Fue gracias a la alarma de vecinos con síntomas que solicitaron testeos. Luego de confirmados, ayer y por primera vez en 72 días de decretado el aislamiento obligatorio, los intendentes de ambos municipios con personal de salud y policial, se acercaron al barrio, uno de los más castigados por la pobreza, el hacinamiento, el hambre y la contaminación.
Sábado 30 de mayo de 2020 10:37
El barrio José Luis Cabezas es un triángulo dibujado sobre los límites de La Plata, Berisso y Ensenada donde viven alrededor de 400 familias. Nace en calle 122, y crece hasta las puertas mismas de YPF La Plata, en donde se destilan millones de dólares diarios. Tal vez por casualidad, tal vez no, el puente que separa el Barrio de la puerta N° 3, simbólicamente le recuerda a los vecinos, todos los días: “aquí no eres bienvenido”. Fundado por trabajadoras y trabajadores migrantes, estructurado en la pobreza, la discriminación y la xenofobia, y al margen de tres localidades y en ninguna a la vez, se vuelve virtualmente invisible. Hasta que suena una alarma, se confirman cinco casos de Covid-19 y se sospecha de muchos contagios.
Se lleva adelante entonces un operativo durante el día de ayer, que virtualmente mantiene cerrado el barrio con personal policial durante su realización. La tarea es aislar a los contagiados y testear a los sintomáticos. Se toma temperatura, se hacen pruebas de olfato, isopado para algunos y se aprovecha a vacunar a quienes no tienen el calendario ordinario de vacunación completo. Desde sus casas, algunas de material, muchas de madera, todos miran las dos ambulancias como una aparición sobrenatural: nunca entran ese barrio de calles de tierra. Otra aparición, pero de este mundo, fueron los intendentes de Berisso y Ensenada, Fabián Cagliardi y Mario Secco. Bajando de su burbuja aséptica se pararon en una esquina, muy prolijos, en el minuto justo para que la prensa pudiera registrarlo. Y después se fueron.
Como en Villa Azul, Itatí, o el Barrio 31, aquí también son les más pobres quienes peor la llevan frente a la pandemia. De acuerdo a lo informado de manera oficial, se determinó el aislamiento de personas con casos aún no confirmados y se trasladaron al hospital de Punta Lara al menos a dos familias completas. A los vecinos les informaron que el operativo se repetiría “en algunos días”.
El barrio es un lugar en que la mayoría de sus habitantes vive al día, entre changas, trabajos informales o trabajo domestico; muchas son trabajadoras textiles que cosen por monedas las prendas que se venden en los locales “de marca”. Muchas también son mamás solas, sostén de familia. Desde el inicio de la pandemia hace más de 70 días, no hubo ningún tipo de ayuda alimentaria por parte del Estado a las familias que de un día al otro se quedaron sin acceso a casi nada. Una vecina montó en su casa un comedor que intenta paliar, tres veces por semana, el hambre del barrio.
Según ellos mismos denuncian, no hubo desinfección de los lugares con personas contagiadas, y sería necesario que se realice también una limpieza de los canales y los pastizales ya que también hay mucho riesgo de contraer dengue.
Cuando las cámaras se apagaron y se fue hasta el último profesional de salud, atardecía el barrio en silencio, una vecina reflexionó sobre problemas preexistentes a la pandemia: “Al gobierno le pediría que se vea ese problema de la estabilidad laboral, que haya más trabajo, que haya más estudio, que haya oportunidades para que los muchachos salgan adelante. A veces hay casos que no terminan la secundaria y quedan ahí nomás, y eso es muy triste. Y ayuda para las personas que tienen muy bajos recursos, no tienen salida. Y no marginar, porque si uno es peruano o es boliviano, se ve mucho esa marginación, se ve como a una la ponen a un lado. Yo creo que todos somos iguales, todos somos seres humanos.”