De narrador de cuentos policiales a investigador y periodista comprometido. Su mejor arma, la máquina de escribir.
Claudia Ferri @clau.ferriok
Miércoles 9 de enero de 2019 01:00
Una de las pasiones que acompañó a Rodolfo Walsh a lo largo de su vida fue el ajedrez. Desde que decidió mudarse a La Plata para comenzar la carrera de Letras, frecuentaba el Club de Ajedrez de la capital bonaerense del que se había hecho socio. A pesar de abandonar muy pronto sus estudios para dedicarse a trabajar, continuó pasando interminables horas en algún café entre peones, alfiles, cigarrillos, café y largos silencios.
Con 29 años, el joven cronista y narrador de cuentos policiales viviría dos momentos cruciales en el transcurso del año 1956 mientras movía alguna pieza del tablero en el bar que frecuentaba.
El 9 de junio, cuando se produjo el levantamiento del General Valle contra el régimen de la Libertadora, presenció los feroces enfrentamientos desatados en las calles de La Plata luego del asalto al comando de la Segunda División y al Departamento de Policía. Esa misma noche vio morir desde la ventana de su casa a un conscripto, pero decidió olvidarlo y volver a la rutina, a las narraciones policiales y al ajedrez.
Seis meses después, en el mismo bar, durante otra partida, escucharía las cinco palabras que marcarían a fuego su compromiso político y su obra: “Hay un fusilado que vive”. Un hombre en frente suyo repetía esa frase atrayendo la atención de Walsh quien siguió el indicio y comenzó desde la clandestinidad una investigación que denunciaría los fusilamientos de militantes peronistas de la Resistencia en José León Suarez durante el levantamiento de junio, denunciando directamente al gobierno golpista de ser el brazo ejecutor.
De esta forma Operación Masacre (publicada primero en 1957 y después en 1964 con las pruebas judiciales del caso incluidas) se convertiría en la primera obra del periodista que supo combinar la prosa literaria con los testimonios y la investigación periodística inaugurando un nuevo género en la narrativa: la novela de no ficción.
En una breve autobiografía posterior Walsh diría que “Operación Masacre, cambió mi vida. Haciéndola comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior” (1965).
En 1957 un nuevo caso policial despertaría su atención. El asesinato del abogado Marcos Satanowsky lo llevó a realizar una minuciosa tarea de investigación periodística recolectando datos, testimonios, entrevistas, siguiendo cada indicio y pista hasta el final y, entre junio y diciembre de 1958, publicó en la revista Mayoría -la misma que había sacado a la luz su investigación anterior- una serie de 28 notas en las que develó los abusos de poder político de la Libertadora, la corrupción judicial, el rol de los servicios y la colaboración de los grandes medios.
Salto en la conciencia
Hasta aquí su trabajo periodístico se centraba en la denuncia al Gobierno, con el que incluso reconoció haber simpatizado en sus comienzos. Ambas investigaciones no sólo son reconocidas por la calidad y las contundencia de las evidencias presentadas sino también porque ayudó a desnudar el carácter corrupto y antiobrero del gobierno golpista.
Pero en la década siguiente Walsh dará un salto en su conciencia política escribiendo desde una nueva ubicación, la del militante. Ya no frecuentaría las partidas de ajedrez en la ciudad de las diagonales pero usaría algunos de los conocimientos y las prácticas que fue adquiriendo para sus fines periodísticos, y luego políticos: anticiparse a los hechos, detenerse en los detalles, la paciencia ante la búsqueda de información, el método para elaborar un plan de trabajo y el relato sereno.
A mediados de 1959 Walsh se embarcó hacia Cuba para poner en pie Agencia Prensa Latina junto a Jorge Masseti, Gabriel García Márquez y Rogelio García Lupo, con el plan de transformarla en el órgano de propaganda de la revolución. Su interés por traducir mensajes cifrados y la relación cotidiana con los militantes cubanos lo llevó a perfeccionarse en esta técnica dentro de los “Servicios Especiales” de la agencia.
Según García Márquez, Walsh había aprendido a descifrar mensajes gracias a manuales de critpología recreativa que había conseguido en una librería en La Habana. De esta manera fue quien decodificó un mensaje de la embajada norteamericana logrando que el Gobierno cubano se anticipara al ataque de la CIA y los gusanos entrenados en la invasión a la Bahía de los Cochinos.
Para mediados de la década del 60 Rodolfo Walsh estaba convencido de que de todos sus oficios terrestres, el violento oficio de escribir era el que más le convenía. En 1968 conoce a través de Perón al dirigente gráfico Raimundo Ongaro iniciando un acercamiento político y sindical que llevaría al periodista a escribir el programa de la CGT de los Argentinos, una corriente sindical opositora a la CGT vandorista que, si bien tenía un carácter contestatario, no rompía con la conciliación de clases que expresaba el peronismo (recordemos que Perón primero apoyó esta escisión para luego desconocerla).
Walsh sería el director de su periódico semanal y centraría las denuncias en la lucha contra los grandes monopolios, la dictadura de Onganía y la burocracia vandorista. Según testimonios de quienes lo frecuentaron por aquellos años, siempre tenía en su escritorio los escritos de Lenin sobre la prensa.
Más allá de su sincero interés, la lectura que hizo del dirigente ruso fue parcial ya que, a pesar de impulsar corresponsalías en cada fábrica y de utilizar un lenguaje de “izquierda” o “revolucionario” (se recomienda la lectura del libro Setentistas de Pablo Pozzi y Alejandro Schneider), la clave para Lenin era que la prensa se convierta en un organizador colectivo de un partido de acción independiente de cualquier variante patronal. La CGT de los Argentinos, en cambio, dialogaba con los empresarios nacionales y los comerciantes para enfrentar juntos al capital monopólico extranjero.
“El que molesta en la UOM molesta en la fábrica…”
A mediados del 68 el semanario comenzó la publicación, en varias entregas, de lo que sería, para esta cronista, el trabajo de investigación más importante de Walsh y que años más tarde compilaría en ¿Quién mató a Rosendo? (1969).
Retomando las “formas” narrativas de Operación Masacre, en esta oportunidad centraba su denuncia en el rol histórico que tiene la burocracia sindical como el mejor garante del orden burgués. A través de sus páginas describió personajes oscuros, trató de resolver los enigmas sobre el asesinato de Rosendo García (mano derecha de Vandor que estaba escalando posiciones en la provincia de Buenos Aires) llegando a la conclusión de que los disparos provenían de “fuego amigo”, es decir del grupo vandorista, aunque las versiones oficiales hablaron de enfrentamiento entre facciones sindicales.
En la balacera ocurrida el 13 de mayo de 1966 en la pizzería Real de Avellaneda también murieron asesinados Domingo Blajaquis y Juan Salazar, ambos militantes de la resistencia que se encontraban reunidos en el mismo lugar.
La connivencia policial y judicial fue una de las claves para sostener la impunidad de la masacre. En cada entrega el periodista devenido en investigador comprometido describió los métodos burocráticos que la dirigencia de la UOM y compañía reproducían en las fábricas para ahogar la democracia interna y la organización desde las bases.
En el prólogo del libro afirma que “si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial es cosa suya”. En realidad no lo es, en ¿Quién mató a Rosendo? demostró cómo construyó su poder la burocracia sindical vandorista que tenía como métodos “la organización gangsteril; el macartismo (“Son trotskistas”); el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso; la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen; el silencio del grupo sólo quebrado por conflictos de intereses; el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa; y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base”.
Esa frase, impactante por su actualidad, demuestra la profundidad del trabajo de Walsh y de sus investigaciones pero también deja en claro que la herencia vandorista sigue presente en muchos dirigentes sindicales peronistas. Cabe recordar cuando a mediados del 2014 el entonces diputado nacional Nicolás del Caño quiso leer este fragmento revelador de este libro para denunciar a la burocracia sindical del SMATA -que había amedrentado a trabajadores despedidos de Gestamp y los acusó de “infiltrados”- pero la bancada kirchnerista lo censuró cortándole el micrófono.
Otro de los blancos a los que apuntó Walsh desde el semanario fueron las fuerzas policiales. En una serie de entregas llamadas “La secta del gatillo alegre” denunció el uso de la picana “que vuelve a ser el método preferido por la Policía Bonaerense para ‘esclarecer’ delitos o perseguir al movimiento obrero”. Luego del Cordobazo el semanario fue prohibido y pasó a la clandestinidad.
La inteligencia organizada
En 1970, Walsh comenzó a tejer lazos con el Peronismo de Base (brazo político de las Fuerzas Armadas Peronistas) donde colaboraría con tareas de Inteligencia y aprendería a interferir las frecuencias de las trasmisiones policiales con una radio, tarea que serviría fundamentalmente para las acciones armadas.
Cuando en 1973 se incorporó formalmente a Montoneros tenía el grado de oficial primero con el alias de “Esteban”. Desde este nuevo espacio producía y analizaba desde la clandestinidad información destinada al uso interno de la organización y desde 1974 dirigió la sección policial del diario Noticias, órgano ligado a la organización guerrillera.
Ese mismo 1974 investigó el funcionamiento y armó un organigrama de la Triple A donde acusaba directamente a militares, policías y sindicalistas, sobre todo de la UOM, y a patotas de integrarla. Estudió sus antecedentes, afirmó que la banda era controlada por inteligencia norteamericana y por López Rega, se interesó en los operativos orquestados por el Plan Cóndor a partir del 75 y los denunció también.
Sin embargo Perón, el creador de la Triple A, aparecía casi de soslayo en su investigación periodística.
Walsh anticipó la llegada del golpe de Estado cuando escuchó las noticias a través de las radios europeas que lograba interceptar con regularidad. Desde ese momento se agudizaron sus diferencias con la dirección montonera pero no por divergencias estratégicas. Walsh no criticaba ni a la guerrilla ni la política de colaboración de clases sino que proponía como intervención concreta pos dictadura replegarse en el peronismo.
Desde fines del 75 se recluyó en su casa de Tigre, organizando la Agencia de Noticias Clandestinas (Ancla) como medio de información contrahegemónica y, tiempo después, creó Cadena Informativa; ambos fueron dirigidos por él hasta su asesinato en manos de un grupo de tareas en 1977.
Un día antes de su muerte, cuando se cumplía un año del golpe, denunció en su famosa Carta Abierta todos los atropellos y crímenes que había padecido la clase obrera y señaló a sus enemigos.
Recordando una entrevista que dio a comienzos de los 70, había dicho que la máquina de escribir, según como se manejaba, podía ser un abanico o un arma. El compromiso periodístico y militante de Walsh demostró que se inclinó convencido por esta segunda opción.
Claudia Ferri
Historiadora, UBA. Columnista de la sección Historia de La Izquierda diario.