El 16 de septiembre de 1955 las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno peronista que abandonaba sin luchar el poder después de más de una década.
Alicia Rojo @alicia_rojo25
Miércoles 16 de septiembre de 2020 00:02
Si el peronismo surgió como un fenómeno de nacionalismo burgués que opuso resistencia a la penetración del imperialismo norteamericano en el país, esa resistencia se había basado en buena medida en las condiciones excepcionales de la posguerra que dieron al gobierno un cierto margen de negociación frente al imperialismo. [1]
La crisis económica que se hizo abierta a partir de 1952 agudizó una serie de contradicciones dentro del régimen peronista; fundamentalmente puso de manifiesto la necesidad, para el sostenimiento de la acumulación capitalista, de la apertura del país al imperialismo norteamericano. Pese a los esfuerzos del gobierno peronista, Estados Unidos apostará a la capitulación definitiva del régimen para despejar los obstáculos para su penetración en el país: el disciplinamiento de la clase obrera y la eliminación de conquistas sociales eran las condiciones primordiales.
Los objetivos del imperialismo norteamericano y las patronales
Aquella coyuntura económica excepcional de los primeros años peronistas había permitido jugosas ganancias a las patronales, al tiempo que los trabajadores obtenían convenios colectivos de trabajo con grandes conquistas sociales, por las que el movimiento obrero había luchado por décadas. Ahora frente a la crisis y la baja de las ganancias, los empresarios intentarán avanzar en la liquidación de muchas de las conquistas obreras y aumentar la productividad del trabajo. El ataque del gobierno y las patronales contra los derechos de los trabajadores contarían con un gran instrumento: la burocracia sindical que controlaba férreamente la iniciativa de las bases, que se venía expresando, sin embargo, en la actividad de comisiones internas y cuerpos de delegados.
Es que los trabajadores salieron en defensa de sus conquistas aun en contra de sus propios dirigentes, como lo demuestran las palabras de Perón a fines de 1953 contra las huelgas que los trabajadores estaban organizando frente a la pérdida del poder adquisitivo de los salarios: “Algunos sindicatos… han iniciado un movimiento por mejores salarios. Ellos negociaron directamente con la patronal, acción que está prohibida por las normas que rigen al movimiento obrero argentino. Ningún afiliado tiene el derecho de exigir aumentos de salarios si no es a través de sus propias direcciones sindicales nacionales” (reproducido en El Tranviario Automotor, diciembre de 1953).
También intentó el gobierno flexibilizar las condiciones de inversión para el imperialismo. Retrocediendo en la política de nacionalizaciones que había caracterizado sus primeros años, y de los postulados de control estatal de los recursos naturales, en 1953 se dictó la ley de inversiones extranjeras; su reglamentación establecía un trato igualitario entre compañías nacionales y foráneas y una serie de importantes beneficios. Uno de los emblemas de los intentos de atraer inversiones fueron los acuerdos para la explotación de petróleo con la Standard Oil, que concedía miles de kilómetros de tierra en Santa Cruz, más de la quinta parte de la superficie de la provincia, territorio en el cual la empresa podía construir y usar con exclusividad caminos, embarcaderos y aeropuertos durante la vigencia del contrato. Sin embargo, este proyecto generó una gran oposición dentro del propio peronismo y no pudo salir del Congreso.
Mientras la imposición de nuevas condiciones de trabajo chocaba contra la resistencia de las bases obreras, y las concesiones al imperialismo generaban oposición, la relación con otros sectores sociales se deterioraba aceleradamente. Mientras se debilitaba el poder del gobierno, se intentaban fortalecer algunos de sus rasgos más autoritarios, avivando la oposición de sectores sociales y políticos, desde los partidos políticos tradicionales hasta los estudiantes, amplios sectores de la intelectualidad, y a fines del gobierno, la de su anterior aliado, la Iglesia. Así, frente a la emergencia de la crisis la oposición, antes clausurada, encontró caminos para expresarse y sumado al deterioro de la situación general, coadyuvaron al desgaste político del gobierno. A mediados de 1955 esta situación hizo crisis.
La política de conciliación allanó el terreno para el golpe
El 16 de junio un sector de la Marina y la Fuerza Aérea bombardeó y ametralló la Casa de Gobierno y sus alrededores, provocando cientos de muertos y heridos entre los trabajadores que concurrieron a Plaza de Mayo para defender a Perón.
Ese día, el líder dio por radio un discurso conciliador: “Como Presidente de la República pido al pueblo que me escuche lo que voy a decirle. Nosotros como pueblo civilizado no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión sino por la reflexión. La lucha debe ser entre soldados. Yo les pido a los compañeros trabajadores que refrenen su ira, que no cometan ningún desmán. No nos perdonaríamos si a la infamia del enemigo le agregáramos nuestra propia infamia. Prefiero que sepamos cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue. Nosotros no somos encargados de castigar”. (La Nación, 17 de junio de 1955)
Con esta ubicación, que se negaba a resistir los intentos golpistas y hasta a hacer justicia con los asesinados en Plaza de Mayo, la iniciativa quedará en manos de los golpistas. Así, la siguiente respuesta provendrá del ejército: un grupo de oficiales se sublevó en Córdoba. Ante esta acción militar, la dirección de la CGT manifestó a la cúpula del ejército la decisión de “poner a disposición las reservas voluntarias de trabajadores a fin de impedir en el futuro cualquier intento de retrotraer a los trabajadores a las ignominiosas épocas anteriores al justicialismo”. Franklin Lucero, jefe del Ejército, agradeció el gesto de la CGT pero consideró el aporte “innecesario”. Evidentemente, la sola imagen de las “milicias obreras” resultaba inadmisible para los militares y, en verdad, tampoco los dirigentes sindicales pensaban llevar hasta el final su oferta y abandonaron la escena, dejando finalmente la situación en manos de las Fuerzas Armadas, aunque el propio ofrecimiento demostraba la voluntad de las bases de luchar contra los “gorilas”.
Esta ubicación de la burocracia sindical expresaba la política que el régimen adoptó frente a la crisis abierta. La política de conciliación, el ocultamiento de la masacre del bombardeo de junio, los beneficios al capital extranjero, los intentos de disciplinar a los trabajadores tenían, de conjunto, el fin de intentar conservarse en el poder como eficaz administrador de los intereses de las clases dominantes. Pero éstas habían perdido ya la confianza en su capacidad de contener a los trabajadores en las fábricas y en las calles: estos no aceptaron negociar conquistas pese incluso al rol que jugó la burocracia sindical y el camino al imperialismo no pudo ser allanado. Con la constatación de la ineficacia del gobierno como herramienta de las clases dominantes para imponer sus necesidades, pero también de la falta de disposición del régimen para resistir su propia supervivencia, éstas pasaron a la ofensiva.
Así, cuando el 16 de septiembre de 1955 se produjo el golpe militar que lo desalojaba del poder, el líder no ofreció resistencia; habiéndose negado a recurrir a los trabajadores para su defensa, se subordinó a los intereses superiores de las clases dominantes y del imperialismo.
El día 19 se transmitía por radio un comunicado de renuncia de Perón justificada como “la única forma de evitar un baño de sangre”. En la mañana del 20 de septiembre confesaba a su mayordomo, un suboficial retirado: “Hace dos días que no duermo y ya no hay nada que hacer”; ese día partió a la embajada de Paraguay, donde fue trasladado para embarcarse en la cañonera que lo llevaría al exilio.
El nuevo régimen, que se llamó “Revolución Libertadora” pero será conocido por los trabajadores como "La Fusiladora", abrió una etapa en la que las clases dominantes se propusieron reformular la relación con el imperialismo abriendo la economía argentina a la penetración del capital norteamericano y disciplinar a la clase trabajadora; la sangre que Perón dijo no querer derramar fue puesta por las siguientes generaciones de trabajadores en la lucha por la defensa de sus conquistas.
[1] En Cien años de historia obrera. Una visión marxista de los Orígenes a la Resistencia (1870-1969), profundizamos en el carácter del peronismo, en las condiciones de su surgimiento y el desarrollo de sus gobiernos así como en el balance de su caída.
https://edicionesips.com.ar/producto/cien-anos-historia-obrera-la-argentina-1870-1969/
Alicia Rojo
Historiadora, docente en la Universidad de Buenos Aires. Autora de diversos trabajos sobre los orígenes del trotskismo argentino, de numerosos artículos de historia argentina en La Izquierda Diario y coautora del libro Cien años de historia obrera, de 1870 a 1969. De los orígenes a la Resistencia, de Ediciones IPS-CEIP.