A propósito del libro Sistema deuda, de Eric Toussaint, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo de Bélgica y doctor en Ciencias Políticas en las Universidades de Lieja y París VIII.
Cuando el país vuelve a atravesar una nueva crisis histórica de su deuda, donde cobran vida el fantasma del default, la presión de los especuladores y del FMI, pareciera que en este drama no hay otra alternativa que repetir los mismos pasos que dieron los distintos gobiernos de las últimas décadas.
El acto de honrar los compromisos asumidos por el Estado argentino ante el capital financiero internacional no libró al país de caer en default, como en 2001, menos aún que se deje de cumplir con la máxima del presidente conservador Nicolás Avellaneda, aquella que sentenció que “la deuda se paga con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos”. Por más que se diga lo contrario, así será tras la decisión de Alberto Fernández de continuar con la tradición de pagadores seriales de los distintos gobiernos.
Es en este contexto, el libro de Eric Toussaint, Sistema deuda, publicado en 2018, pone de manifiesto que el endeudamiento ha sido (y es) un “arma de dominio” entre los Estados. Sus conclusiones se desprenden del estudio de una serie de experiencias históricas durante el siglo XIX y XX de distintos países como Grecia, México, Egipto y Túnez, entre otros, que tuvieron que afrontar crisis de deuda y, en cada una de ellas, los banqueros y especuladores, a través de sus Estados, actuaron en un mismo sentido sometiendo a los Estados endeudados.
Toussaint presenta también un recorrido por el origen histórico del concepto de “deuda odiosa”, el cual es el resultado de una vasta jurisprudencia que reconoce sus orígenes en el jurista ruso Alexandre Nahum Sack con dos fundamentos centrales. Por un lado, considerar aquellas deudas tomadas por gobiernos o regímenes en contra de la voluntad popular y, por otro lado, que el endeudamiento ocurre en circunstancias donde esta situación contraria a la soberanía popular era conocida previamente por los acreedores. El concepto de deuda odiosa hoy adquiere una importante vitalidad como fundamento del no pago de la deuda para el caso argentino, pero también para el conjunto de países que empiezan a travesar crisis de deuda similares.
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Un sistema de deuda
La deuda global ha alcanzado un nuevo récord histórico de U$S 253 billones, el equivalente a más de tres veces el PBI mundial, según datos del último informe del Instituto Internacional de Finanzas (IIF) al cierre del tercer trimestre del 2019. Desde la crisis financiera de 2007-2008 la deuda global no ha dejado de aumentar, siendo los denominados países emergentes los que han tenido el mayor crecimiento. “La deuda emergente es el 25 % del total global frente al 10 % anterior a la crisis. En este contexto deberá competir Argentina, una vez que haya resuelto la reestructuración. Sin duda un horizonte complejo”, sostiene el periodista Jorge Herrera en Ámbito Financiero.
El papel de la deuda pública en el dominio entre los Estados ha sido central. Toussaint lo demuestra un su estudio sobre los orígenes de la independencia de los países de Latinoamérica a comienzo del siglo XIX. Allí el capital bancario europeo jugó un papel central en utilizar el endeudamiento para condicionar la suerte de los nuevos Estados en gestación. El caso argentino, con el empréstito de la Baring Brothers contraido por el presidente Rivadavia por 1 millón de libras –solo habría recibido poco más de 16 mil libras–, es un caso más dentro de la “suerte” que corrieron otros países. Entre ellos se encuentra México, que tomó deudas para financiar las guerras de España en Europa y, luego de su independencia de la metrópoli española, contrajo nuevas deudas con Londres para abonar la deuda colonial, siendo que la propia burguesía mexicana había financiado a España y llegó incluso a cambiar su nacionalidad por una europea con tal de cobrar la deuda; Venezuela, que fue amenazada por una flota militar en 1902 con el propósito de cobrar la deuda de los acreedores de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia; o el caso de Haití, sometido por el rey de Francia en 1825, luego de su independencia, a indemnizar a los antiguos colonos esclavistas.
Saliendo de la geografía latinoamericana, Toussaint, hace un recorrido por Grecia, afirmando que el país heleno “nació con una deuda odiosa bajo el brazo”, puesto que recibió financiamiento de los bancos londinenses durante su independencia del Imperio otomano iniciada en 1821. Luego cae bajo el dominio del capital financiero británico asociado a Francia y Rusia, los cuales instalan en Grecia una monarquía con un príncipe de origen alemán que implementa una severa política de ajuste a través de “un memorando”, destinada a cumplir con los acreedores, lo que parece haber inspirado a la “Troika” (alianza entre el FMI, el BCE y la CE) en el siglo XXI [1]. El autor continúa con los casos de Egipto, donde la deuda fue utilizada como “un instrumento para su conquista colonial” por parte de Gran Bretaña y Francia, que endeudaron aceleradamente al país desde mediados del siglo XIX, lo cual lleva hacia 1875 al país a ceder su parte en el Canal de Suez ante el Estado británico –que luego lo ocupa militarmente– a modo de hacer frente a las deudas. Este reparto de bienes y posiciones geopolíticas tuvo además a Francia –socia de Gran Bretaña en Egipto– recibiendo su parte en el norte de África transformando a Túnez en un protectorado en 1881. De aquí que Toussaint, afirma que “la deuda fue el arma que utilizó Francia para apoderarse de Túnez”.
Por último, el autor sostiene que, a diferencia de la explicación del origen de las crisis de deuda en los países llamados periféricos que brinda el mainstream, las mismas en realidad se originan como consecuencia de un agotamiento de los ciclos de crecimiento de las grandes potencias. En un breve repaso histórico ubica al momento actual como parte de una quinta crisis de las deudas públicas en el mundo, “debida al fuerte descenso de los precios de las materias primas, que comenzó en 2013-2014, y de la evolución de la economía de las principales potencias imperialistas –que ahora incluyen a China– la perspectiva de un aumento de los tipos de interés decidida por la FED, el estallido de la burbuja bursátil provocarían una repatriación de los capitales hacia los Estados Unidos, Europa y quizás China” (p. 20). Si bien la situación de la deuda argentina es una de las más delicadas en todo el mundo, el país no está solo, sino que es parte de un sistema mundial de endeudamiento y dominio entre los Estados. Poner en valor este escenario global permite pensar, desde un ángulo internacionalista, alternativas de otra clase en cada país frente al asedio del capital financiero en todo el mundo.
La deuda odiosa y la Revolución rusa
“La Revolución rusa de marzo de 1917 me ha conducido a examinar los efectos de una transformación política del Estado sobre su deuda pública”, afirmaba el jurista ruso Alexandre Nahum Sack, desde el primer párrafo del prefacio de su libro publicado en 1927 en París [2]. A este especialista en derecho bancario y financiero internacional se lo considera el primero en formular la llamada doctrina de la deuda odiosa. Toussaint se propone despejar los errores de interpretación que se realizaron sobre la obra de Sack, partiendo de ubicarlo como un conservador que se proponía “asegurar la continuidad del pago de las deudas y por tanto permitir a los acreedores recobrar sus créditos”. Como ilustra la cita de Sack sobre el impacto que le causó la revolución de obreros y campesinos en Rusia durante la Primera Guerra, la intención de Sack era garantizar el pago de las deudas contraídas por el zarismo contra las intenciones del gobierno bolchevique de respetar la voluntad popular contra el pago de las deudas imperiales. De aquí que, para Sack, la naturaleza del régimen importara poco al momento de definir el pago de una deuda:
Se debe considerar como gobierno regular el poder supremo que existe efectivamente en los límites de un territorio determinado. Que ese poder sea monárquico (absoluto o limitado) o republicano; que proceda de la “gracia de Dios” o de la “voluntad del pueblo” o no, del pueblo entero o solo de una parte de este; que haya sido establecido legalmente o no, etc. todo esto no tiene importancia para el tema que nos ocupa.
Esta consideración de Sack esta justamente orientada a sostener el statuo quo jurídico de las deudas pese a los cambios que implicó la primera revolución obrera y socialista triunfante en el siglo XX. En esta misma línea, Sack en sus escritos muestra la diferencia de la Revolución francesa, que por distintos medios alentó la continuidad del pago a los acreedores de la monarquía y del Antiguo Régimen, aunque Toussaint aclara que el peso del rechazo popular al pago de las deudas llevó a que las mismas se redujeran en forma considerable durante la revolución.
El gobierno bolchevique ante la deuda del Zar
En el caso de Rusia, Toussaint, muestra que el repudio a las deudas del Zar estuvo en el corazón de las revoluciones rusas de principio de siglo XX.
En su autobiografía (Mi Vida) [3], León Trotsky, que presidió el sóviet de San Petersburgo, explicó que la detención de toda su dirección, el 3 de diciembre de 1905, fue provocada por la publicación de un manifiesto en el que los miembros de ese consejo llamaban al repudio de todas las deudas contraídas por el Zar (p. 227).
Finalmente, el mismo se pudo realizar luego del triunfo de la revolución con el gobierno soviético que en enero de 1918 suspendió el pago de la deuda externa y, un mes después, decretó el repudio de todas las deudas del zarismo y las contraídas por el Gobierno previsional de Kerensky –destinadas a la continuación de la guerra– entre febrero y noviembre de 1917.
La respuesta de los Estados imperialistas no se hizo esperar, mientras avanzaban en los preparativos de guerra contra el gobierno obrero y campesino, Francia, Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y Japón salieron al rescate de los banqueros y tenedores de títulos rusos, canjeándolos por títulos de sus respectivos Estados. La derrota de los catorce ejércitos imperialistas por el gobierno soviético, que tenía que lidiar con un país exhausto, no alejó la presión del capital financiero. En 1922, durante una conferencia en la ciudad de Génova, explica Toussaint, “las capitales occidentales pensaban que el Gobierno soviético estaría de rodillas y que, por lo tanto, conseguirían sus objetivos condicionando la concesión de préstamos y de inversiones a que Rusia reconociera previamente sus deudas, y otorgara reparaciones a las empresas occidentales que habían sido expropiadas”.
Por el contrario al pronóstico de los imperialistas, el gobierno bolchevique, en el marco de la Nueva Política Económica, se orientó a reorganizar la economía devastada [4] mientras buscó distintas alternativas frente a la deuda, siempre sosteniendo una estrategia de fortalecer las conquistas del Estado obrero, defendiendo la nueva relación de fuerzas que significaba la expropiación de los capitalistas y terratenientes. Desde esta posición, y alentando una perspectiva internacionalista de llevar hacia otros países de Europa la revolución y apoyar la independencia nacional y autodeterminación de los pueblos, Toussaint sostiene que los bolcheviques
… estuvieron de acuerdo en pagar incluso parte de la deuda del Zar [5] si las otras potencias reconocían oficialmente a la Rusia soviética, concediéndole préstamos de Estado a Estado, alentando a las empresas privadas, afectadas por la expropiación de sus filiales y de sus bienes en Rusia, a aceptar como indemnización la concesión de explotaciones de recursos naturales, en particular, en las zonas desérticas de Siberia. El gobierno rechazaba además el establecimiento de organismos multilaterales para gestionar los préstamos… No era cuestión de renunciar a la soberanía (p.253).
La conferencia de Génova finalizó sin ningún acuerdo entre las partes. Pese al rechazo de la propuesta de los bolcheviques, y ante el endurecimiento de las potencias que le exigían abandonar el apoyo a huelgas y otras de formas de luchas en otros países, el gobierno soviético siguió intentando acuerdos económicos con las potencias y recibió el visto bueno del gobierno alemán, el cual atravesaba por serias restricciones impuestas por el Tratado de Versalles [6]. Por este acuerdo, ambos Estados declinaban a los reclamos de deudas financieras entre ellos, como en el caso de Alemania a una indemnización por las nacionalizaciones de sus empresas en territorio ruso. Además los alemanes se comprometían a invertir a través de empresas mixtas con el Estado soviético como parte de su política de atraer capitales para ayudar a una economía asfixiada.
Con el correr de los años las potencias comenzaron a flexibilizar su postura comercial y de inversiones hacia el Estado soviético. A la vez, los bolcheviques fueron solidarios con otros Estados que tenían deudas con el zarismo como México y Grecia, condonando sus deudas; así como se negaban a pagar las deudas odiosas, también lo hicieron en calidad de acreedores, como atestigua Toussaint. La deuda reclamada al gobierno soviético se pago recién a partir de 1997, es decir, después del colapso de la URSS y la restauración capitalista, cuando el presidente era Boris Yeltsin; en el caso de Francia solo fue del 1 % de las sumas reclamadas, mientras los tenedores de deuda británicos solo recibieron el 1,6 % del valor actualizado de los títulos –el autor, hacia el final del capítulo XII dedicado al gobierno bolchevique, aclara que en su trabajo no desarrolla lo burocratización del Estado obrero que significó la llegada del stalinismo al poder–.
Una herramienta teórica para la acción política
El trabajo de Eric Toussaint, con prólogo de Eduardo Lucita, en su estudio de las deudas públicas a lo largo de la historia realiza una significativa contribución al desnaturalizar el rol de los Estados en los procesos de endeudamiento, los gobiernos y, en particular, de los banqueros y “las clases dominantes de los países periféricos que promueven el endeudamiento tanto interno como externo y se benefician en gran forma de ello, lo que refuerza su carácter parasitario”. Distintos Estados y gobiernos, como también por el accionar de la lucha de clases (revolución mexicana o rusa) han llevado a repudiar las deudas públicas por odiosas; el ejemplo de otra naturaleza de clase, sin dudas, ha sido el gobierno soviético.
La obra de Toussaint se vuelve una lectura impostergable para quienes se propongan conocer distintas experiencias históricas de los Estados frente a las deudas odiosas, como también se transforma en una herramienta para la acción política ante la crisis de deuda que recorre a la Argentina actual.
Cuando el gobierno nacional ratifica cumplir con la deuda, las posturas críticas de quienes nos oponemos a asumir el pago de una deuda encuentran en Sistema deuda un marco histórico, conceptual y teórico desde donde pelear una política de otra clase, que como parte del rechazo del pago de una deuda odiosa y de la salida del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, exija la puesta en práctica de una auditoría pública de la deuda. Esta propuesta hoy la sostiene el Frente de Izquierda y fue expuesta por el diputado nacional por el Frente de Izquierda, Nicolás Del Caño, en el Congreso, pero también la impulsan los investigadores del CADTM, entre otras organizaciones. ¿Por qué hay que aceptar el pago de la deuda contraida por Macri con el aval de los diputados de Sergio Massa cuando cumplieron con los denominados fondos buitres, o durante los próximos 100 años el bono que emitió Luis “Toto” Caputo a pedido de sus amigos brokers?
En Sistema deuda se puede encontrar las respuestas a estos interrogantes del presente recorriendo experiencias de la historia de los Estados y de la lucha de clases, siendo esta última la única que puede permitir crear una relación de fuerzas realmente favorable a las mayorías trabajadoras y populares al momento de hacer frente al dominio del capital financiero internacional y sus Estados. Esta es una de las principales lecciones que arroja Toussaint en su estudio de la experiencia bolchevique en el poder respecto del tratamiento de la deuda odiosa. Vale la pena leer la obra completa.
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