El gobierno del Frente de Todos viene llevando adelante un ajuste que ya ha despertado la envidia de Domingo Cavallo. Busca presentarlo como consecuencia inevitable de la catástrofe del macrismo y de los efectos de la pandemia. También maquillarlo en estos meses pre-electorales. Mientras, toda la orientación económica sigue el compás del FMI. Esta semana el Club de París recibía U$S 430 millones de un país cuyos niveles de pobreza rondan el 45 %. El deterioro de la aprobación del gobierno y la perdida de apoyos, especialmente en la juventud, es tema a ambos lados de la grieta. La interna de Juntos por el Cambio se debate entre tomar distancia del nombre (Macri) o redoblar la apuesta (“no fuimos hasta el final”).
Todo el aparato mediático se esfuerza por circunscribir el escenario político a la “polarización”. Pero hubo diciembre de 2017 (al que Luciano Laspina definía como “la primera desestabilización en Latinoamérica a un gobierno de centro liberal o de centro de mercado, que estaba intentando hacer reformas de consolidación fiscal pro mercado”), al que le siguió el “hay 2019” del kirchnerismo. El macrismo aprovechó los dos años de gracia para hundir al país bajo la bota de la deuda. Finalmente llegó el 2019 pero vinieron el 2020 y el 2021. Muchos de los que votaron al Frente de Todos para terminar con el macrismo ven que el ajuste continúa, que siguen ganando los mismos de siempre.
En esta polarización degradada, con muchos relatos infructuosos encima, proliferan los intentos de instalar variantes agónicas de derecha del peronismo como Florencio Randazzo, así como a los liberaloides ultraderechistas como Espert –que un sector del Pro quiere adentro de su coalición– o Milei, catalogados de derecha “disruptiva” e influencers de la juventud. La operación: foguear que la única alternativa al gobierno es por derecha. No es un intento nuevo, pero ¿qué sustancia tiene? ¿Por qué tanta energía puesta en ello? ¿A qué le temen? ¿Qué pasa si en este contexto –nacional y latinoamericano– logra fortalecerse una izquierda clasista y socialista que se ubica como tercera fuerza nacional? En estas líneas intentaremos repasar estos interrogantes.
La deriva argentina del “paleolibertarianismo”
En su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, publicado a principios de este año, Pablo Stefanoni ensaya un mapeo de las llamadas “nuevas derechas”, a la derecha de los liberales y conservadores tradicionales. Hace un repaso por sus diferentes vertientes a nivel internacional, sus expresiones concretas en torno a Trump, Bolsonaro, el clan Le Pen y toda la serie de fenómenos ultraderechistas que pululan por el mundo, con sus respectivas combinaciones de nacionalismo, xenofobia, misoginia y racismo, e indaga en híbridos particulares como el “homonacionalismo” o el “ecofascismo”. Como parte de este recorrido destaca tres líneas de tensión entre las diferentes sensibilidades de las “nuevas derechas radicales”:
… una es estatismo versus antiestatismo, en una gama que va desde los libertarios hasta los neorreaccionarios […] Otra, no menos importante, es occidentalismo versus antioccidentalismo. Mientras un ala de la alt-right busca proteger a Occidente de sus enemigos –es culturalmente cristiana, a menudo proisraelí y combate el “peligro” del islam–, otra es antisemita, puede ser pagana y culpa al propio Occidente –y a la sociedad industrial– por los problemas del mundo actual. De allí provienen tendencias como el ecofascismo y diversas utopías primitivistas. Y una tercera es geopolítica: Matteo Salvini y Marine Le Pen son más cercanos a Vladimir Putin, mientras que Vox o Chega! son atlantistas [1].
Dentro de este heterogéneo universo, en estas líneas nos interesa particularmente su análisis de dos personajes que representan de alguna forma intentos de establecer franquicias locales: Javier Milei y Agustín Laje. En el panteón “liberal-libertario”, donde puede encontrarse a un Milton Friedman, un Ludwing von Mises o un Friedrich Hayek, Stefanoni se detiene particularmente a analizar las influencias de Murray Rothbard como figura clave para entender los puentes entre libertarios y extrema derecha. Rothbard, economista norteamericano seguidor de Mises y Hayek, se concebía a sí mismo como un reaccionario radical. Señala Stefanoni que fue quien bautizó en los ‘90 la síntesis libertario-conservadora como “paleolibertarismo”, como forma de articular ideas libertarias y reaccionarias.
El paleolibertarianismo –sintetiza– puede resumirse en algunas ideas fuerza: el Estado es la fuente institucional del mal a lo largo de la historia; el mercado libre es un imperativo moral y práctico; el Estado de bienestar es un robo organizado; la ética igualitaria es moralmente condenable por ser destructiva de la propiedad y la autoridad social; la autoridad social es el contrapeso a la autoridad estatal; los valores judeocristianos son esenciales para un orden libre y civilizado.
Stefanoni muestra a Milei y Laje como “fans” de Rothbard. En el caso de Milei, dedicado a fustigar contra los “zurdos de mierda”, habría visto en el Rothbard economista, entre otras cosas, la defensa de los monopolios (mientras no sean estatales sino producto de la “acción emprendedora”) que, según dice, “mejoran la relación calidad-precio; por eso los emprendedores son héroes, benefactores sociales” [2]. A Laje, que se ufana de haber sido becado por el Pentágono para estudiar tácticas de contraterrorismo en Washington, le gusta más el Rothbard que se preocupa por la cultura para su cruzada contra “la ideología de género”. Pero también, destaca Stefanoni, Rothbard “sirve de base para el axioma principal del libertarianismo: este ‘no solo ha de reconocer la desigualdad existente; ha de defender que si esa desigualdad es el resultado de interacciones libres y voluntarias, debe perdurar en el tiempo’”. El autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? ve en Rothbard aquel que puede unir teórica y políticamente a Milei y Laje, así como a estos con gente como Gómez Centurión o Cecilia Pando, en tanto que presenta las claves para el giro hacia la extrema derecha del libertarianismo.
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Los likes y la realidad de una rebeldía que garpa
Como logra reflejar con bastante exhaustividad el libro de Stefanoni, el universo de lo que llama “nuevas derechas radicales” es un fenómeno internacional que, sin embargo, tiene sus contornos y características propias en cada país. Pero, ¿cuánto es su peso real en Argentina y cuánto el inflador que le ponen a estos personajes las corporaciones mediáticas –y capitalistas en general– e incluso sectores “progre” –y del gobierno– para usarlos como espantajo?
Hay un público que compra este tipo de ideas de derecha entre un sector de la juventud que se concentra en universidades privadas, o más en general en carreras donde es más marcado el perfil “profesionalista” como Economía, Ingeniería, Informática, etc. De allí derrama incluso a sectores más populares, pero aquel es su núcleo duro, el cual lejos de cualquier “rebeldía” es profundamente conservador –sobre la base de décadas de neoliberalismo, “sálvese quien pueda” y ultraindividualismo– y se activa para la defensa de toda causa reaccionaria. Son los que van a sus conferencias, consumen los videos de Youtube, los posteos en Twitter que llegan a algunos miles, foros de internet, etc. Stefanoni habla en su libro de “fenómeno subcultural”. El troleo y la actividad en las redes los muestra como minoría “intensa” y los hace más visibles. En este sentido, es parte de un fenómeno internacional donde estos métodos en las redes han adquirido peso creciente para la actividad de las derechas. Este es el aspecto más evidente, pero también puede llevar a sobredimensionar un fenómeno que en la actualidad tiene mucho de nicho.
Si los comparamos con movimientos de derecha de la historia argentina reciente, como la derecha neoliberal de la UCD de Álvaro Alsogaray en los ‘80, el contraste es elocuente. Su vertiente juvenil, la UPAU (Unión para la Apertura Democrática) en el ‘87 llegó a la Secretaría General de la FUBA y condujo varios centros de estudiantes, como Económicas de UNCuyo, o de la UBA como Derecho, Ingeniería, Arquitectura, entre otros. A finales de la década llevó los principales contingentes que llenaron la cancha de River en un acto partidario. Periplo que concluyó con la asimilación al menemismo. Digamos que a la “rebeldía” de derecha actual, que las corporaciones mediáticas suelen presentar como “gran fenómeno” juvenil, para esto todavía le falta mucho trecho por fuera de las redes.
Por otro lado, la supuesta “rebeldía” tiene un impulso importante “de arriba hacia abajo” a través de ONGs como la Atlas Network, creada a principios de los ‘80 como Fundación Atlas con el financiamiento del departamento de Estado norteamericano y la National Endowment for Democracy (NED), que contribuyó también en su momento a costear a la Contra nicaragüense. Hoy Atlas Network, a la que también aportan los hermanos Koch (Charles y el difunto David, que figuraban entre las personas más ricas del mundo), cuenta con 465 “think tanks” asociados desperdigados por 95 países, incluida Argentina; entre ellos se encuentran la Fundación Libre que preside Agustín Laje, así como la Fundación Pensar de los “globoludos” del PRO, como les dice Laje. Javier Milei por su parte siempre fue fiel a sus orígenes de hombre del grupo del “empresaurio” Eurnekian.
Ahora bien, estas ideologías, que aborrecen cualquier cosa que huela a solidaridad o aspiraciones igualitarias, tienen su punto de partida en la defensa de la grieta social que reproduce el régimen capitalista semicolonial argentino, producto del atraso y la dependencia. Si en su momento de gloria el kirchnerismo nunca se propuso superarla sino en todo caso “mitigarla”, dando por hecho que toda una parte de la población queda “naturalmente” afuera, un cuarto de la población pobre si la economía va muy bien, la mitad si va mal –eso sí, las deudas con el FMI son sagradas–; la derecha neoliberal en general asume esta grieta social sin culpa. La cuestión pasa por definir quién está de un lado y quién del otro; para eso está el índice “meritocrático” (el “mérito” de ser propietarios y/o herederos de la propiedad de los medios de producción y de cambio). Al igual que los Espert, que podría compartir listas con el PRO, los Laje y los Milei no son sino una variante “radicalizada” de esta segunda alternativa, como lo muestran sus mecenas comunes, solo que llevando hasta el final el discurso “aspiracional” meritocrático ligado a un darwinismo social a bandera desplegada. Sus diatribas contra “el comunismo”, identificado con todo aquello que no permita maximizar la ganancia capitalista, es una variación exaltada del leitmotiv neoliberal según el cual lo mejor que podría pasar en el mundo es bajarle los impuestos a los ricos.
Justamente por eso, si por un lado no cabe sobreestimar el fenómeno, tampoco subestimarlo. Sin ir más lejos, en el vecino Brasil, el PT de Lula luego del 2013, frente al escenario de crisis, rechazo a los ajustes, movilizaciones y huelgas duras, respondió con represión y nuevos ataques al pueblo trabajador, nombrando al neoliberal Joaquim Levy como ministro de Hacienda. Contribuyó así a la desmoralización de su propia base social y le allanó el camino a la irrupción de la derecha, y así “explotaron” los movimientos juveniles de la derecha, fogueados por referentes financiados por la misma Atlas Network, que pasaron a contar con millones de seguidores en las redes sociales y ganaron capacidad de movilización propia en las calles contra al gobierno de Dilma y el PT haciendo sinergia con la Rede Globo. Fueron un gran impulso para la Lava Jato y luego para el golpe institucional que tuvo como hijo inesperado a Bolsonaro.
Sin embargo, pasados varios años, las cosas han cambiado en varios sentidos. Steve Bannon, profeta del “derechistas del mundo uníos”, decía en 2018 que frente a una Venezuela donde reina el caos y la crisis, y una Argentina donde se le entregó el gobierno al FMI, Bolsonaro representaba “el camino del capitalismo esclarecido” en América Latina. Lejos de aquella euforia, hoy Jair Messias Bolsonaro cotiza a la baja. Luego del pasaje de Trump por el gobierno de EE. UU., la extrema derecha, en términos genéricos, parece haber quedado debilitada. Algo de ello pudo verse más recientemente en las elecciones regionales de Francia con el retroceso sufrido por Rassemblement National de Marine Le Pen.
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¿Por qué la izquierda anticapitalista y socialista puede ser audaz y las otras no?
Pasado el ciclo de gobiernos “posneliberales” que con una década de crecimiento económico dejaron intactas las bases estructurales del atraso y la dependencia, y ya con el ciclo de gobiernos de derecha a cuestas, América Latina se encuentra atravesada por la crisis económica y sanitaria y por un crecimiento exponencial de la pobreza. En este marco, la región se ha convertido en uno de los lugares donde los procesos de movilización y lucha de clases, y las crisis política de los regímenes burgueses son más agudos, empezando por países presentados por el establishment neoliberal –y muchos derechistas “libertarios”– como modelos de “capitalismo exitoso” como Chile, Colombia y Perú. La juventud es la gran protagonista de los procesos.
En este marco, hay otra línea de lectura del libro de Stefanoni que también nos interesa particularmente aquí, ya no sobre la “derecha alternativa” en sí, sino sobre el mapeo, más sucinto, que hace sobre qué izquierda oponerle. Parafraseando el título del libro de Alejandro Galliano, ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? –con el que en su momento debatimos–, Stefanoni se pregunta: “¿Por qué la derecha puede ser audaz y nosotros no?”. Con este “nosotros” sugiere una interrogación sobre la izquierda, aunque sus simpatías van a programas a los que llama “socialistas democráticos” como el de Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en EE. UU. o el de Jeremy Corbyn en el Reino Unido, sin que cuestiones como que el Partido Demócrata es uno de los principales y más antiguos partidos imperialistas del mundo merezcan problematización [3]. Pero no es esta perspectiva política, a la que le hemos dedicado otros artículos, a la que queremos referirnos, sino al análisis de Stefanoni sobre aquella pregunta en lo que respecta a la Argentina.
Dice Stefanoni sobre las “derechas radicales” en Argentina:
… no debemos olvidar la participación electoral, en 2019, de Gómez Centurión y José Luis Espert, quienes, pese a sus malos resultados –producto en parte de la polarización y de sus propias divisiones y torpezas políticas– intervinieron en los debates presidenciales y muchas de sus ideas son más extendidas de lo que su cosecha electoral indicaría. ¿Quién podría asegurar que se trata de formaciones marginales, sin futuro alguno en los siguientes años?
Claro, como referíamos antes, es pertinente la pregunta. Ahora bien, en aquella elección, extremadamente polarizada, Nicolás del Caño, candidato a presidente del Frente de Izquierda, estuvo en cuarto lugar, por encima de ambos referentes de la derecha, y con un muy importante componente del voto entre la juventud. Teniendo en cuenta esto, ¿cabría hacerse la misma pregunta que se hace Stefanoni pero referida a la izquierda clasista y socialista, si es que el interrogante versa sobre por qué la derecha puede ser audaz “y nosotros no”? Seguro que sí.
El Frente de Izquierda, con sus 10 años de existencia, los primeros 8 años como FIT y luego como FIT-Unidad con la incorporación del MST, hace que hoy la izquierda clasista y socialista sea un factor actuante políticamente en la realidad nacional (a diferencia, por ejemplo, de lo que sucedió en la crisis de 2001-02). Ha conquistado un reconocimiento mucho más allá de los votantes de izquierda, habiendo estado en la primera fila de la lucha contra el gobierno macrista –lo cual quedó plasmado en las propias jornadas de 2017– pero también intransigente frente al kirchnerismo. Cuenta con extensión en todo el país, con una bancada en el congreso nacional, en varias legislaturas provinciales y locales. Tiene ganado un peso entre organizaciones de trabajadores, de estudiantes, en el movimiento de mujeres, etc. Fue y es parte de cada lucha del pueblo trabajador, impulsando la coordinación y luchando por superar a la burocracia sindical para preparar las condiciones de una lucha de conjunto contra el régimen político y el sistema capitalista. Para fortalecer esta perspectiva es que, desde el PTS, hemos lanzado la propuesta para estas elecciones de poner en pie una alternativa unitaria de toda esta izquierda clasista y socialista, que comprenda tanto al FITU –que hoy representa el 80 % de los votos de esta izquierda–, como otras fuerzas que, más allá de su tamaño y extensión nacional, son también parte de las luchas del pueblo trabajador y tienen un programa por un gobierno de las y los trabajadores (como el Nuevo MAS, Autodeterminación y Libertad y la Tendencia del PO).
En el marco, de la crisis actual con casi la mitad de la población bajo la línea de pobreza, con un gobierno que ha demostrado que su perspectiva es el ajuste –y esto va más allá de la coyuntura electoral– para “honrar” el fraude de la deuda y con una derecha agazapada intentando capitalizar algo del descontento con el oficialismo, una izquierda clasista y socialista fortalecida como alternativa política no solo es una posibilidad sino una necesidad. Los intentos denodados por instalar variantes más de derecha, incluidos los llamados “libertarios” (ya sea como espantajo o como alternativa), muestran el temor del establishment burgués a esta perspectiva y a que una izquierda antisistema se posicione como tercera fuerza política nacional de cara a la etapa que se está abriendo de mayores enfrentamientos de la lucha de clases. ¿Qué pasaría si la rebeldía resulta de izquierda, de una que plantea un programa transicional que ataca los fundamentos mismos de la barbarie capitalista? Es la pregunta que querrían evitar hacerse desde el régimen, la misma que nosotros, la izquierda, deberíamos poner todas nuestras fuerzas para contestar y realizar.
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