región. Esto le daba los elementos concretos para apoyar una causa inmediatamente internacionalista para el continente americano, una concreción que aparentemente no veía en las propuestas de Trotsky para la situación rusa y europea. Por el contrario, desde la perspectiva de Mariátegui, la revolución en Europa Occidental ya había sido derrotada por las fuerzas de la reacción, mientras que en Perú e Indoamérica se trataba de iniciar la organización política de los grupos subalternos indígenas.

Es interesante señalar que Mariátegui se mantuvo en el marco del “Segundo Período” de la Internacional, es decir, la política del Frente Único y la defensa de los bloques obreros y campesinos. Así, el marxista peruano caracterizó al APRA como una organización de la pequeñoburguesía, y al Partido Socialista como una organización de obreros y campesinos. Para Dal Maso, las formulaciones de Mariátegui sobre el “socialismo práctico” de las comunidades indígenas le acercaban a fórmulas bipartidistas como “obrero-campesino” (ya fuera “bloque” o “partido”), aunque su política fuera “mucho más clasista de lo que podían sugerir expresiones de este tipo” (p. 180). Para Dal Maso, el despliegue de estas premisas en Mariátegui pondría al descubierto su ambigüedad y sus limitaciones. Creemos, sin embargo, que aquí puede haber más dialéctica que ambigüedad. Recordemos que el propio Gramsci parecía tener una concepción más dialéctica y flexible del Frente Único que otros miembros del movimiento comunista italiano y de la propia Internacional en los años del ascenso del fascismo.

Las partes finales del libro tratan de las nuevas perspectivas filosóficas a través de las cuales Mariátegui ve el comienzo del siglo XX. La nueva era inaugurada por la Gran Guerra y la Revolución Rusa supuso cambios en las concepciones de la historia y la acción política. Se pasaba de una concepción evolucionista y positivista a otra heroica y voluntarista. Para Mariátegui, tanto los bolcheviques como los fascistas expresaron estos cambios a su manera. Para él, el marxismo también estaba sujeto a la “emoción de nuestro tiempo” (p. 186). En cualquier caso, Dal Maso deja claro que, para Mariátegui, hay cuestiones que son características del marxismo más allá del periodo histórico en el que se inserta, como la explicación realista del proceso histórico a partir de la importancia de los hechos económicos, la centralidad de la lucha de clases en la comprensión de la sociedad y la revolución como vía para la transformación del capitalismo. Para Mariátegui, según Dal Maso, existía una equivalencia o traducibilidad entre el movimiento histórico iniciado con la Revolución Rusa y la reacción antipositivista. Al mismo tiempo, el marxismo iría más allá de la filosofía de Hegel y podría, en última instancia, adaptarse a las nuevas condiciones y corrientes ideológicas. Desde la perspectiva de Mariátegui, el marxismo, por un lado, tiene unas coordenadas histórico-teóricas de origen, pero sus contenidos las superan por derecho propio y, por otro, tiene la capacidad de adaptarse a las nuevas corrientes filosóficas sin caer en posiciones irracionalistas y anticientíficas (p. 190).

Aquí entra en escena una de las adaptaciones más peculiares de Mariátegui al marxismo, el concepto soreliano de “mito”, como “parte de esta lectura de la adaptación del marxismo a la nueva concepción de la vida” (p.190). El mito aparecería como un recurso vinculado, especialmente en el siglo XX, a las luchas sociales colectivas. Para Mariátegui, tal como postula Dal Maso, el mito de la revolución social sería la traducción del mito soreliano de la huelga general al lenguaje del marxismo bolchevique. Era este el que impulsaba el proceso revolucionario, mientras la teoría marxista seguía reivindicando la racionalidad científica que la burguesía había abandonado. Esta es una de las formas en que, en todo momento, Mariátegui pone en práctica la capacidad del marxismo para constituir análisis teóricos en estrecha relación con hechos concretos y contemporáneos. Esto lleva a la idea, como recuerda Dal Maso refiriéndose al libro de Segundo Montoya Huamaní, Conflictos de interpretación en torno al marxismo de Mariátegui, de que el marxismo de Mariátegui es, en realidad, un “marxismo abierto”. Ejemplos de ello serían las asimilaciones, hechas por el marxista peruano, del método de interpretación histórica de Croce y del mito y la “moral de los productores”, de Georges Sorel. Mariátegui “las integra en una lectura que busca mantener la defensa de cuestiones fundamentales del marxismo, al mismo tiempo que mostrarlo acorde al clima de ideas del siglo XX” (p. 202). La forma en que Dal Maso presenta el dinamismo del pensamiento de Mariátegui ayuda a reforzar una de las formas más importantes de definir el marxismo mismo, es decir, como una cosmovisión no solo crítica, sino constantemente autocrítica, un “marxismo abierto”. El libro finaliza con un conjunto de breves pero fértiles proposiciones comparativas sobre las similitudes y distancias entre el pensamiento de Mariátegui y autores clásicos del marxismo como Antonio Gramsci y León Trotsky, así como con interlocutores teóricos de la obra del Amauta como José Aricó, Michael Löwy y Aníbal Quijano.

Finalmente, el libro de Juan Dal Maso realiza un cuidadoso acercamiento al método de pensamiento y creación de Mariátegui, demostrando la conexión entre sus textos de análisis coyuntural y sus textos programático-teóricos, que se influyen recíprocamente. A juicio del marxista peruano, esta dinámica constituye una sistematización de los análisis de situaciones concretas a través de las cuales se construye la teoría mariateguiana, sin nunca inmovilizarse en un cuerpo teórico cerrado en sus propias conclusiones. Lo que demuestra Dal Maso es que, debatiendo las corrientes de pensamiento y tendencias filosóficas de cada época, la obra de Mariátegui promueve un marxismo que renueva constantemente sus elaboraciones teóricas.

Traducción: Guillermo Iturbide


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Leandro Galastri

Profesor de Ciencia Política en UNESP-Marília (Brasil), autor de diversos libros y artículos sobre el pensamiento de Gramsci y problemas de teoría marxista.