En el artículo “China y el imperialismo. Elementos para el debate”, discutimos cómo caracterizar a China dentro del sistema imperialista. Para complementar lo allí planteado, en esta nota presentaremos algunas posiciones disímiles de las que pueden encontrarse en la abundante bibliografía que se viene elaborando sobre China.
Tenemos en un extremo autores como John Smith. Su trabajo El imperialismo del siglo XXI es una de los más abarcativos estudios en clave marxista de las cadenas globales de valor como mecanismo a través del cual los países imperialistas explotan (superexplotan, en sus términos) la fuerza de trabajo de los países dependientes y semicoloniales [1]. Pero tiene un problema fundamental, que es cómo encajar a China en su esquema. Como expresa en esta entrevista que le realizamos, tiende a ubicarla más bien del lado del Sur global, es decir, como un espacio que es objeto de la expoliación de las firmas multinacionales de los países imperialistas, aunque le reconoce aspectos que puedan ir más allá –que rápidamente tiende a minimizar [2]–. Smith parte del rol preponderante que el capital extranjero jugó y continúa jugando en el comercio exterior del país, que a la vez es una clave fundamental para la fortaleza económica de China, convertida gracias a esto en el gran “acreedor” del planeta. Las multinacionales operan ya sea con subsidiarias propias o contratando firmas proveedoras; de una u otra forma participan de la explotación de una fuerza de trabajo China, a la que pagan menos salarios que los que afrontan en sus países de origen o incluso de otros países dependientes y semicoloniales [3].
En esta misma línea caracteriza la situación de China Minqi Li. Li parte del marco conceptual del sistema mundo en la formulación que le dio Immanuel Wallerstein, que estudia la historia del capitalismo como una sucesión de largos ciclos y plantea que el sistema mundial está organizado en un centro, una periferia explotada por el primero y una semiperiferia que su ubica entre ambos, que es en parte explotada pero también participa de la explotación de otros territorios, y juega un rol “acolchonador” y estabilizador del orden de dominio. Li afirma que China continúa ubicada en la periferia. Aclaremos qué quiere decir acá Li con “periferia”; no esta poniendo en cuestión el rol destacado, central, que alcanzó China en el sistema mundo; se refiere a que es periférica por la manera en que, en el balance neto, pierde en el intercambio con las potencias, a las cuales les transfiere excedente. Su argumento se apoya en los términos de intercambio del trabajo que “indican el grado en que un país gana o pierde a través del intercambio desigual en el sistema capitalista mundial” [4]. Li argumenta que China, si bien ha modificado favorablemente sus términos de intercambio del trabajo con algunas regiones (Asia del Este, Asia del Sur, África), mantiene términos de intercambio desfavorables con todo el resto del mundo. Es decir que, en su esquema, “China se convirtió en un ‘explotador’ neto en su comercio con Asia del Este, el Sudeste Asiático y las economías periféricas de África”, pero le ocurre lo contrario con EE. UU., Europa, Medio Oriente, e incluso América Latina. Li advierte sin embargo que es muy probable que próximamente los términos de intercambio laborales “se vuelvan favorables no solo respecto de las economías periféricas sino también de la mayoría de las economías semiperiféricas. Para entonces, China se convertirá en una economía semiperiférica” [5]. Li no considera posible que China pueda ir más allá, porque dado “el enorme tamaño de la economía china y de su demografía, su entrada en la semiperiferia tendrá implicaciones fundamentales para las operaciones del sistema mundial capitalista”, y podría sugerir que el “sistema mundial capitalista ha encontrado sus límites” [6]. Es decir que representaría una desestabilización tal para el sistema, que amenazaría con su colapso. Como vemos, a diferencia de Smith, si bien ubica a China todavía en una posición subordinada, caracteriza que su avance es irrefrenable y que el sistema no puede procesarlo en los términos actuales.
¿En qué medida estas posturas dan cuenta del lugar objetivo de China hoy? Es correcto señalar que la fuerza de trabajo china continúa siendo explotada por el capital imperialista –explotación de la cual también participa el capital local chino– y que la inversión y comercio con el gigante asiático es una fuente de incremento de ganancias para el capital global y los países imperialistas. Pero China logró, al menos en parte, trocar este beneficio generado a las multinacionales por condiciones favorables para el desarrollo de las fuerzas productivas, en un quid pro quo que no puede mostrar ningún otro país dependiente. La masiva atracción de capitales hacia su economía y las divisas del comercio exterior que aportan las reservas del Banco Popular de China, la nutrieron de recursos para sus propias inversiones en el extranjero y para montar una valla de contención con miras a evitar que el país atraviese cualquier episodio similar a la crisis asiática de finales de los años 1990. En ese sentido, China no repite los esquemas dependientes de otros países pobres o en vías de desarrollo en los que la inversión extranjera o la industrialización exportadora no deriva en ningún salto en el nivel de desarrollo que sea cualitativo, salvo singularidades que se explican sobre todo por condiciones geopolíticas muy excepcionales [7]. Creemos que hay dos razones que confluyeron para producir este resultado particular: en primer lugar, por la escala de la atracción de capitales y exportaciones generadas por China, aun cuando las empresas multinacionales se apropien gracias a esto de una parte significativa del valor de la cadena, los recursos –y sobre todo las divisas– que deja como saldo local para inversiones siguen siendo gigantescas en términos absolutos, es decir, que pudo darse una especie de situación de “todos ganan” para el capital imperialista y la burocracia china; en segundo lugar, la continuidad relativa de elementos heredados de la economía nacionalizada, como es un cierto monopolio del comercio exterior y del sector financiero que continúa bastante desconectado de las finanzas globales, limitando la salida de excedente.
La escala de las inversiones que atrajo del exterior, sumada a las de las empresas públicas de China, generaron efectos encadenados, ampliando “la producción por la producción misma”, es decir, la radicación creciente de nuevos sectores productivos que no solo están dirigidos a exportar bienes terminados a otros países, sino a abastecer un sistema productivo que se va haciendo más complejo. Esto, sumado a los esfuerzos de la burocracia por asociarse a firmas extranjeras para obtener tecnología o directamente robarla –fallidos muchas veces pero en otras exitosos– permitieron, en una medida inexistente en casi ningún país periférico durante el siglo XX y lo que va del XXI, incrementar sustancialmente el nivel de desarrollo, aunque esto haya ido de la mano de un dominio del capital extranjero en su comercio exterior. Que la fuerza de trabajo de China es “superexplotada” por el capital extranjero y que esta fue la base por la cual China “trepa la escalera” del ascenso económico son dos caras de una misma moneda.
Otro postura que encontramos, por ejemplo en Ho-fung Hung, es la de que China continuará su ascenso económico para ubicarse entre las grandes potencias capitalistas, pero que “está lejos de convertirse en un poder subversivo que va a transformar el orden neoliberal existente, porque China en si misma es uno de los principales beneficiarios de este orden” [8]. Hung subraya todos los aspectos que empujan a China a mantener su involucramiento en sostener el orden actual, entre ellos, que dejar de financiar a EE. UU. es un peligro para la propia China. Los cuatro años pasados desde que se publicó The China Boom han hecho envejecer bastante mal las hipótesis del libro, ya que tanto China como EE. UU. han ido escalando su enfrentamiento.
Como una posición en espejo a la de Hung, encontramos la tesis de que China no solo está ascendiendo ya de manera irrefrenable, sino que lo está haciendo jugando un rol benigno en el orden mundial, es decir, efectivamente “subversivo” del orden imperialista. Es lo que planteaba Giovanni Arrighi en Adam Smith en Pekín, quien identificaba en la historia de China previa a las invasiones europeas elementos para definir la existencia de una economía de mercado no capitalista, es decir, no explotadora. Su libro argumentaba que esto, y no una restauración burguesa, sería lo que podría estar resurgiendo ahora, y lo que China proyectaría al resto del mundo. Arrighi, que durante décadas elaboró la tesis sobre las sucesiones hegemónicas que sostenía que el capitalismo se fue desarrollando a través de ciclos, cada vez de escala mayor, en los que dominaron sucesivamente las ciudades-Estado italianas, Holanda, Gran Bretaña y finalmente EE. UU., imponiendo cada uno distintas combinaciones de organización económica y poder territorial [9], concluye que la nueva “sucesión” cerraría el ciclo porque no sería ya capitalista. Sin adscribir a los elementos teóricos más excéntricos sobre una mercantilización no capitalista propia de China, la idea de Arrighi de que este país puede ser un contrapeso al imperialismo de EE. UU. y Europa es retomada hoy desde distintos ángulos. David Harvey –cuya visión del “nuevo imperialismo” era abiertamente tributaria de las nociones de Arrighi sobre la relación entre poder económico y poder territorial, aunque las reformulaba– sugirió alguna vez algo por el estilo. Lo vemos sobre todo en corrientes políticas que, desde la periferia, sugieren que puede ser un “socio” para el desarrollo.
Finalmente, están quienes como Au Loong Yu señalan el curso imperialista de China, aunque sostienen que el mismo no se ha consumado. El primer motivo que señala Yu es lo que queda pendiente de su integración nacional: “antes de que China pueda alcanzar su ambición imperial, tiene que eliminar su legado colonial, es decir, apoderarse de Taiwán y cumplir primero la tarea histórica del PCCh de la unificación nacional”. Pero esto “le enfrentará necesariamente a EE. UU., tarde o temprano. Por lo tanto, el problema de Taiwán contiene al mismo tiempo la dimensión de autodefensa de China (incluso EE. UU. reconoce que Taiwán es parte de China) y una rivalidad interimperialista” [10]. Para unificarse con Taiwán, “por no hablar de una ambición global, Pekín tiene que superar primero las debilidades persistentes de China, especialmente en su tecnología, su economía y su falta de aliados internacionales”. Yu agrega que “China es una potencia singular de capitalismo de Estado y expansionista que no está dispuesta a ser un socio de segunda clase de EE. UU.”. Por lo tanto, forma parte “del neoliberalismo global y es también una potencia capitalista de Estado que ocupa un lugar propio. Esta combinación peculiar significa que se beneficia del orden neoliberal y al mismo tiempo representa un desafío para él” [11]. Pierre Rousset es otro autor que viene elaborando en el mismo sentido que Yu [12].
Como podemos observar, las posiciones sobre el lugar de China en relación a los potencias imperialistas no podría ser más divergente. Como hemos argumentado, considerar a China como un imperialismo en proceso de constitución o en construcción nos parece que es lo que mejor se ajusta a captar una situación que sigue teniendo elementos transitorios, pero marcando al mismo tiempo la dirección en la que se viene moviendo, aunque no esté para nada asegurado el éxito en esta empresa.
Para seguir leyendo
Para terminar, compendiamos algunas notas que hemos publicado que permiten dar cuenta del derrotero de China y su relación con el imperialismo.
• Juan Chingo, “Mitos y realidades de la China actual”, Estrategia Internacional 21.
• Paula Bach, “China ante una encrucijada”, La Izquierda Diario.
• Paula Bach, “Consecuencias de la retracción china”, La Izquierda Diario.
• Esteban Mercatante, “¿China no dominará el mundo?”, Ideas de Izquierda.
• Juan Chingo, “Una deuda insostenible: la piedra de toque de las ambiciones chinas”, La Izquierda Diario.
• Paula Bach, “The Trump show”, semanario Ideas de Izquierda.
• Juan Chingo, “Malasia inflige un revés a la ‘ruta de la seda’ de China”, La Izquierda Diario.
• Entrevista de Juan Cruz Ferre a Au Loong Yu, “Fortalezas y contradicciones de la economía china”, semanario Ideas de Izquierda.
• Esteban Mercatante, “Trump vs. China: aranceles, “manipulación” de monedas y una escalada de rumbo incierto”, semanario Ideas de Izquierda.
• Paula Bach, “China-EE. UU.: la disputa comercial y lo que verdaderamente está en juego”, semanario Ideas de Izquierda.
• Paula Bach, “Reflexiones sobre la “guerra comercial”, la economía mundial y sus derivaciones latinoamericanas”, semanario Ideas de Izquierda.
• Claudia Cinatti, “Estados Unidos-China: ¿hacia una nueva guerra fría?”, La Izquierda Diario.
• Esteban Mercatante, “China en el desorden mundial”, semanario Ideas de Izquierda.
• Salvador Soler, “La Nueva Ruta de la Seda, ¿un sueño chino?”, semanario Ideas de Izquierda.
• Esteban Mercatante, “Los contornos del capitalismo en China”, semanario Ideas de Izquierda.
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