La reunión entre ambos mandatarios cicatrizó las heridas por sus diferencias respecto al acuerdo con Irán y proporcionó una bocanada de oxígeno a Netanyahu, debilitado por la ola de violencia entre palestinos e israelíes que entró en su sexta semana
Viernes 13 de noviembre de 2015
“Fue el mejor encuentro que tuve”, señaló el premier israelí Benjamin Netanyahu, una vez finalizada la reunión que mantuvo a solas con el presidente norteamericano Barack Obama, como señal de distensión entre las partes. Pocos meses antes, el asesor en comunicaciones de Netanyahu, Ran Baratz, echó a rodar un exabrupto sobre Obama y su filiación “antisemita”. En profundidad, las diferencias entre ambos jefes radican en el giro copernicano de política exterior de EE.UU. para Medio Oriente a partir del acuerdo con Irán, una forma de legitimar su carácter de potencia regional, y por ende un objeto refractario para un Estado colonial gendarme en permanente expansión.
Netanyahu y Obama acordaron la modificación del protocolo de asistencia militar norteamericana anual hacia el Estado sionista, elevándolo de 3000 a 5000 millones de dólares. Firmado en 2007, esa normativa resulta “anacrónica” ante la inestabilidad abierta en Medio Oriente, según Netanyahu. No azarosamente, el Departamento de Estado norteamericano recortó un 22% del presupuesto de ayuda a los palestinos (de 370 a 290 millones de dólares), adjudicándoles la responsabilidad de la “ola de terror”.
A diferencia de los chisporroteos de pasadas ocasiones, ambos mandatarios dejaron atrás sus públicos desacuerdos y se comprometieron en la necesidad de garantizar que Irán cumpla a rajatablas el programa nuclear firmado con el Grupo 5 + 1. La derrota de Netanyahu, enemigo del tratado con Irán junto a Arabia Saudita y Turquía, parece haberse saldado con moneda contante y sonante, amén de la participación en el órgano de monitoreo que supervisará la aplicación del acuerdo. Nada mal como “compensación”.
La reunión sirvió a intereses mutuos. Netanyahu apuntó a fortalecer su gobierno, debilitado por la espiral de violencia que entra en su sexta semana, y a restablecer las relaciones con los demócratas, tras su alineamiento fraccional con los republicanos, que impulsaban la oposición al acuerdo con los persas. Históricamente, los sionistas siempre estuvieron asociados al bipartidismo del establishment norteamericano de conjunto. En tanto Obama se dispone a finalizar sus últimos 14 meses de mandato en armonía con los sionistas, capitulando incluso de sus veleidades de progresismo Light.
Netanyahu especificó como línea roja que no permitirá el contrabando de armas avanzadas de Siria a Líbano. Si bien el premier ruso Vladimir Putin aseguró al líder del Likud que la frontera con Siria no abriría un nuevo frente de tormenta, la Fuerza Aérea Israelí ya bombardeo en dos ocasiones el sur de Líbano, zona bajo la influencia de Hezbollah, aliado del presidente sirio Bashar al Assad y de Irán.
La cumbre no abrió ninguna ilusión en la resistencia del movimiento nacional palestino, pues ni siquiera presuponía el congelamiento del plan de asentamientos judíos en Jerusalén oriental y Cisjordania, a sabiendas que las autoridades israelíes aprobaron la construcción de 2000 viviendas en las proximidades de Ramallah, la principal ciudad palestina de Cisjordania que opera como capital político-administrativa. Por el contrario, Obama abordó los “problemas de seguridad de Israel como uno de los principales problemas de política exterior”, ratificando así la alianza estratégica.
Con el cinismo que lo caracteriza, Netanyahu se pronunció en favor de “un Estado palestino desmilitarizado que reconozca al estado de Israel en tanto Estado judío”, exactamente lo contrario de lo que agitó en la campana electoral de marzo. Más sincero, aunque no menos siniestro, el ultra derechista ministro de Educación Naftali Benet declaró que “la era de un Estado palestino estaba llegando a su fin”. Pero las palmas las llevó Obama, buceando los “pensamientos” del inoxidable líder derechista para “iniciar un proceso de paz”. Ambas administraciones hacen gárgaras, al tiempo que admiten por lo bajo que no guardan expectativas sobre ningún acuerdo sustancial con los palestinos.
Mientras tanto, la escalada de violencia entre palestinos e israelíes persiste, aunque con menor intensidad. La FDI acaba de lanzar la convocatoria a cientos de reservistas de cuatro batallones para prestar servicios de guardia, desplazando a los soldados activos a las zonas más calientes de Jerusalén oriental y Cisjordania. La temible brigada Golani, vanguardia de la FDI en todos los operativos guerreros de infantería, seria movilizada para reforzar el control de las colonias judías. El centro de gravedad de las disputas parece haberse desplazado a la ciudad palestina de Hebrón, donde residen 600 colonos judíos a punta de pistola contra la voluntad de 170 mil palestinos, obligados a digerir todo tipo de provocaciones.
Con la bendición de Obama, Netanyahu prepara nuevos platos picantes con la división de Jerusalén oriental mediante murallas y checkpoints que aíslan a los barrios palestinos. Curiosamente, el Likud siempre bregó por una Jerusalén “única e indivisa” capital del Estado judío, pero nadie como Netanyahu impuso tantas murallas para dividirla según líneas étnicas de la que alguna vez fue una ciudad multiétnica y cosmopolita.