Un presente urgente y un pasado que todavía ilumina. Feminismo, nacionalismo y colonialismo. La literatura, los actos de resistencia y rebelión.
Cada día que pasa la palabra genocidio se vuelve la única capaz de describir lo que sucede en Gaza. Después del ataque de Hamas el 7 de octubre de 2023, el Estado de Israel inició una ofensiva que redujo lo que se conocía como “prisión a cielo abierto” a un paisaje de escombros y muerte. Se calcula que 33.137 personas fueron asesinadas (13.800 de ellas, niñas y niños), aunque el número aumenta todos los días. Esto equivale a que 1 de cada 70 personas en Gaza fue asesinada o a que 180 murieron cada día desde que empezó la ofensiva.
La situación es una catástrofe. El 85 % de la población fue desplazada, la hambruna es una realidad. Al menos 20.000 chicas y chicos son huérfanos, 2.056 mujeres quedaron viudas y son el único sostén de sus hogares, según Centro Palestino de Derechos Humanos.
La situación de las palestinas es una catástrofe agravada. Cuando comenzó el ataque israelí, se calculaba que había 50.000 mujeres embarazadas y cerca de 6.000 estaban cerca de la fecha de parto. Muchas parieron en pasillos de hospitales sin luz y se practicaron cesáreas sin anestesia, otras se vieron obligadas a parir en sus casas, en el mejor de los casos con asistencia telefónica. Luego del nacimiento, se enfrentan al desafío de mantener con vida a sus bebés en carpas sin agua, energía ni calefacción, muchas no pueden amamantar, conseguir leche de fórmula y agua potable es una proeza.
La periodista gazatí Eman Alhaj cuenta que la escasez de toallas sanitarias y tampones empujó a muchas mujeres a tomar pastillas de noretisterona para retrasar la menstruación, casi no hay baños con agua potable, lugares donde lavar tu ropa interior o tener algo de privacidad. En este escenario se multiplican los riesgos y las consecuencias para la salud. Naciones Unidas llegó a suministrar kits de dignidad para garantizar la gestión menstrual (jabón, toallas sanitarias y ropa interior), una medida básica pero completamente insuficiente en la pesadilla que se vive en Gaza (que incluye problemas como la violencia sexual de parte de las fuerzas israelíes).
Los testimonios que logran traspasar las fronteras explican mucho mejor lo que viven las palestinas. Su historia siempre estuvo atravesada por la ocupación, los ataques y los desplazamientos. Y sin embargo, no es ni toda ni su única historia, sus luchas y sus deseos no se reducen al fin del genocidio y de la ocupación israelí, aunque hoy sea vital, urgente e indispensable.
Otra historia, la misma historia
La historiadora Ellen Fleischmann escribe en “The Emergence of the Palestinian Women’s Movement, 1929-39” (La emergencia del movimiento de mujeres palestino) que el feminismo de los primeros años del siglo XX “desafía los análisis simples y debe situarse en la compleja intersección de nacionalismo, feminismo y colonialismo. Análogo a otros movimientos de mujeres en contextos históricos colonizados, las palestinas no se definieron únicamente por el género ni percibieron una ruptura brusca entre nacionalismo y feminismo”.
El 2 de noviembre de 1933, una marcha de mujeres, muchas con sus bebés en brazos, recorrió las calles de Haifa con paradas en edificios oficiales. Protestaban contra la Declaración de Balfour, firmada un día como ese en 1917. La declaración respaldaba la creación de un “hogar nacional judío” en el territorio palestino controlado por el Reino Unido. Sadhij Nassar era una opositora feroz de esa declaración y fue una de las organizadoras de la marcha en Haifa. La Sociedad Islámica y el Ejecutivo Árabe habían cancelado las manifestaciones por las amenazas de represión y convocaron en su lugar a un día de silencio. Pero la Unión de Mujeres Árabes desafió la suspensión y, con Nassar a la cabeza, mantuvieron su movilización.
El grupo de Sadhij era parte de la Asociación de Mujeres Árabes fundada en 1929 durante el Congreso de Mujeres Árabes Palestinas en Jerusalén. La organización del congreso había representado un salto en calidad del movimiento, después de participar en protestas callejeras y organizar comités durante casi toda la década. Entre sus objetivos estaba “trabajar para el desarrollo social y económico de las mujeres árabes en Palestina, trabajar para la extensión de las instituciones educativas de niñas, [y] usar todos los medios posibles y legales para elevar la posición de las mujeres”. Aunque sus objetivos suenen modestos hoy, no lo eran entonces y tampoco significaba una participación acrítica en el movimiento nacional palestino. En uno de sus volantes, la Asociación decía que las mujeres “eran las únicas que levantaban la voz contra el gobierno mientras algunos de los hombres se reunían con el gobernador del distrito”, marcando algunas de sus diferencias con el liderazgo del movimiento nacionalista árabe.
La regional de Haifa, donde era activa Sadhij, era una de las más radicales. Durante la huelga general de 1936 contra el mandato británico, la Unión de Mujeres Árabes participó activamente (rompiendo vidrieras y arrojando parafina sobre algunos rompehuelgas). Además de su actividad política, estaba casada con el editor del diario palestino al-Karmil, Najib Nassar. Desde 1926, Sadhij publicaba una “página de las mujeres” en la que comentaba actividades del movimiento en su país y a nivel internacional.
Fue parte de la delegación que viajó al Congreso de Mujeres de Oriente por Palestina de Cairo en 1938, uno de los hitos del feminismo árabe (la dirigente histórica egipcia Huda Sha’rawi fue la impulsora de su viaje). Sadhij fue elegida como una de las autoridades de la conferencia, que exigió el fin del mandato británico en territorio palestino. También fue delegada al Congreso General de Mujeres Árabes convocado por la Unión Feminista Egipcia en Cairo en 1944, donde dio un discuso llamando a los pueblos árabes a unirse a la causa palestina.
La autoridad británica hablaba de Sadhij como “una amenaza para la seguridad pública” o “la señora Nassar es una molestia absoluta y deberíamos habernos encargado de ella hace mucho tiempo”; terminaron confinándola a 11 meses en un campo de detención. En 1948 cuando se fundó el Estado de Israel, como muchas y muchos militantes palestinos tuvo que suspender su actividad política y se exilió en Líbano.
La historia de Sadhij es una entre muchas y creo que muestra el entrelazamiento que existió siempre entre la lucha contra la opresión de género y la opresión nacional. “Quienes luchamos contra todas las formas de opresión y explotación, convencidas de que debemos acabar con las atrocidades del capitalismo, el patriarcado, el racismo y el colonialismo, no somos ajenas a la lucha por la supervivencia que hoy libra el pueblo palestino sometido al genocidio del Estado de Israel”. Me gusta la idea que escribe Andrea D’Atri en este artículo, que resume por qué si sos feminista, si peleás contra la opresión, la causa palestina es tuya.
Volverse Palestina
Lo de “volvernos palestinas” se lo robé a la escritora Lina Meruane. Nació en Chile porque su familia llegó hasta ese país como parte de la diáspora palestina (en Chile se encuentra la comunidad más grande de América latina). Lina había escrito una crónica de su viaje a Beit Jala, “Volverse Palestina”, donde narraba la vuelta a un hogar que no conocía, un poco como reivindicaación de quienes nunca habían podido volver: “lo palestino ha sido siempre para mí un rumor de fondo, un relato al que se acude para salvar de la extinción un origen compartido”. Más tarde amplió ese relato y publicó el libro Palestina en pedazos (Penguin Random House) porque, dice ella, “por más que una ponga un punto final, la terrible realidad de la ocupación ha continuado, exigiendo ser contada para evitar la desaparición de la historia palestina y de su gente”.
En el libro hay experiencias y reflexiones sobre ser palestina y ser en Palestina, también sobre la propia identidad y algunas ideas sobre la literatura y sus desafíos en contextos atravesados por debates sociales y políticos. Ella propone que la literatura supere “el pobre idioma de la dicotomía [que] acaba reemplazando toda complejidad y todo pensamiento crítico” y dice que se ampara “en la sentencia de [Susan] Sontag donde asegura que la sabiduría de la literatura es contraria a la certeza. ‘Nada es mi última palabra sobre algo’” porque “la certeza abarata y desbarata la tarea del escritor. Es necesario siempre patrocinar el acto de la reflexión, ir en busca de la complejidad y de los matices y contra los llamados a la simplificación”. Hoy, me tomo el atrevimiento de agregar, es importante luchar también contra el silenciamiento de quienes denuncian el genocidio. Las palabras pueden ser, como dice Meruane, un acto de resistencia, de rebelión o de amotinamiento contra las formas dominantes. No resignemos esa batalla.
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