El 5 de enero de 1933 se suicidó la primera hija de Trotsky. El 11 de enero, luego de varios días de encierro, éste escribe una carta donde, desde su destierro en Prinkipo (Turquía), responsabiliza al Partido Comunista de la URSS.
Gabriela Liszt @gaby_liszt
Martes 5 de enero de 2021
Trotsky tuvo dos hijas en su exilio siberiano con su primera esposa Aleksandra Sokolóvskaya: Zinaida (1901-1933) y Nina (1902-1928). Luego, alentado por Aleksandra, emprendería la fuga hacia Europa. En París conoció a quien sería su segunda esposa, Natasha (o Natalia) Sedova. Con ella tuvo dos hijos varones, León Sedov (1906-1938) y Serguei (1908-1937).
Desde que comenzó su lucha contra la burocratización de la URSS en 1923 y contra la teoría del “socialismo en uno solo país”, ambas representadas en la figura de Stalin, Trotsky no solo fue perseguido políticamente. También lo fue en forma personal, incluyendo a su familia, activa políticamente.
Esto se acrecentó desde 1927, cuando fue expulsado de la Internacional Comunista, el Comité Central de Partido Comunista de la URSS y directamente del partido. A principios de 1928 fue desterrado a Alma-Ata (Almatý, Kazajistán) y en enero de 1929 fue expulsado de la URSS. El 20 de febrero de 1932 le quitan la nacionalidad junto a toda su familia. Esto será un desencadenante en el suicidio de Zina. El único país que le concedió la visa fue Turquía. No pudiendo quedarse en Estambul, fueron a vivir a la isla de Prinkipo, en el mar de Mármara.
Su hija Nina murió de tuberculosis el 9 de junio de 1928. Trotsky le dedicó la “Crítica al programa de la Internacional Comunista” para el VI Congreso con el siguiente encabezado “A la memoria de mi hija Nina, muerta en su puesto de combate a los veintiséis años”. Ella había colaborado con la Oposición de Izquierda en formación. Luego de la deportación de su marido Man Nevelson (quien sería fusilado en 1937) y privada de su trabajo enfermó gravemente.
Zinaida y su hermana menor Nina fueron criadas principalmente por sus abuelos paternos, David y Anna Bronstein. Luego por su tía Elizaveta, hermana mayor de Trotsky, después de que sus padres se divorciaran. Zinaida se casó primero con Zajar Moglin (asesinado por los Juicios de Moscú en 1937) con quien tuvo una hija (Aleksandra Moglina); y luego con Platón Volkov (deportado a Siberia en 1928, retornó en los 30, arrestado en 1935 y fusilado en 1936) con quien tuvo a Vsevolod (diminutivo Sieva, luego Esteban) Volkov, nacido en 1926. Hoy Esteban es el único sobreviviente de la familia Trotsky, vive actualmente en México (y se mantiene activo como custodio del Museo Casa León Trotsky).
“Dos meses después de su llegada, Trotsky, Natalia y Liova se instalaron en Prinkipo, una isla en el mar de Mármara. Zinaida, o Zina como le decía, la hija mayor de Trotsky, de su primer matrimonio, había dejado Rusia a fines de 1930 y llegado a Prinkipo el 8 de enero de 1931, con su hijo Vsievolod o Sieva, diminutivo de su nombre. Liova [León Sedov, NdE]se fue de Prinkipo el 18 de febrero de 1931 para ir a Berlín, a fin de retomar sus estudios de ingeniería y también para participar en la política revolucionaria. Zina, por su parte, dejó Turquía el 22 de octubre de 1931, también con destino a Berlín para seguir un tratamiento médico, dejando a Sieva en Prinkipo”. (Jean Van Heijenoort, Con Trotsky: De Prinkipo a Coyoacán, “Prinkipo”).
En noviembre de 1932, Trotsky (junto a Natalia y Sieva) realiza un breve viaje a Copenhague, invitado a dar una conferencia por estudiantes socialdemócratas de esa ciudad. Tenía intenciones de que Sieva llegase por esa vía a Berlín, pero le fue negada. Tuvieron que volver los tres a Prinkipo. Aunque lo lograrán en diciembre de 1932.
Hay que tener en cuenta que en ese momento Alemania se encontraba en pleno ascenso del fascismo. En las elecciones presidenciales de abril de 1932 había ganado Hindenburg y crecido fuertemente Hitler, gracias a la política ultraizquierdista del Partido Comunista alemán (dictada por la III Internacional) de negarse a enfrentar al fascismo en un frente único con la socialdemocracia a la que llamaban “socialfascista”.
“El 5 de enero, Zina se suicidó con gas en Berlín. Fue encontrada muerta a las dos de la tarde. Liova envió a Natalia un telegrama que llegó el 6, apenas nos levantábamos de la mesa, después del almuerzo. Si mal no recuerdo, fue Pierre Frank el que estaba entonces de guardia y llevó el telegrama a Natalia, cuando ella alcanzaba el primer piso. Trotsky y Natalia se encerraron inmediatamente en su habitación, sin decirnos nada. Nos dimos cuenta de que algo grave había pasado, no sabíamos qué. Nos enteramos de la noticia por los diarios de la tarde. En los días que siguieron, Trotsky entreabría de tanto en tanto la puerta de su habitación para pedir una taza de té. Cuando, unos días más tarde, salió para ponerse de nuevo a trabajar, tenía los rasgos devastados. Dos profundas arrugas se le habían formado a cada lado de la nariz y le enmarcaban la boca. Su primer trabajo fue dictar una carta pública dirigida al Comité Central del Partido Comunista ruso en la que hacía recaer la responsabilidad de la muerte de su hija sobre Stalin”. (Jean Van Heijenoort, Ídem)
“Los primeros seis meses de 1933 marcaron igualmente un gran cambio físico en Trotsky. Ya he relatado como a la muerte de Zina dos arrugas se le habían formado en el rostro. La vida recomenzó su curso, pero las arrugas no desaparecieron y poco a poco se profundizaron. Cuando yo llegué a Prinkipo en octubre de 1932 Trotsky tenía, ciertamente, canas, pero todavía tenía algunos cabellos negros. El rostro y la cabeza aún no eran tan diferentes de los que presentan las fotografías de 1924 o 1925. En esos primeros meses de 1933, los cabellos se volvieron blancos. A menudo, en lugar de tirárselos exageradamente hacia atrás, se los peinaba lacios, al costado. En unos meses, casi en unas semanas, adquirió la fisonomía que habría de tener, aproximadamente, hasta su muerte”. (Jean Van Heijenoort, Ídem)
El suicidio de mi hija [1]
11 de enero de 1933
Carta abierta sobre la muerte de Zinaida Volkova
A todos los miembros del Comité Central del Partido Comunista de la URSS
Al Presídium del Comité Ejecutivo Central de la URSS
A todos los miembros de la Comisión de Control Central del Partido Comunista de la URSS
Considero necesario informarles cómo y por qué se suicidó mi hija.
A fines de 1930 ustedes accedieron a mi pedido de autorizar a mi hija Zinaida Volkova, enferma de tuberculosis, a venir por un tiempo a Turquía, acompañada de su hijo Vsevolod, de cinco años de edad, para hacerse un tratamiento. No sospeché que detrás de esta actitud liberal de Stalin se ocultaba un motivo ulterior.
Mi hija arribó a este lugar en enero de 1933, sufriendo de neumotórax de ambos pulmones. Tras diez meses de residencia en Turquía, logramos obtener –a pesar de la oposición permanente de los representantes soviéticos– un permiso para que fuera a tratarse a Alemania. El niño se quedó en Turquía con nosotros para no molestar a la enferma. Pasado un tiempo, los médicos alemanes creyeron posible curar el neumotórax. La enferma empezó a recuperarse y soñaba tan sólo con volver con su hijo a Rusia para reunirse con su hija y con su esposo, un bolchevique leninista exiliado por Stalin.
El 20 de febrero de 1932 ustedes publicaron un decreto en virtud del cual, no sólo mi esposa, mi hijo y yo, sino también mi hija Zinaida perdíamos la ciudadanía soviética. En el país extranjero al que ustedes le permitieron viajar con pasaporte soviético, mi hija se ocupó únicamente de su tratamiento. No participó en la vida política, no podía haberlo hecho debido a su estado de salud. Evitó todo lo que podría provocar “sospechas” en su contra. El hecho de privarla de su ciudadanía fue un miserable y estúpido acto de venganza en mi contra. Para ella, este acto de venganza significaba romper con su hijita, su esposo, su trabajo y todo lo que constituía su vida normal. Su salud mental, ya perturbada por la muerte de su hija menor y por su propia enfermedad, sufrió un nuevo golpe, tanto más atroz cuanto que fue totalmente sorpresivo y de ninguna manera provocado por ella. Los psiquiatras declararon unánimemente que sólo el retorno a su situación normal, con su familia y su trabajo, podría salvarla. El decreto del 20 de febrero coartó precisamente esta posibilidad de salvarla. Todos los demás intentos fueron, como ustedes saben, en vano.
Los médicos alemanes insistían en que, si se le permitía, al menos, reunirse con su hijo lo antes posible, había una posibilidad de devolverle su equilibrio mental. Pero las dificultades del traslado de Estambul a Berlín se multiplicaron puesto que el niño de seis años también perdió la ciudadanía soviética. Durante seis meses realizamos esfuerzos constantes, pero inútiles, en diversos países europeos. Sólo mi viaje inesperado a Copenhague nos brindó la oportunidad de llevar al niño a Europa. Con la mayor dificultad, éste realizó la travesía a Berlín en seis semanas. Pero no había estado con su madre siquiera una semana, cuando la policía del general Schleicher [2], de común acuerdo con los agentes estalinistas, resolvió expulsar a mi hija de Berlín. ¿A dónde? ¿A Turquía? ¿A la isla de Prinkipo? Pero el niño debía ir a la escuela. Mi hija tenía necesariamente que recibir atención médica permanente y condiciones de trabajo y una vida familiar normales. Este nuevo golpe superó la capacidad de resistencia de la enferma. El 5 de enero se asfixió con gas. Tenía treinta años.
En 1928 mi hija menor Nina [Nevelson], cuyo marido fue encarcelado por Stalin hace cinco años y todavía se encuentra incomunicado, debió ser hospitalizada, poco después de que yo fuera exiliado en Alma-Ata. Se le diagnosticó una tuberculosis aguda. Me dirigió una carta puramente personal, sin la menor mención de cuestiones políticas; ustedes la detuvieron durante setenta días, de modo que cuando le llegó mi respuesta ella había muerto. Tenía veintiséis años.
Durante mi estadía en Copenhague, donde mi esposa inició un tratamiento para curarse de una grave enfermedad, y donde yo me preparaba para someterme a una cura, Stalin, por intermedio de la agencia TASS, ¡denunció falsamente a la policía europea que en Copenhague iba a celebrarse inminentemente una “conferencia trotskista”. Eso le bastó al gobierno socialdemócrata danés para hacerle a Stalin el favor de expulsarme con premura febril, con la consiguiente interrupción del tratamiento que mi esposa necesitaba. Pero en éste, como en tantos otros casos, la unidad de Stalin con la policía capitalista obedecía a objetivos políticos. Aun así, la persecución de mi hija no tuvo ni un asomo de sentido político. La pérdida de la ciudadanía soviética y, con ello, la única esperanza de volver a un ambiente normal y recuperarse, junto a su expulsión de Berlín (indudablemente un servicio que la policía alemana le prestó a Stalin) no constituyen más que un acto de venganza miserable y estúpido. Mi hija conocía perfectamente su situación.
Sabía que no podía estar segura en manos de la policía europea, que la perseguía a pedido de Stalin. Era consciente de ello, y murió el 5 de enero. Se califica a esa muerte de “voluntaria”. No, no fue voluntaria. Stalin la obligó. Me limitó a informar, sin sacar conclusiones. Ya vendrá el momento de hacerlo. El partido regenerado lo hará.
León Trotsky
Gabriela Liszt
Nació en Buenos Aires. Militó en el PST desde 1981, en el MAS hasta 1988. Una de las fundadoras de PTS y del CEIP "León Trotsky". Investigó, compiló y prologó varias de las publicaciones de Ediciones IPS-CEIP, entre ellas La Segunda Guerra Mundial y la revolución, Mi vida, Lenin, El Programa de Transición y la IV Internacional.