El llamado del Papa Francisco por una salida "pacífica" en Honduras, se suma a una larga historia de complicidades de la Iglesia católica, con el ejército en este país.
Miércoles 6 de diciembre de 2017 00:26
La Iglesia católica en Honduras tiene una larga trayectoria de cercanía con el ejército, en la historia reciente, durante la guerra sucia y en el golpe de Estado de 2009, donde fue garante de la actuación militar contra la población.
En Honduras, no es extraño escuchar a políticos y funcionarios hablar "en nombre de Dios", la influencia del catolicismo en este país, pero sobre todo la fuerza política de sectores clericales así lo permiten. El mensaje del Partido Nacional en twitter, apenas anunciado el fin del conteo al escrutinio “especial” electoral, agradece en primer lugar al pueblo hondureño y en segundo lugar a Dios:
La Victoria Total de la mano del pueblo hondureño es una realidad. Gracias a Dios, al trabajo comprometido y a cada hondureño por el respaldo. Haremos de Honduras el país que todos queremos. ¡Que sigan los cambios! ¡Viva Honduras! #VictoriaTotal pic.twitter.com/6XTvhC7Myj
— Partido Nacional (@PNH_oficial) December 4, 2017
El peso de la derecha conservadora en el Congreso Nacional, se expresó en mayo pasado, con 79 votos de 128 diputados, en contra de la despenalización del aborto, en casos de violación, deformación del feto y riesgo a la salud de la madre, mientras el presidente, Juan Orlando Hernández, aseguró que "sólo Dios da la vida y sólo él la puede quitar", amenazando con vetar este derecho, en caso de aprobarse favorablemente.
Justo dos meses antes de las recientes elecciones, once obispos hondureños viajaron a Roma y se reunieron con el Papa Francisco, un encuentro de apariencia informal, donde supuestamente hablaron de sus comunidades y escucharon el llamado de Bergoglio a actuar con rectitud. Pero el trasfondo de esta visita fue el gran peso de la derecha conservadora y del clero en el régimen de Honduras, con una elección en puerta que ponía en peligro el control del gobierno, en manos del Partido Nacional, logrado tras el golpe de Estado en 2009, respaldado por Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Vaticano.
En la reunión con el Papa estaba presente el cardenal y Arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, un personaje escandaloso para el Vaticano, por la protección a curas pederastas (denunciada por sobrevivientes de abusos de sacerdotes) y por su abierto apoyo al golpe de Estado en 2009. Entonces, cuando el ex presidente Manuel Zelaya fue sacado en pijama y a punta de pistola del país, enviado a San José de Costa Rica, el clérigo declaró que el Papa Benedicto XVI confiaba en las decisiones de los obispos locales y que en Honduras "luego de 20 años bajo regímenes dictatoriales, lo que se estaba preparando era otra dictadura", refiriéndose al derrocado mandatario y su intensión de redactar una nueva Constitución e instalar una Asamblea Constituyente.
Con esta postura se oficializó la actuación cómplice de la Iglesia, ante la masacre del ejército y la violación de garantías individuales durante los meses siguientes. En medio de aquella crisis política, con protestas de miles en las calles y barricadas en los barrios, organizadas por la población para impedir más asesinatos, la Conferencia Episcopal planteó que todos los documentos llegados a sus manos, demostraban que "las instituciones del Estado democrático hondureño" eran vigentes y actuaban apegadas a derecho. Además se pronunciaron contra las protestas y los bloqueos, que calificaron como un chantaje al orden político y presionaron a la comunidad internacional para que aceptara al nuevo gobierno golpista. Estas posturas de la Iglesia causaron indignación y las manifestaciones continuaron, pero también despertó el repudio el toque de queda y sus consecuencias; detenciones, torturas y asesinatos de las Fuerzas Armadas.
Las manifestaciones y la represión llegaron a su cúspide el 21 de septiembre, cuando Zelaya ingresó en secreto al país y se presentó ante los medios desde la embajada de Brasil; un intento por cambiar la relación de fuerzas, que posibilitara al ex presidente una negociación, concretada el 30 de octubre con la firma del Acuerdo San José–Tegucigalpa. Así, Zelaya y el golpista Micheletti iniciaron el cierre a la crisis política, luego de cuatro meses de golpe, para formar un "gobierno de unidad y reconciliación nacional". Una capitulación a los golpistas por parte del ex mandatario, con el obispo auxiliar de Tegucigalpa, Juan José Pineda, como actor clave por parte de la Iglesia católica, en la promoción del pacto y su aceptación por parte de la población.
Con más de 80 días de resistencia y suspensión de garantías constitucionales, a la Asamblea de la Resistencia, reunida en el Sindicato de Trabajadores de la Industria de Bebidas y Similares, se presentó el sacerdote franciscano de origen salvadoreño y ambientalista, Andrés Tamayo, para orar por una salida pronta a la crisis y celebrar el cumpleaños de Zelaya, desde una posición solidaria con la resistencia y crítica ante el control económico del país a manos de unas cuantas familias, en presencia de la familia de Zelaya, hizo un llamado a convocar a una asamblea nacional constituyente y concluyó que la unidad y la victoria serían "obra de Dios". Fue exiliado a Nicaragua, poco después de esta participación y le fue cancelada su nacionalidad hondureña. La participación de otro sacerdote, expresó de forma distorsionada la profundidad de la crisis y cómo esta se mostraba dentro de la Iglesia, con un sector cercano a Zelaya.
La participación de la Iglesia es una expresión de la profunda crisis política que atraviesa Honduras, ante eso, la necesidad de construir una herramienta política revolucionaria que levante una perspectiva de independencia de clase, puede ser un camino en el horizonte para la valiente resistencia de miles de jóvenes, mujeres, trabajadores y campesinos.
Hace ya casi una década, desde el golpe de 2009, todos los actores políticos del régimen hablan de "reconciliación" y de "unidad nacional", pero la realidad es que las ambiciosas intenciones de la burguesía, no acabarán imponiendo un nuevo fraude electoral.
De la lucha por el respeto a la voluntad popular, en las actuales movilizaciones obreras y populares, ya se comienza a plantear fuera Juan Orlando Hernández, esto es posible si el pueblo de Honduras lleva la lucha contra el gobierno en la perspectiva de su caída y la del régimen de conjunto, que mantiene la riqueza del país en manos de unas cuantas familias de empresarios y la influencia cotidiana del Ejército. No hace falta heroísmo, voluntad o disposición en esta lucha, es posible fortalecerla con la formación de Comités nacionales de autodefensa, al mismo tiempo de impulsar una huelga general y la movilización revolucionaria en las calles, hasta imponer una Asamblea Constituyente Libre y Soberana.
Es indispensable la solidaridad internacional con Honduras. Desde cada rincón del mundo y los pueblos latinoamericanos, debemos movilizarnos en cada país por el pueblo hondureño y contra la militarización.
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